Que la alegría sea un brote,
una infección, una pandemia,
que contamine los aeropuertos
las ciudades
los caminos
los valles
las camas de los hospitales
las aceras de todos las calles.
Que todos los corazones la tengan
que todos los tejados la filtren
que todas las casas la guarden.
Que inunde las mañanas
los mediodias
las tardes
las escuelas
los colegios médicos
los hospitales
los despachos
los obradores
las mesas electorales.
La cara del triste
la soledad del anciano
el alma de los suicidas
los corazones huérfanos.
Que nos trastoque
que nos asista
que nos consuele
que nos defienda
que nos encienda
que nos proteja
que nos sane
que ilumine la llama
de los enfermos
que prenda la hoguera
de los desechos
que nunca nos falte..
Que no haya medicina
ni antídoto
ni vacuna que la evite
ni remedio que la calme.
La alegría está mal vista por aquellos que temen lo peor, que se ponen en la peor de las situaciones, que se encierran en casa y se hacen llevar la comida, que apenas asoman la cabeza por la ventana, que temen al miedo, el más mortal de los virus.
No hay otra manera de valorar y abordar lo que estamos viviendo estos días con la infección del coronavirus desatada por el mundo que el respeto y la prudencia, pero sí hay diferentes actitudes de estar y de enfrentarlo que nos diferencian a unos de otros. Es con valentía, serenidad y las recomendaciones de la autoridad sanitaria que lograremos superarlo. Prendida la llama de la sonrisa en nuestra cara, al calor de una alegría responsable y necesaria. Así es como se vive en mi casa, así como yo la vivo.
El pánico no ayuda, tener la cabeza dándole mañana y tarde al tema afirmando lo expuestos que estamos, imaginando que lo vamos a pillar, tampoco. Creo que se nos brinda una oportunidad de hacer cosas extraordinarias que habitualmente no hacemos, porque el momento es extraordinario, y nos pide actitudes y respuestas diferentes.
Es momento de estar recogidos, tranquilos, retirados con nosotros mismos, y pararnos a escuchar, y hacer bien las cosas: mejor con alegría.
Por fin tenemos tiempo: nosotros, los siempre apurados, "los estresados del mundo" para planificar nuestro futuro y mejorarlo.
A aquellas personas que valoran negativamente a los que enfrentan esta situación con optimismo y cierto humor son de las que debemos preservarnos porque su miedo y su opinión contaminan el ambiente, su conversación, enredada en el bucle de la alerta, es insana, su discurso agorero suma negatividad. Un temor sostenido con el pensamiento puesto en el contagio atrae la enfermedad, no ayuda ni les ayuda.
No, como quiera que te llames, la alegría es sana y está bien, En la actitud de la alegría hay responsabilidad: pensemos en ello, en su contribución y beneficios. El ejercicio, cada uno como pueda en su casa, la normalidad y escucha interior nos ayuda a fortalecer la mente y como consecuencia el cuerpo, a inmunizarlo, a darle un carácter resistente, a saber que con los pensamientos construimos o destruimos lo que somos y cómo lo vivimos: en nuestra mano está. La alegría es como la vitamina C, útil y necesaria: que nunca nos falte.
¡Permitámonos la alegría!
Elena Larruy
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