Todo empezó en una conversación de cómo la cocinera de la escuela hacia un exquisito arroz con las alitas de pollo y un par de sobras del día anterior. La cocinera en cuestión, explicaba la compañera, daba mucha importancia al sofrito, a ese momento chup chup a fuego lento y a las cuatro verduritas frescas de temporada que añadía para completarlo.
Recordando el momento chup chup de la charla me vino a la cabeza los caldos tan ricos que preparaba mi madre en los inviernos: esos que empañaban los cristales y te llenaban el corazón y la casa de nieblas, los mismos que invadían todos los rincones, impregnándolos de un delicioso y humeante sabor de hogar.
Recordando el momento chup chup de la charla me vino a la cabeza los caldos tan ricos que preparaba mi madre en los inviernos: esos que empañaban los cristales y te llenaban el corazón y la casa de nieblas, los mismos que invadían todos los rincones, impregnándolos de un delicioso y humeante sabor de hogar.
Un joven, pero experto, cocinero amigo me dijo una vez que los caldos de las abuelas, que tanto ponderábamos, no tenían más secreto que dejar consumir el agua, para que las sustancias se concentrasen quedando así más gustosos: nada que no se pueda conseguir con una olla ultra rápida, o mejor comprando un tetrabric en el super, continuó . . . es de fácil entender ¡no tenemos tiempo! No es mejor la receta de la abuela, ni sus canelones de vicio, ni su estofado meloso a fuego lento, lento: lento todo hasta la hartura del aburrimiento chup chup, remató con sorna y cierto fastidio. Entiende que son otros tiempos...
En ese instante de ofuscación momentánea me imaginé a mi madre desespumando el caldo con la espumadera, y a sus brazuelos aburrirse en la olla con los huesos de jamón, el pollo, la deliciosa pelota danzando con los garbanzos... y, cómo pasadas tres horas de "hartura y aburrimiento" añadía las hiervas de su huerto o las que las vecinas le daban: apio, nabo, chirivías, zanahorias, con su prórroga añadida de media hora -o tres cuartos- y el regusto de todos nosotros disfrutando de ese glorioso caldo humeante, con cuerpo, concentrado y gustoso, irrepetible, terriblemente bueno, que incendiaba los carrillos de los niños que alegres corrían a dibujar en los cristales empañados, caras felices, lunas, corazones y estrellas, mientras ella envuelta en un bao de gozo, tierna y melosa como el pollo de su olla, llenaba los platos hondos -de hondura- de deliciosa sopa de letras que nos devolvía la alegría al cuerpo, la inspiración y la cordura.
Cuando el corazón que aviva el chup chup y el fuego lento se para, queda el secreto en el alma de aquellos que probaron su sopa. Quien no la probó, nunca sabrá de secretos de cocina ni valiosas recetas. Lo otro es otra cosa.
elena
En ese instante de ofuscación momentánea me imaginé a mi madre desespumando el caldo con la espumadera, y a sus brazuelos aburrirse en la olla con los huesos de jamón, el pollo, la deliciosa pelota danzando con los garbanzos... y, cómo pasadas tres horas de "hartura y aburrimiento" añadía las hiervas de su huerto o las que las vecinas le daban: apio, nabo, chirivías, zanahorias, con su prórroga añadida de media hora -o tres cuartos- y el regusto de todos nosotros disfrutando de ese glorioso caldo humeante, con cuerpo, concentrado y gustoso, irrepetible, terriblemente bueno, que incendiaba los carrillos de los niños que alegres corrían a dibujar en los cristales empañados, caras felices, lunas, corazones y estrellas, mientras ella envuelta en un bao de gozo, tierna y melosa como el pollo de su olla, llenaba los platos hondos -de hondura- de deliciosa sopa de letras que nos devolvía la alegría al cuerpo, la inspiración y la cordura.
Cuando el corazón que aviva el chup chup y el fuego lento se para, queda el secreto en el alma de aquellos que probaron su sopa. Quien no la probó, nunca sabrá de secretos de cocina ni valiosas recetas. Lo otro es otra cosa.
elena