Soy de la opinión de Isabel Coixet de la inutilidad de los repetidos manifiestos que se llevan a cabo para revindicar causas juiciosas y razonables que producen, como ella sospecha, un largo bostezo, además de servir para muy poco, ya que la desatención y el descarte por aquellos a los que va dirigido es inmediato. En especial los asuntos que atañen a intereses de la clase política, como pueden ser los sobresueldos, los abusos y mala gestión en la administración, o el número excesivo de políticos a los que mantenemos con nuestros impuestos. Pero ese no es el tema, el tema es como sostiene la directora de cine catalana, cómo en muchos de esos manifiestos y reivindicaciones prevalece, más que la idea en sí, el conmigo o contra mí. No es necesario para decir esto no me gusta fusilar las razones del contrario. Hay cosas que no soporto como puede ser el color caldera, el Steak tartar, la influencia de las influencers de moda o el periodismo de investigación de Gloria Serra, y no por eso pierdo un pestañeo de mi tiempo en machacar esas cuestiones, aunque en el caso de la periodista ganas no me falten. Los gustos, como las ideas y los partidos están en continua confrontación y enfrentamiento. Si odio la palabra odiar además de todo lo que he nombrado, estaría dispuesta a vestirme de color caldera, degustar un Steak tartar en compañía de una influencer que defendiera el trabajo de la periodista mencionada, si con ello se produjeran cambios fructíferos que favorecieran la exposición de ideas, claras y ordenadas, sin hundir los argumentos contrarios, sin querer convencer al contrario de que la razón es la nuestra. Pero me temo que eso no va a suceder. Lo vemos cada día en el ámbito político. Pondré un ejemplo taurino: el de la fiesta de los Toros: "sí a los toros", "no a los Toros": dos posturas claramente enfrentadas con argumentos más combativos que convincentes. Estaréis de acuerdo que estamos más entrenados a pelear con la palabra que a hacernos entender, a combatir que a colaborar, a hablar que a escuchar, a manejar la palabra ajena más que la propia. A veces llevamos tan lejos los postulados de las defensas que nos convertimos en auténticos radicales extremistas, subimos tanto la voz queriendo mejorar lo inmejorable que acabamos creyendo que solo con la fuerza insistente de la palabra, incluso violenta prevalecerá la verdad: "la nuestra". Y así nos va... Iré más lejos aún, muchas de esas veces la causa que defendemos por la que nos volvemos arrogantes, justicieros e inmisericordes vale lo mismo que una caquita de perro. ¿No os parece?
Elena Larruy