Aterrizamos en el aeropuerto de Palermo con mi pareja y una amiga a media tarde de un viernes de Junio. Teníamos bien estudiada la ruta que queríamos hacer y los lugares donde íbamos a alojarnos, atendiendo sugerencias y recomendaciones de otros viajeros. Nos disponíamos a pasar doce estupendos días de vacaciones recorriendo la histórica isla de Sicilia.
Arrancar el vehículo en el aeropuerto nos llevó su tiempo, nos proporcionó una dosis de estrés que hubiera podido evitarse de habernos explicado que para su encendido debíamos pisar el freno, pero eso no fue nada comparado con lo que nos esperaba más tarde en Palermo: la conducción temeraria de los sicilianos, parecían todos querer atropellarnos y un GPS que nos tuvo dando vueltas por la ciudad un rato largo, en medio de un caos que nos puso de inmediato en alerta. Nos parecieron formas poco amables de recibir a unos viajeros entusiasmados y entregados como nosotros. El estado de alerta y la necesidad nos hizo captar de inmediato su código de circulación que venía a decir:
" Viajero, si conduces por Sicilia y eres extranjero, que sepas que nunca has de pedir permiso ni parar antes de incorporarte a una vía principal, dejas que te vean y sin ningún remilgo ni permiso te lanzas y te cuelas" esa es la norma de circulación que rige en toda la isla. A su favor diré que en los doce días que estuvimos viajando jamás presenciamos ningún accidente, ni nada que se le pareciera.
Cuando conseguimos llegar al primer alojamiento, darnos una ducha y sacudirnos los nervios, salimos a conocer la ciudad. Solo íbamos a estar una noche, y el propósito era dar una mirada de pájaro recorriendo las calles del centro histórico. Encontramos una ciudad extremadamente monumental, palacios, templos, fontanas, teatros y edificios históricos de todo tipo, todos impresionantes, a destacar el Duomo y el gran Teatro de la Ópera Massimo, el mayor de Italia y el tercero más grande de Europa donde se celebran eventos culturales de todo tipo, principalmente de ópera.
Nos perdimos por sus barrios antiguos de calles viejas, estrechas y malolientes, el descuido de las casas y la suciedad en las calles nos sorprendió. No hacía ni dos horas que habíamos aterrizado; teníamos la sensación de no saber en qué país estábamos. Todo el casco viejo está impregnado de numerosas huellas de antiguas civilizaciones: árabes, normandas, españolas, bizantinas que perduran después de varios siglos en las estructura arquitectónicas de sus edificios clásicos.
Después de tres horas recorriendo la ciudad nos sentamos en una terraza, queríamos refrescarnos, pues el calor era intenso, y también degustar los arancinis, bolas fritas típicas sicilianas muy ricas, rellenas de carne, arroz, verduras y queso, que se pueden encontrar en todas sus formas en cualquier establecimiento de comidas.
Siguiendo el programa establecido, al día siguiente, pusimos rumbo a Castellamare del Golfo donde nos íbamos a alojar para conocer el bellísimo e inacabado templo griego de Segesta, no sin antes conocer una de las catedrales más impresionantes de obligada visita, la catedral de Monreale, de estructura árabe normanda, con unos mosaicos muy hermosos.
Por la noche salimos a conocer el bonito pueblecito costero, nos dirigimos al puerto, era sábado, sus calles y terrazas llenas de gentes, sonrientes y amigables hicieron el paseo nocturno muy agradable. La temperatura, la compañía, la charla, un paseo como digo delicioso, nos sentíamos afortunados y felices. Regresamos a la casa de hermosas paredes de piedra, toda para nosotros, muy cuidada, muebles i limpieza impecables, tenía todo cuanto necesitábamos.
Siguiendo nuestra ruta hacia el este, el tercer día nos dirigimos a Castellvetrano, una localidad con poco interés turístico, salvo el lugar donde nos alojamos, una delicia de casa con un jardín espléndido, toda ella llena de detalles de valor y buen gusto, muy cuidada y dispuesta para nuestro disfrute. Nos lamentamos de estar solo un día, así que sin perder más tiempo fuimos a visitar el templo de Selinunte, majestuoso templo griego, bastante bien conservado, para más tarde disfrutar de la casa el poco tiempo que íbamos a estar.
A la mañana siguiente Mássimo, su anfitrión, nos ofreció un desayuno espléndido con frutas, cornetos de hojaldre y crema buenísimos y los pastelitos típicos de la región, acompañados de un excelente café que tomamos en una de los rincones del jardín, rodeados de hermosas flores y acompañados por el canto de los pájaros. Nos hicimos muchas fotos, nuestra cara era toda alegría, nos sentíamos muy agradecidos por como transcurría el viaje y por la buena sintonía que se respiraba entre nosotros.
La visión de la isla en cuanto a paisaje no nos maravillaba, viajábamos entre colinas y montañas de poca altura sin perder de vista el mar y aunque íbamos dispuestos a parar y darnos un baño en cualquier momento, no era fácil, pues su costa accidentada cuenta con escasas playas de arena.
El cuarto día parada, obligada en Agrigento, otra visita imprescindible recorriendo El Valle de los Templos, un largo paseo de hora y media en llano, visitando los vestigios de la cultura griega, eso sí, protegiendo siempre la cabeza con sombreros y pañuelos porque no había sombra humana donde cobijarse. Era media tarde y el sol pegaba fuerte, se recomendaba hacer la visita de mañana y llevar siempre agua. A destacar el templo de Hera y el de la Concordia, el más espectacular. Por la mañana nos habíamos acercado a la playa a conocer “Scala dei Turchi” o “Escalera de los Turcos, una formación geológica blanca muy curiosa que desemboca en el mar.
Acabamos bastante cansados, pero de regreso al hotel nos repuso una buena ducha con su descanso y sobre todo las deliciosas pizzas que nos tomamos en una preciosa terraza de ático de un restaurante desde donde se divisaba el mar. Está ciudad, Agrigento, nos decepcionó en parte; estábamos alojados en la parte antigua, apenas podíamos estacionar el coche para bajar el equipaje, de nuevo calles sucias, estrechas, sin apenas luz natural. Por la tarde cuando la recorrimos relajados antes de la cena la vimos con otros ojos y apreciamos aspectos más interesantes que mejoró la impresión del recibimiento. Lo que no mejoró fue la horrible sensación de un edificio antiguo, que ofendía las miradas, de lo que parecía una "iglesia remendada" (porque aquello no tenía otro nombre para describirla) con ladrillos, como si se tratara de un almacén de guardar piensos. Todo apuntaba la falta de recursos para mantener el grueso patrimonio histórico de la isla, toda Sicilia es un museo, repleta de cultura y de historia. Los edificios más emblemáticos están cuidados y conservados, el resto deja que desear.
Las ciudades y pueblos que visitamos por todo el recorrido tenían todos una estructura similar, compuesta por una calle muy, muy larga, vía casi única: ruta de tráfico, paseantes, y comercios, lo que venía a ser la arteria principal donde confluían todas las otras calles, sumamente estrechas y oscuras, también sucias, que no invitaban a recorrerse.
El quinto día dejamos atrás las costas y nos dirigimos hacia el interior de la isla para visitar Enna y Piazza Armerina con su preciosa Villa romana de Casale uno de los vestigios arqueológicos Romanos con los mosaicos mejor conservados que yo he visto nunca. Interesante y agradable recorrido que permite contemplarse sin los agobios del calor, ya que en todo su recorrido hay sombras con techos volantes construidos de manera que los mosaicos quedan protegidos. A la salida, nos refrescamos con una granita, otras de las especialidades Sicilianas, que viene a ser un granizado de diferentes gustos que se puede tomar en tarrina o en una especie de bollo que aunque parezca chocante no le queda mal, aunque a mí me pareciera que no era para tanto.
Ragusa y Módica, fueron las ciudades clásicas que visitamos el sexto día de viaje, muy singulares ambas, así como sus edificios barrocos muy bonitos y con mucha historia. Nos gustó más Módica influenciados tal vez por otro bonito apartamento donde nos tocó alojarnos esa noche, no sería fácil olvidarlo; exquisito y de muy buen gusto, lleno de pequeños detalles, y con unas vistas panorámicas preciosas de la ciudad. Aquí nos ocurrió una anécdota muy graciosa, Alice era la propietaria, pero no fue ella quién nos abrió el apartamento, fue el que imaginamos era su pareja. Al parecer confundió a la mía con un actor de "alguna película de Almodovar" y Alice me mandó un Whatsapp pidiéndome si podíamos hacernos fotos en su apartamento para ella colgarla en sus redes, pues decía admirar mucho a este cineasta español. Lamentamos defraudarla al comunicarle que se confundía de persona, pues ninguno de nosotros era actor. Se rió bastante cuando se lo contamos, nos quedarnos con las ganas de saber de qué actor se trataba, aunque alguna pista teníamos. Esta anécdota dio para muchas risas durante el resto del día y de la noche mientras degustábamos las delicias del lugar en la terraza de un restaurante.
No he contado que los lugares que elegimos para dormir, fueron todos tipo b&b y también airbnb, alojamientos que nos garantizaban el confort, la amabilidad, la sorpresa y las condiciones que nos gusta encontrar cuando viajamos. Os dejaré las direcciones más abajo por si os son de utilidad. Todos, salvo pequeños detalles fueron excepcionales y muy recomendables.
Los días séptimo y octavo conocimos la preciosa arquitectura barroca de Noto, también Siracusa con su magnífico teatro Griego con capacidad para más de 15.000 espectadores, en la que se celebran actualmente espectáculos de teatro clásico durante todo el verano. Ortigia, es como una isla separada de Siracusa por un puente donde se encuentra la parte histórica de la ciudad y todo lo más interesante que ver. Aquí nos tomamos dos días de descanso para poder relajarnos, aunque a decir verdad ni el viaje ni el trajín del equipaje nos estresó en absoluto, íbamos bien preparados y llegar a los sitios nuevos con el trato tan bueno con recibíamos de los anfitriones lo hacía fácil. Una buena ducha nos sacudía el calor acumulado del viaje y nos ponía de nuevo en marcha para seguir visitando los lugares que con tanto gusto íbamos descubriendo. Siracusa nos gustó mucho, es una ciudad muy visitada por los turistas con mucho atractivo y con unas callecitas por su centro histórico que la hacían más que agradable: pasear, sentarse en una terraza a tomar una caña y ver pasear la gente era suficiente. Ese día cenamos en un pequeño restaurante del centro histórico, que nos había dicho el anfitrión, y siguiendo sus consejos pedimos atún con pistacho, a modo de gabardina, ese fruto seco que tanto abunda por Sicilia está muy presente en todos sus platos, he de decir que la recomendación fue muy acertada.
Noveno y décimo día nos dirigimos a Catanía recorrimos los poco mas de cincuenta kilómetros que la separan de Taormina y conocer así uno de los enclaves más turísticos y ricos de la isla: restaurantes, hoteles, tiendas de ropa, joyerías, objetos artesanales... Una ciudad que parecía vivir toda ella para recibir al turista. Espectacular su teatro griego con vistas al mar, donde hicimos muchas fotos y charlamos con otros viajeros de nuestra lengua, la mayoría argentinos, como el matrimonio de Entrerios algo mayor que nosotros que nos pidió que les sacásemos una foto y con los que estuvimos charlando amigablemente un poco de todo, nos contaron que se conocían desde que tenían diecisiete años, que los dos se habían casado por separado y enviudaron hacía pocos años y que se habían vuelto a encontrar; él tenía cuatro hijos adultos y ella ahora solo dos porque la tercera junto a una nieta se las llevo un terrible accidente y ahora, nos decía, la vida la estaba recompensando al encontrarse de nuevo a este antiguo amigo o novio, no sé muy bien, por tanto dolor vivido. Esta y otras historias que vivimos con diferentes viajeros con los que nos íbamos encontrando a lo largo de todo el trayecto y que duraban el discurrir de un tramo de calle o el tiempo de espera de una cola en taquillas, le daban al viaje un carácter amable de cordialidad y curiosidad, también un sentido de hermandad. La verdad que agradecíamos esos momentos, así como el trato abierto y simpático de los sicilianos, en especial de ellas, también el de las personas que nos recibían cuando nos hospedábamos, se notaba un manifiesto interés por agradar y acomodarnos con gusto, la puntuación que luego debíamos hacer en las páginas de internet, a petición de casi todos, debía ser bien favorable, pero ellos se mostraban naturales y serviciales, cosa que agradecíamos en todo momento.
Taormina nos gustó mucho y Catania nos recibió muy bien, a pesar de su mercado central del que salimos huyendo de sus pestilentes olores y sus ríos de agua sucia corriendo por el suelo y ensuciando nuestros pies. Se nos había hecho tarde, nos entretuvimos en una de las principales plazas centrales de la ciudad, de la que no recuerdo el nombre, que acogía a novios recién casados, en carruajes haciéndose fotos, queríamos comprar pez espada, lo habíamos comido hacía un par de días, a la brasa y nos pareció delicioso, y salimos con un kilo de cerezas, judías tiernas y un asco que no podíamos con él, supusimos que llegamos en mala hora, cuando los comerciantes desmontan los tendidos y con prisas recogen para cerrar.
Una de las dos comidas principales la preparábamos en casa, lo resolvíamos rápido, y la otra la hacíamos fuera. Esa tarde paseamos con mi amiga por las calles del centro mirando escaparates y disfrutando de la moda italiana, yo me había comprado un conjunto muy bonito de blusón semi trasparente estampado en rojos y un pantalón pitillo verde de los que no acostumbro a ver en mi ciudad, estábamos contentas con el momento schopping, mientras, mi pareja había ido a visitar una exposición de litografias de Toulouse Lautrec a la que no nos habíamos apuntado. Vimos muy pocas exposiciones de interés o de pintura en todo el recorrido del viaje, y nada prácticamente de música, cosa que nos extrañó y nos hubiese encantado.
Catania es una ciudad grande, en cierta manera me recordaba a Francia con sus múltiples y pequeñas terrazas en las aceras de los también pequeños restaurantes, todas preparados para degustar platos sencillos bien servidos. En una de esas terrazas nos sentamos en una bocacalle que da a la Avenida principal, Etna pudiera ser su nombre, y justo en la mesa de al lado, de nuevo unos viajeros extranjeros que al oír nuestro español se interesaron por nosotros: alucinamos con su historia, era un matrimonio mayor de Interlaken, Suiza, habían recorrido la isla en bicicleta, ella nos confesó tener setenta y cinco años y él por ahí andaría, tenían un aspecto delgado, muy saludable, pero lo que los hacía singulares era su alegría. Nos contaron que habían recorrido nuestras costas españolas desde Biarrizt, todo el cantábrico, antes habían pedaleado por el Tourmalec y también se habían hecho la costa mediterránea del levante. No sé lo que debieron comer porque cuando nos sentamos ellos ya habían acabado, recuerdo que yo le dije a él que debían comer bastante, con tantas calorías como quemaban en la bicicleta y el en tono jocoso me contesto y "beber" señalándome una jarrita de vino vacía. Fue una pena porque el camarero nos interrumpió y ellos aprovecharon para pedir la cuenta, decían que al día siguiente ya estaban de regreso a casa y se tenían que acostar temprano. La verdad es que en los viajes, esas pequeñas anécdotas que vives con la gente que vas conociendo dan notas amables de color que nunca se olvidan.
La vida siempre sonríe si tú le sonríes, la vida siempre te daña si tú la dañas.
Con este pensamiento vivimos y viajamos por el mundo, también con el convencimiento que nada pasa por casualidad, que todo lo que deseas y esperas tarde o temprano sale a tu encuentro o permanece quieto para que lo encontremos. Todo aquello que deseamos y nos esforzamos en merecer lo obtenemos.
Cuando viajamos queremos tener muchos datos de lo que vamos encontrando, nos dejamos impresionar por la historia escrita y trasmitida de todo aquello que vemos, pero nos olvidamos que somos hijos y herederos del pasado, que hay una huella impresa en nuestros genes de todo lo acontecido, que para entender y saber en una dimensión mayor, con una mirada amplia y holística se deben de eliminar filtros y barreras que nos permitan tener una comprensión mucho más completa. Para ello debemos sensibilizarnos con la percepción intuitiva, sin juicios ni barreras mentales: alejarnos de la contaminante charlatanería a la que estamos expuestos, y aislarnos en la medida que podamos para así leer en modo percepción de entre las entrelineas de todo aquello que vemos, oímos, leemos o nos cuentan. Vestir la información con la sensación y valorar en su conjunto donde reside el valor genuino y auténtico de las cosas, qué tiene y que no importancia, que es de verdad lo que da valor y sentido a nuestras vidas. Quizás muchos dejarían de adorar deidades y abandonarían falsas creencias, mitos y leyendas mil. Lo más importante de la humanidad está en nosotros, por muchos mundos que recorramos en busca de su historia, todas las llevamos dentro; con esa visión del mundo viajo y vivo, aprendo y disfruto.
Otras de las característica de viajar en grupo es los escasos momentos que se tienen para recogerse a escuchar lo que el lugar tiene que contarnos. A lo largo de este viaje, no obstante nosotros lo hicimos, personalmente sentía que algo se me escapaba, no estaba allí solo por turismo o por casualidad. ¿Qué tenía ese lugar, con tanta historia, que contarme que no me explicaban los guías ni los folletos? No lo escuchaba, o eso creía: sus paisajes interiores no me acababan de satisfacer, no sentía la suficiente conexión con la isla, sí apreciaba el interés histórico cultural del lugar, pero los mares que rodeaban la isla los percibía lejanos, apenas había playas donde poner un pie, yo irónica lo explicaba diciendo que Sicilia era una isla más dispuesta a ser asaltada que disfrutada. Pero no era cierto, ese encantamiento que yo ansiaba llegó hacia el final del viaje.
Han pasado varios meses desde que regresé y cuando he vuelto a estas líneas que dejé abandonadas al poco de llegar las retomo con gusto y siento la conexión con el lugar y los maravillosos momentos vividos, aprecio con otro valor la experiencia del viaje y la grandeza manifiesta y belleza del lugar, su espectacular monumentalidad arquitectónica y todo el legado cultural de su patrimonio. Sucia, si, descuidada también, pero acogedora y excepcional isla, con sus tres mares abrazándola, digna de ser tomada, conquistada y disfrutada sin lugar a dudas.
Cuando acabando el recorrido pisé por primera vez Nicolosi, y respiré el olor de la ginesta a los pies del Etna, pude apreciar la majestuosidad de la montaña volcánica. Recorrí impresionada los doce kilómetros que la separan hasta llegar al primer cráter, quedé maravillada, estaba ante un auténtico templo de la naturaleza, sentí la conexión con la tierra: nos pertenecíamos, era sin lugar a dudas el lugar más sagrado de todo lo visitado hasta el momento. Ahí estaba mi yo auténtico, esa tierra era mi casa, todo en ella era verdad.
Nos descalzamos para sentir el contacto cálido de la tierra caliente, áspera y pura. La única nota contaminante del lugar, nosotros los turistas sacando selfis, bajando y subiendo pesadamente de los autocares en indecorosa alineación, estropeando las vistas de la naturaleza, sin el debido y merecido respeto que la montaña volcánica merece.
Ese día y esa noche serían los últimos que pasaríamos en la isla, nos alojamos en casa de Patrizia, una mujer nerviosa, en sus gestos y manera de hablar, de mediana edad, que se deshizo por atendernos, nos alojó en el piso encima de su casa donde vivía con su familia, una casita con su pequeño huerto y jardín en un entorno entre rural y residencial. Queríamos lavar el coche, lo traíamos lleno de polvo y sucio de todo el viaje, al día siguiente lo debíamos dejar limpio en el aeropuerto y les pedimos cubos y agua: no consintieron, ella y su marido mano a mano con una manguera en un pestañeo nos lo dejaron completamente limpio. Este es un detalle más de los muchos que hicieron que este viaje fuera tan agradable y digno de recordar, y de otros tantos que por extensión he ahorrado.
El Etna con sus cuarenta kilómetros de diámetro nos conquistó, sí, sus cráteres, la majestuosidad de su cuerpo montañoso, lo que íbamos sabiendo y conociendo de su dominante historia. Como en el siglo XVII, hacia el año 1650 sus lenguas de lava alcanzaron las puertas de Catania, a 25 kilómetros de distancia. Me cuesta imaginar sepultadas en sus entrañas tanta vida engullida y arrasada volviendo a emerger. Hoy a sus pies viven gentes en pequeños pueblos en la más absoluta normalidad. El volcán sigue activo, en clara actividad, los vapores emergentes que lo coronan de manera permanente y pueden apreciarse claramente. Contradictoriamente sentí que ese paisaje era también mi casa, un lugar donde vivir que trasmitía paz y fuerza, un lugar cerca del cielo donde todo estaba adecuadamente orquestado por la naturaleza a la que pertenecía y me con la que me sentía conectada. Su silencio creativo motivaba, proporcionaba serenidad y pureza. Eso daba un sentido auténtico a la vida, al viaje, al camino.
Cuando nos despedíamos del lugar para dirigirnos ya de regreso al aeropuerto de Palermo sentí que era el momento de sentarnos a agradecer lo felices que fuimos esos doce días por todo lo que acabábamos de vivir, y así lo hicimos. Yo expresé mi agradecimiento a mi compañero de viaje y de vida: el otro cráter volcánico, como yo, al que llevo unida desde muy jovencita, el que me abre infinitos caminos y me pone piedrecitas para que supere retos, al que quiero, al que admiro por sus muchos conocimientos y su incansable curiosidad de niño, el mismo que siempre quiere salvarme aunque yo no me deje, y a ella, mi gran amiga Rosa, la mejor compañera de viaje que uno pueda llevar: destaco su generosidad en el sentido más amplio de la palabra, su buen carácter y su alegría. Rosa sabe querer, dar valor a las cosas y sobre todo a las personas, estar con ella es como estar en casa. Y como no a la vida, a los pies del Etna, agradecer el precioso viaje que nos había regalado, lo mucho que aprendimos y disfrutamos, dándole sentido y valor a todo cuanto nos rodeaba, y haciéndonos entender que formamos parte de un todo, que somos ciclo y recorrido que culmina y se repite, para iniciar de nuevo el viaje. Guerreros convulsos, como el volcán, también hechos de silencios, y es desde ese silencio que crecemos y nos construimos como templos, consistentes y hermosos sin más elocuencia que lo vivido. Vivamos todo de la mejor manera, intentando mejorar la vida, entendiéndonos, amando y sintiendo. Disfrutando con conciencia del maravilloso viaje de vivir.
Elena Larruy
La mejor manera de viajar es sentir. Sentirlo todo de todas las maneras. Fernando Pessoa
Estancias recomendadas donde estuvimos:
Castellmare del Golfo: Casa Vacanze Cappucini
Castellvetrato: Dimora la Grazia
Agrigento: B&B Garibaldi 61
Piazza Armerina: Giucalem La casa Negli Orti
Catania: Airb Casamiaincitta
Nicolasi: Airb La Terra Patrizia