Cuando me preguntan sobre qué escribo, contesto que sobre mi. Escribir pone en orden los pensamientos. Siempre escribo sobre mi, hasta cuando no lo parece. Orhan Pamuk "cree que escribir es descubrir, batallando con paciencia durante años, la segunda persona escondida en el interior de uno mismo, ese ser encerrado en una habitación y sentado a una mesa, que se repliega a si mismo, a solas, para soltar las palabras que hagan del mundo otra cosa diferente de lo que es sin ellas". Escribir sobre uno mismo es conocer universos. Fuente inagotable de auténtico saber.
Mientras que otros eligen la botánica, la fotografía, la jardinería, yo elijo conocerme más y mejor, saber quien soy en lo sustancial, ordenarme y poner letra a mi historia personal, a mis descubrimientos, a la música que suena en mi. Ocuparse de uno mismo implica responsabilidad, prestar atención a los cambios que se van produciendo, despertar la curiosidad de los otros, para que se interroguen y muevan su propio universo. Aprender a aceptar aquello que no podemos impedir, aquello que hay que dejar pasar, como dice el Budismo Zen. Quitarle al mundo retórica y gravedad, desvelar la mentira.
El conocimiento a veces produce malestar y dolor cuando nos aleja de los otros, cuando nos hace más críticos y sabedores. Porque el saber nos desplaza, al contrario de lo que dice el refrán, el saber sí ocupa lugar, y mueve a las personas a lugares más confortable y seguros, más motivados, pues el conocimiento siempre está en acción, y nosotros con él. Hay personas que parecen estar en todo momento activas, y sin embargo no van a ningún lugar, porque su manera de estar y sus ideas dan siempre vueltas en círculo. Sin progresión, repitiendo hábitos y conductas sin reflexión no hay avance. A estas personas las llamo yo "de movimiento mecedora".
El saber moviliza corrientes internas que ensanchen las ideas y las miradas, que invitan a cuestionar las infinitas posibilidades de mejorar la condición personal. Si no hay cambios no hay crecimiento, si no hay duda, no hay reflexión ni progresión. El hombre adulto tiene tendencia a repetir la información retenida, a circular siempre por las mismas vías de conocimiento. El pensamiento es circular y reiterativo, porque no despierta a la escucha de los cambios que se producen con las experiencias nuevas. Todo cambia y es cuestionable. Nadie es el mismo que ayer.
Entender la vida y entendernos exige un esfuerzo. Mejorarla es una necesidad y un deber de responsabilidad compartida. Cuando viajamos ampliamos la mirada, la visión de las cosas, de las personas, de la propia existencia. Nunca somos los mismos cuando regresamos. Todo el mundo debería poder viajar a lugares distintos.
No hace mucho tiempo que regresé de una estancia en Zurich, en casa de mi nieta. Fui a visitarla, estuvimos juntas dos semanas. Estábamos solas, nos adaptamos la una a la otra con fluidez, de manera natural, nadie impuso horarios ni costumbres, ni yo me puse a organizar el caos de su habitación -tentada estuve de hacerlo-, ni ella reprochó que yo no quisiera adaptarme por completo a sus horarios suizos. "Allí donde fueres haz lo que vieres". Y yo vi en ese espacio mi casa, -así me lo hizo sentir- e hice lo que hago en la mía, convivir y compartir felizmente, de la misma manera que lo hacen dos saetas de reloj, cada una a lo suyo, en la misma caja.
Solo habían transcurrido dos horas desde que me recogieron en el aeropuerto y ya estaba subida a un patinete eléctrico que mi nieta había alquilado para mi. Me paseo por los alrededores de su casa, a las afueras de la ciudad, primero subió conmigo enganchada a mi cintura, después saltó y me dejó sola. Subir en patinete era algo que yo tenía pendiente desde hacía muchos años, pensaba que a mis años ya no iba a suceder. Ella conocía mi deseo y lo hizo posible. Fue una auténtica gozada, y una preciosa locura que nunca olvidaré. "Elena ya no tienes edad para estas cosas" me decía, y también "Ole tú". Recorrimos las dos juntas un trayecto no muy largo que nos dejó al pie de un funicular que nos subió a una montaña próxima donde ella vivía y desde donde se podía disfrutar de unas bonitas vistas de la ciudad de Zúrich, y del impresionante lago de 90 kilómetros que atravesaba la ciudad. Al bajar iniciamos una caminata de noventa minutos que se convirtió en otro momento placentero, mientras íbamos conversando y poniéndonos al día de todas nuestras cosas. Pasamos por una granja donde nos dieron a probar leche recién ordeñada, previamente tratada claro, se podían comprar huevos que acababan de poner las gallinas. Nos hicimos fotos con los animales, un selfi con una vaca que se aproximó tanto a mi oreja que podía percibir su aliento. Curiosamente, también había alpacas y llamas que parecían vivir en su medio natural, como auténticas reinas en sus cabañas, rodeadas de hermosas lomas y prados verdes. Si hubiera aparecido Heidi en esos momentos le habría preguntado por su abuelo, nada extrañada.
De cada viaje uno siempre trae algo nuevo, por pequeño que sea. En mi anterior Post conté cómo me sorprendió descubrir las escaleras para gatos en las paredes exteriores de las casas. Me pareció extraordinario ver a los gatos subiendo a sus casas por las paredes exteriores de los edificios, en escaleras especiales para ellos. ¡Lo antes nunca visto! Pues bien; otra de las cosas que más me impresionó de esta hermosa ciudad fue la rigurosa y pulcra organización de los transporte públicos, todos a la hora y con conexiones perfectamente coordinadas, con precisión y exactitud. Me encanta la puntualidad suiza y la excelente información de todos sus servicios. No vi en ningún momento caos circulatorio, ni ruidos molestos; el sonido en el centro de la ciudad es del deslizamiento de los tranvías discurriendo por los rieles de las vías. A eso sí se le puede llamar pacificar una ciudad y no lo que está sucediendo en estos momentos en la mía, Barcelona, donde las calles se colapsan en horas punta, y las vías principales se llenan de estrés circulatorio. Soy crítica con este tema, porque recojo el enfado de muchos conductores que sufren las consecuencias de lo que la alcaldesa Ada Colau, responsable del proyecto, llama "pacificar la ciudad". En los últimos meses se han suprimido numerosas vías al tránsito de vehículos, convirtiéndolas en zonas peatonales, mejorando así barrios que han beneficiado a mucha vecindad cuyo resultado ha sido satisfactorio, pero cuyo proyecto no se ha explicado bien. Cambiar las estructuras viarias de una ciudad como Barcelona es harto difícil, conllevan esfuerzos de todo tipo. Eso es comprensible, pero han de ser explicados con detenimiento, para que la población no esté crispada y se haga cargo. Los cambios urbanísticos de una ciudad han de ser pensados con mucha antelación y detalle, con extrema responsabilidad, para que las ciudades sean más habitables y pacíficas, claro que sí, pero también con las máximos precauciones para que el impacto de las consecuencias sea menor, y no me refiero solo a las molestias que ocasionan, sino también a los atropellos. Donde antes transitaban peatones ahora pasan patinetes y se están produciendo muchos accidentes. Se han de poner medios, implantar nuevas normas y hacer que se cumplan. Cuando las cosas están bien hechas hay mucho menos que lamentar.
Una manera de mejorar y hacer que todo mejore, es cambiar nuestros pensamientos, para que cambien nuestros hábitos y acciones y las de nuestro entorno. Esa debería ser la actitud, no tanto utópica como pueda parecer, sino real. Como producto de una voluntad, que el mundo necesita para ser mejorado, para dejarlo mejor de como lo encontramos. Para desviar nuestra atención, secuestrada en lo mundano de los medios de comunicación, hacia una vida más justa y mejorada, con el esfuerzo individual de cada uno de nosotros. Conociéndonos y actuando en consecuencia.











