Hace un tiempo con ocasión de un viaje por Andalucía visité el museo Thyssen de Málaga. Había expuesta la obra de un autor clásico desconocido que no recuerdo el nombre, cuya pintura mostraba escenas costumbristas y labriegas de principios del siglo pasado que poco me interesaban y menos me emocionaban, sin embargo comprobé con entusiasmo, una vez más, que salia satisfecha de la visita, con un sentimiento plácido, como cuando se sale de un templo. Entendí que no fueron las imágenes las que me produjeron bienestar, ni los colores ocres de la pintura. ¿Qué era entonces, lo que me hacía sentir bien?. No era la primera vez que me ocurría. De echo casi siempre era así. Reflexioné y entendí que en las galerías de arte importantes se respiraba en el ambiente una energía poderosa de paz y respeto; -me expliqué- que en parte la trasmitía el artista creador -sin duda- conocía ese estado: ese sentimiento se imprimía en la obra, y la otra sin duda era de los visitantes: interesados, cultos y sensibles que apreciaban, valoraban y disfrutaban de la pintura. También el cuidadoso, y por lo general exquisito, hacer de los galeristas. Ese conjunto de fuerzas silenciosas positivas actuando en las salas, daban al lugar sensaciones fuertes de bienestar que se trasmitían a las galerías. Esta era la explicación y no otra. Lo que explica, por lo que tengo entendido, cómo a las personas con problemas de salud mental, a través de su participación en programas específicos, les beneficia esa exposición de manera tan saludable. Estudios especializados demostraban la mejoría en estas patologías generando en los pacientes bienestar y un importante refuerzo de la autoestima.
Las obras de valor en el arte, y en lo personal también, todo aquello que tiene un valor significativo, son fuerzas de placer e inspiración vivas, universales. Se reconocen porque se sostienen en el tiempo: las grandes obras en todas sus modalidades lo son, los buenos sentimientos lo son, las relaciones limpias lo son, el trato justo y amable que damos a las personas y a las cosas debería serlo.
Me cuesta entender el plano secundario que concedemos a todo lo auténtico, a lo que realmente aporta valor a la vida. Creedme que ¡el dinero no vale tanto!, solo hay que echar una mirada al gran casino del mundo, -con la nariz tapada-, aquí se respira demasiado tufo.
Elena Larruy
«Un museo es un lugar espiritual. Las personas bajan la voz cuando se acercan al arte». Mario Botta