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miércoles, 21 de abril de 2021

MEMORIAS DE DOLOR

 



Para poder sanar, antes necesitamos decir nuestra verdad, no sólo nuestro dolor, sino también los daños producidos y los sentimientos de cólera y venganza experimentados.


Dice la doctora Clarisa Pinkola en su libro Mujeres que corren con los lobos, que las mujeres que han pasado mucho tiempo superando un trauma, por crueldad, olvido, ignorancia, falta de respeto o por causas del destino, llega un  momento que han de perdonar para que la psique recupere el estado normal de paz y serenidad.

Cuando esa rabia no se libera suele deberse a que utiliza esa cólera para fortalecerse, y esa fortaleza que en un principio puede parecer útil y en cierta manera lo es, más tarde puede convertirse en fuego que quema su energía primaria. Es como pretender vivir una existencia equilibrada pisando a fondo el acelerador. Es vivir en una actitud defensiva permanente que cuando ya no es necesaria para protegerse, cuesta mucho mantener. Cuando esa rabia no es liberada al cabo del tiempo quema, intoxica y contamina, no dejando ver otras maneras de percibir y comprender. Nos resta libertad.

De manera cíclica esas  vivencias afloran a la psique en forma de ansiedad y tormento y aun cuando intentemos purificarlas, de ese dolor siempre quedan residuos a modo de cenizas que no  pueden borrarse por completo. Por consiguiente la limpieza de esa cólera debe llevarse a cabo de manera higiénica y periódica de modo que nos libere. Llevar permanentemente esa pesada carga produce cansancio, agotamiento, ansiedad, porque no podemos vivir siempre con esa máscara de arrogancia, cinismo y victimismo, destrozando todo aquello que es tierno, esperanzador y prometedor.

Cuando sentimos miedo de perder antes de abrir la boca, cuando nos sentimos desvalidos, víctimas, cuando callamos irritadamente, y ese silencio es de carácter defensivo, cuando por dentro alcanzamos ese punto de explosión, necesitamos perdonar.

El perdón es un acto singular, que no se completa en una sesión como nos han enseñado que es. El perdón tiene muchas estaciones. Perdonar no significa olvidar, pasar por alto, disimular.

«No sé si alguna vez podré perdonarte»

«O si lo haré del todo o si lo deseo»

«No estoy segura de querer perdonarte y todavía lo estoy pensando»

«O si me arrepentiré»

«Te perdono de momento…»

«O hasta entonces…»

Hay muchos niveles para el perdón, lo más importante es empezar  y continuar, es ir enfriando ese porcentaje de enfado de más a menos. Esa tarea nos puede llevar toda una vida, contra más comprendamos más fácil nos será perdonar. Desgraciadamente la mayoría de personas necesitan mantenerse en ese estado de resentimiento hasta llegar al perdón. Hay personas que por carácter tienen más facilidad de perdonar, pero en otras se requiere un esfuerzo mayor, y controlado por medio de métodos y técnicas. No eres mala si te cuesta perdonar, como tampoco eres una santa si lo haces.

Para poder sanar, antes necesitamos decir nuestra verdad, no sólo nuestro dolor, sino también los daños producidos y los sentimientos de rabia y venganza experimentados.

Para ello la doctora Clarisa Pinkola propone cuatro fases:

APARTARSE, durante algún tiempo de aquella persona o acontecimiento.

TOLERAR, abstenerse de castigar, tener paciencia, saber canalizar la emoción.

OLVIDAR, soltar la memoria, negarse a pensar, aflojar la presa.

PERDONAR,  el perdón definitivo no es una rendición, es una decisión consciente de dejar de guardar rencor, y se llega recorriendo un camino de comprensión y entendimiento durante el tiempo necesario para evitar actitudes falsas o condescendientes. El perdón es un acto de creación. Se sabe que se ha perdonado cuando se compadece de la circunstancia en lugar de sentir cólera, cuando se compadece de  la persona o situación que la provocó, cuando al respecto de esa causa se tiende a no querer decir nada, a olvidar, cuando se comprende el sufrimiento que dio lugar a la ofensa, cuando se prefiere permanecer al margen y ya no se quiere ni espera nada. Y aunque ese perdón no acabe como el cuento «vivieron felices y comieron perdices», en ese momento con toda certeza se abrirán nuevos capítulos que enriquecerán las vidas y que empezarán por esa frase que todos conocemos  «Había una vez…»




martes, 25 de agosto de 2015

LOS RAROS SON ELLOS


¿Te has preguntado alguna vez cómo te las arreglaste para acabar en una familia tan rara como la tuya? Si has vivido tu existencia como una forastera, como una persona ligeramente extraña o distinta, si eres una solitaria y vives al borde de la corriente principal, tú has sufrido. Y sin embargo también llega un momento en que hay que alejarse remando de todas estas cosas, conocer otra posición estratégica, emigrar a la tierra que nos corresponde.

Susana Khabbaz

A lo largo de muchos años de profesión como psicoanalista junguiana la Doctorara Clarissa Pinkola cuenta que cuando trataba a sus pacientes, para que se sintieran mejor y quitar dramatismo a las cuestiones de pertenencia le gustaba abordar estos temas con cierta ligereza: con metáforas y cuentos donde se reconocieran y  entendieran porqué se sentían diferentes, extrañas, raras a otras miradas, como si no pertenecieran al lugar ni a la familia  que les ha “tocado”

    Aquí os dejo un fragmento del libro de  Mujeres que corren con los lobos,  con un cuento muy esclarecedor que ayuda a entender.
E.L.


Deja ya de sufrir y de intentar averiguar dónde fallaste. El misterio del porqué naciste como hija de quienquiera que sea ha terminado, se acabó. Descansa un momento en la proa y refréscate con el viento que sopla.
Durante muchos años las mujeres que llevan la mítica vida del arquetipo de la Mujer Salvaje se han preguntado llorando en silencio: “¿Por qué soy tan distinta?” “¿Por qué nací en una familia tan extraña –o insensible-?” Dondequiera que sus vidas quisieran brotar, había alguien que echaba sal en la tierra para que no pudiera crecer nada. Se sentían torturadas por todas las prohibiciones que iban en contra de sus deseos naturales. Si eran hijas de la naturaleza las mantenían bajo un techo. Si eran unas científicas les decían que tenían que ser madres. Si querían ser madres, les decían que no encajaban en absoluto con la idea. Si querían inventar algo, les decían que fueran prácticas. Si querían crear, les decían que las tareas domésticas de una mujer nunca terminan.
A veces intentaban ser buenas y adaptarse a las pautas imperantes sin darse cuenta  hasta más tarde de lo que realmente querían y de lo mucho que necesitaban vivir. Después para poder tener una vida, experimentaban las dolorosas amputaciones de dejar a sus familias, los matrimonios que habían jurado conservar hasta la muerte, los trabajos que hubieran tenido que ser los trampolines hacia algo más entontecedor pero mejor remunerado. Dejaban los sueños diseminados por todo el camino.
A menudo las mujeres eran artistas que procuraban ser razonables, dedicando el ochenta por ciento de su tiempo a actividades que mataban su vida creativa a diario. Aunque los guiones eran muy variados, todos tenían un elemento común: a muy temprana edad se las calificaba de “distintas” con connotaciones peyorativas. Pero en realidad eran apasionadas, individualistas e inquisitivas y todas estaban en su sano juicio instintivo. Por consiguiente, las respuestas a los por qué yo, por qué esta familia, por qué soy tan distinta es naturalmente la de que no hay respuestas a tales preguntas. No obstante, el ego necesita algo que llevarse a la boca antes de seguir adelante, por cuyo motivo yo propongo tres respuestas a pesar de todo.
Hemos nacido tal como somos y en las extrañas familias por medio de las cuales vinimos a este mundo: Casi todas eligen la última, pero cualquiera de ellas es suficiente
1-    Porque sí (eso casi nadie se lo cree)
2-    El Yo tiene un plan y nuestros diminutos cerebros son demasiado pequeños para comprenderlo (a muchas les parece una idea esperanzadora)
3-    Por culpa del Síndrome del Zigoto (bueno…sí, tal vez…pero ¿eso qué es?

Tu familia cree que eres un extraterrestre. Tú tienes plumas y ellos tienen escamas. La idea que tú tienes de la diversión son los bosques, los espacios agrestes, la vida interior, la majestuosa belleza de la creación. La idea que tiene tu familia de la diversión es doblar toallas. Si eso es lo que ocurre en tu familia, eres víctima del síndrome del Zigoto Equivocado.
Tu familia se mueve muy despacio a través del tiempo, tú  te mueves con la rapidez del viento; ellos son locuaces y tú eres reposada, o ellos son taciturnos y a ti te gusta cantar. Tú sabes porque sabes. Ellos quieres pruebas y una tesis de trescientas páginas. No cabe duda, se trata del Síndrome del Zigoto Equivocado.
¿Nunca has oído hablar de él?
  
... Verás:

El Hada de los Zigotos volaba una noche sobre tu ciudad   mientras todos los pequeños zigotos que llevaba en el cesto brincaban y saltaban de emoción.    
Tú estabas destinada  en realidad a unos padres que te hubieran comprendido, pero el Hada de los Zigotos tropezó con una borrasca y, zas, te caíste del cesto y fuiste a parar a una casa equivocada. Caíste de cabeza en una familia que no te estaba destinada. Tu “verdadera” familia se encontraba cinco kilómetros más allá.

Por eso tú te enamoraste de una familia que no era la tuya y que vivía cinco kilómetros más allá. Tú siempre pensabas que ojalá que el señor Fulano de tal y su esposa hubieran sido tus padres. Es muy probable que estuvieran destinados a serlo. Por eso tú bailas el claqué por los pasillos a pesar de pertenecer a una familia de adictos a la televisión. Por eso tus padres se alarman cada vez que tú regresas a casa o los visitas “¿Qué es lo que va a hacer ahora?” –se preguntan preocupados-. ¡La última vez os avergonzó y sólo Dios sabe lo que va a hacer ahora!” Se tapan los ojos cuando ven acercarte y no precisamente porque la luz que tú despides les deslumbre.
Tú solo quieres amor. Ellos sólo quieren paz.
A los miembros de tu familia, por motivos personales –por sus preferencias, por su inocencia, por las heridas sufridas, por constitución, enfermedad mental o deliberada ignorancia- no se les da muy bien la espontaneidad con el subconsciente y, como es natural, cuando tú visitas la casa evocas el arquetipo del bromista, del que arma jaleo. Por consiguiente antes de partir el pan juntos, la bromista experimenta el irreprimible deseo de arrojar un cabello al estofado de la familia.
Aunque tú no pretendas molestar a los miembros de tu familia ellos se molestan de todos modos. Cuando tú apareces, todo se vuelven locos.
Un signo inequívoco de la presencia de zigotos salvajes en la familia es el hecho de que los padres se sientan constantemente ofendidos y  los hijos tengan la sensación de no hacer nunca nada a derechas.
La familia que no es salvaje sólo quiere una cosa, pero el Zigoto Equivocado nunca consigue averiguar lo que es y, aunque lo averiguara, se le pondrían los pelos tan de punta como signos de exclamación.
Prepárate porque te voy a contar el gran secreto. Eso es lo que ellos quieren realmente de ti, eso tan misterioso y trascendental.
Los que no son salvajes quieren que seas consecuente. Quieren que hoy seas exactamente igual que ayer. Quieren que no cambies con el paso de los días sino que permanezcas siempre como al principio.
Pregúntale a la familia si desean una conducta consecuente y te contestarán afirmativamente. ¿En todo? No, dirán,  sólo en las cosas importantes. Independientemente de lo que sean las cosas importantes en su sistema de valores, con frecuencia son anatemas para la naturaleza salvaje de las mujeres. Por desgracia, “las cosas importantes” para ellos no coinciden con “las cosas importantes” para la hija salvaje (...)




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