jueves, 16 de agosto de 2018

DE PARAISOS COMPARTIDOS Y SUS CADENAS

Toulus Lautrec



Estamos tan intoxicados uno del otro


Estamos tan intoxicados uno del otro
Que de improviso podríamos naufragar,
Este paraíso incomparable
Podría convertirse en terrible afección.
Todo se ha aproximado al crimen
Dios nos ha de perdonar
A pesar de la paciencia infinita
Los caminos prohibidos se han cruzado.
Llevamos el paraíso como una cadena bendita
Miramos en él, como en un aljibe insondable,
Más profundo que los libros admirables
Que surgen de pronto y lo contienen todo.


Un poema de Anna Ajátova
Traducción de Jorge Bustamante García





La voz a ti debida


Tú vives siempre en tus actos.
Con la punta de tus dedos
pulsas el mundo, le arrancas
auroras, triunfos, colores,
alegrías: es tu música.
La vida es lo que tú tocas.

De tus ojos, sólo de ellos,
sale la luz que te guía
los pasos. Andas
por lo que ves. Nada más.

Y si una duda te hace
señas a diez mil kilómetros,
lo dejas todo, te arrojas
sobre proas, sobre alas,
estás ya allí; con los besos,
con los dientes la desgarras:
ya no es duda.
Tú nunca puedes dudar.

Porque has vuelto los misterios
del revés. Y tus enigmas,
lo que nunca entenderás,
son esas cosas tan claras:
la arena donde te tiendes,
la marcha de tu reloj
y el tierno cuerpo rosado
que te encuentras en tu espejo
cada día al despertar,
y es el tuyo. Los prodigios
que están descifrados ya.

Y nunca te equivocaste,
más que una vez, una noche
que te encaprichó una sombra
-la única que te ha gustado-.
Una sombra parecía.
Y la quisiste abrazar.
Y era yo.

Pedro Salinas

lunes, 13 de agosto de 2018

MALAHIERBA

Cuando llegué a este poema de Louise Glück, gran poema, pensé en ellas en las mujeres maltratadas por los hombres, que se afanan y luchan por recuperar la acción que les devuelva la dignidad que merecen.
Paralelamente a este encuentro se dio la sentencia del caso de  Juana Rivas, la mujer separada de Granada que el pasado verano no devolvió los hijos a su ex-marido, alegando el maltrato recibido de él cuando estaban casados. Maltrato por el que había puesto una denuncia en el país donde  residían, Italia, y del que todavía no se había celebrado el juicio. El ex-marido, Francesco Arcuri, además de reclamar a sus dos hijos alegaba no ser maltratador de nadie, y así lo vio también el juez, dando la razón casi en su totalidad a los argumentos de la defensa, poniendo de manifiesto no haber malos tratos y sí una falsa acusación malintencionada para obtener la custodia de los hijos.
La sentencia de cinco años de cárcel y seis sin la custodia de sus hijos que se le ha impuesto a Juana, además de una multa de treinta mil euros, es una sentencia dura, como dura es la del hombre acusado falsamente de malos tratos al que se le puede arruinar la vida.
Dice el refrán que la mala hierba nunca muere, lo que yo sé también es que no tiene género. 


Algo
llega al mundo sin ser bienvenido
y llama al desorden, al desorden.





Si tanto me odias
no te molestes en buscar
un nombre para mí: ¿necesitas
acaso un desdoro más
en tu lenguaje, otra
manera de culpar
a la tribu por todo?

Ambos lo sabemos,
si adoras a un dios, necesitas
sólo un enemigo.

Yo no soy el enemigo.
Sólo soy una treta para ignorar
lo que ves que sucede
aquí mismo en esta cama,
un pequeño paradigma
del fracaso. Una de tus preciosas flores
muere aquí casi a diario
y no podrás descansar
hasta enfrentarte a la causa, es decir,
a todo lo que queda,
a todo aquello que es más fuerte
que tu pasión personal.

No estaba escrito
permanecer para siempre en este mundo.
Pero por qué admitirlo, si puedes seguir
haciendo lo de siempre,
lamentándote y culpando,
las dos cosas a la vez.

No necesito que me alabes
para sobrevivir. Llegué aquí primero,
antes que tú, antes
de que sembraras un jardín.
y estaré aquí cuando el sol y la luna
se hayan ido, y el mar, y el campo extenso.

Y yo conformaré el campo.

Un poema de Louise Glück
De "Iris salvaje"

Versión de Eduardo Chirinos








Caso Juana Rivas

Falsas denuncias


sábado, 11 de agosto de 2018

EL IRIS SALVAJE

Los poemas no perduran como objetos, sino como presencias. Cuando lees algo que merece recordarse, liberas una voz humana: devuelves al mundo un espíritu compañero.
Yo leo poemas para escuchar esa voz. Escribo para hablar a aquellos a quienes he escuchado.



EL IRIS SALVAJE


Al final de mi sufrimiento
había una puerta.

Escúchame bien: aquello que llamas muerte
recuerdo.

Sobre mí, ruidos, ramas de un pino moviéndose.
Luego nada. El débil sol
parpadeaba sobre la superficie seca.

Es terrible sobrevivir
como conciencia
enterrada en la oscura tierra.

Luego se acabó: aquello que temes, ser
un espíritu, incapaz de
hablar, terminar abruptamente, la rígida tierra
se inclina un poco. Y lo que pensé eran
aves lanzándose sobre los bajos arbustos.

Tú que no recuerdas
tu paso desde el otro mundo
podría decírtelo otra vez: lo que sea
que regrese del olvido vuelve
para encontrar una voz:

desde el centro de mi vida vino
una gran fuente, sombras de azul intenso
en celeste agua de mar.





Louise Glück
Fotografía de Gasper Tringale.


C o m p a r t e l o 


lunes, 6 de agosto de 2018

CRÓNICA DE UN DESENCANTO


Escultura Albert György 




La vida no es tan dramática ni tan alegre como pueda parecer a simple vista en la expresión poética o artística, o si lo es, lo es de manera temporal y circunstancial; la vida está acompañada por  infinitos momentos de naturaleza positiva como negativa, con sus  contrariedades y quebrantos pero también de  mucha alegría y afectos.

 De nosotros depende, en gran medida, como la vivamos.

Cierto es que no es lo mismo la vida de una persona joven que la de un adulto, que ha vivido muchas más experiencias. Hay  en estos últimos señales evidentes de cansancio, de repetición de los hábitos, la falta de asombro, de desilusiones. La falta de atención y escucha del exterior como el deterioro físico, la monotonía del paisaje diario poco estimulante . la sensación de inutilidad hacen que estas personas  se retraigan, se abandonen más en cierta manera y se refugien en su propio mundo alejándose más de los otros. Sé que al leer estas líneas muchos pensareis que la soledad viene del abandono de los otros, y así es también, porque no es nada nueva la invisibilidad o la indiferencia que despierta la gente mayor en el conjunto de la sociedad, pero también creo que la soledad es un asunto en el que cada uno, mayor o  no, debe implicarse, pactar con ella  manteniendo despierta la curiosidad, la sexualidad, la atención, el propio aprecio y la manera de procesar los pensamientos y de estar; la forma en que manejamos el hilo de  deshacer cosas y construir otras con hilo fino de tejer ilusiones y alegrías. 



Artista Shirin Neshat



Si miramos atrás siempre habrá algo doloroso en forma de pérdida o de culpa, que nos hará sufrir, de ahí la importancia del vivir en y desde el presente.

La tristeza y la soledad en esas etapas avanzadas de la vida, cuando no son desmedidas, no tienen porque ser malas compañeras, ni consejeras, lo son cuando se viven desde el  dolor y el remordimiento.

No hablo de fingir, hablo de asumir la madurez con plenitud y aceptación. 

Pienso que  hombres y  mujeres siempre nos estamos construyendo; cuando no es así, envejecemos y morimos de manera acelerada, o nos destruimos. Siempre hay motivos para la alegría: bendita ella. Situaciones que nos empujan y dan valor, pero eso no quita que haya días de tristeza y desencanto que llamamos a las cosas por su nombre, como hago yo ahora en este poema inspirado en otro de la poeta Uruguaya  Idea Vilariño.




Pues eso


Mi desaliento
mi enojo
mi tristeza
mis ausencias
mi sentido común
mi fortaleza
mi rebeldía
mi angustia toda
mi herencia irrevocable
mis cicatrices
mi niña pequeña,
su llanto,
mis diecisiete años
mi instinto de loba
mi alegría
mis desapegos
mi soledad
mi poesía
mi abrumadora orfandad
esta sensación de amargo fiasco
y decepción
que me acompaña
Pues eso:
mi vida
entre intermedio y descanso.

Elena Larruy


miércoles, 1 de agosto de 2018

ELEVAR LA CONCIENCIA





La vida contemplándose a sí misma 

He aquí parte de la memoria escrita de los encuentros que sostuvimos con Jacinta, una vieja andariega campesina venezolana, mística, silenciosa, apacible, con una tierna y profunda mirada, donde se vislumbran respuestas siderales y misteriosas para todo. De voz sublime y sonrisa de colores. Imperceptible para el subyugante dominio del ego. La conocimos desde niño, cuando ella llegaba en horas de la tarde a la casita donde vivíamos junto a mis padres y hermanos. El tiempo pasó casi imperceptible, pero los encuentros continuaron. En la espiral de la vida retornamos a los montes de nuestra niñez y allí estaba ella.

Ataviada con pantalones enrollados hasta la media rodilla, botas de cuero grueso y curtido por el tiempo, vestido largo, una marusa que le guindaba, cruzada entre sus hombros y una soñadora sonrisa que invitaba a penetrar su mirada y vivir sus misterios. Nuestros encuentros y conversas se hicieron muy frecuentes. Para cada encuentro, cada tarde, cada mañana o cada noche, tenía un cuento diferente, pero siempre manteniendo la esencia vivaz, natural de sus historias. Planteaba la vida percibiéndolo todo desde un enfoque profundamente espiritual. Ella realmente era un misterio, como una mensajera de la vida de las comunidades asentadas en el pie de Monte Andino, al occidente de Venezuela.

Una mañana, muy temprano llegó a nuestra casa. Luego de saborear un caliente café e intercambiar puntos de vista acerca del estado del tiempo y las siembras del periodo de lluvias, que ya se aproximaban, nos miró fijamente y dijo que ya había llegado el momento de contarnos algunas cosas que deberíamos saber. Dijo que la acompañara a su refugio, como así le decía a su casita que se escondía en la montaña de Los Barzales, entre nubes y aves anunciadoras del arcoíris. Nos preparamos para el viaje e iniciamos el camino. Durante el trayecto mantuvimos un silencio cómplice. Ella iba delante, no mostraba cansancio, a pesar que eran senderos bastante inclinados. A veces se volteaba y sonreía. Nos invadía una gran expectativa. Sentíamos una extraña sensación de alegre incertidumbre. Llegamos a una casita localizada entre unos frondosos guamos y bucares. Una bella casita de barro, madera y zinc, adornada con muchas flores y aves que entretejían sus nidos en las cornisas. Algo así como un refugio espiritual. Todo allí estaba dispuesto de una manera muy sencilla.



La mañana era fresca y la neblina besaba los tiernos guamos bañados de rocío. Una tenue llovizna aquietó la percepción humana, y sentimos una honda percepción mística. Regresaba a un lugar del cual había partido hacía muchísimo tiempo. Quizás no era un lugar. Ella más tarde nos dijo que era la elevación al mundo de la conciencia, a una dimensión espiritual. Esto fue lo que dijo, luego de invitarnos a pasar y sentarnos en una silla hecha de juncos, bejucos y tiras de tallo de ortigas, mientras ella tomaba asiento en una cómoda silla tejida artesanalmente y cerraba lentamente sus ojos:

Mira, uno el ser humano es como un árbol, va pasando por muchas etapas, cada etapa vivida le va dejando enseñanza. Uno no se queda en una sola etapa, la naturaleza no trabaja así. Lo que hay que hacer es vivir jugando a la vida. Revivir el pasado pero solo para tenerlo como referencia y buscar respuestas de cosas que suceden en el presente. Lo mismo pasa con el futuro, hacer proyecciones de lo que a uno le parece que debería ser el mundo venidero, pero no para vivir angustiado, preocupado, no, no señor. Vivir jugando al ahora, que es un eterno presente.

El árbol ni vive recordando sus hojas caídas ni de las flores que vendrán. El árbol es el árbol, mas nada. ¿Tú crees que cuando los cafetales echan esas flores tan blancas, bonitas y olorosas, lo hacen para que nosotras las miremos? No, vale, eso lo hacen es porque esas son matas de café y no pueden echar otro tipo de flores sino de café. Ellas expresan la naturaleza de lo que son. Desde hace cierto tiempo, ando transitando los senderos cósmicos de la existencia. Acontecimientos inesperados, inexplicables para el intelecto humano, han sido los símbolos y las señales que han motivado a explorar los intrincados caminos de la dimensión espiritual. Desde la perspectiva humana, soy una campesina buscadora y encontradora del significado de la memoria de los abuelos que aquí vivieron antes que yo. Desde niña, capté la enseñanza de amar a la naturaleza y sentirme parte de ella. Trepando guamos, pomarrosas y guayabos y escuchando las melodías de las aguas de la quebrada vecina a mi casita de barro, aprendí a existir en los bellos paisajes de la existencia. Allí descubrí cosas que son extrañas para el mundo, raras, porque no tienen una racionalidad científica.



Entre esas cosas está la espiritualidad profunda, que es un enfoque de vida. Un enfoque que vincula el todo, desde lo más minúsculo conocido, hasta los soles y galaxias que percibimos durante las noches estrelladas. Así comencé a recordar lo que realmente soy. En momentos de reflexión, algo vibraba por la aventura de introducirme en el laberinto incierto de las hojas, las flores, los frutos, ramas y tallo de un frondoso árbol. Había identificado los componentes de ese árbol, pero una fuerza interna insinuaba otras interrogantes: ¿Cómo es la fuente que sostiene a ese árbol? ¿Quién la dirige? ¿De dónde viene? ¿Podré tener acceso a ella? Instintivamente relacionaba esa fuente con la savia que circula por los árboles que rodean mi casita.

Ahora entiendo que no soy yo. Me estoy dejando llevar. Todo se mueve. Permanezco todo el tiempo en contacto con la naturaleza, escuchando sus sonidos, privilegiando el diálogo con la noche y sus estrellas, el cultivo de todo tipo de plantas, la escalada a las montañas que parecieran ser besadas por las nubes, el escuchar los sonidos de las quebradas y dibujando las vivencias campesinas con la musa poética que emerge del todo y la nada, libre de análisis, de interpretaciones mensurables desde la mente que abunda en razones alimentadas por el pensamiento, que siempre intenta justificar el conocimiento desde el intelecto. Nos han hecho creer en la individualidad, en la fragmentación de la vida. Esa es una dimensión del conocimiento que ostentan los niveles de consciencia bañados de pensamiento razonado, pero carente de la naturaleza espiritual de las corrientes de vida que danzan en este plano y que ya empiezan a redescubrirse.



La naturaleza real de la vida es vivir. Juega, no preguntes, déjate llevar por la natural incertidumbre del todo que es nada. No intentes analizar, interpretar, teorizar, porque serás abordado por la egoica y presumida razón, que solo busca teorizar para inventar tesis y leyes, que contribuirán para que el sistema de creencias dominante, se justifique asimismo. Conversemos sin apegos, sin análisis, sin interpretaciones. Vivamos cada encuentro. Sin planes, sin metas, sin objetivos. Esbozando la memoria de los encuentros, como un ingenuo pintor, que se deja llevar por la danza de los pinceles y por la imaginación de los colores. La naturaleza se descubre asimisma. En ella solo hay respuestas. Las preguntas vienen de la vanidad de la razón. ¿Es posible razonar, analizar, interpretar el amor?

Solo percibe, intérnate en la memoria contenida en la naturaleza y experimenta ser nada para llegar a ser todo. En ese momento, serás un árbol, un pájaro, una gota de agua de lluvia, un vientecillo disfrazado de olor de miel. No te harás preguntas porque serás la respuesta.

Autor: Héctor Rodriguez Orellana

martes, 31 de julio de 2018

QUE LA PALABRA NO MUERA





Que no mueran las palabras

aquellas que me dijo mi madre,
acostadlas en mi lecho,
las que pronuncié para amar,
las que escuché sinceras,
las que se mostraron
de corazón o se ocultaron por pudor
y llevaban  mi nombre,
que no se borre su verdad,
que la palabra no muera.

Elena Larruy

lunes, 30 de julio de 2018

AMISTADES ENTRAÑABLES

Música y poesía en la voz de dos grandes poetas y amigos, Benjamín Prado y Leiva, bajo los acordes musicales de Lo Niego Todo, del amigo y poeta Joaquín Sabina.






No quiero seguir siendo quien no soy.
No quiero recordar lo mismo que tú olvidas.
Prefiero que no estés a que te hayas marchado.
No quiero que me expliques qué has querido decir.

Me conformo con más de lo que me merezco.
No quiero que la muerte me sorprenda esperándola.
No quiero regresar al sitio del que he huído
a buscar las razones por las que me marché.

No te quiero decir lo que quieres que oigamos.
No quiero ser tu bala en la recámara.
No quiero días largos que lleguen muy lejos
ni que donde esté solo, haya siempre alguien más.

Quiero salir de casa sin infundir sospechas.
No quiero preguntarme lo que pudo haber sido.
No quiero descubrir que hace ya muchos años
que no hago nada por primera vez.

No quiero que las cosas se queden como estaban.
No quiero que me guardes el secreto.
Quiero que al despertar recuerdes qué he soñado.
No quiero que no haya más tiempo que perder.

No quiero que me expliques de qué va todo esto.
No quiero que tengamos que hacernos a la idea.
No quiero que se cumplan los pronósticos,
que pase lo que tenga que pasar.

No quiero que nos sobren las palabras
y lo que calle busque a otro que lo diga.
No quiero ver el vaso medio lleno.
No quiero que pudiese haber sido peor.

Sólo quiero
saber que cambiarías a cualquiera por mí.


Ya no es tarde, Benjamín Prado


domingo, 29 de julio de 2018

REFLEXIONES DESDE EL BANCO DE LOS OLVIDADOS

Muchos son los sinsabores y quebrantos que padres y madres mayores sufren de los hijos adultos cuando estos están creciendo y madurando, en otros aspectos que no son el físico, claro.  Muchos los hijos que en ese despertar a la frustración y discurrir por la vida entre desencantos y entresijos lógicos que la vida produce, encuentran en los padres el blanco perfecto donde descargar la batería de insatisfacciones y rabia. Frustraciones naturales de un desorden generacional que necesita su tiempo para ser entendido y procesado y disculpado cuando no perdonado. 


Corazones tendidos al sol desangrándose



Hablo del hijo intolerante que ya no atiende la voz de la madre o el consejo del padre, que los mira con desatino y desprecio, que tiende a reprochar, ridiculizar, que se aleja. Cuando esto ocurre y nos ponemos en la piel de la madre que ha amado y sigue amando, cuida y protege a sus hijos, -sin que eso la convierta en inocente ni perfecta-, entendemos algo de su dolor y su silencio, de su prudencia, de los pensamientos rayados que procesa  su cabeza hablándole al corazón en un discurso tan inútil como pertinaz: sé que te fallé, no me ataques, de nada soy culpable, lo hice de la mejor manera.

¿Quién puede causar dolor sin antes haberlo sufrido? ¿Quién puede recibirlo sin antes haberlo dado?: involuntaria inconscientemente, sí, pero dolor inevitable que conlleva el discurrir por los caminos de la evolución. Todos somos víctimas y verdugos de un sistema que nos culpa y encadena. Es natural que de padres a hijos se transmitan esas imperfecciones cuando criamos y educamos a nuestros menores, todos estamos aprendiendo y todos lo hacemos de manera imperfecta e incompleta porque el propio mundo es así: de ahí el rechazo, de ahí la  incomunicación y como consecuencia la lógica insatisfacción. 

Cuando los padres se hacen mayores siguen aprendiendo; una de las cosas que les enseña su madurez es a interpretar las experiencias de manera diferente, con una mirada más extensa y expandida, cosa que a efectos prácticos les sirve de muy poco porque a la vez que eso sucede se van haciendo cada vez más pequeños e invisibles a los ojos ajenos de la sociedad. ¿Que injusta realidad, verdad?. Cuando uno sabe y está más preparado para aportar a la comunidad va y lo trasfieren a la reserva, al banco de los olvidos. Podría parecer una zona de confort y no lo es, yo la llamo zona de alto riesgo, porque la invisibilidad produce atropellos que los invalida y deja frágiles y vulnerables como un pañuelo de papel. Es un hecho que pocos los miran y menos los ven. Por eso necesitan tanto de la comprensión y los afectos de los próximos, especialmente de los hijos, y como no, del aprecio y siempre del respeto. 

Hay padres mayores mentalmente muy jóvenes, mucho más jóvenes de la edad que tienen o aparentan, también en lo físico, conozco casos de padres más jóvenes que sus hijos, por su manera de estar y de pensar, esto la mayoría de hijos no lo entienden, porque no lo han vivido,  pero es así, esos padres, esas mujeres ricas y frondosas: universos y madres como la autora de este poema: LA MADRE DE MIS HIJAS se refiere a sí misma como "ella", se presenta como una extraña, una perfecta desconocida a la mirada de sus hijos, condenada a la clandestinidad y la incomprensión. De eso habla este poema, de lo mismo que hablo yo cuando digo que yo también me ocupe de los hijos como una leona, y para bien o para mal y hasta el final seguiré conservando la melena.

Elena


  

LA MADRE DE MIS HIJAS

  

La madre de mis hijas,

la del pelo de leona

una mujer niña

que padeció largos dolores de crecimiento
que, a la par de ellas,
-no antes-
conoció la poesía, el desafío,
el olor a aceite de fusil
la textura irregular
de las granadas de fragmentación.

La madre de mis hijas
tan preocupada siempre
por ser feliz
por no dejarse escatimar el día;
las que les pintó las cunas y el cuarto
con colores sicodélicos
-la cuna de Melissa, la cama de Maryam
naranja brillante-
ella que descubrió la piel escurridiza del tiempo
la infidelidad, el escondite
y que les lloraba en el pecho
-hija de las hijas-
ensimismada en sus cosas
llevándolas de un lado a otro
como paquetes
apurada y sin tiempo
para detenerse y jugar.

La madre de mis hijas
huyendo de ellas
por no saber como hacer las paces con ellas
cómo evitar la quieta censura
el reclamo en los ojos;
la que les escribió poemas de amor
para los días cuando la entendieran,
cuando el resentimiento
no les hiciera mella.

La madre de mis hijas
empecinada en vivir una vida
que valiera la pena
para que ellas al menos dijeran
"Esto, aquello, permanece
No en vano la extrañamos."

La madre de mis hijas
contempla la sólida nobleza de la mayor
la tenaz perseverancia de la segunda
la rebelde independencia de la tercera
ve tres mujeres florecidas
en ruta cierta al esplendor
ve a las que son madres
entregarse rotundas al oficio de los hijos
y piensa
que entre todo lo que hizo mal
o dejó de hacer
algo haría bien,
algo.


Giconda Belli

martes, 24 de julio de 2018

RETIRO SENTIMENTAL




En mi familia no se dijo nunca “te quiero”.
Jamás oí decir “lo siento” a mi padre o a mi madre.
No sé si era vergüenza: una ternura demasiado estridente para enser
cotidiano.
¡Incluso leer poemas! Eso sí que era algo sospechoso,
tanto como una mancha repentina o un suspiro o una puerta cerrada
con demasiada llave.
Nunca “amor”, “estoy triste” o “te echaré de menos”, ¡podía uno reírse
de esas cosas!
Entiendo que hay un pacto tácito de pudor en algunos afectos, y no
obstante
yo hoy llamo a eso la incomodidad con todo lo cercano.

La amputación de lo sentimental, estoy de acuerdo, nos hace mane-
jables los rituales difíciles de convivir; una pequeña argucia.
Así el templo: las fórmulas, nada de desgarrarse.
En el templo, en la casa, como en un hospital, es necesaria la asepsia
de los gestos repetidos, seguros:
Procura ser feliz de una forma privada.

Y, como añadidura, está el saqueo
de palabras por parte de películas y canciones idiotas y esas niñas con
novios revoltosos en un parque, entre arbustos enanos.

Y hay a quien gustan mucho las escenas
y tocar la guitarra sentimental de todos los salones y de todas las playas
adolescentes, lánguidas igual que un veraneo despacioso,
mientras algunos más nos quedamos a solas,
bebiendo (y arrugados como estúpidos plátanos),
pensando qué decir.

En mi casa jamás se dijeron en alto las cosas importantes.
Busca hoy dentro de ti una lágrima, un gesto de ternura:
Ya se nos hizo tarde para esas tonterías.


José Luis Piquero Mieres, 1967
Retiro Sentimental
de su poemario Monstruos Perfectos


lunes, 23 de julio de 2018

UN TIPO QUE AMÓ LA VIDA

Cuando la vida es un don se vive y disfruta como lo hizo Ray Bradbury, gran escritor estadounidense de ciencia ficción y genial visionario.

Caricatura de Ray Bradbury


ESCRIBO POR AMOR


«Lo que funda toda escritura es el amor, es hacer lo que amamos y amar lo que hacemos. Y olvidarse del dinero. En mis comienzos, yo ganaba 30 dólares por semana, y mi novia era rica, pero le pedí que hiciera voto de pobreza para casarse conmigo. No teníamos ni automóvil ni teléfono, vivíamos en un departamento pequeño en Venice, pero la estación de servicio de enfrente tenía una cabina telefónica. Iba corriendo a atender cuando sonaba y la gente creía que me llamaba a mi oficina. Yo les repito: “Rodéense de personas que los quieran, y si no los quieren, échenlos. No hay necesidad de ir a la Universidad, donde no se aprende a escribir. Vayan más bien a las bibliotecas”. Yo escribí Fahrenheit 451 porque había oído hablar del incendio de la biblioteca de Alejandría y de los libros quemados por Hitler en Berlín. Escribo todos los días, cada mañana, desde hace setenta años. ¡No paro! Y escribo para el teatro desde hace cuarenta y cinco años; me encanta».


Sentencia a modo de decálogo que nos dejó el gran padre de la literatura de ficción, que nos contaba "haber encontrado su amor en una librería". Cuando se rastrea su interesante vida se aprecia que no pudo ser de otra manera, muchas fueron las visitas que les hizo y muchas más las horas que pasó en las bibliotecas, donde adquirió los conocimientos y la  vasta cultura que no le dio la universidad. Sus inmortales obras de ciencia ficción alcanzaron tal magnitud que los propios estadounidenses en el año 2000 pusieron su nombre a un asteroide.
Leer sus vitales aforismos y sus inteligentes sentencias trasmite una sonrisa de alegría y esperanza, la misma que él tenía depositada en la vida.  Sin duda un referente ejemplar donde perderse.

El gran decálogo de Ray Bradbury

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