Brócolí Romanescu
exquisito fractal
en verde espiral dorada.
Aúrea pitagórica
en forma sagrada.
Consumas tu acto
en gesta creadora.
Poesía de las formas.
GeometrÍa inspirada
en conCiencia pura.
E. Larruy
Brócolí Romanescu
exquisito fractal
en verde espiral dorada.
Aúrea pitagórica
en forma sagrada.
Consumas tu acto
en gesta creadora.
Poesía de las formas.
GeometrÍa inspirada
en conCiencia pura.
E. Larruy
El poeta es el ser humano general: todo aquello que conmueve el corazón de un hombre y que la naturaleza humana, en cualquier situación, hace brotar de sí misma, aquello que habita y late en el pecho de un ser humano, así como también toda la naturaleza restante, todo eso constituye su tema y su material. De ahí que el poeta le cante igual de bien a la lujuria como la mística, que pueda ser tanto Anacreón como Ángelus Silesius, que escriba tanto tragedias como comedias, que representa tanto su convicción sublime como ordinaria, según su humor y sus gustos: cada poeta encauzará, no obstante, su individualidad conforme aquello que le agrade y que, por tanto, mejor comprende. Por esta razón nadie debe ordenar al poeta que sea noble y sublime, moral, devoto, cristiano o esto o lo otro de más allá y, menos aún debe reprocharle que no sea esto o lo otro. Él es el espejo de la humanidad y aporta a ésta, aquello que siente y realiza.
Arthur Schopenhauer
Te quiero a la una, a las dos y a las tres
de cada día
de todos los tiempos presentes
y venideros.
Te quiero como siempre te quise
en mi mundo paralelo,
-estés donde estés-
porque eres Mía:
mi motor
mi verano
mi luna
mi extensión
mi brazo izquierdo
mi ojito derecho,
la razón de existir de mi bazo
de mi cordura insumisa
de mi pecho dolorido,
el motivo más importante
de que yo siga.
Te quiero los mediodías
cuando el reloj se detiene
en mi tiempo desgastado
a la hora del descanso
y sin saber si son las cinco
o son las cuatro
me despiertas
con tu abrazo
para tomarme presa
y dejar en mi oído
tus cantos de polluelo
recién salido del nido.
Pronto lo abandonarás -me digo-,
tienes raza y estilo,
volarás alto
con un vuelo diferente.
Serás en apariencia aquella
o la otra
lo que tu quieras ser,
habrá quien pase por tu lado
y no te reconozca.
Y yo
estaré donde siempre he estado
para seguir siendo tu faro
tu compañía,
junto a la orilla del querer
de las horas todas:
siempre tuya
hasta extinguirse tu memoria.
Elena
Carta para Adriana
He leído estos días Vivir para contarla de Garcia Marquez, uno de esos libros que rescaté de tu altillo, de la caja de los desahucios de Flor. Lo saqué de entre sus preciados y queridos libros de medicina -aún calientes- con una dedicatoria tuya de la que te envío una imagen, a modo de recordatorio para que no olvides que existieron tiempos felices, que sin ser los mejores, sin saber lo que el destino os tenía preparado eran simplemente maravillosos comparados con los que ahora os toca vivir.
Quería contarte que este libro me está ensanchando el corazón de conocimientos y autenticidad. Este Gabito inmenso, vivaz, intenso y tímido a la vez, contando los pasajes de su historia infantil y juvenil, mostrando los entramados donde se tejió su vida y la de su familia, la que después daría pie a sus grandes obras, con esa vocación innata de escritor despertando en el, a contracorriente de los intereses paternos que querían de manera insistente convertirlo en abogado, y predestinada a lo que finalmente fue su profesión. Ese impulso legítimo y auténtico despertando en Garcia Marquez acompañado por lecturas que devoraba con auténtico entusiasmo poco común en jóvenes de su edad, que tanto oficio le dieron para hacer de él lo que finalmente fue, un laureado y prestigioso escritor.
Este es un libro maestro Adriana, cuyo pecho de autor llenaría de medallas y valores: ¡cuan pequeña se queda una después de estas lecturas!. Cuantos caminos no recorridos... ¡Cuánto y cuánto por aprender!. El conocimiento es infinito.
Leo en tu dedicatoria a Flor "De los malos también se aprende" De los malos momentos y de las malas personas también se aprende..., claro, como no, todo nos enseña cuando el propósito no es otro que aprender. No todos lo mismo, cada uno en su contexto, cada cual con sus propias asignaturas.
Yo creo que hay mucha gente con una asignatura pendiente, la de escuchar el corazón. El corazón siempre nos habla no solo de manera amorosa, también certera. Aprender a escuchar las razones del corazón es atender con la misma escucha y credibilidad que cuando escuchamos a la madre. Gente inteligente llena de conocimientos y datos pero incompleta de lecturas, de esas que no están escritas en ningún libro de texto, ni en ningún manual, el mundo está lleno de esas personas, gentes dirigidas por otras mentes. Si observamos actuar la inteligencia en la naturaleza nos daremos cuenta que está regida por programas innatos autónomos. No necesita la inteligencia del hombre para sobrevivir ni reproducirse. Lo hace sola. A una madre tampoco le hace falta un manual para sacar adelante a sus hijos. Amar a los hijos no se aprende en ningún libro. ¿Cómo podríamos llamar a esa asignatura? Filología aplicada del corazón? Ensayo mudo de la razón del corazón? ¿Pedagogía del corazón? Da lo mismo el nombre, nunca aprenderemos a escucharlo sin acallar los ruidos externos. Es como cuando estás en la cafetería de unos almacenes y se escucha una voz por megafonía tan elevada que no puedes escuchar al que tienes al lado. Hay quien se encarga de que no escuchemos las notas del corazón por miedo a que aprendamos a conducirnos con autotomía propia que nos permita pensar por nosotros mismos. Acuño la frase de la novelista Margaret Drabble «CUANDO NADA ES CIERTO TODO ES POSIBLE». Eso es justo lo que ahora esta sucediendo con el Covid, la pandemia y las vacunas.
Ojalá nosotros algún día podamos contar nuestra verdad de manera tan clara, bella y amorosa como lo hace la madre tierra. Ojalá algún día podamos resolver nuestros asuntos con el mismo respeto, solvencia y lealtad al entorno, contar que aprendimos con todo y ampliamos nuestra conciencia. Ojalá algún día acabemos nuestros días en paz en medio de tanta oscuridad como nos rodea. No es fácil Adriana, lo se, hablamos mucho en este tiempo de confinamiento que compartimos hace ahora un año. "Nos inscribimos en un curso harto difícil" -algunos más que otros, ¿verdad? - con asignaturas altamente costosas y dolorosas- ¿Pero acaso no es esa, y no otra, la finalidad de la vida?: persistir, aprender y disfrutar: cuando no es así estamos muertos. Desgraciadamente hay muchos muertos en vida y otros viviendo en estado vegetativo. Eso no es vivir.
El corazón nos da respuesta a todo. El corazón está lleno de inteligencia, nos marca el paso, los tiempos, los aciertos. Nos indica cuando es momento de siembra, de cosecha, de abono, de espera, de cuidados... Todo lo sabe. Cuando lo atendemos bien no necesitamos noticieros ni maestros para cuidar de nosotros. Hemos de centrarnos en nosotros mismos con lealtad y voluntad.
Deseo que estés en esa honda Adriana.
La náyade Lete bebiendo del agua letea, por Wilhelm Wandschneider
¿Cómo podría la voluntad de vivir soportar esta existencia vacía, hueca y penosa a lo largo de un tiempo infinito si el intelecto no se renovase incesantemente con La muerte y con su hermano -el nacimiento- y no hiciese las veces de Leteo, al servicio de cada voluntad individual, pues el Leteo nos ahorra al menos la monotonía de lo insoportable, en tanto que permite aparecer aquello que se repite millones de veces como si fuera continuamente algo nuevo? Arthur Schopenahaue (El arte de envejecer)
“La felicidad es solamente la ausencia del dolor”.
“La vida es sólo la muerte aplazada”.
“El hombre ha hecho de la Tierra un infierno para los animales”.
“Cada partida es una anticipación de la muerte y cada encuentro una anticipación de la resurrección”.
“A excepción del hombre, ningún ser se maravilla de su propia existencia”.
“De vez en cuando se aprende algo, pero se olvida el día entero”.
“El destino es el que baraja las cartas, pero nosotros los que las jugamos”.
“Hay seres de los que no se concibe cómo llegan a caminar sobre dos piernas, aunque eso no signifique mucho”.
“La soledad es la suerte de todos los espíritus excelentes”.
“Las religiones, como las luciérnagas, necesitan de la oscuridad para brillar”.
“No hay ningún viento favorable para el que no sabe a qué puerto se dirige”.
“Pocas veces pensamos en lo que tenemos, pero siempre en lo que nos falta”.
“Se dice que la maldad se expía en aquel mundo; pero la estupidez se expía en este”.
“Toda vida es sufrimiento”.
“Los hombres vulgares sólo piensan en cómo pasar el tiempo. Un hombre inteligente procura aprovecharlo”.
Hace unos días un antiguo compañero de trabajo al que no veía desde hacía unos años, me mandó este dibujo suyo hecho a plumilla, de un pueblo medieval, con unas palabras que decían "tú en parte has sido la culpable de que este trabajo haya salido adelante": tus palabras de el otro día me emocionaron con el cariño que estaban escritas: que suerte habernos encontrado Elena. Cuando leí las palabras que Lluis me dedicaba fui corriendo a leer las que yo le había escrito y que hacían mención al trabajo que estaba haciendo en esos momentos y que no le salía: "como una mierda pinchada en un palo" -decía textualmente-: Querido Lluis, yo también tengo muchos borradores de mis escritos que descarto; conforme sabemos más, somos más críticos, no hay trabajo en balde: pienso que hemos de ser atrevidos y arriesgados, si no no evolucionamos. Al final sale/sale siempre: acaba saliendo aquello que nos bulle en la sangre, y, ahí está nuestra creación manifiesta -el fruto de nuestra persistencia- Entonces todo se justifica y se entiende, y lo más importante nos deja paz. Todo nos enseña a crecer Lluis. ¿Te has preguntado por qué estamos aquí?: para aprender/ para aprender a amar -no sin dolor, pero a amar. Esos son mis mantras: amar y gozar. Lo demás lo podríamos decir con tus palabras, pero yo prefiero decir: como escribir hamor con h, que aunque lleve falta ortográfica, se perdona porque suena igual de bien que si no la llevara. Sigue en lo tuyo: creando y amando.
Estas palabras mías "de avituallamiento" motivaron a Lluis. Le dieron el empuje necesario para acabar lo que tenía entre manos. Las recibió como al atleta que alcanzando la meta con las fuerzas agotadas necesita un último empujón a modo de aliento, ese "botellín de agua fresca" que una mano amiga le alcanza.
Lluis terminaba diciendo: amiga mía, me acabas de alegrar el día...y los que vendrán.
Así han sido también para mi estos últimos días de Junio. He sentido muchas manos amigas tendidas quienes con sus palabras sencillas, amables, conmovedoras algunas, me han hecho saber que contaban conmigo, que me querían, que estaban pensando en mi, que me necesitaban...
¿Qué más puedo pedir? Me siento dichosa, afortunada, agradecida por esos "botellines de agua fresca" que a veces nos regalan los amigos en momentos que los necesitamos, que nos hidratan el corazón: especialmente agradecida a las palabras de Juana: yo también te siento en el corazón.
Gracias a todos y cada uno de vosotros por tantas cosas buenas que me hacéis llegar. Os quiero y os necesito. Yo también os lo hago saber.
Elena
SIN
ALIENTO EN LAS VENAS
ni música en la sangre
Ser un hombre plano
como una partitura sin notas
como un calendario sin días de fiesta
como un retrato sepia
como una cerilla sin leña
como una mirada de piedra
como una voz sin cuerdas
como una piel de ballena
como un oído planchado
como un corazón con rejas
como un sabor a palo seco
como un desierto de arena
donde nunca ir a por agua
ni de visita
ni a por leña.
Ser un hombre plano
inclinado
en lo recto
significa no tener “bisagras”
ni conjeturas
ni una carcoma de duda,
es dejar que los gusanos
mueran.
Es
yacer
en una caja
de la misma hechura.
Como cada primavera cuando regreso a mi pueblo, llegando a La Litera, me reciben las cigüeñas sobrevolando los paisajes verdes y dorados de los trigos y la cebada. Este lienzo, tan natural como hermoso, sin excesos ni sobresaltos, es mío, me pertenece, no así el castillo templario que nunca amé, que se divisa al fondo de la carretera, a un lado, "siempre en el mismo", con la misma insistencia en recordándome lo pequeña que soy, que somos todos; las murallas defensivas inmóviles, sin vida, proyectando sombras de una historia que se reescribe, embellece y reinventa para atraer a visitantes y turistas que en escaso número llegan. Con ese Jesús de brazos abiertos que todos quieren: unos quitarlo, otros dejarlo -donde siempre-, que no se atreve a volar, ¡tan quieto y tan remoto! perpetuando su mudez, sin dar abrigo ni estrechar abrazos, ni dar hospedaje alguno a las cigüeñas. Ellas sin embargo cuando salen a buscarme –así lo siento- no hay cremallera ni botón que se resista, mi corazón atrona y se lanza al tendido como queriendo alcanzar su vuelo. No puedo dejar de mirarlas hasta que se hacen pequeñas y mi vista las pierde en el horizonte. Unas veces van al Cinca otras al Sosa en busca de alimentos y de gusanos para ellas y sus crías, otras al bosque de Los Sotos a por ramas de pinos para hacer sus nidos, en las torres más altas de las iglesias, de los pueblos más cercanos, o en las torretas eléctricas. Acostumbran a estar en pareja. Cuando una vuela, si la otra se queda en el nido es casi seguro que está protegiendo a sus crías. Todas son elegantes y hermosas; las envidian todos los pájaros y el cielo y yo su vuelo. Hace años descubrí que cuando volaban de frente, hacía mí, traían buenos presagios, pronto sucedían acontecimientos buenos en mi vida, sin embargo cuando invertían el vuelo y lo hacían en sentido contrario significaba despedida, pérdida, cierre, final o quizás una muerte. Nunca nada trágico. Ellas simbolizan la vida y sus ciclos, van y vienen de norte a sur, de sur a norte, entre azules y verdes. Recordarlas cada año volando encima de los campos es como mirar cuadros de Renoir con cigüeñas mensajeras. Contemplar enormes extensiones de trigo y de cebada con sus verdes y dorados, salpicados de amapolas y amarillos pistacho de las flores de la colza, me llena de fuerza, me hace sentir a salvo, me regala una alegría intensa que me deja sin palabras; la emoción se encumbra con la música que voy escuchando mientras circulo en la voz de Mark Knopfler, Good On You Son (bien por ti hijo) me hace entender que esa tierra es mi padre y es mi madre y yo soy hija suya.
Siempre dos
sentimientos, no tan enfrentados como paralelos, por un lado el recuerdo de una
vida percibida como un accidente, un descarrilamiento, no mortal, pero si doliente,
de esos que cuando pasan te dices no debió suceder –aunque ahora no lo tengo
tan claro- y por otro el legado de la
tierra donde uno nace y descubre la vida con asombro, entusiasmo y susto por
primera vez, con todo los pequeños detalles enraizando en la piel interna del
corazón.
Con la misma
insistencia que amo, la astenia se instala tenaz y persistente en mí, en esta estación
de cambio. Me baja la energía, la presión, el desánimo se hace presente, me
reduzco muchos días –a ratos- a un pequeño escombro, a una cosa pequeña
asustada que se esconde tras el mueble; no es momento de tomar decisiones, de
escribir, de iniciar planes, de quedar con los amigos, solo tengo ganas de estar
conmigo, en casa. Tampoco doy la barrila a nadie. Ya pasará me digo, pero me
voy reduciendo y ensombrando en grises.
Memorias de dolor me
recorren con sus enseres, atravesando esos parajes de mis horas bajas. Sé que
se irán, como siempre pasa, como las cigüeñas con su vuelo, unas veces de
frente, otras de espalda. No puedo pensar en lo mal que me encuentro porque me
acabo hundiendo más y ya no tengo más suelo. Quiero pensar que estoy gestando letras
que pronto se convertirán en poemas de dudosa belleza que me harán feliz, me
llenaré de vida nueva, reflexionaré, me escucharé por dentro y me contaré
relatos, como ahora estoy haciendo, que me ayudarán a comprender los
biomagnetismos de mis genes heredados latiendo en mi ADN, sin yo saber que puedo influir en su signo, que todo esto es difícil de entender ¿acaso vivir no lo es? crecer
en otra dimensión que no puedo tocar ni ver es posible; practicaré el Ho´oponopono
hasta llegar a la parte más íntima y honesta del perdón. Crecer ¡da risa
escucharlo! a cierta edad, eso de crecer suena raro, pero yo nunca quiero dejar
de hacerlo y volar entre las torres más altas imitando a las cigüeña.
Nací en el Cinca medio, una comarca de
medianías y de aguas del deshielo, así soy yo; también estoy hecha de desvelos y
magias pirenaicas. Cultivo mi cuerpo en
todas sus parcelas, con el mismo mimo que se cultivan las viñas del Somontano. Mi
corazón está hecho de cabernet sauvignon,
merlot y tempranillo: es alegre, bueno y enredado, unas veces, otras triste y
apagado, pétreo, inmóvil, como la muralla del castillo de mi pueblo que nunca
amaré. Ahora que memorias invernales lo atraviesan, dominando su paz, no me
resisto, estoy quieta, me preparo para el baile que está a punto de empezar.
Soy trasportista de vida como las cigüeñas. Cuando mi alma de luz se enhebra
con los verdes y los dorados de los campos de mi tierra, pienso con equívoco
acierto que esos colores y su luz me fueron robados, pero no fue así, en
realidad solo fue un empréstito o un trueque –mejor-, que pronto volverán, que cogieron de manera savia y necesaria las
fuerzas poderosas que administran la vida: sus bienes y sus ciclos.
Para poder sanar, antes
necesitamos decir nuestra verdad, no sólo nuestro dolor, sino también los daños
producidos y los sentimientos de cólera y venganza experimentados.
Dice
la doctora Clarisa Pinkola en su libro Mujeres que corren con los lobos, que las mujeres
que han pasado mucho tiempo superando un trauma, por crueldad, olvido,
ignorancia, falta de respeto o por causas del destino, llega un momento que han de perdonar para que la
psique recupere el estado normal de paz y serenidad.
Cuando
esa rabia no se libera suele deberse a que utiliza esa cólera para fortalecerse,
y esa fortaleza que en un principio puede parecer útil y en cierta manera lo
es, más tarde puede convertirse en fuego que quema su energía primaria. Es como
pretender vivir una existencia equilibrada pisando a fondo el acelerador. Es
vivir en una actitud defensiva permanente que cuando ya no es necesaria para
protegerse, cuesta mucho mantener. Cuando esa rabia no es liberada al cabo del
tiempo quema, intoxica y contamina, no dejando ver otras maneras de percibir y
comprender. Nos resta libertad.
De
manera cíclica esas vivencias afloran a
la psique en forma de ansiedad y tormento y aun cuando intentemos purificarlas,
de ese dolor siempre quedan residuos a modo de cenizas que no pueden borrarse por completo. Por consiguiente
la limpieza de esa cólera debe llevarse a cabo de manera higiénica y periódica
de modo que nos libere. Llevar permanentemente esa pesada carga produce
cansancio, agotamiento, ansiedad, porque no podemos vivir siempre con esa máscara
de arrogancia, cinismo y victimismo, destrozando todo aquello que es tierno,
esperanzador y prometedor.
Cuando
sentimos miedo de perder antes de abrir la boca, cuando nos sentimos desvalidos,
víctimas, cuando callamos irritadamente, y ese silencio es de carácter
defensivo, cuando por dentro alcanzamos ese punto de explosión, necesitamos
perdonar.
El
perdón es un acto singular, que no se completa en una sesión como nos han
enseñado que es. El perdón tiene muchas estaciones. Perdonar no significa
olvidar, pasar por alto, disimular.
«No
sé si alguna vez podré perdonarte»
«O
si lo haré del todo o si lo deseo»
«No
estoy segura de querer perdonarte y todavía lo estoy pensando»
«O
si me arrepentiré»
«Te
perdono de momento…»
«O
hasta entonces…»
Hay
muchos niveles para el perdón, lo más importante es empezar y continuar, es ir enfriando ese porcentaje
de enfado de más a menos. Esa tarea nos puede llevar toda una vida, contra más
comprendamos más fácil nos será perdonar. Desgraciadamente la mayoría de
personas necesitan mantenerse en ese estado de resentimiento hasta llegar al
perdón. Hay personas que por carácter tienen más facilidad de perdonar, pero en
otras se requiere un esfuerzo mayor, y controlado por medio de métodos y técnicas.
No eres mala si te cuesta perdonar, como tampoco eres una santa si lo haces.
Para
poder sanar, antes necesitamos decir nuestra verdad, no sólo nuestro dolor,
sino también los daños producidos y los sentimientos de rabia y venganza
experimentados.
Para
ello la doctora Clarisa Pinkola propone cuatro fases:
APARTARSE,
durante algún tiempo de aquella persona o acontecimiento.
TOLERAR,
abstenerse de castigar, tener paciencia, saber canalizar la emoción.
OLVIDAR,
soltar la memoria, negarse a pensar, aflojar la presa.
PERDONAR,
el perdón definitivo no es una
rendición, es una decisión consciente de dejar de guardar rencor, y se llega
recorriendo un camino de comprensión y entendimiento durante el tiempo necesario
para evitar actitudes falsas o condescendientes. El perdón es un acto de
creación. Se sabe que se ha perdonado cuando se compadece de la circunstancia
en lugar de sentir cólera, cuando se compadece de la persona o situación que la provocó, cuando
al respecto de esa causa se tiende a no querer decir nada, a olvidar, cuando se
comprende el sufrimiento que dio lugar a la ofensa, cuando se prefiere
permanecer al margen y ya no se quiere ni espera nada. Y aunque ese perdón no
acabe como el cuento «vivieron felices y comieron perdices», en
ese momento con toda certeza se abrirán nuevos capítulos que enriquecerán las
vidas y que empezarán por esa frase que todos conocemos «Había una vez…»
D
I C H O S de RAFAEL CADENAS
Cree
que escribe pero solo hace huecos en las paredes de su celda.
Hablo
desde la cárcel que tú también conoces. Pero, qué pasa si la aceptamos? No se
vuelve albergue? ¿No se une a nosotros para formar un ser real?
Sin
esperanza, y por eso, sin desesperanza.
Abandonado
te quiere lo inmenso.
Nos
reunimos para hablar de lo que no es esencial.
Ponerse
a compás de la época significa hoy no ser de ninguna época.
Aceptar
la idea de nación es aceptar la idea de guerra.
El
reino: lo más presente, lo más oculto.
Vivir
ya supone una opción a la que casi nunca guardamos fidelidad.
Digámoslo en voz baja para que la vida no lo oiga: somos personajes.
El hombre ha perdido la poética del vivir.
Lo
inmediato, esa cima.
En
lo más silencioso subyacemos.
Si
bien se mira la alegría es más profunda que la tristeza.
Haber
herido a personas queridas le ha dejado cicatrices sobre las que ha tratado de
formarse.
Culparte
es derramar tu vino.
Salgo en mi busca y solo encuentro huellas.
Nuestra
morada es impenetrable y la habitamos.
Los
ojos reciben innombradas las cosas.
Poetas, girasoles del ser, confíenme sus secretos.
Lo
único que no termina nunca es el presente.
Días en los que está el corazón como el sol en el pan.
Se sirve de la ausencia para estar presente.
La
exactitud protege de la ilusión.
La
poesía no tiene residencia fija, por eso es tan difícil dar con ella.
Haces
el poema y el también te hace.
Un
poco de pensamiento nada más para que no enferme el poema.
Cuando
recobramos nuestro no saber las cosas refulgen.
Te
instalas en el momento fugitivo.
Solo
si no te juzgas puedes hacer transacciones con tu sombra.
Hay
quienes no se permiten ser suaves por temor a disolverse.
Para el Poeta madrileño Jesús Aguado un libro de poemas es un plan de fuga puesto en práctica para escapar de una cárcel diferente, porque la poesía es sobre todo: liberación. También sostiene que para ser un buen poeta antes hay que haber aprendido a fugarse de muchas prisiones: la del Sentido, la de la Historia, la del Cuerpo, la de la Sociedad, la del Yo, la de la Ideología. Ese carácter de búsqueda de identidad y aceptación de la poesía la convierte en primordial. ¿No te has preguntado en que cárcel andas metido tú ahora?. En todos nosotros hay un poeta con la voz dormida. La poesía puede ayudarnos a despertarla. Con la palabra podemos inventarnos, construir nuevas estructuras, modelar lo que queremos ser, hacer del espacio y el entorno donde vivimos un lugar más habitable y hospitalario. La poesía y el amor nos liberan. Adelante ¿A qué esperamos?.
Lo que dices de mí:
un extraño camino que nunca he recorrido,
un camino que enlosan tus palabras
y que si miras bien se corresponde
con una de las líneas de tu mano.
Lo que dices de mí
eres tú misma,
eres tú de repente bifurcada,
una parte de ti que se queda a tu lado,
otra parte de ti que se viene conmigo.
Lo que dices de mí va borrando mis huellas
Lo que dices de mí me prepara emboscadas.
Lo que dices de mí
es saliva y es tierra que amasas para darme
figura de caballo, figura de montículo,
figura de lunar, figura de tu espalda,
figura de cualquiera de mis dedos
cerrando uno por uno todos tus orificios
(más saliva y más tierra que coges para darme
figura de cabaña, figura de murciélago.
Lo que dices de mí
es mentira que acierta a decir la verdad.
Lo que dices de mí
se acuesta junto a mí donde estaré,
se acuesta junto a un hueco que llama por mi nombre
y al que besa y aplasta hasta que nazco.
Lo que dices de mí
es telaraña, es red, pero tú no las tensas,
pero nadie las tensa pues nadie está al acecho,
es red, es telaraña frenando una caída
que no se ha producido.
Lo que dices de mí me desconoce
del modo más perfecto imaginable,
me desconoce más que el desconocimiento
que me tienen las vetas de una mina,
que me tienen los kraken,
que me tienen las aguas cenagosas,
que me tienen los cientos de tejados
que guarda el huracán en su gruta secreta.
Lo que dices de mí se va probando mundos.
Lo que dices de mí me multiplica.
Lo que dices de mí estira mis pulmones,
catapulta mis ojos,
despierta a los caimanes de mi sangre.
Lo que dices de mí me acelera y me vuelve
más lento.
Lo que dices de mí no lo dices de mí,
no lo dices siquiera, no soy yo,
es raíces de un árbol cuya fruta
se deshace en tu boca y la refresca,
es un malentendido que tu voz
provoca en nuestro sexo
(el fosfeno y la noche es lo que dices
cuando dices de mí no importa lo que digas.)
Lo que dices de mí no son tus opiniones,
es el dulce apagón de la conciencia,
es la locuacidad de lo que existe,
es un puente colgante entre nosotros,
son ardillas que roen las cuerdas de ese puente,
son cáscaras de nueces, un arca abandonada,
maderos embreados que alimentan el fuego
de un náufrago asustado.
Lo que dices de mí
es estaca que busca
con avidez al ávido corazón de ese muerto
que ronda mis castillos y se duerme en sus sótanos,
ese muerto no muerto que llamamos amor.
Lo que dices de mí no necesita
de mí para encontrarme.
Lo que dices de mí no se viene conmigo
a menos que yo firme una página en blanco.
Lo que dices de mí lo dices simplemente
con estar en el mundo, lo dice tu deseo,
esa energía pura que hace pasar las nubes.
Lo que dices de mí
obliga al horizonte
a tenderse a tus pies y lamerte sumiso.
Lo que dices de mí se escribe en las paredes
con tizones calientes de tus muslos.
Lo que dices de mí
es la jaula y el mapa
en el acto preciso de aprender
a vendarse los ojos y saltar al vacío.
Lo que dices de mí me pone en marcha,
un loco mecanismo
de huesos astillados como sables
que va retando a duelo a todos los que dicen
que nunca has dicho nada de mí, que estás callada,
que un mutismo feroz te ha comido la lengua.
Lo que dices de mí
es manada de lobos
hambrientos y atrapados en páramos nevados,
lobos que se devoran entre aullidos
mientras hila la luna bufandas para el No.
Lo que dices de mí me traduce a un idioma
que aún no conocemos.
Lo que dices de mí me resucita.
Lo que dices de mí:
una orquesta sonámbula
de músicos que tocan concentrados
y miran sin rencor sus partituras
mientras todo el pasaje
ya abarrota los botes salvavidas.
Lo que dices de mí me deja solo.