En Septiembre se apaga la luz a pasos acelerados, es un mes de inicios y de reinicios, un mes esquinero, donde cambian los propósitos y las intenciones, la identidad de los actos, el ropero de las personas. Luces y sombras alteran sus tiempos. Si hay un mes propicio al cambio, sin lugar a dudas, este es Septiembre.
Son las seis y veinticuatro de la mañana. La meteorología anuncia un descenso de las temperaturas, que será un día con probabilidad de tormentas eléctricas y de lluvias y que pasado el medio día habrá nubes y claros. La meteorología habla mucho de nosotros, de nuestros cambios y estados de ánimo, además de ser el tema principal de conversación en los ascensores. Eso no cambia; seguimos llenando de palabras huecas la existencia, no hay margen de error, como no lo hay en que yo recupere la memoria perdida del disco duro de mi ordenador: archivos, carpetas, descargas de contratos, facturas, imágenes, memorias, textos, documentos de valor... Todo se me perdió en un instante, arrollado por un sunami informático de origen desconocido, sin más explicación que una solicitud, a modo de epitafio, que me pedía una clave Bitlocker de cuarenta y dos dígitos, que por supuesto yo no tenía.
Y es que la vida está llena de accidentes, de "de repentes" y de infortunios, de aparentes caprichos del azar, actuando como caudal de rio, arrollando recodos estancados que necesitan recuperar su cauce natural. Así me explico yo los pormenores, los "sin más" los "porque sí" aquello que nos obliga por un lado a salir de nosotros y por otro a la reflexión, a la introspección, a la que todos somos convocados. Acción y reflexión se confrontan en un movimiento perpetuo de identidad, en un diálogo constante con el otro, en el intento de llegar al fondo de uno mismo. Sin atropellos ni empujones, impidiendo que nada ni nadie nos arrolle.
Sin embargo cuando se tiene el ánimo calloso, y la edad antigua que yo tengo ahora, las idea se vuelven más lentas, dispersas y evanescentes; se está más cansado. La carga de la memoria, es más pesada y pegajosa. Descargas repentinas buscan alojamiento en comprensiones y entendimientos que no llegan. Somos desbaratados con frecuencia por invisibilidad; aunque atenuada, tenemos luz propia, no llevamos chalecos con colores refractarios que llevan los más jóvenes. Es normal que muchas veces nos apaguemos y nos cueste sonreír, que no tengamos ganas de entrar en conversaciones sobre el tiempo en los ascensores. Por otro lado la memoria de la sangre lleva muchas impurezas que no están diagnosticadas ni tratadas, que no son de azúcar ni de colesterol, que deberían ser entendidas y atendidas con humanidad y con amor.
Leí no hace mucho, que los sueños son de las pocas cosas que no pertenecen al pasado: son del futuro. Escuché estas palabras de una persona de edad -más agnóstica que escéptica- que le decía a su amada: «Quiero creer que existe algo, que hay un más allá, solo para vivirlo siempre contigo». Es alentador, que alguien te necesite y te quiera así. Palabras tan llenas de esperanza dan cobijo al corazón maduro, en su vivir inalámbrico, desconectado de la gran red humana por invisibilidad.
Comparto con una joven amiga escritora, el gusto por la escritura, las dos hablamos del dolor, la soledad y la tristeza. Lo utilizamos como instrumento acicate que nos ayuda a comprender, a paliar los efectos icebergs de esta larga travesía que es la vida. A veces somos cansinas: nos repetimos, pero no nos importa porque también contamos en nuestro haber con el don de la alegría: disfrutamos de la capacidad de sentirnos invadidas por ella, de servirla y de gozarla. No hay dolor sin alegría, no hay alegría sin dolor.
El órgano vital más dañado de muchas de las personas que he conocido y conozco es el corazón, a veces helado de tanto vivir en la intemperie. Como lo fue el de Fernando Pessoa:
«Soy un evadido. En cuanto nací, en mi me encerraron. Pero yo me fui»
Todos los seres humanos somos de alguna manera "titanes", en la misma medida y textura que lo es nuestro sufrimiento. Perseguimos absolutos, de forma infructuosa y equivocada. Estamos en una continua trasformación que incomoda nuestro vivir, porque nos hace estar en un estado de sentimiento indefinido que nos produce inseguridad. Vivir, es saber estar en la cuerda floja, siempre en continuo equilibrio. Arrastramos un gran bagaje de dolor y de incomprensión que ocultamos a la vista de los otros, para que nuestro ego no sufra. Somos esclavos de nuestra ignorancia y de nuestro sufrimiento, de nuestro silencio.
Es en las orillas y en los límites de las cosas y de los actos donde la vida tiende a desdibujarse, donde se rinden los sueños y son vencidas las memorias. Sin embargo vivir es tomar decisiones, reconstruirse, soñar, conocerse un poco más cada día y avanzar con la cabeza alta. La autobiografía es un conocimiento terapéutico que nos ayuda a un vivir más profundo. Necesitamos saber de nosotros, para sanarnos, para que no haya derrota.
Muchas veces para alcanzar la "luz" se dan circunstancias externas, con señales y contratiempos de todo tipo y manera, que nos invitan unas veces y, otras nos empujan a salir del escondite oscuro. Eso explica mi perdida de memoria en el ordenador. Hay recuerdos que debo abandonar, porque no tienen ninguna utilidad, porque lastran mi propósito de vida, que no es otro que el de aprender y disfrutar.
Todo en la vida nos enseña, nos pide cambios, compromiso, reflexión, esfuerzo y miradas nuevas. Voluntad de almas marineras volando a otros universos mejorables. Viviendo por y para la esperanza, en su certidumbre. Construyendo el mejor de los sueños, con la alegría puesta en los finales, porque allí encontraremos la luz necesaria y la belleza de los nuevos comienzos.