Las voces de afuera me sacan de mi encierro, me asomo a la terraza con la cabeza de estar por casa y me encuentro una calle vacía de almas: ni un coche, ni una alarma, no se mueve ni una hoja. En la ante sala de la escena el murmullo de la gente en los balcones fumando, hablando por teléfono con la familia, con los amigos. Entre balcón y terraza también se escuchan, se cuentan anécdotas, se pasan recetas: que ya no encuentran levadura en el súper, que en la farmacia no hay mascarillas... Desde mi casa no se observa ningún drama, la gente relajada, en un receso, como cuando paras en la autopista en el área de servicio a tomarte un descanso. No es mi caso, pero pienso en todos esos oficios, los más explotados, que pone a sus trabajadores a descansar en sus casas, me alegro por ellos: los camareros, los panaderos, los empleados del metro... con el deseo que no tenga graves consecuencias su ya precaria economía.
Unos llevan puesto el delantal, otros van en chándal, los hay que en pijama, los que más ropa cómoda de estar por casa, y los viejos: cada día con la misma bata. Justo en frente de la mía hay uno sentado en su silla, con una mantita en las piernas, que toma el sol por las mañanas, impertérrito y tedioso, me pregunto si será su casa o la de una hija, porque cada tarde a las ocho veo una señora de mi edad aplaudiendo en la terraza. También pongo cara a la señora que cuida a mi vecino Calderón, el que vive justo debajo, es curioso y chocante ver como esta retirada forzosa, lejos de aislarnos, nos pone a todos caras.
Qué triste visión la del anciano muriendo en una silla, peor la del que muere solo en una residencia, imagino. Veo también, en el tercero de enfrente, a una madre y dos niños, jugar a las cartas, mientras escucho tocar un saxo, es el hijo de los del ático, me dice la vecina del rellano, con la que juego al rummy y charlamos algunas tardes. A la que le cuento que me creo la mitad de todo esto que está pasando y que nos cuentan, que las causas son varias, que escuchamos muchas mentiras, que la alarma no es tal, que si no reaccionamos a tiempo las señales serán cada vez más fuertes.
Ya casi es medio día, quiero tomar del sol su vitamina, me remango, me cojo una coleta y el libro y me siento en mi sillón a pasar el tiempo que queda hasta la comida. Hoy no hice bicicleta: mañana será otro día. Hay días que me preparo un vermouth con unas aceitunas, los festivos, ya llevamos un mes de retiro; me sienta bien, estoy a gusto, disfruto del murmullo de fondo, voces que se mezclan con el piar de los pájaros que salen de sus nidos y las primeras notas de olor de la primavera, me parece estar en el balcón de mi pueblo, hace unos años, cuando iba a visitar a la familia y escuchaba desde la terraza de la plaza el ruido alegre y festivo de la gente saliendo de misa de doce, cuando se sentaban a tomar una caña y petaban la charrada. Tampoco habían coches ni más ruido que no fueran las risas vecinales de una mañana festiva.
Cuando llega la primavera abrimos las ventanas para que salga el aire viciado del invierno y limpie nuestra casa. Así yo abro el corazón para que se ventile. Me parece tan extraño todo lo que está sucediendo estos días, que no llego a la raíz del asunto con tanta interferencia, eso sí, disfruto del silencio del momento, cierro los ojos y me escucho más clara. Ayer oí decir a alguien que era un tiempo de "intermedio" de descanso, así lo vivo. Me dejo envolver por el calorcito suave de los primeros rayos de primavera que ya está aquí, la siento. No tengo miedo de esta travesía, media verdad, media mentira y media, no tengo, por fortuna, en mi familia ningún afectado, ni me siento como un cervatillo asustado.
Ahora viene cuando nos quitamos la ropa y somos más nosotros, salimos afuera y saludamos al día, a los vecinos y agradecemos a los sanitarios, a los municipales, y nos sentimos bien por el gesto, y satisfechos volvemos para adentro a seguir ordenando nuestros armarios y nuestras vidas, quiero pensar que estamos todos en ello, que no solo estamos por contestar al amigo que nos envió un vídeo gracioso. Qué manera tan extraña tenemos en este tiempo de encierro de relacionarnos, de mirarnos, de besarnos sin tocarnos; de relajarnos.
Por las noches con las luces encendidas, sin que nadie eche las cortinas, vemos el vivir natural de los otros en sus casas, haciendo las mismas cosas y nos sorprende ver que no son tan extraños: miran la tele, se levantan a la nevera, van al baño descalzos, hojean una revista, contestan el whatsapp. Por cierto las televisiones cada vez son más grandes, como pantallas de cine.
Todos somos lo mismo en diferente cuerpo, en diferente casa, estos días hasta parecemos que somos hermanos.
Me acuerdo de la gente que nos deja, que se van sin despedirse de los hijos, no todos mueren de lo mismo, no todos mueren por el virus, también hay amigos que se han ido por otras causas, de los que no nos despedimos. Nadie debería irse así. A nadie ha dejado indiferente esta experiencia de confinamiento, un antes y un después se nos viene encima, con muchos frentes a resolver, con cambios en nuestra manera de pensar y actuar, a poder ser distanciados de la información que nos trasmiten los medios y beber de fuentes más fiables. Esa es mi conclusión por todo lo que llevo observado. Me gustaría decir lo contrario, estoy expectante por ver qué sucede y cómo transcurre este tiempo de pruebas y oportunidades, pero no tengo mucha esperanza, la verdad, en que el futuro sea más trasparente y justo. Que por mí no sea.
Elena Larruy