Anna Freixas
Envejecer para las mujeres supone un buen momento para evaluar del tiempo transcurrido y el que nos queda, los logros alcanzados y las asignaturas pendientes, dice Anna Freixas Farré en su libro «Tan frescas» Mirar lo vivido y encarar lo que nos queda por recorrer del camino. A menudo lo hacemos a medias, tenemos temor a girarnos para mirar de frente un pasado que se nos desdibuja entre tinieblas de pérdidas y culpas y, hacía un futuro de incertidumbres.
El tiempo vivido es largo y complejo. Por que ¿con que talante colocamos en la memoria todo lo recorrido? ¿Con que esperanza renovadas proyectamos el futuro? ¿Cómo hacer las paces con el pasado? nos dice ¿Cómo pasar página? y obtener respuestas, para hacer con ellas actos heroicos.
Hacerlo nos lleva a preguntarnos con que miembros contamos para caminar hacia el futuro. Recogiendo los pedacitos rotos, y reconstruyendo todas las piezas sueltas de nuestra historia. Y yo me pregunto ¿y con qué fortalezas?.
En la edad adulta es más fácil entender, que lo que nos determina ahora es fruto de lo vivido, de las decisiones tomadas. Ya no somos las mismas, cambiamos de identidad, tenemos más templanza, más conocimientos, mayor comprensión, más capacidad de perdón. Dejamos de ser madres, parejas, amigas, empleadas... porque ya no tenemos profesión alguna. Pasamos a la invisibilidad. «No cotizamos en mercados de valores». Perdemos la identidad para volver a reinventarnos en un mundo que nos devalúa, nos trata de manera infantil en muchos casos, y en otros, nos desprecia, nos llama viejas y nos vende pegamento para la dentadura postiza, compresas para las fugas de pipí y seguros de decesos.
A nosotras, mujeres capaces de todos los tiempos, que hemos vivido infinitas experiencias y tenemos ahora mayor capacidad de relativizarlo todo, de ser más ecuánimes en nuestro juicio, más benevolentes, de poseer más sabiduría, de ser más sensibles al engaño. Estamos preparadas para seguir aportando valor, no solo por reunir fortalezas, también por estar menos sujetas a componentes sociales y por descubrir trampas que en el pasado vivíamos en actitud complaciente.
La autora escribe y con razón, que el balance conlleva el acto virtuoso del arrepentimiento, del dolor que hemos podido producir y también del perdón cuando hemos sido nosotras las víctimas del dolor que nos han producido los otros. Podemos y debemos perdonar las faltas y agravios cometidos, porque tenemos esa capacidad, aún sabiendo que hay determinado dolor imposibles de olvidar. Ningún cambio futuro puede borrar ciertas huellas del pasado, pero mantener la amargura, dice, no impide la felicidad de disfrutar de otros placeres y compañías. Mandar al fondo del armario ciertos pasajes nos reconcilia, nos da una mirada interior más limpia y pacificadora. Somos más sabias, más fuertes, cuando liberamos dolor.
El libro de Anna Freixas arroja luz clarificadora a mujeres que a partir de cierta edad, 60, 70 80 años en adelante buscan la complicidad y comunicación de otras mujeres como ellas, a menudo sobrevivientes de un mundo que por su condición de género las ha colocado en segunda división, las ha hecho más siervas que señoras, más víctimas que verdugos, más ignorantes que instruidas. Un libro cuya autora defiende la dignidad de las mujeres, la elogia y la capacita; pondera sus valores y fortalezas, y para hacerlo no necesita la confrontación ni la rivalidad con el mundo masculino. Simplemente la hace visible y le da su sitio.
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