No me enteré hasta última hora de anoche, -diecisiete de Febrero 2012- del fallecimiento de Joan Margarit. Cada vez que los medios informan de la muerte de un poeta pienso que el mundo se queda mucho más pobre. Otras voces nuevas y más jóvenes vendrán que seguramente no llegarán a mis oídos y mucho menos a los que gobiernan y tienen ministerios de cultura descuidados, desinteresados por la cultura -en supina medida- Por fortuna la voz y la palabra de J.Margarit sí llegó a mis manos y no fue por ellos: los políticos. Y se quedó conmigo por su sensibilidad, su mensaje diáfano y trasparente de lo humano, del acontecer cotidiano de las cosas que a todos nos preocupan y, por sus despedidas. Si algo hizo Margarit en su poesía fue eso: despedirse, entre planos y proyectos de arquitectura, en los pasillos de los hospitales, en los largos paseos por la playa, en hojas en blanco que recogían sus adioses, consciente como era de que morimos un poco cada día. La larga enfermedad de su hija Joana y su anticipada muerte, recogida en gran medida en su obra poética, se lo hizo tener muy presente.
Poetas somos todos los que amamos la poesía, este lenguaje que dice sin decir, que sin decir dice, que se desdice o no se sabe qué quiere decir, o que diciendo dice lo que quiere decir. La poesía es un árbol sin hojas que da sombra dijo otro gran poeta Juan Gelman, porque la poesía lo es todo, y lo era para Margarit, por su manera de sentir y de vivirla, por su forma de estar en y para ella.
Del poeta viejo y curtido me interesa su largo viaje, su estar cansado, la bondad que perseguía su lenguaje... por eso hoy con su cuerpo aún caliente lo primero que hice al levantarme fue acudir a su encuentro, para escucharlo y también para mandarle a Pablo una selección de su poesía, que me pidió anoche. ¡Qué bueno que alguien, un hombre, se interese por la poesía!: aplaudo y aplaudo y no dejo de aplaudir.
Su libro TODOS LOS POEMAS, recoge la poesía que escribió desde el año 1975 al 2015. Intentando hacer una selección para el amigo y también para la entrada de hoy en mi Blog, me ha sido más que difícil: imposible, pues todos despertaban mí intereses, así que he escogido estos cinco que aquí dejo, al azar. Su poesía me ha parecido, gozar toda, de una excelente salud, por humana, universal, por amorosa... No exagero si digo que me parece un poeta extraordinario, que mereció mucho más reconocimiento del que tuvo aquí en su tierra, cuando en el 2019 le fue concedido el Premio Cervantes.
En una ocasión le escuché decir algo que los poetas y los que nos gusta la poesía sabemos: que lo que más cuesta de un poema son los versos finales, sin embargo él lo lograba de una manera sutil y brillante, abajo dejo una muestra.
Dedicó muchas horas de su vida a los cuidados de Joana, su hija enferma, que padeció una larga enfermedad degenerativa durante treinta años, el síndrome de Rubinstein-Taybe con la que convivió hasta su fallecimiento. A ella le dedicó el poeta hermosos poemas.
Margarit disfrutó de la poesía, le dedicó y se entregó largas horas de su vida, por que sin duda la amaba: sin la poesía el hombre se encuentra a la intemperie. La compaginó con la arquitectura, esa era su profesión. Fue un escritor que decía tener dos nacionalidades, la catalana y la española. Siempre se identificó con la tierra que le vio nacer, con lo que fueron sus raíces y su lengua, pero también con la castellana que le acogió en sus años adultos, con la que decía también sentirse bien y a gusto. Hubo personas y entidades catalanas que no se lo perdonaron, y no fueron justos a la hora de reconocer sus méritos literarios, que fueron muchos, pero especialmente cuando en el 2019 le fue otorgado el Premio Cervantes de poesía. Otros como yo le agradeceremos y aplaudiremos siempre sus dos voces. No pasó lo mismo con la de otro poeta extraordinario catalán: Martí i Pol cuya obra fue escasamente traducida al castellano, y bien que la cultura de todos los tiempos y de todos los países lo mereciera, por universal y cercana. Su poesía llega a todos los corazones. No hay fronteras. Pero los ministerios de cultura no parecen tener la misma sensibilidad.
Cito palabras de Margarit: A la mediocridad la caracteriza su gusto por lo extraordinario. En mi descargo diré que detrás de una vejez que no haya asumido la decepción suele haber necedad. La decepción es un sentimiento positivo para la defensa de la mente contra la impostura.
A la pregunta ¿qué es lo extraordinario para los mediocres?, la respuesta es tristemente: lo que pasa cada noche de nueve a diez en los telediarios. ¿Con que impostura, de qué manera, no indigna, nos podemos defender los decentes del mundo de tanta basura y mentira?.
Repasando su poesía, en este momento de despedida y respeto, no puedo más que sentir tristeza por su pérdida, la de un hombre sensible que vivió de manera respetuosa, que dedicó su vida a la familia, a su profesión y a la poesía. Cuyo ejemplo de vida debería ser un referente social y cultural donde poder mirarnos y, no en esa especie de contenedor de «vacuidad ganadera» donde nos hacen vivir, donde las razones y los argumentos de los violentos que queman contenedores por la noche, parecen tener más sentido y más fuerza expresiva, y sobre todo más verdad que la de los poetas.
Desde aquí lamento su pérdida y les doy las gracias a Joan Margarit y a su familia por su extraordinario trabajo y su legado poético.
Te quedas conmigo Joan Margarit.
Elena Larruy
FINAL
Tu entierro, en primavera: ése fue
el mensaje final de tu bondad.
Nada mejor en torno a ti que el ruido
de esta ciudad y, enfrente,
la eternidad del mar.
Qué ruda proa Montjuic: alcanza
tan lejos como quiera el pensamiento.
El furgón va subiendo por caminos de arena
y tras el van los coches,
que hacen crujir al pie de los cipreses
la grava en la tranquila plaza de la mañana.
Siento tu sonrisa que atraviesa
los claros pájaros del aire,
ahora que todo vuelve a su principio,
como cuando no estabas.
Ha quedado un olor a flores junto al muro,
entre verdes oscuros y huidizos.
Las canciones del sol de tu silencio
iluminan el hierro de la mañana.
Lo que digo de ti no tiene más sentido
que la herrumbrosa cerradura
de una puerta que no abre a ningún sitio.
ELLA
Llega el tiempo de no esperar a nadie.
Pasa el amor fugaz y silencioso
como en la lejanía un tren nocturno.
No queda nadie. Es hora de volver
al desolado reino de lo absurdo,
al sentirse culpable, al vulgar miedo
de perder lo que estaba, ya, perdido.
Al inútil y sórdido tiempo moral.
Es hora ya de darse por vencido
en el trabajo a solas, otro invierno.
¿Cuantos quedan aún, y que sentido
tiene esta vida donde te he buscado,
si ya llegó la hora tan temida
de comprobar que nunca has existido?
LA ESPERA
Te están echando en falta tantas cosas.
Así llenan los días
instantes hechos de esperar tus manos,
de echar de menos tus pequeñas manos,
que cogieron las mías tantas veces.
Hemos de acostumbramos a tu ausencia.
Ya ha pasado un verano sin tus ojos
y el mar también habrá de acostumbrarse.
Tu calle, aún durante mucho tiempo,
esperará, delante de tu puerta,
con paciencia, tus pasos.
No se cansará nunca de esperar:
nadie sabe esperar como una calle.
Y a mí me colma esta voluntad
de que me toques y de que me mires,
de que me digas qué hago con mi vida,
mientras los días van, con lluvia o cielo azul,
organizando ya la soledad.
CUARTO DE BAÑO
Cuido que no te caigas al ducharte,
y al secarte la espalda sigo con suavidad
la larga cicatriz del espinazo.
El futuro está siempre en la ventana.
Tu vida es este pequeño espacio.
de tu cama y tu música, este cielo
de unas pocas personas y una casa.
NOCTURNO EN SOLIVELLA
Vienes de recorrer la viña en plena noche.
Detuviste el tractor entre las alambradas
donde se emparran verdes y tupidas las cepas,
y escuchaste la tierra alrededor.
Te va dando dinero el restaurante.
Pero de madrugada, ya cerrado,
haciéndote un café en el mostrador,
sin nadie en esta hora, el local te recuerda
cuando era sólo un bar y había viejos
jugando a cartas cerca de la estufa.
En la penumbra se ocultaba un Dios
que fue arrinconado igual que las botellas
de anís de viajas marcas que hoy ya no toma nadie
o retratos de muertos de la infancia
o el hule puesto encima de la mesa,
igual que una bandera cubriendo un ataúd.
Alguno de ellos trasportaba vino
─volviendo con carbón─ al Pirineo.
Quizá es su soledad la que te atrae
de noche hasta las viñas. Oreo fue
un jugador y terminó en la cuadra
colgado con las riendas de una viga.
Quizá apostó su vida por la tuya.
Y aquella bisabuela fusilada
a pie del cementerio: te legó
la furia de existir. Son negros mirlos
que paró en negro vuelo la mano de la muerte.
Haber vivido un día es una chispa
brillante en una oscura eternidad
sin vuelta alguna ni resurrección.
Esto es lo que transmiten, como viejos telégrafos,
los cables de las viñas en las noches.