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domingo, 6 de septiembre de 2015

HE SIDO UN SER SENSIBLE



Acaba de fallecer recientemente a la edad de 82 años en su casa de Nueva York
el prestigioso científico Ingles Oliver Sacks, conocido por sus trabajos clínicos en el campo de la neurología y la psiquiatría. Fue también un aclamado escritor que se esforzó en divulgar sus conocimientos, y en la tarea nada fácil de hacerlos entendibles. 


Un mes después del diagnostico de su enfermedad, en febrero de 2015, escribió una hermosa carta donde nos contaba su enfermedad, y nos resumía su paso por la vida. Lectura reconfortante para aquellas personas que amamos la vida y la vivimos con pasión y agradecimiento.

Hombre entregado y apasionado al conocimiento de su trabajo y a la noble tarea de sentarse a escuchar a sus pacientes y hacer que sus vidas enfermas fueran más fáciles. Y de ellas nos contaba como no se puede separar el historial clínico de la identidad del individuo. El Yo esencial del paciente es muy importante en los campos de la neurología y la psicología, nos decía. Y a ello dedicó gran parte de su vida, a salvar esos abismos,  y al estudio y divulgación de la relación entre los dos procesos, el fisiológico y el biográfico.

Él hablaba de la “sensibilidad de la experiencia” mención que hace en su despedida, incidiendo en el escaso valor que tiene vivir sin sentir. El modelo de vida de Oliver Sacks es sin duda, para mi, ejemplar. Su editora lo describia así:

 “Era totalmente él mismo, excéntrico pero en una forma maravillosa. Estaba lleno de amor por la vida, muy impío y era infantil en el mejor sentido de la palabra” 

¿A que fue uno de los grandes? A mi así me lo parece.

Deseo  que ese espíritu curioso, apasionado, único y amoroso descanse en paz.
Elena Larruy



Su carta despedida


Hace un mes me encontraba bien de salud, incluso francamente bien. A mis 81 años, seguía nadando un kilómetro y medio cada día. Pero mi suerte tenía un límite: poco después me enteré de que tengo metástasis múltiples en el hígado. Hace nueve años me descubrieron en el ojo un tumor poco frecuente, un melanoma ocular. Aunque la radiación y el tratamiento de láser a los que me sometí para eliminarlo acabaron por dejarme ciego de ese ojo, es muy raro que ese tipo de tumor se reproduzca. Pues bien, yo pertenezco al desafortunado 2%.

Doy gracias por haber disfrutado de nueve años de buena salud y productividad desde el diagnóstico inicial, pero ha llegado el momento de enfrentarme de cerca a la muerte. Las metástasis ocupan un tercio de mi hígado, y, aunque se puede retrasar su avance, son un tipo de cáncer que no puede detenerse. De modo que debo decidir cómo vivir los meses que me quedan. Tengo que vivirlos de la manera más rica, intensa y productiva que pueda. Me sirven de estímulo las palabras de uno de mis filósofos favoritos, David Hume, que, al saber que estaba mortalmente enfermo, a los 65 años, escribió una breve autobiografía, en un solo día de abril de 1776. La tituló De mi propia vida.

“Imagino un rápido deterioro”, escribió. “Mi trastorno me ha producido muy poco dolor; y, lo que es aún más raro, a pesar de mi gran empeoramiento, mi ánimo no ha decaído ni por un instante. Poseo la misma pasión de siempre por el estudio y gozo igual de la compañía de otros”.

He tenido la inmensa suerte de vivir más allá de los 80 años, y esos 15 años más que los que vivió Hume han sido tan ricos en el trabajo como en el amor. En ese tiempo he publicado cinco libros y he terminado una autobiografía (bastante más larga que las breves páginas de Hume) que se publicará esta primavera; y tengo unos cuantos libros más casi terminados.

Hume continuaba: “Soy... un hombre de temperamento dócil, de genio controlado, de carácter abierto, sociable y alegre, capaz de sentir afecto pero poco dado al odio, y de gran moderación en todas mis pasiones”.

No puedo fingir que no tengo miedo. He amado y he sido amado

En este aspecto soy distinto de Hume. Si bien he tenido relaciones amorosas y amistades, y no tengo auténticos enemigos, no puedo decir (ni podría decirlo nadie que me conozca) que soy un hombre de temperamento dócil. Al contrario, soy una persona vehemente, de violentos entusiasmos y una absoluta falta de contención en todas mis pasiones.

Sin embargo, hay una frase en el ensayo de Hume con la que estoy especialmente de acuerdo: “Es difícil”, escribió, “sentir más desapego por la vida del que siento ahora”.

En los últimos días he podido ver mi vida igual que si la observara desde una gran altura, como una especie de paisaje, y con una percepción cada vez más profunda de la relación entre todas sus partes. Ahora bien, ello no significa que la dé por terminada.

Por el contrario, me siento increíblemente vivo, y deseo y espero, en el tiempo que me queda, estrechar mis amistades, despedirme de las personas a las que quiero, escribir más, viajar si tengo fuerza suficiente, adquirir nuevos niveles de comprensión y conocimiento.

Eso quiere decir que tendré que ser audaz, claro y directo, y tratar de arreglar mis cuentas con el mundo. Pero también dispondré de tiempo para divertirme (e incluso para hacer el tonto).



De pronto me siento centrado y clarividente. No tengo tiempo para nada que sea superfluo. Debo dar prioridad a mi trabajo, a mis amigos y a mí mismo. Voy a dejar de ver el informativo de televisión todas las noches. Voy a dejar de prestar atención a la política y los debates sobre el calentamiento global.


No es indiferencia sino distanciamiento; sigo estando muy preocupado por Oriente Próximo, el calentamiento global, las desigualdades crecientes, pero ya no son asunto mío; son cosa del futuro. Me alegro cuando conozco a jóvenes de talento, incluso al que me hizo la biopsia y diagnosticó mis metástasis. Tengo la sensación de que el futuro está en buenas manos.


Soy cada vez más consciente, desde hace unos 10 años, de las muertes que se producen entre mis contemporáneos. Mi generación está ya de salida, y cada fallecimiento lo he sentido como un desprendimiento, un desgarro de parte de mí mismo. Cuando hayamos desaparecido no habrá nadie como nosotros, pero, por supuesto, nunca hay nadie igual a otros. Cuando una persona muere, es imposible reemplazarla. Deja un agujero que no se puede llenar, porque el destino de cada ser humano —el destino genético y neural— es ser un individuo único, trazar su propio camino, vivir su propia vida, morir su propia muerte.


No puedo fingir que no tengo miedo. Pero el sentimiento que predomina en mí es la gratitud. He amado y he sido amado; he recibido mucho y he dado algo a cambio; he leído, y viajado, y pensado, y escrito. He tenido relación con el mundo, la especial relación de los escritores y los lectores.


Y, sobre todo, he sido un ser sensible, un animal pensante en este hermoso planeta, y eso, por sí solo, ha sido un enorme privilegio y una aventura.

Oliver Sacks, catedrático de Neurología en la Facultad de Medicina de la Universidad de Nueva York, es autor de numerosos libros, entre ellos Despertares y El hombre que confundió a su mujer con un sombrero.

© Oliver Sacks, 2015.

Este artículo se publicó originalmente en The New York Times.

Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.



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martes, 25 de agosto de 2015

LOS RAROS SON ELLOS


¿Te has preguntado alguna vez cómo te las arreglaste para acabar en una familia tan rara como la tuya? Si has vivido tu existencia como una forastera, como una persona ligeramente extraña o distinta, si eres una solitaria y vives al borde de la corriente principal, tú has sufrido. Y sin embargo también llega un momento en que hay que alejarse remando de todas estas cosas, conocer otra posición estratégica, emigrar a la tierra que nos corresponde.

Susana Khabbaz

A lo largo de muchos años de profesión como psicoanalista junguiana la Doctorara Clarissa Pinkola cuenta que cuando trataba a sus pacientes, para que se sintieran mejor y quitar dramatismo a las cuestiones de pertenencia le gustaba abordar estos temas con cierta ligereza: con metáforas y cuentos donde se reconocieran y  entendieran porqué se sentían diferentes, extrañas, raras a otras miradas, como si no pertenecieran al lugar ni a la familia  que les ha “tocado”

    Aquí os dejo un fragmento del libro de  Mujeres que corren con los lobos,  con un cuento muy esclarecedor que ayuda a entender.
E.L.


Deja ya de sufrir y de intentar averiguar dónde fallaste. El misterio del porqué naciste como hija de quienquiera que sea ha terminado, se acabó. Descansa un momento en la proa y refréscate con el viento que sopla.
Durante muchos años las mujeres que llevan la mítica vida del arquetipo de la Mujer Salvaje se han preguntado llorando en silencio: “¿Por qué soy tan distinta?” “¿Por qué nací en una familia tan extraña –o insensible-?” Dondequiera que sus vidas quisieran brotar, había alguien que echaba sal en la tierra para que no pudiera crecer nada. Se sentían torturadas por todas las prohibiciones que iban en contra de sus deseos naturales. Si eran hijas de la naturaleza las mantenían bajo un techo. Si eran unas científicas les decían que tenían que ser madres. Si querían ser madres, les decían que no encajaban en absoluto con la idea. Si querían inventar algo, les decían que fueran prácticas. Si querían crear, les decían que las tareas domésticas de una mujer nunca terminan.
A veces intentaban ser buenas y adaptarse a las pautas imperantes sin darse cuenta  hasta más tarde de lo que realmente querían y de lo mucho que necesitaban vivir. Después para poder tener una vida, experimentaban las dolorosas amputaciones de dejar a sus familias, los matrimonios que habían jurado conservar hasta la muerte, los trabajos que hubieran tenido que ser los trampolines hacia algo más entontecedor pero mejor remunerado. Dejaban los sueños diseminados por todo el camino.
A menudo las mujeres eran artistas que procuraban ser razonables, dedicando el ochenta por ciento de su tiempo a actividades que mataban su vida creativa a diario. Aunque los guiones eran muy variados, todos tenían un elemento común: a muy temprana edad se las calificaba de “distintas” con connotaciones peyorativas. Pero en realidad eran apasionadas, individualistas e inquisitivas y todas estaban en su sano juicio instintivo. Por consiguiente, las respuestas a los por qué yo, por qué esta familia, por qué soy tan distinta es naturalmente la de que no hay respuestas a tales preguntas. No obstante, el ego necesita algo que llevarse a la boca antes de seguir adelante, por cuyo motivo yo propongo tres respuestas a pesar de todo.
Hemos nacido tal como somos y en las extrañas familias por medio de las cuales vinimos a este mundo: Casi todas eligen la última, pero cualquiera de ellas es suficiente
1-    Porque sí (eso casi nadie se lo cree)
2-    El Yo tiene un plan y nuestros diminutos cerebros son demasiado pequeños para comprenderlo (a muchas les parece una idea esperanzadora)
3-    Por culpa del Síndrome del Zigoto (bueno…sí, tal vez…pero ¿eso qué es?

Tu familia cree que eres un extraterrestre. Tú tienes plumas y ellos tienen escamas. La idea que tú tienes de la diversión son los bosques, los espacios agrestes, la vida interior, la majestuosa belleza de la creación. La idea que tiene tu familia de la diversión es doblar toallas. Si eso es lo que ocurre en tu familia, eres víctima del síndrome del Zigoto Equivocado.
Tu familia se mueve muy despacio a través del tiempo, tú  te mueves con la rapidez del viento; ellos son locuaces y tú eres reposada, o ellos son taciturnos y a ti te gusta cantar. Tú sabes porque sabes. Ellos quieres pruebas y una tesis de trescientas páginas. No cabe duda, se trata del Síndrome del Zigoto Equivocado.
¿Nunca has oído hablar de él?
  
... Verás:

El Hada de los Zigotos volaba una noche sobre tu ciudad   mientras todos los pequeños zigotos que llevaba en el cesto brincaban y saltaban de emoción.    
Tú estabas destinada  en realidad a unos padres que te hubieran comprendido, pero el Hada de los Zigotos tropezó con una borrasca y, zas, te caíste del cesto y fuiste a parar a una casa equivocada. Caíste de cabeza en una familia que no te estaba destinada. Tu “verdadera” familia se encontraba cinco kilómetros más allá.

Por eso tú te enamoraste de una familia que no era la tuya y que vivía cinco kilómetros más allá. Tú siempre pensabas que ojalá que el señor Fulano de tal y su esposa hubieran sido tus padres. Es muy probable que estuvieran destinados a serlo. Por eso tú bailas el claqué por los pasillos a pesar de pertenecer a una familia de adictos a la televisión. Por eso tus padres se alarman cada vez que tú regresas a casa o los visitas “¿Qué es lo que va a hacer ahora?” –se preguntan preocupados-. ¡La última vez os avergonzó y sólo Dios sabe lo que va a hacer ahora!” Se tapan los ojos cuando ven acercarte y no precisamente porque la luz que tú despides les deslumbre.
Tú solo quieres amor. Ellos sólo quieren paz.
A los miembros de tu familia, por motivos personales –por sus preferencias, por su inocencia, por las heridas sufridas, por constitución, enfermedad mental o deliberada ignorancia- no se les da muy bien la espontaneidad con el subconsciente y, como es natural, cuando tú visitas la casa evocas el arquetipo del bromista, del que arma jaleo. Por consiguiente antes de partir el pan juntos, la bromista experimenta el irreprimible deseo de arrojar un cabello al estofado de la familia.
Aunque tú no pretendas molestar a los miembros de tu familia ellos se molestan de todos modos. Cuando tú apareces, todo se vuelven locos.
Un signo inequívoco de la presencia de zigotos salvajes en la familia es el hecho de que los padres se sientan constantemente ofendidos y  los hijos tengan la sensación de no hacer nunca nada a derechas.
La familia que no es salvaje sólo quiere una cosa, pero el Zigoto Equivocado nunca consigue averiguar lo que es y, aunque lo averiguara, se le pondrían los pelos tan de punta como signos de exclamación.
Prepárate porque te voy a contar el gran secreto. Eso es lo que ellos quieren realmente de ti, eso tan misterioso y trascendental.
Los que no son salvajes quieren que seas consecuente. Quieren que hoy seas exactamente igual que ayer. Quieren que no cambies con el paso de los días sino que permanezcas siempre como al principio.
Pregúntale a la familia si desean una conducta consecuente y te contestarán afirmativamente. ¿En todo? No, dirán,  sólo en las cosas importantes. Independientemente de lo que sean las cosas importantes en su sistema de valores, con frecuencia son anatemas para la naturaleza salvaje de las mujeres. Por desgracia, “las cosas importantes” para ellos no coinciden con “las cosas importantes” para la hija salvaje (...)




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