Cuando se deja atrás profesión y trabajo muchos de los que ostentaban cargos relevantes envanecidos en su mando, crecidos en su "hacer importante", se vienen abajo. De un día a otro se convierten en ciudadanos de a pie sin despacho, ni cartera, ni secretaria que despache sus asuntos, ni tarjeta de visitas, ni rótulo que anuncie su nombre en la puerta, incluso sin víctimas inocentes -a veces- con quien despachar rarezas y cólera. Aquellos cuyas formas arrogantes y chulescas -o sin ellas- que en su función se exceden, que engañan que "venden la moto" a un ciego, y en especial a aquellos tan llenos de sí mismos que se alimentan de vacíos: mas pronto que tarde la vida les pincha el globo donde andan subidos y los pone en su sitio: la cola de un servicio médico de urgencias, el atasco interminable en un cinturón, la camilla de un quirófano, la lista de espera de una intervención necesaria que nunca llega. Todos somos peones en el gran tablero humano de la vida, por muchas credenciales, atributos y títulos que nos asignen, obreros en la viña que decía el maestro. Nadie es más que nadie para excederse en su función, para beneficiarse de ella, sea cual sea su responsabilidad.
Cuando las luces del gran teatro se apagan, para muchos se acaba la función y los brillos. Acostumbramos a pensar que la vida pone a todos en su sitio, como así es. No hace mucho me crucé con uno de esos "actores" saliendo del supermercado.
PEONES DEL GRAN TABLERO HUMANO
Sucede a menudo
en el reparto de juego
de este gran tablero humano
donde todos jugamos
que personas "listillas"
se crecen en el cargo,
y como ánades torpes
de pata corta, mucha pluma
y poco vuelo
pierden el trasero
por ser los primeros
en llegar al medallero.
A la carrera
los "don nadie" de peseta
con ensayada sonrisa
seleccionan a la presa
que comprará "su moto vieja".
¡Tan financieros!: ellos
tan astutos y engolados,
tan banqueros Colgate:
dioses de mercadillo
afanados en la obra
de engordar su bolsillo
y el activo de su amo.
Confiada, la presa fácil
sientan a su mesa,
la invitan a un refresco con gaseosa,
le hablan de mercados
de emprestitos
de las empresas del Ibex,
de la prima de riesgo
del euribor, del techo de las hipotecas
del recorrido de la bolsa
de la acción preferente
de la desconfianza del dolar,
hasta que en una de esas vueltas
sinuosas y sutiles
los clientes confiados
les firman -como churros-
contratos:
el fondo de inversión
"ga-ran-ti-za-do" ¡cómo no caballero!
al cero, coma, cero -por cien-
el plan de ahorro imprescindible
el financiero aconsejado
el de pensiones: ¡ojo! ¡al dato!
-¡con su desgravación en renta!-
¡compre!, ¡compre! acciones señora,
caballero:
las mejores del mercado
-están de oferta-
¡una apuesta segura!
y por favor atienda:
no pierda ocasión
de llevarse las maletas
o el robot de la quincena
-con garantía de un año-.
La moto del hijo
¡también la financiamos!
¡por supueeeesto!
y el seguro a todo riesgo,
con franquicia o sin ella:
como Usted prefiera caballero
¡Ah y el casco!.
Sinergias le llaman
los astutos
tunantes de dos géneros,
pillos y zorros
dirigidos todos ellos
por control remoto:
vendedores de humo,
voceros de mercadillo,
tan necio, alguno
que compran
su propio humo.
Otros, jugadores de casino
de maquinas traga perras,
que con afilado dominio
de la lengua: juegan
a apostar el dinero
del incauto, del crédulo
del bonachón que se deja.
Tienen oficio
y desparpajo
son actores de primera,
conocen bien las reglas.
Mentiría si no dijera
lo que vi
más de uno
"vendía por entregas"
la dignidad que no tenía.
Y fue con uno de esos
«profesionales»
que me crucé el otro día:
salia del supermercado
con dos barras de pan
bajo el brazo,
llevaba guantes de látex
y una justiciera mascarilla
que le tapaba la boca,
tiraba de un carro
vestía con cazadora tejana
y unas zapatillas de lona.
¡oye!:
¡hasta parecía persona!
Elena Larruy
Una vez terminado el juego, el rey y el peón vuelven a la misma caja.