Aprender a conquistarse a uno mismo, cara a cara, a quererse, a tratarse, no es tarea fácil. A veces lo logramos, solo a veces porque a la que nos descuidamos un poco nos perdemos por callejones oscuros donde la noche y sus sombras nos alcanzan, nos llevan de la mano a su terreno. Para todos es lo mismo, claro que no todos lo vivimos con la misma intensidad. Una cosa que sí tengo clara es la consecuencia que una baja autoestima, unida a problemas y preocupaciones de todo tipo, tiene sobre la enfermedad. No hemos sido educados en términos de salud, nos han enseñado que cuando del cuerpo se trata son otros los que deben ocuparse, dejándonos totalmente al margen.
Hace unos días una amiga me comentaba un trastorno digestivo puntual que tuvo y cómo al tratarlo con el medicamento "de solución rápida", al que está tan acostumbrada, le agravó más el problema e hizo que le durara unos cuantos días. Corrió al médico y de paso que lo visitaba aprovechó la ocasión para hablarle de su dolor de espalda y de cadera y que este le mandara repetir pruebas diagnósticas de resonancia y radiaciones. Le recordé el conflicto familiar que estaba viviendo, que le había preocupado meses atrás, los temas pendientes que tenía que resolver al respecto, un nudo importante por deshacer al que se enfrentaba recientemente y como ese desencadenante le había provocado la indisposición con sus posteriores consecuencias. Lo hice solo por encima, sin poner ningún dedo en la llaga. No me contestó, en otro momento lo hará, lo sé, pero esta vez siguió con su costumbre de acudir al botiquín, a la farmacia y al médico de cabecera y al especialista, todo un protocolo de actuación al que en general se está tan acostumbrado. Así he visto crecer infinitos problemas de salud en muchas personas, agravar la enfermedad, convertir pequeños trastornos en asuntos serios, crear dependencias con los medicamentos que conllevan otro tipo de lesiones, a veces irreparables. Veo, en general, mucha incultura y falta de conocimiento, tratamos al cuerpo como si fuera la carrocería de un coche, corremos a repararlo como quien lo lleva al mecánico. El cuerpo en efecto es un vehículo, es el vehículo del alma, del espíritu, del ser, cada uno que le ponga el nombre que quiera y más le guste. El cuerpo es algo serio e importante, está dotado de inteligencia natural, actúa con autonomía y así se le ha de tratar, con respeto y cuidado. Nos habla a través de la enfermedad, nos cuenta cuando algo interno no funciona, qué clase de pensamientos debemos identificar en nuestra mente. Lo sé por experiencia propia, por observación de vida, por ver a muchas personas sufrir y morir como consecuencia de esta desatención. Cronificamos la enfermedad por ignorancia, por falta de cuidado y atención, por esta urgencia inmediata que requerimos de tratamiento. No hemos sido educados en temas de salud, hay demasiados intereses en juego. Tratamos al cuerpo como lo dicho: la carrocería de un vehículo.
Cuando nos comemos la cabeza y nos rallamos con problemas de trabajo o de familia, con asuntos que nuestra mente magnifica y que en muchos casos crea, aparece el dolor y su trastorno con efecto inmediato a veces, otras no tan inmediatos pero sí detectables; de repente aparece un brote en la piel, un trastorno en la cabeza, una alteración nerviosa, una indisposición intestinal, una alergia, una manifestación clara que pide a gritos ser reparada. Donde primero miramos es afuera, ¿qué cosa me ha provocado esa indisposición?: craso error, la mirada ha de ser interior. Cuando se trata de otro es fácil observarlo y detectarlo, señalar con el dedo y decirle ¡ahí, ahí está el origen de tu problema! pero cuando se trata de nosotros: el mal de cadera, el dolor de estómago, una subida de tensión, una bajada de azúcar, hasta una infección de orina resistente tiene que ver con un conflicto interno por resolver cuyo origen hemos de saber buscar en nuestra cabeza, en nuestra manera de pensar y procesar.
El estado emocional de malestar tiene una clara evidencia de repercusión en el cuerpo. ¿Alguien tiene dudas, acaso? Asomarnos a ese abismo interior de conflicto interno nos asusta, es más fácil acudir a la farmacia o al médico de cabecera para que diagnostiquen y nos mediquen: un omeprazol, un jarabe gástrico, una radiografía, cualquier cosa con tal de no enfrentarnos a nuestra realidad. Cuando lo hacemos la mayoría de veces no hemos de correr a ningun sitio, solo hemos de quedarnos quietos un rato, en casa, guardar silencio, escuchar y actuar. El cuerpo nos habla, cierto que no nos educan para escucharlo, más bien todo lo contrario, pues empecemos a saber qué nos dice, a atender sus necesidades y a tratarlo adecuadamente. El cuerpo siempre nos da respuestas inocuas y sabias: si persisten los conflictos, el temor, la rabia, los desencuentros, eso mismo recogeremos en el cuerpo, ¿qué es lo que estamos haciendo mal? porqué se repiten los dolores intestinales, los dolores de espalda, la irritación de garganta ¿qué es lo que estamos sembrando? La casualidad no existe, es fruto de la inconsciencia, el efecto es consecuencia de la causalidad. Todo tiene un origen, todo conflicto una causa. Tomemos cartas en el asunto, con responsabilidad, nadie lo hará por nosotros.
Elena Larruy