Estoy encerrada en la cuna, no sé cuántos años tengo. Estoy encerrada en este despacho, no sé qué hora es. Encerrada en un somnífero, ya sin preguntas. Encerrada en un nombre propio -¿quién me invoca, quién me convoca?-. Encerrada en un planeta invisible a la lente del telescopio. Encerrada en un árbol genealógico, las raíces podridas por un exceso de agua en los ojos. Encerrada en las cuarenta y cinco velas del pastel. Encerrada en un saco, el oxígeno siempre insuficiente, escaso como las respuestas con sentido. Encerrada en una caja de zapatos -de cuando en cuando, una mano piadosa deja caer cuatro hojas de morera para hacerme feliz-. Encerrada en mi propio encierro, en las piedras con las que levanto la sombra del muro, en la boca y la saliva que no doy, en esta voz que rueda paladar adentro, menguando sin prisa, concentrada, concéntrica, constante. Como un universo en regresión.
creo en lo que se mueve detrás de la aspereza en la instancia agotada de una promesa rota creo en la inmediatez creo en las despedidas en los cuerpos vencidos por el peso de la parte que falta creo en la vanidad creo en lo efímero en la trinchera que construye la noche con las piedras del día creo en los pactos del azar en la brutalidad de los sentidos en esa dentellada que sufren los cimientos cada nueva estación yo pego inútilmente la espalda a la pared vivo en esa cornisa tarde o temprano me romperé los dientes sin el menor estilo sé predecir esa obviedad creo en la conveniencia de recapitular en la esforzada dignidad que me asiste en los favores del instinto más que en ninguna cosa
Nos cuenta Blanca Varela en una de las pocas entrevistas que concedió, ya de mayor, que hubo una vez en que un sacerdote le negó la absolución por negarse a seguir leyendo a Emilio Zola. El cura en cuestión la obligó a elegir y ella no dudó: se alejó de la iglesia y la abandonó definitivamente cuando perdió a su hijo Lorenzo a la edad en que un hijo debe vivir y recorrer el largo camino de la vida y sobre todo sobrevivir a sus padres.
Con sangrante dolor de madre se preguntaba porqué ese empeño de Dios en arrebatar lo más hermoso de su vida. No sabemos si Dios le respondió, pero si conocemos lo que en su poema Casa de Cuervos dejó escrito de esa amarga desgracia. No hay desolación de madre que consuelen razones de Dios ni actos de fe.
porque te alimenté con esta realidad mal cocida por tantas y tan pobres flores del mal por este absurdo vuelo a ras de pantano ego te absolvo de mí laberinto hijo mío no es tuya la culpa ni mía pobre pequeño mío del que hice este impecable retrato forzando la oscuridad del día párpados de miel y la mejilla constelada cerrada a cualquier roce y la hermosísima distancia de tu cuerpo tu náusea es mía la heredaste como heredan los peces la asfixia y el color de tus ojos es también el color de mi ceguera bajo el que sombras tejen sombras y tentaciones y es mía también la huella de tu talón estrecho de arcángel apenas pasado en la entreabierta ventana y nuestra para siempre la música extranjera de los cielos batientes ahora leoncillo encarnación de mi amor juegas con mis huesos y te ocultas entre tu belleza ciego sordo irredento casi saciado y libre con tu sangre que ya no deja lugar para nada ni nadie aquí me tienes como siempre dispuesta a la sorpresa de tus pasos a todas las primaveras que inventas y destruyes a tenderme —nada infinita— sobre el mundo hierba ceniza peste fuego a lo que quieras por una mirada tuya que ilumine mis restos porque así es este amor que nada comprende y nada puede bebes el filtro y te duermes en ese abismo lleno de ti música que no ves colores dichos largamente explicados al silencio mezclados como se mezclan los sueños hasta ese torpe gris que es despertar en la gran palma de dios calva vacía sin extremos y allí te encuentras sola y perdida en tu alma sin más obstáculo que tu cuerpo sin más puerta que tu cuerpo así este amor uno solo y el mismo con tantos nombres que a ninguno responde y tú mirándome como si no me conocieras marchándote como se va la luz del mundo sin promesas y otra vez este prado este prado de negro fuego abandonado otra vez esta casa vacía que es mi cuerpo a donde no has de volver
Pero Blanca, considerada como una de las voces latinas más importantes de la poesía latinoamericana, sí tuvo un convencimiento: su auténtica devoción por la poesía. Poesía aparentemente fácil, sin adornos, pero a la vez compleja y abstracta, con muchos pasajes oscuros; tenía fe en la palabra, que a su decir la iluminaba y le abría caminos que recorría junto a otras importantes figuras de la literatura: Breton, Neruda, Simone de Beauvoir o Cesar Vallejo quienes contribuirían a mostrarle las luces de la supervivencia y junto a su amigo Octavio Paz quien dijo de ella " es una poeta que no se complace con sus hallazgos ni se embriaga con su canto. Con el instinto del verdadero poeta, sabe callarse a tiempo"
Para los que os gusta su poesía y queráis conocerla un poco más, os dejo este vídeo: