miércoles, 31 de mayo de 2023

SON RISAS MIL SOBREVIVIENDO





Hoy me gustaría contar algo gracioso de esas cosas inesperadas que a veces nos pasan y nos hacen reír todo el día. Me acuerdo ahora de los andaluces de Cádiz, siempre con su buen humor y sus chirigotas, siempre con un chascarrillo en la boca, ellos sí saben reír a todas horas,  ellos siempre cuentan cosas graciosas y anécdotas divertidas, se podría decir que es una actitud de chispa continua que le echan a la vida, como un pulso para que esta les mantenga en ese estado de humor permanente.
Yo soy más de sonreír, reír no se me da bien, ni tengo una risa fotogénica, pero reír a mandíbula abierta, cuando eso me pasa, es de las cosas que mejor me sientan.  Aquí por donde yo vivo, nos reímos poco, en serio.  
Yo ahora, a mi edad,  procuro estar en modo sonrisa,  a veces con una almendra amarga en la boca, como la de estos días con la resaca de marea azul que han dejado las elecciones municipales y autonómicas del pasado domingo. Esta semana los filibusteros políticos de turno celebran su triunfo. La política están todas enfermas y fracasadas. Son la anti sonrisa. 
Y porque quiero sobrevivir a ese fracaso y no quiero que se me avinagre la cara, saco los pies del jardín donde me he metido sin querer y me voy  al Parque Nacional del Timanfaya en Lanzarote, a contaros una anécdota graciosa que nos pasó hace unos años cuando volvíamos al hotel con mi marido. Nos dirigíamos hacia el norte en el coche y nos perdimos por un pueblecito del que no recuerdo el nombre, queríamos salir a estirar las piernas y paramos el motor para preguntar a un hombre, que pasaba justo en ese momento por allí, para preguntarle qué se podía ver de interés en ese lugar, a lo que el hombre, que debería tener entre cuarenta y cincuenta años, con mucha sorna contestó: "por aquí lo más interesante de ver es mi mujer, y ahora mismo está trabajando" explotamos de la risa los dos a mandíbula abierta con la ocurrente salida del lugareño y la sorna con la que pronunció la frase, estuvimos así toda la tarde, se nos caían las lágrimas, no podíamos parar de reír. 
Hay pocas cosas tan auténticas y favorecedoras como la risa, cuando es espontánea. La sonrisa sin embargo tiene muchas facetas, y no siempre buenas: las hay amables, de postureo, falsas, cordiales, de cordero degollado, de bienvenida, de disimulo, políticas, desganadas, beatas, burlonas, sonrisas de camello, dulces, pegajosas, educadas, edulcoradas, malévolas, amorosas, sensuales, insinuantes, interesadas, ácidas, hipócritas, verticales, sonrisas a granel, a peso, multiusos, de ciruela pasa.  SON RISAS MIL sobreviviendo. 
La auténtica, la que no tiene doble cara, es LA SONRISA INTERIOR, la que ponemos cuando nadie nos mira:  no dejes que nada ni nadie te la amargue. 
 
 


miércoles, 24 de mayo de 2023

HAY PASADOS QUE NO TIENEN FUTURO

 



Hace unos días me sorprendió Susana, una persona a la que conocí hace poco más de un año. Mientras paseábamos por el paseo de la playa con mi pareja, los tres, nos contaba los problemas que tenía con su hija adoptada, que ahora tenía veintitrés años. La había recogido de un orfanato en un país extranjero a la edad de ocho años. La crio sola,  le proporcionó cariño, estudios, una familia y todo cuanto estuvo a su alcance, que no fue poco. La adopción había supuesto una fuente importante de problemas para ella, problemas que fueron aumentando con la edad. El relato que escuchamos de su boca era triste y por momentos  desgarrador: la niña huérfana de padre,  a la edad de ocho años perdió también a la madre, y se quedó al amparo de un orfanato.
Cuando Susana se hizo cargo de la  menor, la puso en manos  de buenos especialistas para que le ayudaran a superar el trauma que la niña arrastraba. Con el paso del tiempo y la educación recibida, la pequeña se convirtió en una joven preparada, estudió idiomas y una carrera universitaria,  pero la convivencia entre ambas no era fácil ni buena, llegada la adolescencia se fue haciendo insufrible.  La dolorosa experiencia de la orfandad la convirtió, ya de adulta, en una persona tirana con su madre adoptiva. Ese dolor lo sacaba por la boca  hiriendo a la madre, la persona que más hacía por ella, la que más la quería. Enfados, peleas, broncas, insultos que se repetían a diario y que hacían el vivir de ambas un infierno.  Susana era una mujer independiente, deportista, con estudios, había recibido una muy buena educación, hablaba cuatro idiomas y tenía mundo, pero la mala relación con su hija la hacía sentir culpable, le producía ansiedad, la fricción continua en la convivencia la iba empequeñeciendo.  
Me sorprendió cuando la escuché decir que su hija era una narcisista. Podría  ser que los beneplácitos, comodidades y atenciones que la pequeña recibió, la convirtieran o ayudaran a formar ese carácter déspota y hostil, insensible a los sentimientos de los otros, como  demostraba la niña,  pero el desgarro de la menor, era entendible que tenía una raíz más profunda. Cuenta Susana que cuando la llevó a casa, el llanto de esa criatura nunca antes lo había escuchado,  era desgarrador y cuenta que le duró mucho, mucho  tiempo hasta que se le apagó.    
El inconsciente de la niña buscaba culpables, alguien que pagara por el daño recibido, por arrancar de sus brazos a edad tan temprana a los seres más importantes de su vida.  Sin proponérselo se convirtió en un verdugo para su madre adoptiva, descargando en ella su ira,  su dolor contenido. Llegó un momento que Susana no sabía como tratarla,  cómo hacer frente al mal trato psicológico que recibía de su hija,  cómo podía ella liberar la sensación de fracaso que sentía en todo su cuerpo. La niña, ya adulta, se negaba a recibir ayuda,  seguía buscando la confrontación y la pelea con la madre.       

Conforme íbamos caminando, la conversación se entrelazaba con otros temas, en parte por kyara, la perra de Susana, un animal inteligente y sociable que al parecer conocía media vecindad, por el gran  número de paseantes que la llamaban por su nombre; la perra iba saludando a todos  y esos todos saludaban a Susana y cruzaban palabras con ella. No se como fue, en referencia a una de estas  personas con la que nos cruzamos, que nos dijo, me gustan las personas así, directas, las que van al grano, sin rodeos, las que dan vueltas a las cosas no me gustan, me confunden, nunca sabes donde quieren llegar,  no las entiendo. Por más que me duela prefiero la verdad.

Susana no sabía mentir, cómo más tarde confesó. Yo iba de sorpresa en sorpresa, pues ya he dicho que no hacía tanto tiempo que nos conocíamos. En mi casa no se mentía nunca, nos dijo. Mis padres nos  acostumbraron a mi y a mis hermanos a hablarlo todo en familia, cualquier tema, cualquier problema de cualquier tipo se debatía y se hablaba entre todos. Creció pensando que todas las personas eran así, que todas las familias hacían lo mismo. Eso explicaba que cuando su hija la insultaba o le hacía reproches, siempre a puerta cerrada,  Susana la recibiera con la actitud natural de: vamos a hablar sobre lo qué te pasa hija, con la mejor de las intenciones  y que eso no fuera suficiente pues la niña llevaba nudos internos muy fuertes de desatar que requerían conocimientos y ayudas de profesionales expertos. 

Susana escuchaba lo que la hija soltaba por la boca y lo interpretaba con horror y con error: al pie de la letra.  Me contó que esa manera suya de entender las cosas, sin vueltas, literales, tal cual las escuchaba, le había ocasionado muchos problemas con las personas. En cierta ocasión, nos contó a modo de ejemplo: unas amistades que vivían en Nueva York me dijeron:  ven cuando quieras a visitarnos Susana, siempre serás bien recibida, y así fue como  un día le dio el arranque, cogió un vuelo sin avisar y se presentó en casa de los amigos, en Manhattan, quien al verla aparecer por la puerta se quedaron a cuadros y ella al darse cuenta quiso que le  tragara la tierra. Así era Susana, una persona sin filtros, ni picardías, directa.  

Yo iba de sorpresa en sorpresa. Ahora entendía cierto comportamiento, la falta de tacto, -que no de educación-  que había mostrado en alguna ocasión conmigo, por supuesto sin ninguna maldad. Los humanos somos todos harto complicados, manuales dignos de ser estudiados y subrayados.  

¿Me estás diciendo que no tienes picardía? le pregunté, y me contestó: cero. Bueno, estoy aprendiendo y lo mío me cuesta. A veces hay que mentir por no herir, le dije, para que alguien no se moleste, son mentiras no premeditadas, sin maldad, hay que tener tacto.  No me queda más remedio que aprender, estoy en ello, pero sigo prefiriendo la verdad, lo espontáneo, no me fio de los que dan vueltas y rodeos. Y esa misma verdad sin filtro ofensiva e hiriente, sin medida ni tacto,  era la que escupía  su  hija por la boca cuando discutían. 

Nunca acabamos de conocer a los otros, ¡qué fuente de riqueza inagotable! pensé, no hay dos iguales. Me confunde y me gusta a la vez.

Al escucharla esa tarde entendí que en ese comportamiento suyo había una forma de pureza que la hacía verdad a mis ojos, se mostraba sin postureo alguno, a cara descubierta, su ignorancia era también la  mía, todos somos de muchas maneras ignorantes.   

La joven no quería trabajar, ni independizarse, quería seguir viviendo a la sopa boba, a costa de la madre. Las dos convenían cuando estaban bien, que era mejor el vivir independiente de cada una, tomar distancia emocional para una mejor relación, pero llegado el momento la joven se resistía a buscar trabajo, a irse de casa, de manera que el conflicto no cesaba.        

Todo en la vida exige un equilibrio entre las partes, en formas y maneras. Susana no tenía destrezas sociales especiales, tener una buena educación no la hacía perfecta. Perdía la vida intentando que la razón le explicara, le argumentara comportamientos que ella pudiera entender, sacaba conclusiones con conocimientos pobres, viajaba a la India en busca de paz y la perdía en el camino de vuelta, quería entenderlo todo de forma académica y reglada  con el discurso de una mente discursiva, dejando así que se le escapara la escucha esencial, aquella que pasa por los costados cuando estamos viviendo -no de frente-  como cuando estamos subidos en un tren en marcha,  con la mente y la mirada relajada y una vocecita amiga, a la que no interpelamos, aparece y nos habla, nos da las respuestas que andamos buscando mientras el tren está en marcha y nosotros en silencio, pero que olvidamos en la primera parada o cuando la noche pasa página.  

Con el mismo propósito, empeño e insistencia que la vida nos plantea mil problemas de todo tipo, deberíamos nosotros insistir en aprender, pero no lo hacemos porque nos asalta la culpa,  tenemos miedo al rechazo, a la confrontación, al fracaso. Sufrimos siempre por las mismas cosas, en el mismo sitio, con las mismas personas, a la misma hora.  Leí en un ocasión algo de Paulo Coelho que decía algo así, cuando una cosa te pasa por primera vez, puede que nunca más te vuelva a pasar, cuando te pasa dos veces es muy probable que te pase una tercera. Ahí empieza nuestro periplo emocional de repeticiones y fracasos. 

Una hija que ha superado la adolescencia, que ha recibido una buena educación, que tiene edad de entender, que cuenta con el apoyo familiar que siempre tuvo, ¿Qué más puede exigir?  nada. Si acaso pedir ayuda, si acaso agradecer, si acaso llorar, si acaso perdonar, si acaso entender, si acaso aceptar, si acaso dejarse ayudar, si acaso respetar, si acaso seguir viviendo y dejando que los otros vivan.  

Lo que no se puede arreglar, lo que no podemos atrapar ni está en nuestras manos hay que dejarlo pasar. "Hay pasados que no tienen futuro" si no hay empeño ni voluntad. Se ha de aprender a vivir con ello, con determinación y tirar para adelante. 

Nuestras virtudes y nuestros defectos son inseparables, como la fuerza y la materia. Cuando se separan, el hombre deja de existir -Leonardo da Vinci.

Vivir perturbados en la zozobra permanente, el temblor, el dolor y la angustia no es vivir.

Cada persona adulta ha de cuidar su vida, su casa y su jardín, para dar una mejor vida a los que quiere. Eso sí es vivir con autenticidad. También es heroísmo, no dejar que nadie apague tu luz.  


 

domingo, 14 de mayo de 2023

ENTENDERSE MAS Y MEJOR CON EL MUNDO



Cuando me preguntan sobre qué escribo, contesto que sobre mi. Escribir pone en orden los pensamientos. Siempre escribo sobre mi, hasta cuando no lo parece. Orhan Pamuk "cree que escribir es descubrir, batallando con paciencia durante años, la segunda persona escondida en el interior de uno mismo, ese ser encerrado en una habitación y sentado a una mesa, que se repliega a si mismo, a solas, para soltar las palabras que hagan del mundo otra cosa diferente de lo que es sin ellas".

Mientras que otros eligen la botánica, la fotografía o la jardinería, yo elijo conocerme mejor, ordenarme, poner letra a mi historia personal, a mis descubrimientos, a la música que suena en mi.  Ocuparse de uno implica responsabilidad, prestar atención a los cambios que se van produciendo, despertar la curiosidad de los otros, en ese basto universo que somos todos,  y aprender a aceptar aquello que no podemos impedir, aquello que hay que dejar pasar, como dice el Budismo Zen. Quitarle al mundo retórica y gravedad, desvelar la mentira. 

El conocimiento a veces produce malestar y dolor cuando nos aleja de los otros, cuando nos hace más críticos y sabedores. El saber, al contrario de lo que dice el refrán, sí ocupa lugar, y desplaza  a las personas,  pues el conocimiento siempre está en acción,  y nosotros con él. Hay personas que parecen estar siempre activas y sin embargo no van a ninguna parte,  porque su manera de estar y sus ideas solo dan vueltas en círculo, repitiendo hábitos y conductas, las mismas de siempre. Estas personas "de movimiento mecedora", no avanzan.

El saber conlleva una corriente interior que nos mueve más lejos. Si no hay cambios no hay crecimiento, si no hay duda, no hay reflexión ni progresión.  Me lo repito cada día, ahora que me estoy haciendo mayor, por que la tendencia del adulto es  repetir y circular por las mismas vías de siempre, donde se siente uno a salvo. 

De la misma manera que corrijo y mejoro los textos que escribo, me esfuerzo por entender la vida que se renueva,  y mejorarla. Viajando se amplia la mirada, la visión de las cosas, de las personas, de la propia existencia. Nunca somos los mismos cuando regresamos. Todo el mundo debería poder viajar a lugares distintos.

Hace apenas unos días que regresé de Zurich. Pasé allí dos semanas en casa de mi nieta. Estuvimos las dos solas. Nos adaptamos la una a la otra sin ninguna norma, de manera natural, nadie impuso ni dio ordenes a nadie: ni yo me puse a organizar el caos de su habitación -tentada estuve-, ni ella reprochó que no me quisiera adaptar  a sus horarios suizos. "Allí donde fueres haz lo que vieres". Yo vi en ese espacio mi casa, -así me lo hizo sentir- e hice lo que hago en la mía, convivir y compartir felizmente, de la misma manera que lo hacen dos saetas en el mismo reloj, y marcan tiempos diferentes.

Habían transcurrido apenas dos horas desde que me recogieron del aeropuerto, cuando me vi subida encima de un patinete eléctrico que mi nieta había alquilado. Me paseo por los alrededores de su casa primero, luego me dejó sola y finalmente acabó ella subida detrás de mi, enganchada a mi cintura -a lo que queda de ella. Subir en patinete era algo que yo tenía pendiente, algo que pensaba ya no iba a ocurrir a mis años; ella conocía mis ganas y lo hizo posible, fue una auténtica gozada, y una preciosa locura que nunca olvidaré.  "Elena ya no tienes edad para estas cosas" me decía, y también "Ole tú".  Recorrimos el trayecto de unos mil quinientos metros hasta el pie del funicular que nos subió a una montaña próxima, donde se podía disfrutar de unas bonitas vistas de la ciudad de Zúrich,  y del impresionante lago de 90 kilómetros atravesando la ciudad.  Allí iniciamos una caminata de noventa minutos que se convirtió en otro momento placentero, mientras íbamos conversando y poniéndonos al corriente de todas nuestras cosas. Pasamos por una granja donde nos dieron a probar leche recién ordeñada, previamente tratada claro, se podían comprar huevos que acababan de poner  las gallinas. Nos hicimos fotos con los animales, un selfi con una vaca que se aproximó tanto a mi oreja que se podía percibir su aliento. Curiosamente también había alpacas y llamas que parecían vivir en su medio natural, como auténticas reinas, en sus cabañas, rodeadas de hermosas lomas y prados verdes. Si hubiera aparecido Heidi en esos momentos le habría preguntado por su abuelo, nada extrañada.  

De cada viaje uno trae siempre algo nuevo, por pequeño que sea. Os conté en mi anterior carta como me sorprendió descubrir las escaleras para gatos en las paredes exteriores de las casas, me pareció algo extraordinario y nada común.  Pues bien, una de las cosas que más me impresionó de Zurich, en esta ocasión, algo que ya sabía pero no hasta el punto que sí pude comprobar, fue la pulcra organización que tienen con los horarios en los transportes públicos, siempre en hora, perfectamente coordinados, precisos y exactos. Me encanta la puntualidad suiza y la información extraordinaria de los servicios. No hay caos circulatorio ni ruidos molestos, el sonido en el centro de la ciudad es del deslizamiento que hacen los tranvías cuando discurren por las vías. Eso sí es pacificar una ciudad y no lo que está sucediendo en estos momentos en mi ciudad, Barcelona, donde las calles se colapsan en horas punta, se cargan de estrés circulatorio las principales vías.  Soy crítica con este tema, porque recojo el malestar y el enojo de muchos conductores que sufren las consecuencias de lo que la alcaldesa Ada Colau, responsable del proyecto, llama "pacificar la ciudad". En los últimos meses se han suprimido demasiadas vías y calles al tránsito de vehículos, convirtiéndolas en zonas peatonales, mejorando barrios que sí han salido beneficiados cuyos vecinos están muy satisfechos. Cambiar una estructura viaria en una ciudad como la mía es arto difícil y complejo, son proyectos que llevan mucho esfuerzo de todo tipo, yo de lo que me quejo es de la poca información que tenemos como ciudadanos por un lado y por el otro, que cada vez que cambian un gobierno o una alcaldía cambian los proyectos, a veces de extremo a extremo. El urbanismo de una ciudad ha de ser pensado con mucha antelación y detalle, con mucha responsabilidad para que las ciudades, efectivamente, sean más habitables y pacíficas para el bien común de todos los ciudadanos. Estos cambios de los que hablo han dado lugar a muchos accidentes con los patinetes, entre otros, con la creación de vías en las aceras que siempre han sido tránsito peatonal. Así no se pacifica una ciudad, antes hay que poner normas de circulación exigentes, para que se cumplan, bajo pena de sanción. Si desde el inicio las cosas se hacen bien después no hay tanto que lamentar. 

Estas cosas y otras son las que comparas y te cuestionas cuando viajas por el mundo. Cuales son los cambios, las tomas de decisiones administrativas y políticas que mejoran las ciudades y nos mejoran como sociedad, y cuales nos hacen ir para atrás. 

Elena Larruy


martes, 2 de mayo de 2023

UNA ESCALERA PARA EL GATO

 



Hoy ha amanecido nublado, un día más. Las previsiones del día no son buenas, nunca me acostumbraré a este clima húmedo y gris; resta alegría. El cielo de Zúrich es un encadenado de nubes, cuando no están en marcha lo cubren todo, no dan tregua. Es como vivir tras un cristal o debajo de un paraguas. Hace una semana que llegué y no he visto un solo día el cielo despejado, los próximos cinco son de lluvia. Vivir así ¡es una condena! me digo para adentro, aunque mejor mirado podría decirse que es el precio que pagan los suizos por la seguridad y el bienestar que este país, tan verde y hermoso, les ofrece. Es un "todo incluido". se podría decir. No todos los suizos son ricos y solventes, como pueda parecer desde fuera, pero sí tienen todos buenas comodidades y derechos asegurados, como la educación, la vivienda y las oportunidades de trabajo. Yo diría que administran bien la justicia social. El tema sanitario también lo tienen cubierto. Cuentan con bastantes ayudas estatales, aquí no hay precariedad. Aquí la vida es muy cara, sumamente cara, es una de las economías mundiales más fuertes.

Entre el mal tiempo y los precios tan elevados no se ve mucho turismo. Pero todo no es malo, esta ciudad tiene cosas que suman, y muchas fortalezas, que ya os iré contando. Yo me adapto a sus horarios y quehaceres, ahora mismo hago tiempo mientras espero que mi nieta salga de la cama. Hoy es su día de descanso, es sábado y tenemos programado hacer muchas cosas. Yo me levanto muy temprano, se va pasando el tiempo, luego nos tocará correr, pero no le digo nada, prefiero que descanse, el día da para mucho cuando estamos juntas y seguro que a pesar de la lluvia y de las nubes nosotras veremos salir el sol. El sol, eso somos la una para la otra.

En su casa me muevo como un gato, aunque aquí se podría decir como pez en el agua, eso sí con total libertad y antojo, procuro siempre en las casas donde estoy, hacerlas mías o si no no estoy. Siempre encuentro mi rincón para escribir, donde sentarme a leer o hacer mi clase diaria de inglés; me preparo para la próxima vida, esté donde esté, quiero traerlo aprendido, facilita mucho las oportunidades cuando viajas, cuando quieres saber cosas.  Otras personas a mi edad se entretienen saliendo a pasear, yo también lo hago pero además aprendo. No hay tiempo que perder, me gusta poner intención en todo lo que hago. 

Con el tiempo los libros y yo nos hemos ido haciendo amigos, me gustaría ser más lectora, leo menos de lo que me gustaría. Por las tardes se me aflojan "las pilas", lo mío son las mañanas, en especial de madrugada. Siempre hay algo que aprender de ellos,  y yo ahora, de mayor, me he vuelto mejor estudiante. En mis viajes llevo siempre uno de papel, ayer terminé de leer: Nosotros de Manuel Vilas. Estuve a punto de abandonarlo en la mitad, pero de repente el argumento dio un giro inesperado que hizo que le diera otra oportunidad. Es una novela romántica que cuenta el vivir de una mujer que acaba de quedarse viuda,  de cómo a través de viajes y aventuras sexuales con desconocidos sustituye el amor del hombre que ha perdido. No me gusta este género literario, ni la temática,  y la pareja protagonista de la novela me parecían de mentira, luego todo tuvo su explicación, incluso que le dieran el premio Nadal a Vilas este año, pero lo compré porque él si me gusta y además es poeta y de Barbastro.

Me gustan las personas inteligentes, sensibles y honestas, por el mismo orden. Las personas que no se engañan, que van de frente a cara descubierta. Y Vilas es uno. No puedo concebir una cualidad sin la otra. Hay mucha sensiblería estúpida que no soporto, y mucha inteligencia dada, -por sorteo divino- a personas que no la merecen, por mal uso.  

El mal tiempo, la dificultad del idioma, lo endemoniadamente caro que es todo aquí, y que a mi nieta -absorbida por trabajo y estudios- la veo poco, hace que alguna noche me conecte a Netflix y quiera ver buen cine: misión imposible, ingenua pretensión la mía. Esto si es una inclemencia mayúscula y no la del tiempo en Zúrich, que al final llena lagos y pantanos y hace que se pueda beber agua del grifo, por cierto buenísima. Un horror, un escándalo de violencia gratuita, eso es -en su gran mayoría- el contenido de Netflix. Insana influencia la de esta plataforma, salvando excepciones de algún documental, de alguna comedia de las que no miro por insulsas, el resto es todo violencia, corrupción, sangre, armas y terror. Miro las películas y las series una a una, para elegir la que me entretenga un rato, y es lo mismo que buscar "la aguja del pajar". Este insano y mal cine,  tan pernicioso, debería estar prohibido. Basura, mucha basura, eso es lo que se puede encontrar en Netflix. No renuncio al placer del sofá y la mantita, mientras siga haciendo mal tiempo, así que cuando encuentre algo interesante que ver y recomendar, algo que no ofenda la salud mental,  os lo cuento. El cine, el bueno, es un arte, hay muchas maneras de tocar los temas, de escribir buenos guiones, el "qué" cuando el "cómo" está bien escrito, contado e interpretado, es lo de menos.  Por fortuna tenemos cientos de actores buenos, y muy buenos directores y profesionales de este arte. El entretenimiento de las personas no debería ser un negocio, ni por supuesto un modo de controlarnos.  

Aquí, en las proximidades de Zúrich, donde me encuentro ahora,  los que viven bien son los gatos, atónita me dejó una escalera que vi el primer día que llegué a casa de mi nieta, estaba instalada en la pared exterior lateral de un edificio de viviendas de cuatro plantas. La escalera, de pequeños peldaños, discurría desde un entresuelo hasta el ático. Cuando pregunté por esa cosa extraña que colgaba en la pared, me contestaron que era una escalera de gatos. ¿Una escalera para los gatos? Sí, aquí en Suiza es muy normal, no hay gatos callejeros, todos tienen un dueño y una casa, viven durante el día libres, andan sueltos. Esas escaleras que se ven en edificios de entornos rurales y campestres, están instaladas para que los gatos puedan salir y entrar libremente de sus casas, les facilita el acceso a los pisos altos. Ellos suben y bajan por ahí con suma facilidad, incluso tienen una red protectora por una posible caída, cosa bastante improbable para un gato. Para su instalación los dueños de los gatos piden permiso a la comunidad, que normalmente les conceden. Es muy normal ver a gatos lustrosos tumbados al sol, como reyes, en medio del césped en los bajos de las casas. Soy amante de los gatos, me encanta esa convivencia. Yo así también tendría uno, si no viviera en una ciudad grande como vivo, me produce gran placer la compañía de un gato, me gusta su vivir independiente y el modo en que me busca cuando quiere mis mimos. Mejor os lo cuento en un poema que escribí hace mucho tiempo para Mia, mi nieta.   



PARAMIAHU
(mi música predilecta)

Me gusta su distinción
sus rasgos felinos
su trato justiciero
acariciar su pelo fino,

sus andares elegantes
su manera de esperarme
y ajustarse a mi regazo,
cuando a mi lado se acomoda
y ronronea: me gusta,
o cuando se pone zalamero
y remolón
y me hace la croqueta
para brinca de repente
a toda prisa
y esconderse juguetón
en el primer cajón que encuentra.

Me acomodo
a su vivir independiente,
lo mismo que él hace al mío.
Nunca inoportuna,
al contrario,
me gusta esa caricia suya
que me dice:
¡me gustas mucho, chica!.

A menudo es engreído
ufano y altanero,
así: también lo quiero.

De su higiene y de su pelo
se ocupa a diario con esmero,
de tanto en tanto
sus uñas afila, en un madero.

Exquisito en sus gustos
se alimenta bien y poco,
si se indigesta:
come hierba y ayuna.

Políticamente incorrecto,
inadecuado a las visitas,
no se anda con chiquitas:
si le gustas,
con el lomo se pasea por tus piernas
si no, se da la medía vuelta.

Cuando el radar de su cola
le pone en guardia
porque un peligro acecha
arquea el lomo
huyendo a toda prisa
con los pelos de punta
y dando unos soplidos
muy furos
que la verdad, asustan. 

Más si de amores se trata
se va por los tejados
a otras casas
en busca de gatos.
Maltrecho y despeinado
a su regreso
no hay reproches, ni enfado
bajo este techo,
para este amor correspondido
que cuida y protege
que acompaña y abriga
que asiste y reconforta
en la mejor medida,
que me espera cada día
al volver a casa.

¡Créeme!
¡Hazme caso!:
¡Deja que te adopte un gato!.

Elena Larruy


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