domingo, 4 de febrero de 2024

LA ESTRATEGIA DE LA PÚA

 


En cierta ocasión hablando con un miembro de mi familia sobre lo difícil relación de las personas, me contó a modo de ejemplo algo que había escuchado sobre los erizos. Cómo por las noches, cuando hacía frío, se arrimaban entre ellos buscando el calor, pero al acercarse mucho se pinchaban con las púas y se lastimaban, por lo que enseguida se alejaban.

Así somos las personas, coincidimos los tres que participábamos de la conversación. Necesitamos el abrigo de los otros, pero a menudo esa distancia nos incomoda. Sin pretenderlo, dañamos al que se acerca demasiado o lo rechazamos. Otras veces somos nosotros los rechazados.

Unos y otros andamos buscando siempre el término medio donde aceptarnos y querernos. Donde entendernos mejor. Nadie dijo que la convivencia de las personas fuera fácil y mucho menos gratuita.

Me viene a la cabeza un poema entrañable de la poeta Burgalesa Begoña Abad, La medida de mi madre, donde cuenta como la hija de pequeña andaba buscando la medida exacta donde quererse con su madre. Primero se empinaba para besarla, pero cuando se hizo mayor y creció se tenía que agachar para dejar su beso.

Cuando los erizos ya conocen los límites del calor y del dolor se emparejan para siempre. La medida al final no debería ser tan importante como el hecho en sí de quererse, de ser amigos y cuidar más los unos de los otros.

Buscando información sobre esta fábula, metáfora de la vida misma, encontré las reflexiones de José Pomares, «profesor de ética empresarial y personal», acerca de lo alejados que estamos los humanos como sociedad familiar y empresarial. Los valores que dan soporte a una vida están a la deriva, incluso aquellos a los que se les atribuye virtud, no lo son tanto -a su manera de ver- como el caso del respeto. Manifiesta que en nombre del respeto actuamos equivocadamente.

El respeto es necesario, por supuesto que lo es, pero el respeto nos hace tomar distancias, nos aleja de los otros. La generosidad, sin embargo, es colaborativa, nos permite ayudar. El respeto no une. La generosidad sí.

Esa clase de generosidad, que hace que hagamos las cosas sin pensar, de manera desinteresada. Esa clase de generosidad nutre y enriquece a la especie humana.

Atendemos poco o nada al que nos necesita, porque siempre andamos con prisas, incluso huyendo de nosotros mismos. Nos olvidamos lo importante que es conocerse y trabajar en lo personal para seguir creciendo y desarrollando nuestra inteligencia y nuestra espiritualidad. Expandiendo una conciencia sana y saludable.

Lo mejor que puedo hacer por otro ser humano es ser mejor yo cada día.

Es una regla sencilla de aplicar, que acortaría distancias, haría de nuestra convivencia un mejor estar y sin duda un mundo mejor.

Los cambios son importantes. Todo en el universo es movimiento y cambio. Lo que cambia y se adapta perdura. Lo que no cambia fenece. Nos corresponde estar en continua trasformación, en continua comunicación. Pero debemos hacerlo bien: no estresados, no atolondrados, no atropellados. A las personas que todo el día corren y no van a ninguna parte yo los llamo “personas mecedoras”. Son cómo los balancines que están siempre en movimiento y la realidad es que no van a ningún sitio.

El diálogo de los cuerpos es la expresión de cómo se comunican las almas, ¡tan descuidadas! ¡tan desvalorizadas! Con las almas no se trafica ni se comercia. No son moneda de cambio.

Con comportamiento erizo busquemos al amigo, al compañero de vida, a la persona afín con la que andar caminos. Encontremos la medida exacta donde entendernos y querernos, donde no hacernos daño, donde cuidarnos. Y porque no, donde admirar la utilidad que una púa tiene por pequeña e insignificante que parezca.
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