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viernes, 1 de marzo de 2024

EL AMOR EN MOVIMIENTO NO TIENE EDAD



Artista Lita Cabellut

En cualquier momento
un labio encuentra otro labio
y vuelve a empezar el mundo.
Juana Gallardo


   En pocas horas cumplo setenta años. Cualquier persona joven, a quién pudiera interesar o entretener lo que escribo, ya se habrá ido de esta página antes del primer punto. Adiós.  Las personas mayores no interesamos al mundo, salvo a otros de la misma edad y, a veces ni eso.
 
   Un run run constante me ronda por la cabeza estos días que se acerca la fecha. Mi familia me prepara una sorpresa, no se de que tipo. Le tengo dicha  a mis hijos que no me pongan velas con la edad en el pastel. No quiero caras de extraños, desconocidos, camareros, gente entrando y saliendo del restaurante, volviendo sus caras hacia mi persona cuando suena la cancioncita dichosa, que todos desafinan. ¡Tierra, trágame!  
   En ese devaneo molesto de la edad biológica que tengo y me toca asumir (¡que pesado verbo!) con tan pocas ganas, no me salen las cuentas. A veces gente amable me dice ¡ostras Elena, pareces más joven!  abren los ojos  y arquean las cejas en signo de admiración. ¡Qué bien te conservas! qué ágil y despierta se te ve. Ayer incluso me pasó con Fabio un desconocido latino con el que llevo dos días hablando por teléfono y chateando. Fabio tiene una voz bonita, de esas radiofónicas que te envuelven; es educado y amable, hasta me escucha sin interrupción cuando hablo. Te dan ganas de invitarlo a casa a celebrar contigo. Sus servicios son altamente satisfactorios, así se lo digo, y lo valoro con un nueve, cuando Mas móvil me pregunta cómo he sido atendida.

   Cuando Favio me daba explicaciones a cerca de como configurar el amplificador del rúter de media distancia, sin ningún conocimiento tecnológico como yo tengo, le dije que me hablara más despacio, pues el próximo lunes cumplía setenta, pues hablaba como una bala y no me era fácil seguir sus indicaciones. Las personas mayores tenemos otros tiempos.
 ─ ¡Entiéndeme Favio!
 ─ ¡D i s c u l p a  E l e n a! ¡P e r o t u v o z  p a r e c e  m u c h o m a s j o v e n! exclamó.  ¡E s   a d m i r a b l e!. Ralentizó tanto la suya en ese momento que perdió parte del encanto. A punto estuvo de cambiar el tú, con el que me estaba tratando, por el de Usted.
 ─Sí, ya lo sé, le respondí. Parece una voz de cuarenta y cinco, eso me dicen. 

Viene siendo costumbre que las personas mayores tengamos que pedir disculpas por no entender las cosas. Los que nacieron más tarde ignoran en muchas ocasiones que las personas mayores manejamos tiempos distintos. Pero eso no es materia docente ni lo enseñan en los masters, a las personas que atienden servicios. 

   Mucha gente de mi edad y otras edades, más mujeres que hombres, presumen de lo mismo que yo, de ser más jóvenes de la edad biológica que tienen. Pero el aspecto físico no lo es todo. Las hay que solo valoran ese aspecto y olvidan la cabeza y sus atributos y solo la usan a modo de complemento, como quien lleva un sombrero o una gorra a juego con el traje.
   En cierta ocasión un admirador, de esos que se creen irresistibles y seleccionan lo que ellos consideran presas, para sus infidelidades de cama,  me confesó que nunca había leído un libro entero en su vida. Iba de guaperas, buen partido, y pretendía conquistarme de esta manera: ¿mira que guapo y que listo soy, sin haber cogido un libro en mi vida! Me dio una arcada al escucharlo que tuve que disimular del vomito de desprecio que me produjo. ¿Cómo se puede ser tan estúpido, y presumir de eso? No se puede ser más lerdo. 

   Cada uno es lo que es, pero también lo que piensan los demás que es. No se puede ir por la vida con ningún tipo de engreimiento. Tenemos la edad que tenemos y la edad con que los otros nos miran. Me rindo a la evidencia. Otra cosa muy distinta es como yo me miro, me pienso y me siento. Lo orgulloso/a que podamos sentirnos por los logros y los méritos. Ir con la cabeza alta sin estirar demasiado el cuello. Mirarse al ombligo y a la vez mirar al cielo nos da una medida más exacta de lo que somos en todo momento. 

   Yo pienso sobre mis años que tengo la edad de merecer muchas cosas buenas por muchas razones que acabo de borrar en este momento que sonaban vanidosas. No es falsa modestia. Simplemente sobra tanta explicación. Solo diré que no desfallezco fácilmente, estoy despierta y activa y tengo ganas de aprender y no creo en la derrota. Me alío con el tiempo y, acepto las consecuencias de la edad porque así viven los que deciden morir viviendo. Dos tardes por semana, echo una lloradita corta antes del noticiero, a la hora del Pasa Palabra.  Antes lo veía con mi ex y ahora sola. Pero luego, cuando me levanto temprano por las mañanas y me siento ligera, fresca, viva, conmigo a solas, hasta tengo ganas de bailar. Me aseo, como nos gusta a las personas mayores llamarle a la ducha,  me visto y me pongo de medio lado frente al espejo con la báscula a un costado y me digo: ¡qué bien te conservas! ¡Olé tú Elena! ¡tuviste voluntad! Te sentó divino los cuarenta días de ayuno. Soltaste lastre/me reduje/voy quedando menos.
He conseguido mantener a raya mi peso:  ahora no ceno, o lo hago de manera intermitente, o abro la nevera y como algún resto en plato de postre, o un yogurt de soja y mango. Me cuido y me descuido también con intermitencia, más lo primero. Sé quién soy. Tengo hábitos saludables, amigos, familia que se ocupan de mí, dos preciosas nietas (mis complementos: la vitaminas M y S) que me dicen a menudo: ¡te quiero mucho, yaya!. Mi recién ex marido que ahora es mejor amigo, cuando nos juntamos echamos unas risas y bromeamos sobre como nos gustaría que fueran las personas que deseamos encontrar en nuestra nueva vida, como deseamos ser queridos. (...). 
─ Pídela. Me dijo.
─ Ya lo he hecho. Le contesté.
 Y sonreímos uno frente al otro, con una mirada cómplice de cariño, por todo lo vivido juntos durante cincuenta años.  
El próximo lunes cuando apague la vela, a la voz de mi gente: ¡venga Elena, pide un deseo!: te pediré a ti. El amor en movimiento no tiene edad. Me quedaré quieta para que avances, yo soy más de que me encuentren.
El día menos pensado aparecerás tú, con los brazos abiertos y tu sonrisa poderosa, para decirme: «¡Por fin te encontré Elena, vamos!». 
Invadida por un éxtasis de alegría pura/ (que tomo como un vestido prestado, de un  poema de Clarise Lispector) me vestiré para la ocasión. Con una especie de pudor,/el que se tiene ante lo que es muy grande.
¿Eres tú, o solo lo estaba soñando?. 
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