¿Invencible?
Me he vuelto invisible, y este hecho que parece tan útil no me sirve de nada. Por lo pronto, solo tengo perseguidores internos que no necesitan verme, y la invisibilidad no me puede salvar de los golpes fortuitos o los tiros al aire. Así que la aparente ventaja de la invisibilidad me resulta más molesta que otra cosa: los mozos no me ven en los bares cuando me siento a una mesa y los amigos me cruzan por la calle con aire indiferente.
Claro que mi verdadero problema no es la invisibilidad sino la mutación. Sospecho que los cambios suelen realizarse en bocanadas, y es en esos instantes de verdadera mutación cuando desaparecemos por un rato del mundo de los vivos (es decir el de los piolas, el de aquellos que se aferran con las uñas a una magra posibilidad de ser visibles, conspicuos, evidentes, estridentes, sólidos). Y una mutación debe ser bienvenida, aunque nos borre de a ratos. Tenemos que aprender a ser incautos.
Luisa Valenzuela |