lunes, 23 de marzo de 2020

LA BONDAD




Cuando voy a por pan en Blanes salgo con una barra de cereales y una sonrisa puesta, la panadera es amable y me sonríe, no sé su nombre, cruzamos pocos palabras, solo sé qué hace el momento agradable. Cuando me despido ella contesta, no todo el mundo lo hace. "Gracias chica amable por hacer bien tu trabajo", por alegrarme el día solo con tu trato, educado y atento, por el respeto que siempre muestras hacia las personas. No todos valen para estar detrás de un mostrador repartiendo chapatas, baguettes, pan de espelta, viena o cereales, con la naturalidad y alegría que tú lo haces. Ser amable, mirar a los ojos, sonreír cuando se despacha debería ser lo normal, y hacer feliz a la gente también, ¿no os parece? "Hay un germen de bondad en las personas que hacen su trabajo bien" dice la escritora Ana Merino", Premio Nadal 2020. Si, la bondad está en las personas que se comprometen con las demás, en la calidez del trato, como cuando visitas al médico, la gente mayor lo agradece especialmente. La bondad está mal valorada. Hace unos días mientras me atendía una dependienta en unos grandes almacenes se acercó una señora para preguntarle algo, llevaba puesta una mascarilla, a lo que la joven dependienta me miro con gesto despreciativo  exclamando ¡hay gente rara! yo pensé que el comentario sobraba, que una mascarilla nunca sobra, (aunque aquí aún no se hubiera desatado el virus maligno), que la rara era ella: por edad y por responsabilidad no le correspondía ser  tan cortita de entendimiento. A estas alturas de partido visto lo visto imagino que ya estará puesta y la llevará puesta ella misma.




 Y porque hablo de bondad me viene a la memoria una anécdota que me contó mi madre; siendo ya muy mayor: acudía a misa y a los oficios, una tarde de esas al cura debió molestarle que a su iglesia solo acudían abuelas, (viejas beatas, debía pensar) y de manera despreciativa les recomendó que se estuvieran en casa haciendo ganchillo.  No tuve ocasión pero de haberla tenido le hubiese recordado que en la casa de Dios no se reparte desprecio, la palabra es compasiva, buena y amorosa, más cuando sus principales feligreses son gentes despidiéndose de la vida, y buscan a Dios como saben y pueden, están en su derecho: el suyo es respetarles y acompañarles.
Párrocos,  curas o no curas, gentes así, son los que deberían quedarse siempre en casa, ¿no os parece? favor nos harían a todos.

Elena






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