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martes, 2 de mayo de 2023

UNA ESCALERA PARA EL GATO

 



Hoy ha amanecido nublado, un día más. Las previsiones del día no son buenas, nunca me acostumbraré a este clima húmedo y gris; resta alegría. El cielo de Zúrich es un encadenado de nubes, cuando no están en marcha lo cubren todo, no dan tregua. Es como vivir tras un cristal o debajo de un paraguas. Hace una semana que llegué y no he visto un solo día el cielo despejado, los próximos cinco son de lluvia. Vivir así ¡es una condena! me digo para adentro, aunque mejor mirado podría decirse que es el precio que pagan los suizos por la seguridad y el bienestar que este país, tan verde y hermoso, les ofrece. Es un "todo incluido". se podría decir. No todos los suizos son ricos y solventes, como pueda parecer desde fuera, pero sí tienen todos buenas comodidades y derechos asegurados, como la educación, la vivienda y las oportunidades de trabajo. Yo diría que administran bien la justicia social. El tema sanitario también lo tienen cubierto. Cuentan con bastantes ayudas estatales, aquí no hay precariedad. Aquí la vida es muy cara, sumamente cara, es una de las economías mundiales más fuertes.

Entre el mal tiempo y los precios tan elevados no se ve mucho turismo. Pero todo no es malo, esta ciudad tiene cosas que suman, y muchas fortalezas, que ya os iré contando. Yo me adapto a sus horarios y quehaceres, ahora mismo hago tiempo mientras espero que mi nieta salga de la cama. Hoy es su día de descanso, es sábado y tenemos programado hacer muchas cosas. Yo me levanto muy temprano, se va pasando el tiempo, luego nos tocará correr, pero no le digo nada, prefiero que descanse, el día da para mucho cuando estamos juntas y seguro que a pesar de la lluvia y de las nubes nosotras veremos salir el sol. El sol, eso somos la una para la otra.

En su casa me muevo como un gato, aunque aquí se podría decir como pez en el agua, eso sí con total libertad y antojo, procuro siempre en las casas donde estoy, hacerlas mías o si no no estoy. Siempre encuentro mi rincón para escribir, donde sentarme a leer o hacer mi clase diaria de inglés; me preparo para la próxima vida, esté donde esté, quiero traerlo aprendido, facilita mucho las oportunidades cuando viajas, cuando quieres saber cosas.  Otras personas a mi edad se entretienen saliendo a pasear, yo también lo hago pero además aprendo. No hay tiempo que perder, me gusta poner intención en todo lo que hago. 

Con el tiempo los libros y yo nos hemos ido haciendo amigos, me gustaría ser más lectora, leo menos de lo que me gustaría. Por las tardes se me aflojan "las pilas", lo mío son las mañanas, en especial de madrugada. Siempre hay algo que aprender de ellos,  y yo ahora, de mayor, me he vuelto mejor estudiante. En mis viajes llevo siempre uno de papel, ayer terminé de leer: Nosotros de Manuel Vilas. Estuve a punto de abandonarlo en la mitad, pero de repente el argumento dio un giro inesperado que hizo que le diera otra oportunidad. Es una novela romántica que cuenta el vivir de una mujer que acaba de quedarse viuda,  de cómo a través de viajes y aventuras sexuales con desconocidos sustituye el amor del hombre que ha perdido. No me gusta este género literario, ni la temática,  y la pareja protagonista de la novela me parecían de mentira, luego todo tuvo su explicación, incluso que le dieran el premio Nadal a Vilas este año, pero lo compré porque él si me gusta y además es poeta y de Barbastro.

Me gustan las personas inteligentes, sensibles y honestas, por el mismo orden. Las personas que no se engañan, que van de frente a cara descubierta. Y Vilas es uno. No puedo concebir una cualidad sin la otra. Hay mucha sensiblería estúpida que no soporto, y mucha inteligencia dada, -por sorteo divino- a personas que no la merecen, por mal uso.  

El mal tiempo, la dificultad del idioma, lo endemoniadamente caro que es todo aquí, y que a mi nieta -absorbida por trabajo y estudios- la veo poco, hace que alguna noche me conecte a Netflix y quiera ver buen cine: misión imposible, ingenua pretensión la mía. Esto si es una inclemencia mayúscula y no la del tiempo en Zúrich, que al final llena lagos y pantanos y hace que se pueda beber agua del grifo, por cierto buenísima. Un horror, un escándalo de violencia gratuita, eso es -en su gran mayoría- el contenido de Netflix. Insana influencia la de esta plataforma, salvando excepciones de algún documental, de alguna comedia de las que no miro por insulsas, el resto es todo violencia, corrupción, sangre, armas y terror. Miro las películas y las series una a una, para elegir la que me entretenga un rato, y es lo mismo que buscar "la aguja del pajar". Este insano y mal cine,  tan pernicioso, debería estar prohibido. Basura, mucha basura, eso es lo que se puede encontrar en Netflix. No renuncio al placer del sofá y la mantita, mientras siga haciendo mal tiempo, así que cuando encuentre algo interesante que ver y recomendar, algo que no ofenda la salud mental,  os lo cuento. El cine, el bueno, es un arte, hay muchas maneras de tocar los temas, de escribir buenos guiones, el "qué" cuando el "cómo" está bien escrito, contado e interpretado, es lo de menos.  Por fortuna tenemos cientos de actores buenos, y muy buenos directores y profesionales de este arte. El entretenimiento de las personas no debería ser un negocio, ni por supuesto un modo de controlarnos.  

Aquí, en las proximidades de Zúrich, donde me encuentro ahora,  los que viven bien son los gatos, atónita me dejó una escalera que vi el primer día que llegué a casa de mi nieta, estaba instalada en la pared exterior lateral de un edificio de viviendas de cuatro plantas. La escalera, de pequeños peldaños, discurría desde un entresuelo hasta el ático. Cuando pregunté por esa cosa extraña que colgaba en la pared, me contestaron que era una escalera de gatos. ¿Una escalera para los gatos? Sí, aquí en Suiza es muy normal, no hay gatos callejeros, todos tienen un dueño y una casa, viven durante el día libres, andan sueltos. Esas escaleras que se ven en edificios de entornos rurales y campestres, están instaladas para que los gatos puedan salir y entrar libremente de sus casas, les facilita el acceso a los pisos altos. Ellos suben y bajan por ahí con suma facilidad, incluso tienen una red protectora por una posible caída, cosa bastante improbable para un gato. Para su instalación los dueños de los gatos piden permiso a la comunidad, que normalmente les conceden. Es muy normal ver a gatos lustrosos tumbados al sol, como reyes, en medio del césped en los bajos de las casas. Soy amante de los gatos, me encanta esa convivencia. Yo así también tendría uno, si no viviera en una ciudad grande como vivo, me produce gran placer la compañía de un gato, me gusta su vivir independiente y el modo en que me busca cuando quiere mis mimos. Mejor os lo cuento en un poema que escribí hace mucho tiempo para Mia, mi nieta.   



PARAMIAHU
(mi música predilecta)

Me gusta su distinción
sus rasgos felinos
su trato justiciero
acariciar su pelo fino,

sus andares elegantes
su manera de esperarme
y ajustarse a mi regazo,
cuando a mi lado se acomoda
y ronronea: me gusta,
o cuando se pone zalamero
y remolón
y me hace la croqueta
para brinca de repente
a toda prisa
y esconderse juguetón
en el primer cajón que encuentra.

Me acomodo
a su vivir independiente,
lo mismo que él hace al mío.
Nunca inoportuna,
al contrario,
me gusta esa caricia suya
que me dice:
¡me gustas mucho, chica!.

A menudo es engreído
ufano y altanero,
así: también lo quiero.

De su higiene y de su pelo
se ocupa a diario con esmero,
de tanto en tanto
sus uñas afila, en un madero.

Exquisito en sus gustos
se alimenta bien y poco,
si se indigesta:
come hierba y ayuna.

Políticamente incorrecto,
inadecuado a las visitas,
no se anda con chiquitas:
si le gustas,
con el lomo se pasea por tus piernas
si no, se da la medía vuelta.

Cuando el radar de su cola
le pone en guardia
porque un peligro acecha
arquea el lomo
huyendo a toda prisa
con los pelos de punta
y dando unos soplidos
muy furos
que la verdad, asustan. 

Más si de amores se trata
se va por los tejados
a otras casas
en busca de gatos.
Maltrecho y despeinado
a su regreso
no hay reproches, ni enfado
bajo este techo,
para este amor correspondido
que cuida y protege
que acompaña y abriga
que asiste y reconforta
en la mejor medida,
que me espera cada día
al volver a casa.

¡Créeme!
¡Hazme caso!:
¡Deja que te adopte un gato!.

Elena Larruy


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