Cuando escuchaba los poemas que traía Juana a clase, mi voz se quebraba. Me sentía una impostora. Empequeñecía. Sus poemas, de gran calidad y manifiesta cultura, ahondaban por todos los paisajes del Ser. Con ella me trasladaba hasta la misma orilla del mío.
A Juana le gustaba como escribía yo. Quiero imaginar que mi forma decidida y valiente. En cierta ocasión trabajando con la poesía erótica, compuse dos poemas subidos de tono, inspirados en la poeta cubana Carilda Oliver, recuerdo como Juana se ruborizaba al escucharlos, pues decía que ella no se atrevía a escribir así. Admiraba mi atrevimiento. Y eso me gustaba, viniendo de ella.
La poesía de Juana recorría un sin fin de paisajes por templos helénicos, lagunas, bosques, estepas, precipicios... Horizontes amigos comunes que perseguíamos todos los que estábamos allí.
Pablo era otro compañero de "altura". Jugaba con la palabra, hacía juegos malabares. Sus imbricados textos de oraciones y versos convertían sus creaciones en ingeniería poética, difícilmente por mi entendible. Descarrilaba al escucharlos, y me reducía a la mitad. Poemas surrealistas, del que el mismo Dalí hubiera copiado. No alcanzaba a entender lo que escribía a la primera, ni a la segunda, ni en primera fila. ¡Que no! Y además el brillante y agraciado Pablo lo aderezaba todo con un humor e ironía, que yo tampoco tenía.
Jesús, el profesor, admiraba la genialidad de Pablo. Diseccionaba sus poemas con mano de experto cirujano hasta hacerlos entendibles, como quien repara, ajusta y coloca venas y arterias en un corazón, para su buen funcionamiento. Entonces yo sangraba, en una hemorragia interior, y no tenía manera de taponar la herida. Un mes antes de acabar el curso me despedí de las clases.
Todo en Pablo era ingenio y agudeza. Generosidad, además de gran persona. ¿Cómo una mente tan prolija y sobresaliente podía convivir en un mundo tan de baratija y mediocre como el nuestro? !Ah! Por eso estaba ahí: en clase de poesía, me respondía. Porque era un tipo raro sin diagnosticar, como todos los que allí estábamos, de alguna manera. Refugiados. Disidentes sumisos. Marginados por la necedad: trastornados del vacuo vivir cotidiano.
Los poetas sobreviven y se entienden entre ellos en "los apartes" de las vidas. Cómo hago yo ahora que he cambiado de compañía, de casa, de barrio, de ciudad, del que ya no pega su ombligo a mi espalda porque ya no es mi marido, ni mi hombre, ni mi noche, ni mi día. Pese a todo seguimos siendo dos: yo y mi soledad de poeta.
Desde ese lugar donde vivo ahora, en mi recién estrenada vida, tengo la fortuna de contar con gente como Juana, cuya amistad redobla su significado, pues me hace sentir querida y acompañada. Agradezco infinito su amistad, sus acertados consejos con la escritura, y en especial la gran humanidad y cercanía que siempre me demostró. Todo lo de esta persona me nutre. Me siento muy privilegiada.
Os dejo tres poemas de su libro BESTIARIO DEL DESEO.
Adentrarse en la poesía de Juana Gallardo es desvelar sutilmente el misterio que habita en cada uno de nosotros: hilanderos, costureros, zurcidores, tejedores de vida.
AQUÍ ESTOY, ESTA SOY
Poco a poco recobro
a la que he sido.
No a la que he sido en esta vida
o en otras
en las que me cuesta tanto
creer,
sino a la que tejió mi deseo,
a la que, en mi imaginación,
ha vagado,
con el anhelo de ser algún día
algo más que un esbozo.
Aquí estoy, esta soy.
La cobarde y
la que saltó a mil abismos,
la que habló sin cesar
y la más silenciosa.
Soy aquella que,
cuando todo parecía perdido,
logró salvar el amor.
Ahora que la materia pierde
perfiles y formas,
ahora que los ojos impacientes
dejaron de buscar horizontes,
ahora que ya no hay
nada más que el ahora
aquí estoy
esta soy.
EL MIEDO
Te he guardado dentro
como botella
con tapón bien ajustado.
Tienes el sabor a astilla
de las almendras verdes,
su dureza.
y para digerirte he tenido que tragar piedras
igual que los caimanes.
Pero la vida es efímera
como un haz de luz inesperado
y, aunque nosotros, los vivos,
no lo sepamos
nada distingue a un muerto
de otro muerto.
Te dejo aquí, amante vacío
de alcobas clandestinas.
Te dejo con la soledad del vencedor
pues solo los vencidos aprenden
a hacerse compañía.
LA VEJEZ
En cada estación del año
me parece
habitar algo de ella.
No creas que voy a decir
que me convierto
en
tormenta
amapola
ola de mar
hoja seca.
En cada estación
me siento
un poco más vieja
y, como esto de envejecer
cuesta tanto,
me dan ganas de dejarlo todo
y encerrarme en casa a dedicarme
solo a eso:
a hacerme vieja
y a hacerlo bien.
Pero luego entra el sol,
o me da en la calle
una racha de aire fresco
y se me olvidan estas zarandajas.
Me pongo de nuevo
a escuchar al mundo
y a cantar
las canciones
que me llegan de él.
Y se me abren las alas de grulla
y otra vez estoy dispuesta
a viajar donde sea,
a donde el aire me lleve:
sin pensar en nada.
Poesía de Juana Gallardo Diaz