martes, 20 de junio de 2023

VIAJAR ES VIVIR


    Un viaje empieza el día que cierras una reserva o contratas un viaje. El mismo día que la imaginación vuela libre al lugar de destino y empiezas a elucubrar qué verás y qué harás. Continúa cuando te levantas por la mañana, a dos días de la marcha, y haces una lista con lo que te vas a llevar, y te subes a la escalera para tirar de la maleta que guardas en el altillo. Cuando llegas al lugar, se borra la imagen que traías, a mi me pasa: lo que ves es distinto, ni mejor ni peor, distinto. Reseteas, te acomodas y te maravillas con lo que estás viendo, como nos sucedió a nosotros hace unos días al llegar a este lugar de Francia, donde nos encontramos ahora:  Sant Medard de Guizieres, una pequeña localidad al suroeste, cerca de Sant Emilión, famoso por sus viñedos y a una hora en coche de Burdeos. 

    Estamos en un bonito entorno rural de naturaleza, rodeados de grandes extensiones de campos, viñas y fincas. Las casas son más sencillas que lujosas, pero todas tienen su encanto, rodeadas de zonas de recreo y jardín, no hay ninguna igual a la otra, y no se ve ni una sola casa pareada.  Por aquí la excepción es encontrar un piso en algún edificio de viviendas, los pocos que se ven son antiguas y no parece vivir nadie en ellos. 




    Hace poco más de un año que pertenecemos a un club de intercambio de casa de vacaciones: HomeExchange, cuya experiencia nos está resultando muy gratificante. Cambiamos nuestro apartamento de la playa en Sitges-Barcelona-España por otros lugares que nos apetece visitar; lo mismo puedes ir a Sri Lanka, que visitar Canadá o solicitar una semana en Paris, y por supuesto ir a cualquier lugar de nuestro preciosa y rica geografía española. En doce meses hemos viajado a cinco países, y a ocho destinos diferentes. Para este verano tenemos previstos dos más. Nuestra casa de Sitges ha recibido a diez invitados/familias de distintas nacionalidades. Los intercambios pueden ser recíprocos y simultáneos, o no, también mediante un sistema de canje de puntos llamados GP (puntos de invitados: a cada casa se le otorga un valor en GP) que es lo que utilizamos nosotros, pues al estar libres de compromisos profesionales podemos viajar en cualquier época del año, además de por ser nuestra casa de intercambio la segunda residencia, lo que hace que esté muy disponible en cualquier época del año para cualquier viajero.  

    Mucha gente nos pregunta si no nos da miedo dejar nuestra casa, sin saber a quien recibimos; la respuesta es sencilla: no. Todos los miembros de esta asociación  están verificados por la organización, en unos mínimos exigentes, por otro lado, después de cada ocupación, tanto los anfitriones como los invitados rellenan una pequeña ficha de valoración que recoge aspectos como la limpieza, la comunicación y la coincidencia de lo publicado con lo que tu has visto. En la página de la organización se publican todas las casas con imágenes, descripciones  y detalles. La gente comenta y explica datos de interés del lugar, también datos personales de presentación, si se quiere puedes hablar con los interesados, todo el mundo muestra respeto y educación; cualquiera no deja su casa a extraños de dudosa conducta, y si alguien no es de tu agrado, por como se define o comenta, o por las valoraciones recibidas, no tienes más que no admitir su propuesta. 
Nada ni nadie te obliga. Nuestras experiencias hasta la fecha, tanto cuando hemos ido, como cuando hemos recibido, han sido todas altamente satisfactorias. Durante las estancias la comunicación es fluida, todo el mundo colabora y está dispuesto a ayudar a su invitado o a ser ayudado. Por otro lado están los benditos traductores, que hace que la comunicación fluya con total facilidad y entendimiento. Esta manera de viajar nos ha permitido conocer diferentes países y también aprovechar estancias cortas, en nuestro territorio,  cuando tenemos compromisos de reuniones o encuentros familiares o de amigos. Pero lo más gratificante es estar en otras casas, experimentar como viven otras personas en sus propios universos, de todos hemos aprendido algo, o hemos cogido una idea. Y a la inversa lo mismo, cuando un huésped se va, se interesan por donde comprar o como obtener algo que han visto en la tuya. En estas convivencias de intercambio das de lo tuyo lo mejor y en la misma  medida lo recibes. No puedo decir otra cosa.
    Para nosotros dejar nuestro apartamento, al que queremos y cuidamos con cariño, es un motivo de satisfacción. Hablar con las personas que se instalan, que llegan siempre contentas de poder compartir esta manera distinta de viajar es muy gratificante, y lo mismo cuando se despiden, siempre muestran su satisfacción y agradecimiento. 



    Mientras escribo estas líneas, han pasado tres días de nuestra llegada, es temprano, llevo el horario de las gallinas, me levanto amaneciendo y me acuesto poco después de las diez. Aquí hay quince gallinas, viven como auténticas reinas en un paraíso natural muy espacioso, al aire libre, tienen una casita de madera para recogerse, a las diez de la noche todas están dentro porque un cuarto de hora más tarde un sistema automático cierra la pequeña puerta de acceso, para resguardarlas de un zorro, que según nos dice M. Ange, la dueña,  anda por aquí. Temprano poco después de las siete se abre la misma puerta y las gallinas campan a sus anchas, comen hierba y se llegan hasta el estanque, un gran estanque verde con patos incluidos. Lo dicho: un paraíso. 

    Todos los viajes han tenido para nosotros algo fantástico, y este no iba a ser menos. Cuando uno cree que va a hacer un viaje, aun no sabe que el viaje es el que nos hace y rehace a nosotros. Viajar nos cambia, decía Mark Twain:  El viajar es malo para la intolerancia, el prejuicio y la estrechez de mente. 
     Al llegar nos encontramos con la agradable sorpresa del lugar, era mucho más grande de lo esperado, la impresión primera fue espectacular. La casa que habíamos visto en las fotos, y la descrita en la página de contacto se quedaba muy corta con lo que estaban viendo nuestros ojos nada  mas llegar, sabíamos que tenía terreno, piscina y zona lúdica pero no contábamos estar rodeados por grandes árboles de todo tipo, sobre una superficie superior a 1 Hectárea: diez mil metros cuadrados de terreno, donde además de la casa, se veían  otras cuatro construcciones: parking, cobertizo, zona de almacenaje y zona de recreo, con mesa de ping pong, futbolín y palas varias de juego. Y como no podía ser de otra manera la barbacoa. Contaría y no pararía. Este es, sin ninguna duda,  un lugar privilegiado para los que vivimos en la ciudad pisando asfalto todo el día, con apenas nada de espacios verdes y rodeados de ruidos y cielos contaminados. 
Francia es un país hermoso de extremo a extremo, todo su suelo es un manto verde, tiene grandes árboles, el campo está cuidado y muy bien delimitado, la mayor parte de la gente que vive en estos entornos lejos de las ciudades lo hace en  casas, como las descritas:  salen y pisan tierra y ven el cielo por las noches, sin contaminación de ningún tipo.
Cada año volvemos, estar en Francia es como estar en casa, es "como llegar a un sitio que te espera", que decía José Saramago. Todo nos parece amable y cuidado, desde el paisaje hasta la arquitectura, no hay nada a la vista ofensivo, lo mismo en los interiores de las casas; los franceses son conservadores en gran medida, de buen gusto, cuidan sus espacios, invitan al respeto y las buenas formas. 

    Cuando me levanto por la mañana, tengo que retenerme, pues mi primer impulso  es ir a ver las gallinas, quiero ver si han puesto algún huevo, pocas cosas hay en estos lugares que me guste más que ir a buscar huevos recién puestos, y llevarles de comer restos vegetales. Mientras camino hacia la "casita de lujo" de las gallinas y atravieso el jardín donde está la piscina, siento la humedad de la hierba en los pies, con el rocío de la noche, los pájaros empiezan a despertar, se escuchan diferentes sonidos en sus cantos, todo es serenidad, el robot de la piscina limpia las pequeñas hojas del fondo y el murmullo del agua que deja se integra en el conjunto armónico del amanecer, como un instrumento musical que se  incorpora a una orquesta y mejora la pieza del conjunto: esa es la escena sinfónica de la primera hora del día, y entonces yo doy las gracias, porque me siento viva y dichosa y la vida me parece más bella. Profundamente hermosa y  bella.

  Hoy es día de mercado en el pueblo de al lado, iremos a dar una vuelta después del desayuno y compraremos verduras, albaricoques y cerezas. Mañana tenemos pensado pasar el día en Burdeos, aunque el tiempo no parece estar con nosotros.  

   Entre los árboles curiosos que hay en la finca hay un arce y un litonero, varios frutales y un par de cedros muy grandes. Flores de todo tipo, unas naciendo otras muriendo, cono nosotros mismos. Todo aquí respira paz y armonía. 
 



    Esta, bien pudiera ser la carta de una niña agradecida a la que los reyes le han dejado uno de sus regalos favoritos: pues así es, así lo siento. Siempre imaginé que el cielo es lo más parecido a esto, un lugar en la naturaleza, donde vivir desde la paz y la creatividad, en conexión con la tierra, abrazando árboles, escribiendo, leyendo, escuchando música, mientras braceo por la piscina como el pez que soy, y acompañada por la persona que quiero, por llenarme de estos espacios que equilibran mis sistemas biológicos, que me armonizan, que me dejan una estela luminosa de luz de largo alcance de gratitud y amor que puedo expresar y hacerte llegar, como hago ahora. Viajar es vivir
 

                                                                   Gracias por leer💖me. Elena



La aventura de viajar consiste en ser capaz de vivir como un evento extraordinario la vida cotidiana de otras gentes, en parajes lejanos a tu hogar.
Javier Reverte, escritor, viajero y periodista


domingo, 11 de junio de 2023

LA GRATITUD COMO ACTITUD


Cada noche me acuesto agradeciendo tres cosas buenas que me han pasado durante el día; ayer me sentí agradecida por ayudar a una amiga que me pidió un favor. Cada vez que puedo echar una mano, a alguien que me lo pide, el sentimiento de agradecimiento es mutuo. «La recompensa de una buena acción está en haberla hecho.» decía Séneca.  El segundo motivo fue el disfrutar de un libro que estoy leyendo, por segunda vez, de María Negroni, El corazón del daño, que me lleva a meterme en las cavernas más profundas de las entrañas: me gustan esos paisajes, que otros rechazan,  y la tercera cosa que agradecí fue el bocadillo crujiente de pan gallego con chorizo ibérico que me comí con deleite en el desayuno; a solas en una cafetería, seguido de un cortado, mientras elucubraba las tareas del día que tenía por hacer. 
El agradecimiento debería ser una actitud frene a la vida, ese tipo de agradecimiento que se guarda en conserva en el corazón, y que siempre se tiene para ofrecer.
¡Tenemos tanto que agradecer! No solo por las cosas que recibimos, también por aquellas otras que no vemos pero que están siempre ahí, embelleciendo el paisaje de nuestra existencia, haciéndola más llevadera. Cómo hace Oliverio Girondo en su poema Gratitud


Gratitud

Gracias aroma
azul,
fogata
encelo.

Gracias pelo
caballo
mandarino.

Gracias pudor
turquesa
embrujo
vela,
llamarada
quietud
azar
delirio.

Gracias a los racimos
a la tarde,
a la sed
al fervor
a las arrugas,
al silencio
a los senos
a la noche,
a la danza
a la lumbre
a la espesura.

Muchas gracias al humo
a los microbios,
al despertar
al cuerno
a la belleza,
a la esponja
a la duda
a la semilla,
a la sangre
a los toros
a la siesta.

Gracias por la ebriedad,
por la vagancia,
por el aire
la piel
las alamedas,
por el absurdo de hoy
y de mañana,
desazón
avidez
calma
alegría,
nostalgia
desamor
ceniza
llanto.

Gracias a lo que nace,
a lo que muere,
a las uñas
las alas
las hormigas,
los reflejos
el viento
la rompiente,
el olvido
los granos
la locura.

Muchas gracias gusano.
Gracias huevo.
Gracias fango,
sonido.
Gracias piedra.
Muchas gracias por todo.
Muchas gracias.

Oliverio Girando,
agradecido


Y a ti ¿Qué cosas te hacen ser agradecido/a?. Cuéntame tres cosas buenas que te han pasado recientemente y te han hecho sonreír y decir: gracias, gracias. ¡Cuéntamelas!


domingo, 4 de junio de 2023

AMARSE EN LOS DESCANSILLOS



Este poema lo escribí para mis primos Conchi y José Luís, en su 34 aniversario de boda (Bodas de Amapola). Lo celebramos ayer 3 de Junio, cayó un aguacero increíble que parecía querer arruinar la fiesta, pero nada de eso pasó, funcionó el plan B como estaba previsto, como funcionan todas las cosas cuando hay propósito y alegría. Fue un día especial para ellos, recibir el abrazo de casi setenta personas, entre amigos y familia. También para nosotros, la familia, pues son más las veces que nos juntamos todos para despedir que para celebrar. Así que mil gracias por esa tarde tan bonita de fiesta y celebración,  de compartir cosas tan hermosas como las charlas y las risas con los nuestros. 
Me gustó ver como se querían, sin edulcorantes ni paliativos, como a mi me gusta el amor. Les deseo lo mejor y que juntos, por mucho aguacero que caiga,  sigan descorriendo las cortinas del cielo todos los días. 


AMARSE EN LOS DESCANSILLOS

El amor está hecho de retazos
de besos y de abrazos,
de cebolla caramelizada
con azúcar de caña
de mil hojas de caricias
de hogueras encendidas
de vuelos de ceniza
de pan de limón
con semillas de amapola.

El amor no es un pastel
de tres pisos
chorreando merengue
por los costados,
con dos pingüinos encima.
El amor que fortalece
es una escalera infinita
de idas y venidas
de revueltas y de corridas
entre sótanos y altillos.

No ama quien no entrena,
quien no se entrega al otro
con heroicidad y con valentía,
quien no sabe sentarse
en el descansillo
a escuchar a su pareja,
echarle al hombro su brazo
y regalarle su bocadillo.

No ama 
quién no sabe volar,
quien con los ojos
no sabe hacer el amor
a su pareja.

Elena 

miércoles, 31 de mayo de 2023

SON RISAS MIL SOBREVIVIENDO





Hoy me gustaría contar algo gracioso de esas cosas inesperadas que a veces nos pasan y nos hacen reír todo el día. Me acuerdo ahora de los andaluces de Cádiz, siempre con su buen humor y sus chirigotas, siempre con un chascarrillo en la boca, ellos sí saben reír a todas horas,  ellos siempre cuentan cosas graciosas y anécdotas divertidas, se podría decir que es una actitud de chispa continua que le echan a la vida, como un pulso para que esta les mantenga en ese estado de humor permanente.
Yo soy más de sonreír, reír no se me da bien, ni tengo una risa fotogénica, pero reír a mandíbula abierta, cuando eso me pasa, es de las cosas que mejor me sientan.  Aquí por donde yo vivo, nos reímos poco, en serio.  
Yo ahora, a mi edad,  procuro estar en modo sonrisa,  a veces con una almendra amarga en la boca, como la de estos días con la resaca de marea azul que han dejado las elecciones municipales y autonómicas del pasado domingo. Esta semana los filibusteros políticos de turno celebran su triunfo. La política están todas enfermas y fracasadas. Son la anti sonrisa. 
Y porque quiero sobrevivir a ese fracaso y no quiero que se me avinagre la cara, saco los pies del jardín donde me he metido sin querer y me voy  al Parque Nacional del Timanfaya en Lanzarote, a contaros una anécdota graciosa que nos pasó hace unos años cuando volvíamos al hotel con mi marido. Nos dirigíamos hacia el norte en el coche y nos perdimos por un pueblecito del que no recuerdo el nombre, queríamos salir a estirar las piernas y paramos el motor para preguntar a un hombre, que pasaba justo en ese momento por allí, para preguntarle qué se podía ver de interés en ese lugar, a lo que el hombre, que debería tener entre cuarenta y cincuenta años, con mucha sorna contestó: "por aquí lo más interesante de ver es mi mujer, y ahora mismo está trabajando" explotamos de la risa los dos a mandíbula abierta con la ocurrente salida del lugareño y la sorna con la que pronunció la frase, estuvimos así toda la tarde, se nos caían las lágrimas, no podíamos parar de reír. 
Hay pocas cosas tan auténticas y favorecedoras como la risa, cuando es espontánea. La sonrisa sin embargo tiene muchas facetas, y no siempre buenas: las hay amables, de postureo, falsas, cordiales, de cordero degollado, de bienvenida, de disimulo, políticas, desganadas, beatas, burlonas, sonrisas de camello, dulces, pegajosas, educadas, edulcoradas, malévolas, amorosas, sensuales, insinuantes, interesadas, ácidas, hipócritas, verticales, sonrisas a granel, a peso, multiusos, de ciruela pasa.  SON RISAS MIL sobreviviendo. 
La auténtica, la que no tiene doble cara, es LA SONRISA INTERIOR, la que ponemos cuando nadie nos mira:  no dejes que nada ni nadie te la amargue. 
 
 


miércoles, 24 de mayo de 2023

HAY PASADOS QUE NO TIENEN FUTURO

 



Hace unos días me sorprendió Susana, una persona a la que conocí hace poco más de un año. Mientras paseábamos por el paseo de la playa con mi pareja, los tres, nos contaba los problemas que tenía con su hija adoptada, que ahora tenía veintitrés años. La había recogido de un orfanato en un país extranjero a la edad de ocho años. La crio sola,  le proporcionó cariño, estudios, una familia y todo cuanto estuvo a su alcance, que no fue poco. La adopción había supuesto una fuente importante de problemas para ella, problemas que fueron aumentando con la edad. El relato que escuchamos de su boca era triste y por momentos  desgarrador: la niña huérfana de padre,  a la edad de ocho años perdió también a la madre, y se quedó al amparo de un orfanato.
Cuando Susana se hizo cargo de la  menor, la puso en manos  de buenos especialistas para que le ayudaran a superar el trauma que la niña arrastraba. Con el paso del tiempo y la educación recibida, la pequeña se convirtió en una joven preparada, estudió idiomas y una carrera universitaria,  pero la convivencia entre ambas no era fácil ni buena, llegada la adolescencia se fue haciendo insufrible.  La dolorosa experiencia de la orfandad la convirtió, ya de adulta, en una persona tirana con su madre adoptiva. Ese dolor lo sacaba por la boca  hiriendo a la madre, la persona que más hacía por ella, la que más la quería. Enfados, peleas, broncas, insultos que se repetían a diario y que hacían el vivir de ambas un infierno.  Susana era una mujer independiente, deportista, con estudios, había recibido una muy buena educación, hablaba cuatro idiomas y tenía mundo, pero la mala relación con su hija la hacía sentir culpable, le producía ansiedad, la fricción continua en la convivencia la iba empequeñeciendo.  
Me sorprendió cuando la escuché decir que su hija era una narcisista. Podría  ser que los beneplácitos, comodidades y atenciones que la pequeña recibió, la convirtieran o ayudaran a formar ese carácter déspota y hostil, insensible a los sentimientos de los otros, como  demostraba la niña,  pero el desgarro de la menor, era entendible que tenía una raíz más profunda. Cuenta Susana que cuando la llevó a casa, el llanto de esa criatura nunca antes lo había escuchado,  era desgarrador y cuenta que le duró mucho, mucho  tiempo hasta que se le apagó.    
El inconsciente de la niña buscaba culpables, alguien que pagara por el daño recibido, por arrancar de sus brazos a edad tan temprana a los seres más importantes de su vida.  Sin proponérselo se convirtió en un verdugo para su madre adoptiva, descargando en ella su ira,  su dolor contenido. Llegó un momento que Susana no sabía como tratarla,  cómo hacer frente al mal trato psicológico que recibía de su hija,  cómo podía ella liberar la sensación de fracaso que sentía en todo su cuerpo. La niña, ya adulta, se negaba a recibir ayuda,  seguía buscando la confrontación y la pelea con la madre.       

Conforme íbamos caminando, la conversación se entrelazaba con otros temas, en parte por kyara, la perra de Susana, un animal inteligente y sociable que al parecer conocía media vecindad, por el gran  número de paseantes que la llamaban por su nombre; la perra iba saludando a todos  y esos todos saludaban a Susana y cruzaban palabras con ella. No se como fue, en referencia a una de estas  personas con la que nos cruzamos, que nos dijo, me gustan las personas así, directas, las que van al grano, sin rodeos, las que dan vueltas a las cosas no me gustan, me confunden, nunca sabes donde quieren llegar,  no las entiendo. Por más que me duela prefiero la verdad.

Susana no sabía mentir, cómo más tarde confesó. Yo iba de sorpresa en sorpresa, pues ya he dicho que no hacía tanto tiempo que nos conocíamos. En mi casa no se mentía nunca, nos dijo. Mis padres nos  acostumbraron a mi y a mis hermanos a hablarlo todo en familia, cualquier tema, cualquier problema de cualquier tipo se debatía y se hablaba entre todos. Creció pensando que todas las personas eran así, que todas las familias hacían lo mismo. Eso explicaba que cuando su hija la insultaba o le hacía reproches, siempre a puerta cerrada,  Susana la recibiera con la actitud natural de: vamos a hablar sobre lo qué te pasa hija, con la mejor de las intenciones  y que eso no fuera suficiente pues la niña llevaba nudos internos muy fuertes de desatar que requerían conocimientos y ayudas de profesionales expertos. 

Susana escuchaba lo que la hija soltaba por la boca y lo interpretaba con horror y con error: al pie de la letra.  Me contó que esa manera suya de entender las cosas, sin vueltas, literales, tal cual las escuchaba, le había ocasionado muchos problemas con las personas. En cierta ocasión, nos contó a modo de ejemplo: unas amistades que vivían en Nueva York me dijeron:  ven cuando quieras a visitarnos Susana, siempre serás bien recibida, y así fue como  un día le dio el arranque, cogió un vuelo sin avisar y se presentó en casa de los amigos, en Manhattan, quien al verla aparecer por la puerta se quedaron a cuadros y ella al darse cuenta quiso que le  tragara la tierra. Así era Susana, una persona sin filtros, ni picardías, directa.  

Yo iba de sorpresa en sorpresa. Ahora entendía cierto comportamiento, la falta de tacto, -que no de educación-  que había mostrado en alguna ocasión conmigo, por supuesto sin ninguna maldad. Los humanos somos todos harto complicados, manuales dignos de ser estudiados y subrayados.  

¿Me estás diciendo que no tienes picardía? le pregunté, y me contestó: cero. Bueno, estoy aprendiendo y lo mío me cuesta. A veces hay que mentir por no herir, le dije, para que alguien no se moleste, son mentiras no premeditadas, sin maldad, hay que tener tacto.  No me queda más remedio que aprender, estoy en ello, pero sigo prefiriendo la verdad, lo espontáneo, no me fio de los que dan vueltas y rodeos. Y esa misma verdad sin filtro ofensiva e hiriente, sin medida ni tacto,  era la que escupía  su  hija por la boca cuando discutían. 

Nunca acabamos de conocer a los otros, ¡qué fuente de riqueza inagotable! pensé, no hay dos iguales. Me confunde y me gusta a la vez.

Al escucharla esa tarde entendí que en ese comportamiento suyo había una forma de pureza que la hacía verdad a mis ojos, se mostraba sin postureo alguno, a cara descubierta, su ignorancia era también la  mía, todos somos de muchas maneras ignorantes.   

La joven no quería trabajar, ni independizarse, quería seguir viviendo a la sopa boba, a costa de la madre. Las dos convenían cuando estaban bien, que era mejor el vivir independiente de cada una, tomar distancia emocional para una mejor relación, pero llegado el momento la joven se resistía a buscar trabajo, a irse de casa, de manera que el conflicto no cesaba.        

Todo en la vida exige un equilibrio entre las partes, en formas y maneras. Susana no tenía destrezas sociales especiales, tener una buena educación no la hacía perfecta. Perdía la vida intentando que la razón le explicara, le argumentara comportamientos que ella pudiera entender, sacaba conclusiones con conocimientos pobres, viajaba a la India en busca de paz y la perdía en el camino de vuelta, quería entenderlo todo de forma académica y reglada  con el discurso de una mente discursiva, dejando así que se le escapara la escucha esencial, aquella que pasa por los costados cuando estamos viviendo -no de frente-  como cuando estamos subidos en un tren en marcha,  con la mente y la mirada relajada y una vocecita amiga, a la que no interpelamos, aparece y nos habla, nos da las respuestas que andamos buscando mientras el tren está en marcha y nosotros en silencio, pero que olvidamos en la primera parada o cuando la noche pasa página.  

Con el mismo propósito, empeño e insistencia que la vida nos plantea mil problemas de todo tipo, deberíamos nosotros insistir en aprender, pero no lo hacemos porque nos asalta la culpa,  tenemos miedo al rechazo, a la confrontación, al fracaso. Sufrimos siempre por las mismas cosas, en el mismo sitio, con las mismas personas, a la misma hora.  Leí en un ocasión algo de Paulo Coelho que decía algo así, cuando una cosa te pasa por primera vez, puede que nunca más te vuelva a pasar, cuando te pasa dos veces es muy probable que te pase una tercera. Ahí empieza nuestro periplo emocional de repeticiones y fracasos. 

Una hija que ha superado la adolescencia, que ha recibido una buena educación, que tiene edad de entender, que cuenta con el apoyo familiar que siempre tuvo, ¿Qué más puede exigir?  nada. Si acaso pedir ayuda, si acaso agradecer, si acaso llorar, si acaso perdonar, si acaso entender, si acaso aceptar, si acaso dejarse ayudar, si acaso respetar, si acaso seguir viviendo y dejando que los otros vivan.  

Lo que no se puede arreglar, lo que no podemos atrapar ni está en nuestras manos hay que dejarlo pasar. "Hay pasados que no tienen futuro" si no hay empeño ni voluntad. Se ha de aprender a vivir con ello, con determinación y tirar para adelante. 

Nuestras virtudes y nuestros defectos son inseparables, como la fuerza y la materia. Cuando se separan, el hombre deja de existir -Leonardo da Vinci.

Vivir perturbados en la zozobra permanente, el temblor, el dolor y la angustia no es vivir.

Cada persona adulta ha de cuidar su vida, su casa y su jardín, para dar una mejor vida a los que quiere. Eso sí es vivir con autenticidad. También es heroísmo, no dejar que nadie apague tu luz.  


 

domingo, 14 de mayo de 2023

ENTENDERSE MAS Y MEJOR CON EL MUNDO



Cuando me preguntan sobre qué escribo, contesto que sobre mi. Escribir pone en orden los pensamientos. Siempre escribo sobre mi, hasta cuando no lo parece. Orhan Pamuk "cree que escribir es descubrir, batallando con paciencia durante años, la segunda persona escondida en el interior de uno mismo, ese ser encerrado en una habitación y sentado a una mesa, que se repliega a si mismo, a solas, para soltar las palabras que hagan del mundo otra cosa diferente de lo que es sin ellas".

Mientras que otros eligen la botánica, la fotografía o la jardinería, yo elijo conocerme mejor, ordenarme, poner letra a mi historia personal, a mis descubrimientos, a la música que suena en mi.  Ocuparse de uno implica responsabilidad, prestar atención a los cambios que se van produciendo, despertar la curiosidad de los otros, en ese basto universo que somos todos,  y aprender a aceptar aquello que no podemos impedir, aquello que hay que dejar pasar, como dice el Budismo Zen. Quitarle al mundo retórica y gravedad, desvelar la mentira. 

El conocimiento a veces produce malestar y dolor cuando nos aleja de los otros, cuando nos hace más críticos y sabedores. El saber, al contrario de lo que dice el refrán, sí ocupa lugar, y desplaza  a las personas,  pues el conocimiento siempre está en acción,  y nosotros con él. Hay personas que parecen estar siempre activas y sin embargo no van a ninguna parte,  porque su manera de estar y sus ideas solo dan vueltas en círculo, repitiendo hábitos y conductas, las mismas de siempre. Estas personas "de movimiento mecedora", no avanzan.

El saber conlleva una corriente interior que nos mueve más lejos. Si no hay cambios no hay crecimiento, si no hay duda, no hay reflexión ni progresión.  Me lo repito cada día, ahora que me estoy haciendo mayor, por que la tendencia del adulto es  repetir y circular por las mismas vías de siempre, donde se siente uno a salvo. 

De la misma manera que corrijo y mejoro los textos que escribo, me esfuerzo por entender la vida que se renueva,  y mejorarla. Viajando se amplia la mirada, la visión de las cosas, de las personas, de la propia existencia. Nunca somos los mismos cuando regresamos. Todo el mundo debería poder viajar a lugares distintos.

Hace apenas unos días que regresé de Zurich. Pasé allí dos semanas en casa de mi nieta. Estuvimos las dos solas. Nos adaptamos la una a la otra sin ninguna norma, de manera natural, nadie impuso ni dio ordenes a nadie: ni yo me puse a organizar el caos de su habitación -tentada estuve-, ni ella reprochó que no me quisiera adaptar  a sus horarios suizos. "Allí donde fueres haz lo que vieres". Yo vi en ese espacio mi casa, -así me lo hizo sentir- e hice lo que hago en la mía, convivir y compartir felizmente, de la misma manera que lo hacen dos saetas en el mismo reloj, y marcan tiempos diferentes.

Habían transcurrido apenas dos horas desde que me recogieron del aeropuerto, cuando me vi subida encima de un patinete eléctrico que mi nieta había alquilado. Me paseo por los alrededores de su casa primero, luego me dejó sola y finalmente acabó ella subida detrás de mi, enganchada a mi cintura -a lo que queda de ella. Subir en patinete era algo que yo tenía pendiente, algo que pensaba ya no iba a ocurrir a mis años; ella conocía mis ganas y lo hizo posible, fue una auténtica gozada, y una preciosa locura que nunca olvidaré.  "Elena ya no tienes edad para estas cosas" me decía, y también "Ole tú".  Recorrimos el trayecto de unos mil quinientos metros hasta el pie del funicular que nos subió a una montaña próxima, donde se podía disfrutar de unas bonitas vistas de la ciudad de Zúrich,  y del impresionante lago de 90 kilómetros atravesando la ciudad.  Allí iniciamos una caminata de noventa minutos que se convirtió en otro momento placentero, mientras íbamos conversando y poniéndonos al corriente de todas nuestras cosas. Pasamos por una granja donde nos dieron a probar leche recién ordeñada, previamente tratada claro, se podían comprar huevos que acababan de poner  las gallinas. Nos hicimos fotos con los animales, un selfi con una vaca que se aproximó tanto a mi oreja que se podía percibir su aliento. Curiosamente también había alpacas y llamas que parecían vivir en su medio natural, como auténticas reinas, en sus cabañas, rodeadas de hermosas lomas y prados verdes. Si hubiera aparecido Heidi en esos momentos le habría preguntado por su abuelo, nada extrañada.  

De cada viaje uno trae siempre algo nuevo, por pequeño que sea. Os conté en mi anterior carta como me sorprendió descubrir las escaleras para gatos en las paredes exteriores de las casas, me pareció algo extraordinario y nada común.  Pues bien, una de las cosas que más me impresionó de Zurich, en esta ocasión, algo que ya sabía pero no hasta el punto que sí pude comprobar, fue la pulcra organización que tienen con los horarios en los transportes públicos, siempre en hora, perfectamente coordinados, precisos y exactos. Me encanta la puntualidad suiza y la información extraordinaria de los servicios. No hay caos circulatorio ni ruidos molestos, el sonido en el centro de la ciudad es del deslizamiento que hacen los tranvías cuando discurren por las vías. Eso sí es pacificar una ciudad y no lo que está sucediendo en estos momentos en mi ciudad, Barcelona, donde las calles se colapsan en horas punta, se cargan de estrés circulatorio las principales vías.  Soy crítica con este tema, porque recojo el malestar y el enojo de muchos conductores que sufren las consecuencias de lo que la alcaldesa Ada Colau, responsable del proyecto, llama "pacificar la ciudad". En los últimos meses se han suprimido demasiadas vías y calles al tránsito de vehículos, convirtiéndolas en zonas peatonales, mejorando barrios que sí han salido beneficiados cuyos vecinos están muy satisfechos. Cambiar una estructura viaria en una ciudad como la mía es arto difícil y complejo, son proyectos que llevan mucho esfuerzo de todo tipo, yo de lo que me quejo es de la poca información que tenemos como ciudadanos por un lado y por el otro, que cada vez que cambian un gobierno o una alcaldía cambian los proyectos, a veces de extremo a extremo. El urbanismo de una ciudad ha de ser pensado con mucha antelación y detalle, con mucha responsabilidad para que las ciudades, efectivamente, sean más habitables y pacíficas para el bien común de todos los ciudadanos. Estos cambios de los que hablo han dado lugar a muchos accidentes con los patinetes, entre otros, con la creación de vías en las aceras que siempre han sido tránsito peatonal. Así no se pacifica una ciudad, antes hay que poner normas de circulación exigentes, para que se cumplan, bajo pena de sanción. Si desde el inicio las cosas se hacen bien después no hay tanto que lamentar. 

Estas cosas y otras son las que comparas y te cuestionas cuando viajas por el mundo. Cuales son los cambios, las tomas de decisiones administrativas y políticas que mejoran las ciudades y nos mejoran como sociedad, y cuales nos hacen ir para atrás. 

Elena Larruy


martes, 2 de mayo de 2023

UNA ESCALERA PARA EL GATO

 



Hoy ha amanecido nublado, un día más. Las previsiones del día no son buenas, nunca me acostumbraré a este clima húmedo y gris; resta alegría. El cielo de Zúrich es un encadenado de nubes, cuando no están en marcha lo cubren todo, no dan tregua. Es como vivir tras un cristal o debajo de un paraguas. Hace una semana que llegué y no he visto un solo día el cielo despejado, los próximos cinco son de lluvia. Vivir así ¡es una condena! me digo para adentro, aunque mejor mirado podría decirse que es el precio que pagan los suizos por la seguridad y el bienestar que este país, tan verde y hermoso, les ofrece. Es un "todo incluido". se podría decir. No todos los suizos son ricos y solventes, como pueda parecer desde fuera, pero sí tienen todos buenas comodidades y derechos asegurados, como la educación, la vivienda y las oportunidades de trabajo. Yo diría que administran bien la justicia social. El tema sanitario también lo tienen cubierto. Cuentan con bastantes ayudas estatales, aquí no hay precariedad. Aquí la vida es muy cara, sumamente cara, es una de las economías mundiales más fuertes.

Entre el mal tiempo y los precios tan elevados no se ve mucho turismo. Pero todo no es malo, esta ciudad tiene cosas que suman, y muchas fortalezas, que ya os iré contando. Yo me adapto a sus horarios y quehaceres, ahora mismo hago tiempo mientras espero que mi nieta salga de la cama. Hoy es su día de descanso, es sábado y tenemos programado hacer muchas cosas. Yo me levanto muy temprano, se va pasando el tiempo, luego nos tocará correr, pero no le digo nada, prefiero que descanse, el día da para mucho cuando estamos juntas y seguro que a pesar de la lluvia y de las nubes nosotras veremos salir el sol. El sol, eso somos la una para la otra.

En su casa me muevo como un gato, aunque aquí se podría decir como pez en el agua, eso sí con total libertad y antojo, procuro siempre en las casas donde estoy, hacerlas mías o si no no estoy. Siempre encuentro mi rincón para escribir, donde sentarme a leer o hacer mi clase diaria de inglés; me preparo para la próxima vida, esté donde esté, quiero traerlo aprendido, facilita mucho las oportunidades cuando viajas, cuando quieres saber cosas.  Otras personas a mi edad se entretienen saliendo a pasear, yo también lo hago pero además aprendo. No hay tiempo que perder, me gusta poner intención en todo lo que hago. 

Con el tiempo los libros y yo nos hemos ido haciendo amigos, me gustaría ser más lectora, leo menos de lo que me gustaría. Por las tardes se me aflojan "las pilas", lo mío son las mañanas, en especial de madrugada. Siempre hay algo que aprender de ellos,  y yo ahora, de mayor, me he vuelto mejor estudiante. En mis viajes llevo siempre uno de papel, ayer terminé de leer: Nosotros de Manuel Vilas. Estuve a punto de abandonarlo en la mitad, pero de repente el argumento dio un giro inesperado que hizo que le diera otra oportunidad. Es una novela romántica que cuenta el vivir de una mujer que acaba de quedarse viuda,  de cómo a través de viajes y aventuras sexuales con desconocidos sustituye el amor del hombre que ha perdido. No me gusta este género literario, ni la temática,  y la pareja protagonista de la novela me parecían de mentira, luego todo tuvo su explicación, incluso que le dieran el premio Nadal a Vilas este año, pero lo compré porque él si me gusta y además es poeta y de Barbastro.

Me gustan las personas inteligentes, sensibles y honestas, por el mismo orden. Las personas que no se engañan, que van de frente a cara descubierta. Y Vilas es uno. No puedo concebir una cualidad sin la otra. Hay mucha sensiblería estúpida que no soporto, y mucha inteligencia dada, -por sorteo divino- a personas que no la merecen, por mal uso.  

El mal tiempo, la dificultad del idioma, lo endemoniadamente caro que es todo aquí, y que a mi nieta -absorbida por trabajo y estudios- la veo poco, hace que alguna noche me conecte a Netflix y quiera ver buen cine: misión imposible, ingenua pretensión la mía. Esto si es una inclemencia mayúscula y no la del tiempo en Zúrich, que al final llena lagos y pantanos y hace que se pueda beber agua del grifo, por cierto buenísima. Un horror, un escándalo de violencia gratuita, eso es -en su gran mayoría- el contenido de Netflix. Insana influencia la de esta plataforma, salvando excepciones de algún documental, de alguna comedia de las que no miro por insulsas, el resto es todo violencia, corrupción, sangre, armas y terror. Miro las películas y las series una a una, para elegir la que me entretenga un rato, y es lo mismo que buscar "la aguja del pajar". Este insano y mal cine,  tan pernicioso, debería estar prohibido. Basura, mucha basura, eso es lo que se puede encontrar en Netflix. No renuncio al placer del sofá y la mantita, mientras siga haciendo mal tiempo, así que cuando encuentre algo interesante que ver y recomendar, algo que no ofenda la salud mental,  os lo cuento. El cine, el bueno, es un arte, hay muchas maneras de tocar los temas, de escribir buenos guiones, el "qué" cuando el "cómo" está bien escrito, contado e interpretado, es lo de menos.  Por fortuna tenemos cientos de actores buenos, y muy buenos directores y profesionales de este arte. El entretenimiento de las personas no debería ser un negocio, ni por supuesto un modo de controlarnos.  

Aquí, en las proximidades de Zúrich, donde me encuentro ahora,  los que viven bien son los gatos, atónita me dejó una escalera que vi el primer día que llegué a casa de mi nieta, estaba instalada en la pared exterior lateral de un edificio de viviendas de cuatro plantas. La escalera, de pequeños peldaños, discurría desde un entresuelo hasta el ático. Cuando pregunté por esa cosa extraña que colgaba en la pared, me contestaron que era una escalera de gatos. ¿Una escalera para los gatos? Sí, aquí en Suiza es muy normal, no hay gatos callejeros, todos tienen un dueño y una casa, viven durante el día libres, andan sueltos. Esas escaleras que se ven en edificios de entornos rurales y campestres, están instaladas para que los gatos puedan salir y entrar libremente de sus casas, les facilita el acceso a los pisos altos. Ellos suben y bajan por ahí con suma facilidad, incluso tienen una red protectora por una posible caída, cosa bastante improbable para un gato. Para su instalación los dueños de los gatos piden permiso a la comunidad, que normalmente les conceden. Es muy normal ver a gatos lustrosos tumbados al sol, como reyes, en medio del césped en los bajos de las casas. Soy amante de los gatos, me encanta esa convivencia. Yo así también tendría uno, si no viviera en una ciudad grande como vivo, me produce gran placer la compañía de un gato, me gusta su vivir independiente y el modo en que me busca cuando quiere mis mimos. Mejor os lo cuento en un poema que escribí hace mucho tiempo para Mia, mi nieta.   



PARAMIAHU
(mi música predilecta)

Me gusta su distinción
sus rasgos felinos
su trato justiciero
acariciar su pelo fino,

sus andares elegantes
su manera de esperarme
y ajustarse a mi regazo,
cuando a mi lado se acomoda
y ronronea: me gusta,
o cuando se pone zalamero
y remolón
y me hace la croqueta
para brinca de repente
a toda prisa
y esconderse juguetón
en el primer cajón que encuentra.

Me acomodo
a su vivir independiente,
lo mismo que él hace al mío.
Nunca inoportuna,
al contrario,
me gusta esa caricia suya
que me dice:
¡me gustas mucho, chica!.

A menudo es engreído
ufano y altanero,
así: también lo quiero.

De su higiene y de su pelo
se ocupa a diario con esmero,
de tanto en tanto
sus uñas afila, en un madero.

Exquisito en sus gustos
se alimenta bien y poco,
si se indigesta:
come hierba y ayuna.

Políticamente incorrecto,
inadecuado a las visitas,
no se anda con chiquitas:
si le gustas,
con el lomo se pasea por tus piernas
si no, se da la medía vuelta.

Cuando el radar de su cola
le pone en guardia
porque un peligro acecha
arquea el lomo
huyendo a toda prisa
con los pelos de punta
y dando unos soplidos
muy furos
que la verdad, asustan. 

Más si de amores se trata
se va por los tejados
a otras casas
en busca de gatos.
Maltrecho y despeinado
a su regreso
no hay reproches, ni enfado
bajo este techo,
para este amor correspondido
que cuida y protege
que acompaña y abriga
que asiste y reconforta
en la mejor medida,
que me espera cada día
al volver a casa.

¡Créeme!
¡Hazme caso!:
¡Deja que te adopte un gato!.

Elena Larruy


lunes, 17 de abril de 2023

MIS SIETE DÍAS EN BERLÍN




Dos días antes de mi viaje a Berlín me encontré en el portal con Alena, mi amiga escritora,  le conté que me iba de viaje. Cuando regresé, a la semana siguiente, me había dejado en el buzón un libro que hablaba sobre Berlín, le hacía ilusión que lo tuviera yo. El libro contaba la experiencia de una familia costarricense, compuesta por unos padres y dos hijas, una de nueve y otra de cinco, que se trasladan por un periodo de doce meses a vivir a Berlín, por una beca de estudios de arte concedida al padre. Un libro sencillo, muy bonito, sin más protagonismo, que las sensaciones del choque cultural y ambiental tan fuerte que vivió esta familia en su corta, pero significativa, estancia en Berlín. 
La mañana que me iba de la ciudad y regresaba a mi casa de Barcelona, me pasó algo muy significativo que voy a contar y que ahora que estoy escribiendo el prólogo me hace entender lo que el hecho me estaba diciendo:  "yo también estoy sola -mucho peor que lo estás tu- tu tristeza me importa lo que estás viendo". "Esta ciudad no es para ti". Por segunda vez te lo vuelvo a decir.
         

Carta a Alena 
Acabo de terminar el libro de Luis Chaves que me regalaste, Vamos a Tocar el agua. Me han venido todas las imágenes y recuerdos de mi reciente viaje a Berlín, leerlo ha sido como estampar el sello en el pasaporte como cuando antes regresabas de un país extranjero. El broche final de mi experiencia, que la cierra y que viene de tu mano a modo de cariño (y bien que lo celebro). Me dijiste que te contara como me había sentido, pues ahí va, empezaré por el final tan “chocante” que tuvimos cuando salíamos con las maletas el día que volvíamos a casa. Al abrir la puerta del apartamento donde estábamos, en una planta baja, nos encontramos de frente  con la imagen de un culo, de alguien con los pantalones bajados al que no le veíamos la cara, solo se veía el culo de un cuerpo semi doblado de pie que me recordaba a un melocotón: con su rajita de arriba abajo en el medio. Un culo completamente desnudo y en actitud sospechosa. De repente soltó una gran meada delante de nuestros ojos, allí mismo, en la puerta de entrada del portal de la casa; yo estaba impresionada, no podía creer lo que estaban viendo mis ojos, a menos de cuatro metros de donde nos encontrábamos, separados tan solo por el cristal de la puerta de entrada al portal. Cuando salí y pude ver la cara de la persona, era la de una mujer mayor, muy arrugada y consumida, de unos ochenta años. Yo que creo en las señales me dije: ¡vaya despedida esta!, ¡que fea! es como si Berlín nos mostrara su cara más fea y nos estuviera diciendo algo así: iros, me importáis una mierda (meada). No es que nosotros despreciáramos la ciudad, pero lo que sí era cierto es que teníamos ganas de irnos, el viaje no resultó lo agradable que nos hubiera gustado, no terminamos de encontrarnos bien, yo especialmente. Estuvimos de acuerdo en que en esa ciudad cargada de historia, no viviríamos, y desde luego no teníamos intención de volver. Recuerdo ahora,  que la primera vez que visitamos Berlín, hacía unos seis años, cuando apenas llevábamos 24 horas en la ciudad, recibimos el anuncio del fallecimiento de un familiar muy querido que nos obligó a volver, sin apenas haber recorrido cuatro manzanas. Estaba claro que Berlín de una u otra manera no nos quería por allí.
 
Durante los siete días que estuvimos en la ciudad, el tiempo no nos acompañó, veníamos advertidos -con ropa de invierno-, pese a todo pasamos frío, las temperaturas eran muy bajas, la lluvia no se ensañó, pero sí nos incomodó, sobre todo la humedad invadiendo todos los espacios de la ciudad: siempre sobre fondo gris. El gris, es el color por excelencia de Berlín. Una ciudad reconstruida, casi en su totalidad, después de la segunda Guerra Mundial, de grandes aceras y más grandes edificios. Monstruosamente grande, ocho veces Barcelona. El muro, que yo imaginaba en un trazado recto de norte a sur, ¡oh sorpresa! Tiene forma de tapón y su perímetro es de 155 kilómetros. Difícil de imaginar. La ciudad muestra sin escrúpulos, a cara descubierta, las dos Alemanias en convivencia, y lo hace de manera natural, sin complejos ni culpabilidades, de forma valiente. Hay una calle comercial de esas innombrables para nosotros: Tauentzienstrabe,  donde se encuentra ubicado  el KaDeBe, un gran centro comercial que por lo que cuentan es el más grande de Europa, allí se pueden encontrar todas las grandes firmas internacionales de ropa que existen, moda y complementos: lujo y ostentación a mansalva,  al alcance de una minoría, donde una camiseta de tirantes no cuesta menos de doscientos euros -¡un horror!- en la acera de enfrente otro centro comercial corriente, de los que se pueden encontrar en cualquier ciudad grande europea, allí no importa el nombre que lleve la etiqueta, y el precio de la camiseta cuesta 13 euros, por supuesto de mucha más baja calidad. Nada que decir. Bueno quizás sí, haciendo comparaciones, esto vendría a representar el doble muro de Berlín, el de la parte oriental del este y el de la parte occidental. Ahí queda.

Berlín es una ciudad práctica, los berlineses lo son, en su vestir, su manera de moverse y conducirse, en cómo se alimentan y beben cerveza, mucha cerveza, a todas horas cerveza: por la calle beben cerveza, y en las papeleras siempre hay cascos de cerveza que recogen gente que se gana la vida con el dinero que se recupera al devolver los cascos, también los envases de plástico, hay mucha gente mayor a la que no le llega la pensión haciendo este trabajo y otros que prefieren ganarse la vida así, se pueden ver cientos de personas recogiendo cascos. La cerveza que consumen escasamente está fría y tiene pocos grados de alcohol, es simplemente un dato.

Yo vi lo que ven todos los turistas, cuando pasan unos días en la ciudad, la puerta de Brandemburgo, un trozo del muro de Berlín, el Chekpoint del soldado Charlie, la visita obligada por el arte urbano del  barrio judío, el recorrido por el famoso barrio turco, las idas y venidas por el U-Bahn, el metro y el S-Bahn, el tren suburbano con el que recorríamos toda la ciudad y con el que llegamos hasta la bonita ciudad de Potsdam, por cierto decir que todo los medios de transporte están muy bien organizados y siempre en sus horarios: admirable. Pero a una vieja turista que ha visitado muchos lugares, como yo, lo que más le gusta cuando viaja ahora, es la experiencia callejera, recorrer la ciudad como una más de ellos, vivir sensaciones, sentimientos diferentes, escuchar sus voces, captar otros colores -difícil-, olores, dejar llegar a los sentidos el desvelo de la gente, de la ciudad, todo aquello que un guía turístico no explica.

No quiero hacer este relato más largo, sólo quería contarte que Berlín, una ciudad con una grandísima historia bajo sus pies, reverbera en grises. Uno no puede imaginar sin dañar sus sentidos, el terror, el gran drama que vivieron más de seis millones de personas, seres humanos, como tu y como yo, a manos de los Nazis. En una visita guiada, estuvimos encima del bunker donde se escondió Hitler durante la guerra, a diez metros bajo tierra entre paredes de hormigón armado de más de 4 metros de espesor. Allí se suicidaron él, su segundo y la familia de éste: esposa y cuatro hijos a los que primero mataron (según versión oficial). Cuentan los alemanes que cuando acabó la guerra y se plantearon como cerrar ese siniestro lugar, después de muchas controversias y debates decidieron rellenarlo de cemento armado para que nadie pudiera visitarlo ni acudir a especular con lo que había sido la sede central de donde partían las decisiones y órdenes del feroz genocidio, no solo para los judíos, también para otros olvidados cuya memoria se recuperó más tarde y se hizo justicia: los homosexuales, las prostitutas, los enfermos, donde se incluían a mujeres con depresión post parto y los gitanos. Creo que bloquear ese espacio, cerrarlo a cal y canto para que nunca más nadie pudiera abrirlo ni reproducir lo que a la sombra siniestra del lugar se planificaba fue un gran acierto de los alemanes; lo cerraron, sí, pero antes, contaron su historia, y lo contaron todo sin ocultar nada, sacaron toda la verdad, reconstruyeron sus calles, sus casas y sus vidas, y tiraron para adelante; hicieron de Berlín una ciudad nueva, artificial pero nueva, con decisión y con dinero, mostrando al mundo su poder. Ellos no construyeron catedrales, ellos levantaron enormes edificios de cemento –les ayudó a olvidar-, rascacielos repartidos por sus distritos más importantes, como símbolos de poder. Pero en las caras de los más viejos, de los abandonados del mundo que duermen en las calles, pueden verse en sus rostros residuos de esa tragedia, hijos de violaciones, de multitud de historias de dolor y sufrimiento. Yo lo percibí así.

Creo que lo que mejor representa la crueldad terrorífica de esa gran tragedia humana y el significado de lo que fue el holocausto Judío quedó excelentemente representado en el Monumento a los judíos de Europa, Denkmal für die ermordeten Juden Europas, que  tras 17 años de polémicas sobre el contenido del proyecto, por fin se pudo levantar. Fue el trabajo que el gobierno alemán,  encargó al escultor Peter Eisenman y al ingeniero Buro Happolld. Un memorándum edificado en un plano inclinado de 19.000 metros cuadrados con 2.711 losas o muros de hormigón, de diferentes dimensiones,  que aunque no representaba a todas las víctimas, sirvió para que más tarde se reconociera a todas y se pudiera hacer justicia, edificando en otros espacios memorándums en su recuerdo. 

Estos muros están colocados en hileras, entre pasillos de silencio por los que cualquier visitante puede pasear en silencio. El silencio, el silencio, un gran cementerio de silencios de cemento gris. Un gran pozo negro donde no cabe un rayo de sol, porque se ha llenado de respeto, con silencios necesarios. Eso es Berlín. Una ciudad desnuda. Solo silencio.

Elena Larruy


lunes, 6 de febrero de 2023

LA IMPOSTORA

Y después de hacer todo lo que hacen, se levantan, se bañan, se maquillan, se perfuman, se peinan, se visten y así progresivamente van volviendo a ser lo que no son. Julio Cortázar



A menudo me siento una impostora. ¿Quién soy yo en realidad? Me pasa cuando escribo, cuando hablo; cuando pienso también me engaño, hasta cuando rio. ¿Cómo saber quiénes somos con tanta niebla en el corazón? 

"Entrelazando los párrafos de estas reflexiones que aquí dejo sobre "la impostora", encontraréis frases y citas extraídas de las novelas, ensayos y prosas de Julio Cortázar, que hacen alusión a los personajes que nos poseen a lo largo de la vida; que nos hacen ser otros -o no ser- desde la más tierna infancia"

No puede ser que estemos aquí para no poder ser.

Hace unos meses leí esta frase de una amiga escritora que está terminando de escribir su tercer libro "Creo ser una impostora" escribía.  Respondía a una de sus cartas, que recibo semanalmente y leo con mucha atención, dando respuesta a mi pregunta de si ya estaba acabando su libro: me dan ganas de reescribirlo todo, de nuevo, desde el principio; más que acabar el libro, el libro está acabando conmigo.
A mi ella nunca me pareció una impostora. Si tuviera que decir algo sobre esta persona, además de que escribe muy bien, diría que es una mujer honesta, valiente y transparente.

Siempre quejándote de todo y a la vez fingiendo no darle importancia a nada. Vives de esperanzas, pero no sabes ni qué esperas.
En una de sus últimas publicaciones bajo el título:  En la dirección correcta escribía este texto que extraigo de un párrafo.

Nací en una farsa, forjé mi carácter en una mentira y, mientras nos limpiábamos del polvo de aquel engaño, no parábamos de sorprendernos: los camaradas de repente eran lobos. Por algo «El Show de Truman» es mi película favorita.

Alena, así se llama ella, como yo, solo que en Bielorruso, se educó, como yo,  bajo otro régimen de dictadura, como yo, metida en otro escondite igual de oscuro que el mío. Forjó un carácter y un destino de mentira, como el mío. No es de extrañar que nuestras vidas, aunque de generaciones distintas, se hayan cruzado para enseñarnos algo, la una de la otra, para entendernos sin apenas explicarnos; casi mudas, pues ese fue el lenguaje que primero aprendimos. Nos enseñaron a callar. De ahí su necesidad y la mía de contar y de escribir.

Creo que todos tenemos un poco de esa bella locura que nos mantiene andando cuando todo a nuestro alrededor es tan insanamente cuerdo.

El franquismo y el comunismo, dos formas de dictadura que usurpan identidades y trasforman a las personas en prototipos al servicio de sus dictadores. También el capitalismo esclaviza, es otra forma de dictadura, y lo son las políticas demócratas, subvencionadas y sustentadas por los voraces sistemas capitalistas que nos gobiernan y nos dominan.
El ser humano parece tener poco que decir al respecto, pues es manejado como a un títere, desde la edad más temprana. Nos educan reprimiendo nuestra verdadera identidad. Así es cómo acabamos siendo todos unos impostores, en mayor o menor medida.

Fingir, cambiarse de traje y de chaqueta, enfundarse en otra piel, es lo que se llevaba antes y ahora también: ser admirado, aprobado, votado, seguido, aplaudido... Jugar en otra liga que no es la tuya. Nadie es en realidad es quien dice ser. Hasta los gatos fingen, se hacen pasar por muertos para ganar nuestro favor o para que nadie los moleste, en un "sálvese quien pueda".

"Esa manera de protagonismo, tan habitual en las redes sociales, de retrasmitirse a si mismo, donde todo el mundo quiere ser una noticia destacable, digna de ser conocida por el resto del mundo", a decir de Benjamín Prado.

Detrás de este triste espectáculo de palabras, tiembla indeciblemente la esperanza de que me leas, de que no haya muerto del todo en tu memoria.

Nací a mediados de los años cincuenta. Mi generación aprendió a fingir antes que a hablar. La hipocresía era un modo natural de estar de la clase media.  La iglesia y la dictadura franquista se emplearon a fondo, nos educaron para ser sus siervos con obediencia y  sumisión, y le llamaron valores. Poco se supo de nosotros, aquellos que nos fuimos perdiendo por los confines oscuros de los adentros, hasta que ya adultos nos hicimos cargo de nosotros mismos como pudimos, nos rescatamos del escondite donde nos metieron a vivir en la infancia, como a la cenicienta del cuento. 

Hay enormes zonas a las que no he llegado nunca. Lo que no se ha conocido es lo que no se es.

Por eso hoy se que "No soy lo que aún no he conocido de mí".  Esta acertada frase que leí no sé dónde, me tiene expectante. Me hace estar despierta, atenta a mi propio descubrimiento. Tengo interés por saber como van mis progresos.  Hace tiempo descubrí que no soy la misma que ayer, estamos siempre todos en continua transformación.  Lo cual significa evolucionar. Los inmovilistas, que no defienden esta teoría, los obedientes a credos heredados, conservadores de pensamientos, costumbristas de las formas, con rancios apegos a pasados, los que se reafirman en su yo, los que poco o nada se cuestionan, ni se plantean la duda, los que no progresan... son los que militan siempre en su propia dictadura. 

Cuídate de los tiranos.   

Gran parte de mi generación aprendió a caminar con piedras en los zapatos y una incómoda camisa de fuerza con la que andábamos a la pata coja. Embutidos en otra piel uniformada que no era la nuestra, hasta alcanzar la adolescencia.  

La explicación es un error bien vestido.

De habernos educado para ser otra cosa distinta que fotocopias y calcos, nos hubieran ahorrado mucho sufrimiento, tristeza y apegos que arrastramos de por vida, con los que no nos ha quedado otra que aprender a vivir. Seguramente hoy nuestras vidas serían mejores, nuestras miradas más limpia y no andaríamos con tanto lagrimeo, como ando yo ahora.

Para sobrevivir en esa humedad tuvimos que aprender a defendernos, a ser fuertes, mientras inhibíamos lo innato de quien en realidad éramos. Desnaturalizaron nuestra personalidad, nos obligaban a ocultarla, por ser de dudosa aprobación. Nos hicieron creer que éramos culpables y pecadores,  merecedores del castigo. Nos vaciaron por dentro. 

Había tanto tiempo perdido en vos, eras de tal manera el molde de lo que hubieras podido ser.

En muchos casos el cuerpo cronificó conductas y estados, por cuestión de supervivencia. Dio por buenos y válidos comportamientos y creencias, pues no tenía voluntad ni referencias, y hoy son muchas las personas que nunca despertaron de esa dictadura y siguen metidos en su escafandra, con mugrientas máscaras pegadas a la piel, otros en su papel de falsa apariencia de héroes de nada y triunfadores de mentira. 

Tienes que vivir peleando entre nosotros, es la ley; la única forma en que las cosas valen la pena, pero duele.

No es de extrañar con tanta careta y gotelé chorreando por el  rostro que nos desencantara conocernos, que no nos quisiéramos, que nos tuviésemos que pasar media vida buscándonos entre escondites, sin encontrarnos.   

Nada está perdido si se tiene por fin el valor de proclamar que todo está perdido y que hay que empezar de nuevo.

Pero para todo el mundo no fue igual, -todo lo que nos pasa, nos pasa en grado diferente a cada persona, como ya he dicho-:  aquellos más dotados de gracia, espontaneidad e ingenio, los más graciosos y sagaces, los que por temperamento eran chistosos, más alegres y abiertos, estos salieron adelante menos afectados por el síndrome del fracaso, pero los  otros niños y niñas de carácter introvertido, los más sensibles y vulnerables, los que no eran tan espontáneos ni agraciados "Marisoles ni Joselitos", los que no tuvieron padre ni madre, ni eran ricos, ni esbeltos ni guapitos. Estos se llevaron la peor parte.

Mi diagnóstico es sencillo: sé que no tengo remedio.

No es de extrañar, para los que vivimos en semejante humedad, que les costara sacar los pies del charco de barro y arrancarse la máscara donde andábamos metidos, sin tener miedo a sobrevivir en la intemperie de sus nuevas vidas. Tampoco es fácil ahora renunciar a la mentira en que nos convirtieron, por temor a que nos retiren la palabra, el saludo... los likes, los me gusta...    

Que no había más que fijarse un poco, sentirse un poco, callarse un poco, para descubrir los agujeros.

Hay tantos recuerdos por reconciliar, tantos agujeros que tapar, tantas creencias que desmentir, tantas y tantas emociones retenidas por las paredes de nuestros intestinos, que el camino sigue siendo pedregoso y cuesta arriba. Muchas veces lo vivimos como un imposible, otras como podemos, soñando en hacerlo realidad.   

Soy lo que sueño y sueño lo que soy; despierto solo me conozco a medias.

He pasado parte de mi vida siendo una impostora, sin saberlo. No soy de las que echa la vista atrás. No me gusta que me asalten los recuerdos- No me castigo, prefiero reconciliarme, entenderlos sin sentirme culpable y olvidarlos. Escribir, es mi manera de taponar las heridas, de sanarme. Todo lo vivido está siempre en mí. 

Los recuerdos son siempre un asco. 
Me gusta la gente sana y transparente. Aquellos que vivieron, quizá, otra cosa diferente a la mía. Gente sin antifaz. Me cuestiono si en realidad ellos también fingen y disimulan y lo hacen mejor. Sea como sea aprecio a las personas de mirada, palabra y acción limpia. Los bebés y los niños pequeños nunca engañan, ellos son nuestra mejor inspiración. 
Cuando se vive entre dormidos, despistados, impostores y lerdos, nos convertimos en dormidos, despistados, impostores y lerdos si no hacemos nada por evitarlo.

Hay ausencias que representan un verdadero triunfo.

Hay mucha niebla en nuestro corazón y en nuestra cara restos de tanta catarata.  

 Ellos ya sabían leer en sus silencios.

Cuando escribo reconozco la voz auténtica y la de la impostora. Me tienta el ego de la razón a dejar actuar a la fingidora, pero una vocecita interna, de la que me fio, me dice: no lo hagas, escribe tú verdad: como tu eres, sé honesta contigo, aunque al que tienes en frente no le guste: atrévete. Sé honesta contigo. ¿Qué esconderá esa palabra? otras veces me asalta la duda y el  "compromiso" y también tengo dudas de querer estrechar ese lazo. 

No hay cómo compartir una almohada, eso aclara completamente las ideas; a veces hasta acaba con ellas, lo cual es una tranquilidad.
Las palabras cambian con demasiada frecuencia de opinión y de contexto, ahora lo sé, no siempre dicen la verdad. Me alío con ellas y con la almohada para sacar de mi lo más puro de lo que soy.

Es como un caballo, solo adora las cosas puras y sin mezcla. Los colores primarios, la escala de siete notas. No es humana, créeme.

Y la vida sigue, y yo con ella. Mi propósito ahora es la desnudez y la alegría, a sabiendas de que me seguirán cayendo jarrones de agua fría. Y yo me enjuagaré la cara y la mirada. ¿Qué otra cosa puedo hacer mejor?    

Nada está perdido si se tiene por fin el valor de proclamar que todo está perdido y que hay que empezar de nuevo.

Todo nos enseña.  La edad y la experiencia me dan la belleza por dentro, despejan tinieblas interiores, encienden luces apagadas. La impostora deja de serlo por voluntad y por deseo. Ahora sé que yo también estoy yendo en la dirección correcta.

Andábamos sin buscarnos, pero sabiendo que andábamos para encontrarnos.


Elena Larruy 

   

martes, 10 de enero de 2023

CUANDO SE APAGA LA LUZ OTRA LUZ BRILLA




CUANDO SE APAGA LA LUZ OTRA LUZ BRILLA

Ayer en la mañana salí a la terraza a retirar las luces de Navidad. Ya se acabaron las fiestas y toca guardar los adornos navideños hasta el año próximo.  Cuando las colocaba en la caja donde las guardo, se encendieron todas las bombillas, ante el umbral de la oscuridad, pues funcionan con una pequeña placa solar. Ese parpadeo luminoso repentino llamó mi atención, me hizo pensar en el alma cuando se enciende y apaga, cuando recargada de energía transmite luz y alegría, cuando agotada se inhibe y oscurece, hasta que una mano invisible la conduce a la fuente donde reposta de nuevo, para volver a iluminar. 

Cuando a veces me preguntan sobre el sentido de la vida, respondo que la entiendo desde un sentimiento eterno y universal. Siento que pertenezco a un todo superior, que todos somos parte de la naturaleza y estamos en constante y perpetuo cambio de vida y de muerte. 

No estamos aquí por casualidad, estamos aquí para aprender con un propósito.  Mi lema en esta vida es: aprender y disfrutar. Me gustaría añadir sin dolor, pero no es así, siempre aprendemos con dolor y poco o nada con la alegría. 

Los humanos como raza superior que somos, nos distinguimos de las plantas y los animales por tener un cerebro pensante que toma decisiones, estudia, programa, imagina, medita, crea... Somos seres dotados de talento y capacidades, seres inteligentes aunque a veces actuemos como pollos sin cabeza. Nuestra misión, en su conjunto, debería ser mejorar la vida, despertar,  elevar la conciencia, reconocer esa parte inmaterial con vida que vibra en nuestro interior al que llamamos alma o espíritu. "La voz" que nos habla sin hablar, que nunca nos miente. Ese fragmento del todo inmortal al que algunos llaman Dios.
  
Cuando se acaba nuestro ciclo de vida, el alma asciende a una dimensión que no alcanzamos a comprender, mientras que el cuerpo regresa a la tierra, a su origen. Vuelve al vientre de la madre para que lo engendre de nuevo.

No somos diferentes a otras especies inferiores de la naturaleza. La manzana primero es una semilla que ha necesitado un cuerpo para crecer: el árbol con sus raíces, su tronco y sus ramas, es el cuerpo que ha hecho posible su desarrollo. Así es como interpreto yo la vida humana. No creo que nuestra existencia se acabe aquí, como muchos creen. Sabemos muy poco de lo que nos trasciende, de lo que está más allá de las leyes de la física. No tenemos respuestas a tantos misterios como nos presenta la vida.  Difícil saber más allá de lo que nos enseña la biología y la ciencia con sus descubrimientos. Que crezca una vida humana inteligente y perfecta en el vientre de una mujer, con un programa que le viene dado, es un gran misterio. A mi me lo parece. Algunos lo llaman milagro. Otros no le ponen nombre, prefieren que la ciencia, siempre la ciencia,  les explique sus orígenes y principios, y niegan explicaciones metafísicas que no comprenden ni quieren.   

Lo cierto es que el espíritu, esa chispa interior que nos mueve, necesita un cuerpo con el que experimentar desde lo material. Un cuerpo dotado de órganos y sistemas autónomos que le den estructura y consistencia.
Con el paso del tiempo la materia orgánica del que está hecho se degrada y muere, pero no el espíritu.  "La chispa divina" nunca muere ni se destruye, solo se transforma, busca otro soporte para continuar su aprendizaje. 
En el cuerpo hay dos grandes centros de poder encargados de regir y mantener la vida en el complejo sistemas automático que lo compone: cerebro y corazón. Nada serían el uno sin el otro. Las razones del cerebro no siempre entienden al corazón. El corazón no engaña, ni se deja embaucar por argumentos y dictados. Para ambos lo mejor es no vivir enfrentados. Cuando la razón va por un lado y el corazón por otro, el cuerpo enferma, se trastoca. Cuando van de la mano, el cuerpo se equilibra y se llena de aciertos. Se hace más sabio. Es así como el cuerpo adquiere salud física y emocional.

Cuando me cuestiono si el cerebro además de conocimientos tiene conciencia, tengo dudas. Hay teorías nuevas que defienden que el cerebro tiene corazón y el corazón cerebro. Yo siento que la conciencia es un emisor de la sabiduría humana. Necesita no solo de esos dos grandes motores, también de todos los demás órganos. Creo que otro programa inteligente organiza las experiencias humanas con todos sus conocimientos y le pone voz al cuerpo, con muy pocos decibelios, apenas un susurro. Esa voz se percibe desde el silencio.   

Aquí hemos venido a hacer deberes, aprender es una constante para no fenecer, para pasar de una clase a otra clase. Los hay muy, muy repetidores. Confío que una masa crítica de mente más despierta incline la balanza, en favor de todos.

Cuando nos hacemos mayores, no vale eso de ya pasó mi tren, o eso otro de la tecnología ya no es para mí. No importa la edad biológica que tengamos. Por dentro tenemos todas las edades, muchos todavía no saben lo que eso significa. Al mayor se le atiende poco, se le entiende menos, se le tiene escasa admiración, en muchos casos poco o nada respeto, para algunos es como un escombro. Pero la gente mayor debe seguir siempre aprendiendo, no importa qué: jardinería, botánica, idiomas, astro química, historia del arte, humanidades, astrología; cualquier cosa que despierte su interés, como si fuera a vivir eternamente.

Renacemos a nuevas vidas después de morir, y partimos de donde dejamos nuestra historia personal. Si, esto que acabo de escribir es un misterio difícil de creer, lo sé. Pero por qué el hombre va a ser diferente, por qué no va a tener la misma continuidad que tiene el árbol de la época del Edén: hoy, después de muchos siglos sigue dando manzanas.  

Es lógico no recordar vidas pasadas, de no ser así y tener una completa información sería insoportable el sufrimiento de esos recuerdos.
 
Cierto es que hay días que uno no saldría de la cama, sumido en la oscuridad y el pesimismo, en la compañía de Arnold, así es como llama Manuel Vilas, -el reciente premio Nadal 2023- a su enemigo mayor: la depresión, con el ánimo desbaratado y sin deseo alguno, con ganas de tirar la toalla y apearse de este mundo miserable donde nos perdemos entre la multitud y nos hacemos cada vez más y más pequeños hasta desaparecer. Y cuando nos vamos nadie nos extraña. Escondemos el corazón, lo vendamos y nos vamos a sufrir.
Sufrimos, porque no amamos. Esta sí es una gran verdad. 

LA VIDA NO VIVIDA ES UNA ENFERMEDAD DE LA QUE SE PUEDE MORIR. Este pensamiento de Carl G. Jung, que comparto con vosotros, nos dice que si morimos viviendo es porque no estamos viviendo. Y puesto que hemos de morir, mejor hacerlo sin enfermar, despertando el instinto y hacer aquello que hemos venido a hacer y nos dicta el corazón. Cuando no lo hacemos, enfermamos. Esta es una de las lecciones más difíciles de integrar, me lo dice el gran número de enfermos y enfermedades raras apareciendo constantemente, a las que ya no saben ni como llamar. 
 
Vivir debería significar para todos hacerlo con dignidad; en gran medida depende de cada uno de nosotros. Si queremos morir con dignidad, debemos vivir con dignidad, con propósito y compromiso con nosotros mismos. 

Os sorprenderá saber que a mis años tengo puesto mi interés en saber sobre la neurociencia, me está encantando descubrir la arquitectura del cerebro, como funciona la mente y sus circuitos y de qué manera se comunica con el corazón.  Se que estos conocimientos nuevos para mi no caerán en saco roto cuando me vaya de esta vida,  consciente como soy de que el alma a la que nutro y alimento habrá integrado todo lo aprendido. Y eso se irá conmigo a ese espacio entre vidas donde decidiré ¿y ahora qué toca?.
Saberlo me llena de alegría, me hace sonreír, me ilumina en un parpadeo como una de esas bombillas de navidad que esperan dar luz en su próxima cita. 

Elena Larruy  




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