martes, 29 de octubre de 2019

NO QUIERO


Retrato de Dora Maar-Picasso

En memoria de la poeta ANGELA FIGUERA AYMERICH y su poema No Quiero


La comprensión es una calle de doble sentido.
 Eleanor Roosevelt


No quiero
que haya miedo en las calles,
que se incendien ni  bañen de sangre
que dueños tengan los países
que las razones no sean plurales.

No quiero
que la tierra se cuartee
que el dinero gobierne este patio
que el que más tenga, mande
que monte un negocio de clones:
que los programe.

No quiero
memorias enmohecidas
no quiero siglas serviles
no quiero  consignas de arrastre
no quiero barcos sin vela
no quiero vela sin luz, sur sin norte
vida sin arte.

No quiero
que al suicida no se le abrace
no quiero un niño sin padres
no quiero al que no desaprende
no quiero al hombre ignorante.

No quiero vivir sin belleza

No quiero el dominio de nadie.

Elena



domingo, 20 de octubre de 2019

HACER DE LA NECESIDAD VIRTUD

 
Artista Christoher David White

    El deterioro en la vejez es irreversible, el cuerpo tiene cada vez mayor dificultad para actuar,  lo que lleva al adulto a retirarse, a apartarse de la sociedad, a mirar al mundo con menos interés, incluso con desdén, y no solo le aleja su debilidad, también el propio mundo lo margina. Son varias las características  que aparecen con el envejecimiento, una de ellas es el miedo: miedo a enfermar, a caerse, a constiparse, a que le falte el dinero, miedo al abandono, a quedarse solo. Otra característica es la falta de curiosidad y la indiferencia con las cosas que le rodean. Se encierra más en sí mismo y se entrega con mayor frecuencia a rutinas y  hábitos viejos con los que sentirse seguro. Renuncia a lo nuevo,  porque lo nuevo le produce inseguridad, desazón y desconcierto. Cuentan que Kant era un hombre muy meticuloso, terriblemente disciplinado y predecible, hasta el punto de convertirse en un gran maniático, que hacía de su disciplina una religión. Cuando se renuncia al interés del descubrimiento y del cambio, se corre el peligro de convertirse en alguien así.
    La posibilidad de seguir aprendiendo, no solo intelectualmente sino también internamente, es necesaria. Muchos son los que en ese declive se refugian en creencias de tipo religioso, necesitan sentir que hay algo superior que da sentido a sus vidas y los protege. Otros crean dependencias, necesitan la seguridad del grupo y buscan el refugio de la familia, cosa por otro lado natural. Una característica de la que poco se habla y menos se estudia es el dolor, el sentimiento de vacío y soledad que sufren los más mayores. Cuando se llega a esta etapa de silencio forzoso, de obligada retirada,  hemos de aprender -y nunca dejar de hacerlo- a percibir y mirar con actitud positiva.  Sentir de manera que más nos favorezca, para que como el buen vino, con los años,  no nos avinagremos y seamos gratificados con el sentimiento de que hemos sido los conductores de nuestra vida,  y lo queremos seguir siendo hasta el final de nuestra vida: vencidos sí, que decía  Cicerón, pero nunca destruidos

    Reinterpretar las ideas y las creencias, ser creativos.  Establecer nuevos hábitos de conducta modifica nuestra biología y nos ayuda a sacar más y mejor partido a la vejez. Meditar, si nunca lo has intentado, es hora de hacerlo: beneficia la salud emocional y por lo tanto nuestro sistema nervioso, lo dota de paz y coherencia.
Hacer de la necesidad virtud, que decía Simone de Beauboir, en una actitud de valor y constancia. Vivir al final de la vida como un desafío: ese es el lema.

                                                                          Elena Larruy




martes, 15 de octubre de 2019

SER LA DUEÑA DE UN TIEMPO QUE SE ACABA


El valor del hombre para no ser destruido,
puede ser vencido pero no derrotado.
Cicerón




SER LA DUEÑA DE UN TIEMPO QUE SE ACABA

Atravesar el crepúsculo
con sueños desarmados,                                     
reconocer el error
y enmendarlo,
levantar la cabeza,
ver crecer la luna
y mientras pasa
                     colorear recuerdos.

Recoger la mirada,
disfrutar de la música,
de la buena letra
de las manos que la acompasan.
Alterar el orden de las horas,
ser la dueña de un tiempo
que se acaba.
Dar al  corazón tribuna,
quitarle hierro y espesura:
avivar su tempo.

No existir a medias,
en memorias de condenas
y de ausencias, de dictados
que gobiernan la conciencia,
de duelos ya llorados,
y versos cansados
de rimar tristezas.

Cuanto más se del mundo,
cuanto más del hombre
y la razón que lo ordena,
mayor es mi arresto.
La verdad en mi boca
se hace pequeña;
un feroz desencanto crece
y en la garganta deja
el sabor amargo de un fermento.

"Apenas siento el corazón"
ni el cauce que hacia el tuyo
lleve el mio. Seré vencida, sí,
más nunca derrotada,
en las horas de la edad que pasa,
de un tiempo que se aleja
sin nada mio.


Elena Larruy


jueves, 10 de octubre de 2019

UN VIVIR EMBOTELLADO



Hace pocos días hablando con una nieta que vive en Suiza, me explicaba algo relacionado con sus estudios que me llamó la atención. A la observación que le hacía sobre la importancia de subrayar los textos a la hora de estudiar para retener y memorizar contenidos, me decía que su profesora les hacía formar frases con la materia subrayada con el fin de concretar, concentrar y retener lo relevante y esencial de la lección. En ese momento leía yo máximas escritas por Eduard Punset, relacionadas con el humanismo y el crecimiento del hombre; una de esas frases, importantes, con las que reflexionar decía: En materias de amor y desamor somos como recién nacidos toda la vida: cierto es, o si no, así lo pienso Otra venía a decir: Repetimos el pasado por no saber imaginar el futuro, y también es cierta, cometemos siempre los mismos errores porque nos falta imaginación y también valentía, y la tercera y última decía así, (y lo decía alguien que había dedicado parte de su vida precisamente a la política): La política es la peor invención humana.


Pues bien, a colación de la conversación con Mia, ese es su nombre,  y de la lección importante que me estaba enseñando, pensé hacer ese mismo ejercicio con las tres sentencias de Punset que estaba leyendo, y quedó la siguiente frase que aquí dejo, y que bien resume la ineficacia del hombre por resolver asuntos de vital importancia para su buen desarrollo:

SI VAS A COMETER ERRORES, ASEGÚRATE QUE SEAN NUEVOS. Si no hay error, no hay acierto. 



Y por último dejaré escrito otro aforismo de Federico García Lorca que acabo de encontrar y que me parece sabio y certero: La única cosa que la vida me ha enseñado es que la mayoría de las personas pasan sus vidas embotelladas dentro de sus casas haciendo las cosas que odian. Habla precisamente de esa incapacidad que tenemos los humanos para cambiar el mundo, de romper esquemas, de arriesgar y equivocarnos. Repetimos y repetimos, en un sin vivir, siempre las mismas cosas. Transitamos por los mismos caminos, tropezamos en las mismas piedras...Eso no nos lleva muy lejos y nos deja un sabor acre en la garganta unas veces y otras profundas cicatrices o morimos de hastío y aburrimiento. Ni el amor nos encuentra ni lo encontramos, y además somos gobernados por ineptos, malvados o dormidos que nos privan de libertad y conocimientos, dejamos de ser los dueños, los conductores de nuestras vidas. Algo así como muestra la imagen del pez en su pecera, rodando y rodando con cara de incógnita que nunca se despeja, en la misma pecera toda la vida. Uffffff...

Elena

martes, 1 de octubre de 2019

LOS DIECIOCHO NUNCA SE OLVIDAN


LOS MEJORES AÑOS DE MI VIDA


Agradezco al primer café de la mañana que despierta mi entusiasmo por la vida en mi viaje de paso, al azul del cielo, al claro día que me renueva, a la poesía que sale a mi encuentro sin previo aviso y me ofrece lo mejor de sí, a los paisajes huyendo por los ocasos. Agradezco al recuerdo de mis padres, a su amor presente, a la comprensión de tantas cosas que entendí después de su partida, a la verdad de sus manos, siempre abiertas, a seguirlos queriendo y poder contarlo. A los pocos que me enseñaron con amoroso gesto  y a los otros que no lo hicieron, de los que también aprendí observando y lo sigo haciendo.  Agradezco  al misterio y al hechizo, a la magia de las noches  de San Juan que siguen dándome su brillo y su aliento: a galope sacan los caballos de mi pecho, los que aún no se cansaron de cabalgar, a mi corazón amando y mi sangre engordando en alegría, petando en la hoguera al calor de sus brasas encendidas de recuerdos que conservo y atesoro. Agradezco los días de insomnio cuando  gestaba  el amor primero y no sabía dónde esconderlo,  a mi madre planchando mi pelo los días de fiesta cuando me empezaba a salir el pecho. Al feliz día que abandoné la escuela y el uniforme y  me colé en el baile por vez primera,  tenía quince años: me sacó a bailar un chico y no era uno cualquiera, era alto, moreno y guapo: el que me quitaba el sueño. Rodamos sobre la pista como dos témpanos mudos, aunque los témpanos no ruedan nosotros éramos dos jóvenes que se gustaban y estábamos muertos de miedo, con la música de Matt Monro sonando y girando sobre una misma baldosa, mis manos tímidas apoyadas en su  hombro y las suyas inseguras rodeando mi cintura cogido a un "michelín" desafortunado a modo de cinturón de Saturno que la envolvía por culpa de un pantalón muy ajustado. Memorable momento de incomodidad y bochorno, me quise morir todo el tiempo que duró la canción, que fue eterno, y los días  y semanas que vinieron después. Tanta fue la vergüenza que ya no pude jamás mirarlo a la cara, me escurrí como agua entre rejas, me hice invisible  y desaparecí por y para siempre de su universo. Pero el tiempo de duelo pasó, se olvidó la pesadilla, borré su nombre, limpié el vaho de mi rostro y de nuevo pude contemplarme en el espejo y quererme con todos los encantos floreciendo en mis dieciséis primaveras. Solté mi larga melena, me desprendí de algún kilo de más y me eché al mundo dispuesta a degustarlo trocito a trocito. No hubo resistencia alguna, el mundo y yo nos confabulamos sin mediar palabra y proyectamos un sueño que no tardó en llegar. Contaba con el atrevimiento, la arrogancia y la urgencia de los diecisiete años; años que aún conservo no tan intactos como presentes, nunca  envejecieron. Siempre estaré agradecida a la que fue la mejor época de mi vida, era tremendamente feliz y ese era mi momento y el lugar que me aguardaba era mi sitio. Había llegado la hora de mi vuelo, por fin podía extender mis incipientes alas, mis padres, que muy sabiamente lo percibieron,  no solo no lo impidieron si no que abrieron la puerta de la jaula que me retenía , facilitándome el maravilloso viaje que estaba a punto de realizar a Barcelona, cosa poco común en una familia de los años setenta. ¿Dónde volar? fácil, a la capital, a doscientos kilómetros de mi casa, donde las avenidas y las oportunidades eran lo suficientemente extensas  y gustosas para mis desatados deseos de vivir la vida y seguir creciendo. No tenía miedo,  la independencia y el anonimato que me proporcionaba la ciudad lejos de asustarme me gustaba, mucho más, me apasionaba. Ese era mi lugar, el pueblo nunca lo fue, ¡por fin en casa, me dije! La ciudad y  yo nos atrajimos desde el primer momento y en nada se convirtió en mi hogar. Los primeros flirteos, las conquistas, era una chica de éxito, así lo sentía.  Por vez  primera  pude sentir con suma intensidad el placer y la caricia del viento a mi favor, moverme en libertad sin que nada ni nadie me lo impidiesen y hacerlo con responsabilidad y arrojo, una mezcla perfecta.  Aquella espléndida ciudad moderna, organizada y resuelta me llenó de descubrimientos, un mundo nuevo con infinitas posibilidades se abría ante mis ojos, me incorporé a su pulso con naturalidad asombrosa, me sentía poderosa, encumbrada, y hermosa y me aportó la  dosis de fuerza y confianza que necesitaba.
Corría en el calendario el año 1971 me sentía dichosa, vivía en un estado permanente de enamoramiento y sorpresa,  de cercanía y encuentro, de conquista: había llegado a mi destino. Atravesé puertas, rellené solicitudes de trabajo, cumplimenté cuestionarios psicotécnicos, en los que me hice una gran experta y conocí gente estupenda que me tendió su mano. No estaba sola ni me sentía así, mis padres siempre estuvieron, aunque en la distancia, me facilitaron todo cuanto necesité. Me instalé a vivir con una familia y sus tres hijos junto a La Sagrada Familia mientras decidía como vivir y empecé a moverme segura por el vientre de la ciudad, metros, autobuses, semáforos, despachos, registros de empadronamiento, academias En poco tiempo me hice una ciudadana más y en poco más de tres semanas ya había conseguido mi primer empleo de dependienta en unos grandes almacenes: mis aspiraciones eran otras, no por eso me desanimé, era mi primer empleo, mi primer sueldo estaba entusiasmada y dispuesta a prepararme para conseguir mi objetivo y que una gran empresa me contratara para conseguir mi objetivo,  ese era mi deseo que por el momento se hizo esperar puesto que no reunía ningún requisito más que mi disposición y confianza, no solo no contaba con ninguna  experiencia laboral ni preparación específica, tampoco sabía escribir a máquina, ni tenía la mayoría  de edad, ni hablaba otra lengua que no fuera el castellano. Acababa de terminar el bachillerato y tenía la confianza absoluto de que iba a encontrar un buen trabajo, me lo dictaba el corazón. Así que entendí que mientras llegaba el momento de hacerme oficialmente mayor, debía ponerme las pilas, con lo que retomé mis estudios en una academia y me esforcé en aprender habilidades que me exigían en los trabajos a los que aspiraba. Muchas eran las puertas del futuro donde llamar y realizarme y yo las quería abrir todas, el corazón tenía trazado un plan de ruta solo había que seguirlo, me guiaba por las coordenadas corazón cabeza. Perseguía un sueño y estaba a punto de alcanzarlo y no paré hasta conseguirlo. Solo hicieron falta tres años y tres trabajos medianos que me enseñaron mucho y donde cogí suficientes habilidades y experiencia hasta aterrizar en la empresa multinacional que se convertiría en lo que fue una carrera de éxito personal y  profesional donde permanecí  cuarenta años.
Siempre sonrío cuando recuerdo esos años de "diecidicha, diecilucha y veintefieros felices años de gozo y alegría que brillé con luz propia, en los que fui tremendamente feliz. Por eso lo escribo ahora que necesito una sonrisa y porque empiezo a olvidarlos.
Elena


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