lunes, 6 de febrero de 2023

LA IMPOSTORA

Y después de hacer todo lo que hacen, se levantan, se bañan, se maquillan, se perfuman, se peinan, se visten y así progresivamente van volviendo a ser lo que no son. Julio Cortázar



A menudo me siento una impostora. ¿Quién soy yo en realidad? Me pasa cuando escribo, cuando hablo; cuando pienso también me engaño, hasta cuando rio. ¿Cómo saber quiénes somos con tanta niebla en el corazón? 

"Entrelazando los párrafos de estas reflexiones que aquí dejo sobre "la impostora", encontraréis frases y citas extraídas de las novelas, ensayos y prosas de Julio Cortázar, que hacen alusión a los personajes que nos poseen a lo largo de la vida; que nos hacen ser otros -o no ser- desde la más tierna infancia"

No puede ser que estemos aquí para no poder ser.

Hace unos meses leí esta frase de una amiga escritora que está terminando de escribir su tercer libro "Creo ser una impostora" escribía.  Respondía a una de sus cartas, que recibo semanalmente y leo con mucha atención, dando respuesta a mi pregunta de si ya estaba acabando su libro: me dan ganas de reescribirlo todo, de nuevo, desde el principio; más que acabar el libro, el libro está acabando conmigo.
A mi ella no nunca me pareció una impostora. Si tuviera que decir algo sobre esta persona, además de que escribe muy bien, diría que es una mujer honesta, valiente y transparente.

Siempre quejándote de todo y a la vez fingiendo no darle importancia a nada. Vives de esperanzas, pero no sabes ni qué esperas.
En una de sus últimas publicaciones bajo el título:  En la dirección correcta escribía este texto que extraigo de un párrafo.

Nací en una farsa, forjé mi carácter en una mentira y, mientras nos limpiábamos del polvo de aquel engaño, no parábamos de sorprendernos: los camaradas de repente eran lobos. Por algo «El Show de Truman» es mi película favorita.

Alena, así se llama ella, como yo, solo que en Bielorruso, se educó, como yo,  bajo otro régimen de dictadura, como yo, metida en otro escondite igual de oscuro, como yo, forjando un carácter y un destino de mentira, como el mío. No es de extrañar que nuestras vidas, aunque de generaciones distintas, se hayan cruzado para enseñarnos algo, la una de la otra, para entendernos sin apenas explicarnos; casi mudas, pues ese fue el lenguaje que primero aprendimos. Nos enseñaron a callar. De ahí su necesidad y la mía de contar y de escribir.

Creo que todos tenemos un poco de esa bella locura que nos mantiene andando cuando todo a nuestro alrededor es tan insanamente cuerdo.

El franquismo y el comunismo, dos formas de dictadura que usurpan identidades que trasforman a las personas en prototipos a su servicio y conveniencia. También el capitalismo esclaviza a las personas, es otra forma de dictadura, y lo son las políticas demócratas, subvencionadas y sustentadas por un voraz sistema capitalista que nos gobierna y nos domina. El ser humano parece tener poco que decir al respecto. Lo manejan como a un títere desde la edad más temprana, lo educan reprimiendo su verdadera identidad. Así es cómo acabamos siendo todos unos impostores, en mayor o menor grado.

Fingir, cambiarse de traje y de chaqueta, enfundarse en otra piel, es lo que se llevaba antes y lo que se lleva ahora: ser admirado, aprobado, votado, seguido, aplaudido... Jugar en otra liga que no es la tuya. Nadie es en realidad quien dice ser. Hasta los gatos fingen, se hacen pasar por muertos para ganar nuestro favor o para que nadie los moleste, en un "sálvese quien pueda".

"Esa manera de protagonismo, tan habitual en las redes sociales, de retrasmitirse a si mismo, donde todo el mundo quiere ser una noticia destacable, digna de ser conocida por el resto del mundo", a decir de Benjamín Prado.

Detrás de este triste espectáculo de palabras, tiembla indeciblemente la esperanza de que me leas, de que no haya muerto del todo en tu memoria.

Nací a mediados de los años cincuenta. Mi generación aprendió a fingir antes que a hablar. La iglesia y la dictadura franquista se emplearon a fondo, nos educaron para la obediencia y la sumisión. Poco se supo de nosotros, los que nos fuimos perdiendo por los confines oscuros de los adentros, hasta que ya de adultos nos hicimos cargo de nosotros -a medias- y nos rescatamos -siempre a medias- del escondite donde nos metieron a vivir en la infancia, como a la cenicienta del cuento. 

Hay enormes zonas a las que no he llegado nunca, y lo que no se ha conocido es lo que no se es.

Hoy se que "No soy lo que aún no he conocido de mí".  Esta acertada frase que leí no sé dónde, me tiene expectante. Me hace estar despierta, atenta a mi propio conocimiento y su desarrollo, a lo que va siendo de mí y mi trasformación.  Hace tiempo descubrí que no soy la misma que ayer, vamos cambiando,  estamos todos en continua transformación. Lo cual significa evolucionar. Los inmovilistas, que no defienden esta teoría, los obedientes a credos heredados, conservadores de pensamientos, costumbristas de las formas, con rancios apegos a pasados, los que se reafirman en su yo, los que poco o nada se cuestionan, ni se plantean la duda, los que no progresan son los que se inscriben siempre siempre en su propia dictadura.  No todos aprendemos en la misma forma y medida aunque fuéramos educados por la misma sociedad y por las mismas personas. 

Gran parte de mi generación aprendió a caminar con piedras en los zapatos y una incómoda camisa de fuerza con la que andábamos a la pata coja. Embutidos en otra piel que no era la nuestra, hasta llegar a la adolescencia. 

La explicación es un error bien vestido.

De habernos educado para ser otra cosa distinta que fotocopias, nos hubieran ahorrado mucho sufrimiento, tristeza y apegos que llevaremos de por vida y con los que hemos de aprender a vivir. Seguramente hoy nuestras vidas serían mejores, nuestra mirada más limpia y no andaríamos con tanto lagrimeo, como ando yo ahora.

Para sobrevivir en esa humedad tuvimos que aprender a ser fuertes, mientras inhibíamos lo innato de nuestra personalidad que nos obligaban a ocultar por ser de dudosa aprobación, o por temor al castigo de una conducta impropia y reprobable. Nos vaciaron por dentro de lo natural. 

Había tanto tiempo perdido en vos, eras de tal manera el molde de lo que hubieras podido ser.

En muchos casos el cuerpo cronificó conductas y estados, por cuestión de supervivencia, dio por buenos y válidos comportamientos y creencias, pues no tenía voluntad ni referencias, y hoy son muchas las personas que nunca despertaron de esa dictadura y siguen metidos en su escafandra, con mugrientas máscaras pegadas a su piel, en su papel de falsa apariencia de héroes de nada y triunfadores de mentira. 

Tienes que vivir peleando entre nosotros, es la ley; la única forma en que las cosas valen la pena, pero duele.

No es de extrañar con tanta careta y gotelé tapándonos el rostro que nos desencantara conocernos, que no nos quisiéramos, que nos tuviésemos que pasar media vida buscándonos sin encontrarnos.   

Nada está perdido si se tiene por fin el valor de proclamar que todo está perdido y que hay que empezar de nuevo.

Para todo el mundo no fue igual, -todo lo que nos pasa, nos pasa en grado diferente para cada persona, como ya he dicho-:  aquellos más dotados de gracia, espontaneidad e ingenio, los más graciosos y sagaces, los que por temperamento eran  más alegres y abiertos, estos salieron adelante menos afectados por el síndrome del fracaso, que los  otros niños y niñas de carácter introvertido, los más sensibles y vulnerables, los que no eran tan espontáneos ni eran "Marisoles ni Joselitos", los que no tuvieron padre ni madre, ni eran ricos, ni esbeltos ni guapitos. Estos se llevaron la peor parte.

Mi diagnóstico es sencillo: sé que no tengo remedio.

No es de extrañar, para los que vivieron en semejante humedad, que les costara sacar los pies del charco y arrancarse el antifaz, sin tener miedo a sobrevivir en la intemperie que vino después, en la que actualmente vivimos ahora. Ni sigue siendo fácil renunciar a dejar de ser la mentira en que nos convirtieron, sin miedo a que nos retiren la palabra, el saludo, los likes, los me gusta...    

Que no había más que fijarse un poco, sentirse un poco, callarse un poco, para descubrir los agujeros.

Hay tantos recuerdos por reconciliar, tantos agujeros que tapar, tantas creencias que desmentir, tantas y tantas emociones retenidas por las paredes de nuestros intestinos, que el camino sigue siendo pedregoso y cuesta arriba. Muchas veces lo vivimos como un imposible, otras solo podemos soñarlo para hacerlo realidad.   

Soy lo que sueño y sueño lo que soy; despierto solo me conozco a medias.

He pasado parte de mi vida siendo una impostora, sin saberlo. No soy de las que echa la vista atrás, no me gusta que me asalten los malos recuerdos, ni me castigo, prefiero reconciliarme, entenderlos sin sentirme culpable y olvidarlos. Escribir, es mi manera de sanarlos. Todo lo vivido está siempre en mí. 

Los recuerdos son siempre un asco. 
Me gusta la gente sana y transparente. Aquellos que vivieron, quizá, otra cosa diferente a la mía. Gente sin antifaz, me cuestiono a menudo si en realidad ellos también fingen y disimulan mejor. Sea como sea aprecio a las personas de mirada, palabra y acción limpia. Los bebés y los niños pequeños nunca engañan, ellos son nuestra mejor inspiración. 
Cuando se vive entre dormidos, despistados, impostores y lerdos, nos convertimos en dormidos, despistados, impostores y lerdos si no hacemos nada por evitarlo.

Hay ausencias que representan un verdadero triunfo.

Hay mucha niebla en nuestro corazón y en nuestra cara munchos restos de tanta catarata.  

 Ellos ya sabían leer en sus silencios.

Cuando escribo reconozco la voz auténtica y la de la impostora. Me tienta el ego de la razón a dejar actuar a la fingidora, pero una vocecita interna, de la que me fio, me dice: no lo hagas, escribe tú verdad: como tu eres, sé honesta contigo, aunque al que tienes en frente no le guste: atrévete. Sé honesta contigo. ¿Qué esconderá esa palabra? otras veces me asalta la duda y el  "compromiso" y también tengo dudas de querer estrechar ese lazo. 

No hay cómo compartir una almohada, eso aclara completamente las ideas; a veces hasta acaba con ellas, lo cual es una tranquilidad.
Las palabras cambian con demasiada frecuencia de opinión y de contexto, ahora lo sé, no siempre dicen la verdad. Me alío con ellas y con la almohada para sacar de mi lo más puro de lo que soy.

Es como un caballo, solo adora las cosas puras y sin mezcla. Los colores primarios, la escala de siete notas. No es humana, créeme.

Y la vida sigue, y yo con ella. Mi propósito ahora es la desnudez y la alegría, a sabiendas de que me seguirán cayendo jarrones de agua fría. Y yo me enjuagaré la cara y la mirada. ¿Qué otra cosa puedo hacer mejor?    

Nada está perdido si se tiene por fin el valor de proclamar que todo está perdido y que hay que empezar de nuevo.

Todo nos enseña.  La edad y la experiencia me dan la belleza por dentro, despejan tinieblas interiores, encienden luces apagadas. La impostora deja de serlo por voluntad y por deseo. Ahora sé que yo también estoy yendo en la dirección correcta.

Andábamos sin buscarnos, pero sabiendo que andábamos para encontrarnos.


Elena Larruy 

   

martes, 10 de enero de 2023

CUANDO SE APAGA LA LUZ OTRA LUZ BRILLA




CUANDO SE APAGA LA LUZ OTRA LUZ BRILLA

Ayer en la mañana salí a la terraza a retirar las luces de Navidad. Ya se acabaron las fiestas y toca guardar los adornos navideños hasta el año próximo.  Cuando las colocaba en la caja donde las guardo, se encendieron todas las bombillas, ante el umbral de la oscuridad, pues funcionan con una pequeña placa solar. Ese parpadeo luminoso repentino llamó mi atención, me hizo pensar en el alma cuando se enciende y apaga, cuando recargada de energía transmite luz y alegría, cuando agotada se inhibe y oscurece, hasta que una mano invisible la conduce a la fuente donde reposta de nuevo, para volver a iluminar. 

Cuando a veces me preguntan sobre el sentido de la vida, respondo que la entiendo desde un sentimiento eterno y universal. Siento que pertenezco a un todo superior, que todos somos parte de la naturaleza y estamos en constante y perpetuo cambio de vida y de muerte. 

No estamos aquí por casualidad, estamos aquí para aprender con un propósito.  Mi lema en esta vida es: aprender y disfrutar. Me gustaría añadir sin dolor, pero no es así, siempre aprendemos con dolor y poco o nada con la alegría. 

Los humanos como raza superior que somos, nos distinguimos de las plantas y los animales por tener un cerebro pensante que toma decisiones, estudia, programa, imagina, medita, crea... Somos seres dotados de talento y capacidades, seres inteligentes aunque a veces actuemos como pollos sin cabeza. Nuestra misión, en su conjunto, debería ser mejorar la vida, despertar,  elevar la conciencia, reconocer esa parte inmaterial con vida que vibra en nuestro interior al que llamamos alma o espíritu. "La voz" que nos habla sin hablar, que nunca nos miente. Ese fragmento del todo inmortal al que algunos llaman Dios.
  
Cuando se acaba nuestro ciclo de vida, el alma asciende a una dimensión que no alcanzamos a comprender, mientras que el cuerpo regresa a la tierra, a su origen. Vuelve al vientre de la madre para que lo engendre de nuevo.

No somos diferentes a otras especies inferiores de la naturaleza. La manzana primero es una semilla que ha necesitado un cuerpo para crecer: el árbol con sus raíces, su tronco y sus ramas, es el cuerpo que ha hecho posible su desarrollo. Así es como interpreto yo la vida humana. No creo que nuestra existencia se acabe aquí, como muchos creen. Sabemos muy poco de lo que nos trasciende, de lo que está más allá de las leyes de la física. No tenemos respuestas a tantos misterios como nos presenta la vida.  Difícil saber más allá de lo que nos enseña la biología y la ciencia con sus descubrimientos. Que crezca una vida humana inteligente y perfecta en el vientre de una mujer, con un programa que le viene dado, es un gran misterio. A mi me lo parece. Algunos lo llaman milagro. Otros no le ponen nombre, prefieren que la ciencia, siempre la ciencia,  les explique sus orígenes y principios, y niegan explicaciones metafísicas que no comprenden ni quieren.   

Lo cierto es que el espíritu, esa chispa interior que nos mueve, necesita un cuerpo con el que experimentar desde lo material. Un cuerpo dotado de órganos y sistemas autónomos que le den estructura y consistencia.
Con el paso del tiempo la materia orgánica del que está hecho se degrada y muere, pero no el espíritu.  "La chispa divina" nunca muere ni se destruye, solo se transforma, busca otro soporte para continuar su aprendizaje. 
En el cuerpo hay dos grandes centros de poder encargados de regir y mantener la vida en el complejo sistemas automático que lo compone: cerebro y corazón. Nada serían el uno sin el otro. Las razones del cerebro no siempre entienden al corazón. El corazón no engaña, ni se deja embaucar por argumentos y dictados. Para ambos lo mejor es no vivir enfrentados. Cuando la razón va por un lado y el corazón por otro, el cuerpo enferma, se trastoca. Cuando van de la mano, el cuerpo se equilibra y se llena de aciertos. Se hace más sabio. Es así como el cuerpo adquiere salud física y emocional.

Cuando me cuestiono si el cerebro además de conocimientos tiene conciencia, tengo dudas. Hay teorías nuevas que defienden que el cerebro tiene corazón y el corazón cerebro. Yo siento que la conciencia es un emisor de la sabiduría humana. Necesita no solo de esos dos grandes motores, también de todos los demás órganos. Creo que otro programa inteligente organiza las experiencias humanas con todos sus conocimientos y le pone voz al cuerpo, con muy pocos decibelios, apenas un susurro. Esa voz se percibe desde el silencio.   

Aquí hemos venido a hacer deberes, aprender es una constante para no fenecer, para pasar de una clase a otra clase. Los hay muy, muy repetidores. Confío que una masa crítica de mente más despierta incline la balanza, en favor de todos.

Cuando nos hacemos mayores, no vale eso de ya pasó mi tren, o eso otro de la tecnología ya no es para mí. No importa la edad biológica que tengamos. Por dentro tenemos todas las edades, muchos todavía no saben lo que eso significa. Al mayor se le atiende poco, se le entiende menos, se le tiene escasa admiración, en muchos casos poco o nada respeto, para algunos es como un escombro. Pero la gente mayor debe seguir siempre aprendiendo, no importa qué: jardinería, botánica, idiomas, astro química, historia del arte, humanidades, astrología; cualquier cosa que despierte su interés, como si fuera a vivir eternamente.

Renacemos a nuevas vidas después de morir, y partimos de donde dejamos nuestra historia personal. Si, esto que acabo de escribir es un misterio difícil de creer, lo sé. Pero por qué el hombre va a ser diferente, por qué no va a tener la misma continuidad que tiene el árbol de la época del Edén: hoy, después de muchos siglos sigue dando manzanas.  

Es lógico no recordar vidas pasadas, de no ser así y tener una completa información sería insoportable el sufrimiento de esos recuerdos.
 
Cierto es que hay días que uno no saldría de la cama, sumido en la oscuridad y el pesimismo, en la compañía de Arnold, así es como llama Manuel Vilas, -el reciente premio Nadal 2023- a su enemigo mayor: la depresión, con el ánimo desbaratado y sin deseo alguno, con ganas de tirar la toalla y apearse de este mundo miserable donde nos perdemos entre la multitud y nos hacemos cada vez más y más pequeños hasta desaparecer. Y cuando nos vamos nadie nos extraña. Escondemos el corazón, lo vendamos y nos vamos a sufrir.
Sufrimos, porque no amamos. Esta sí es una gran verdad. 

LA VIDA NO VIVIDA ES UNA ENFERMEDAD DE LA QUE SE PUEDE MORIR. Este pensamiento de Carl G. Jung, que comparto con vosotros, nos dice que si morimos viviendo es porque no estamos viviendo. Y puesto que hemos de morir, mejor hacerlo sin enfermar, despertando el instinto y hacer aquello que hemos venido a hacer y nos dicta el corazón. Cuando no lo hacemos, enfermamos. Esta es una de las lecciones más difíciles de integrar, me lo dice el gran número de enfermos y enfermedades raras apareciendo constantemente, a las que ya no saben ni como llamar. 
 
Vivir debería significar para todos hacerlo con dignidad; en gran medida depende de cada uno de nosotros. Si queremos morir con dignidad, debemos vivir con dignidad, con propósito y compromiso con nosotros mismos. 

Os sorprenderá saber que a mis años tengo puesto mi interés en saber sobre la neurociencia, me está encantando descubrir la arquitectura del cerebro, como funciona la mente y sus circuitos y de qué manera se comunica con el corazón.  Se que estos conocimientos nuevos para mi no caerán en saco roto cuando me vaya de esta vida,  consciente como soy de que el alma a la que nutro y alimento habrá integrado todo lo aprendido. Y eso se irá conmigo a ese espacio entre vidas donde decidiré ¿y ahora qué toca?.
Saberlo me llena de alegría, me hace sonreír, me ilumina en un parpadeo como una de esas bombillas de navidad que esperan dar luz en su próxima cita. 

Elena Larruy  




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