martes, 10 de enero de 2023

CUANDO SE APAGA LA LUZ OTRA LUZ BRILLA




CUANDO SE APAGA LA LUZ OTRA LUZ BRILLA

Ayer en la mañana salí a la terraza a retirar las luces de Navidad. Ya se acabaron las fiestas y toca guardar los adornos navideños hasta el año próximo.  Cuando las colocaba en la caja donde las guardo, se encendieron todas las bombillas, ante el umbral de la oscuridad, pues funcionan con una pequeña placa solar. Ese parpadeo luminoso repentino llamó mi atención, me hizo pensar en el alma cuando se enciende y apaga, cuando recargada de energía transmite luz y alegría, cuando agotada se inhibe y oscurece, hasta que una mano invisible la conduce a la fuente donde reposta de nuevo, para volver a iluminar. 

Cuando a veces me preguntan sobre el sentido de la vida, respondo que la entiendo desde un sentimiento eterno y universal. Siento que pertenezco a un todo superior, que todos somos parte de la naturaleza y estamos en constante y perpetuo cambio de vida y de muerte. 

No estamos aquí por casualidad, estamos aquí para aprender con un propósito.  Mi lema en esta vida es: aprender y disfrutar. Me gustaría añadir sin dolor, pero no es así, siempre aprendemos con dolor y poco o nada con la alegría. 

Los humanos como raza superior que somos, nos distinguimos de las plantas y los animales por tener un cerebro pensante que toma decisiones, estudia, programa, imagina, medita, crea... Somos seres dotados de talento y capacidades, seres inteligentes aunque a veces actuemos como pollos sin cabeza. Nuestra misión, en su conjunto, debería ser mejorar la vida, despertar,  elevar la conciencia, reconocer esa parte inmaterial con vida que vibra en nuestro interior al que llamamos alma o espíritu. "La voz" que nos habla sin hablar, que nunca nos miente. Ese fragmento del todo inmortal al que algunos llaman Dios.
  
Cuando se acaba nuestro ciclo de vida, el alma asciende a una dimensión que no alcanzamos a comprender, mientras que el cuerpo regresa a la tierra, a su origen. Vuelve al vientre de la madre para que lo engendre de nuevo.

No somos diferentes a otras especies inferiores de la naturaleza. La manzana primero es una semilla que ha necesitado un cuerpo para crecer: el árbol con sus raíces, su tronco y sus ramas, es el cuerpo que ha hecho posible su desarrollo. Así es como interpreto yo la vida humana. No creo que nuestra existencia se acabe aquí, como muchos creen. Sabemos muy poco de lo que nos trasciende, de lo que está más allá de las leyes de la física. No tenemos respuestas a tantos misterios como nos presenta la vida.  Difícil saber más allá de lo que nos enseña la biología y la ciencia con sus descubrimientos. Que crezca una vida humana inteligente y perfecta en el vientre de una mujer, con un programa que le viene dado, es un gran misterio. A mi me lo parece. Algunos lo llaman milagro. Otros no le ponen nombre, prefieren que la ciencia, siempre la ciencia,  les explique sus orígenes y principios, y niegan explicaciones metafísicas que no comprenden ni quieren.   

Lo cierto es que el espíritu, esa chispa interior que nos mueve, necesita un cuerpo con el que experimentar desde lo material. Un cuerpo dotado de órganos y sistemas autónomos que le den estructura y consistencia.
Con el paso del tiempo la materia orgánica del que está hecho se degrada y muere, pero no el espíritu.  "La chispa divina" nunca muere ni se destruye, solo se transforma, busca otro soporte para continuar su aprendizaje. 
En el cuerpo hay dos grandes centros de poder encargados de regir y mantener la vida en el complejo sistemas automático que lo compone: cerebro y corazón. Nada serían el uno sin el otro. Las razones del cerebro no siempre entienden al corazón. El corazón no engaña, ni se deja embaucar por argumentos y dictados. Para ambos lo mejor es no vivir enfrentados. Cuando la razón va por un lado y el corazón por otro, el cuerpo enferma, se trastoca. Cuando van de la mano, el cuerpo se equilibra y se llena de aciertos. Se hace más sabio. Es así como el cuerpo adquiere salud física y emocional.

Cuando me cuestiono si el cerebro además de conocimientos tiene conciencia, tengo dudas. Hay teorías nuevas que defienden que el cerebro tiene corazón y el corazón cerebro. Yo siento que la conciencia es un emisor de la sabiduría humana. Necesita no solo de esos dos grandes motores, también de todos los demás órganos. Creo que otro programa inteligente organiza las experiencias humanas con todos sus conocimientos y le pone voz al cuerpo, con muy pocos decibelios, apenas un susurro. Esa voz se percibe desde el silencio.   

Aquí hemos venido a hacer deberes, aprender es una constante para no fenecer, para pasar de una clase a otra clase. Los hay muy, muy repetidores. Confío que una masa crítica de mente más despierta incline la balanza, en favor de todos.

Cuando nos hacemos mayores, no vale eso de ya pasó mi tren, o eso otro de la tecnología ya no es para mí. No importa la edad biológica que tengamos. Por dentro tenemos todas las edades, muchos todavía no saben lo que eso significa. Al mayor se le atiende poco, se le entiende menos, se le tiene escasa admiración, en muchos casos poco o nada respeto, para algunos es como un escombro. Pero la gente mayor debe seguir siempre aprendiendo, no importa qué: jardinería, botánica, idiomas, astro química, historia del arte, humanidades, astrología; cualquier cosa que despierte su interés, como si fuera a vivir eternamente.

Renacemos a nuevas vidas después de morir, y partimos de donde dejamos nuestra historia personal. Si, esto que acabo de escribir es un misterio difícil de creer, lo sé. Pero por qué el hombre va a ser diferente, por qué no va a tener la misma continuidad que tiene el árbol de la época del Edén: hoy, después de muchos siglos sigue dando manzanas.  

Es lógico no recordar vidas pasadas, de no ser así y tener una completa información sería insoportable el sufrimiento de esos recuerdos.
 
Cierto es que hay días que uno no saldría de la cama, sumido en la oscuridad y el pesimismo, en la compañía de Arnold, así es como llama Manuel Vilas, -el reciente premio Nadal 2023- a su enemigo mayor: la depresión, con el ánimo desbaratado y sin deseo alguno, con ganas de tirar la toalla y apearse de este mundo miserable donde nos perdemos entre la multitud y nos hacemos cada vez más y más pequeños hasta desaparecer. Y cuando nos vamos nadie nos extraña. Escondemos el corazón, lo vendamos y nos vamos a sufrir.
Sufrimos, porque no amamos. Esta sí es una gran verdad. 

LA VIDA NO VIVIDA ES UNA ENFERMEDAD DE LA QUE SE PUEDE MORIR. Este pensamiento de Carl G. Jung, que comparto con vosotros, nos dice que si morimos viviendo es porque no estamos viviendo. Y puesto que hemos de morir, mejor hacerlo sin enfermar, despertando el instinto y hacer aquello que hemos venido a hacer y nos dicta el corazón. Cuando no lo hacemos, enfermamos. Esta es una de las lecciones más difíciles de integrar, me lo dice el gran número de enfermos y enfermedades raras apareciendo constantemente, a las que ya no saben ni como llamar. 
 
Vivir debería significar para todos hacerlo con dignidad; en gran medida depende de cada uno de nosotros. Si queremos morir con dignidad, debemos vivir con dignidad, con propósito y compromiso con nosotros mismos. 

Os sorprenderá saber que a mis años tengo puesto mi interés en saber sobre la neurociencia, me está encantando descubrir la arquitectura del cerebro, como funciona la mente y sus circuitos y de qué manera se comunica con el corazón.  Se que estos conocimientos nuevos para mi no caerán en saco roto cuando me vaya de esta vida,  consciente como soy de que el alma a la que nutro y alimento habrá integrado todo lo aprendido. Y eso se irá conmigo a ese espacio entre vidas donde decidiré ¿y ahora qué toca?.
Saberlo me llena de alegría, me hace sonreír, me ilumina en un parpadeo como una de esas bombillas de navidad que esperan dar luz en su próxima cita. 

Elena Larruy  




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