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miércoles, 6 de febrero de 2019

LA EUFORIA PERPETUA


   Sobre el deber de ser feliz
Pascal Brukner


«Conviértase en su mejor amigo, gane su propia estima, piense en positivo, atrévase a vivir en armonía, etcétera»: la multitud de libros publicados sobre el tema hace pensar que no se trata de un asunto tan sencillo. No sólo la felicidad constituye, junto con el mercado de la espiritualidad, la mayor industria de la época, sino que es también, y con la mayor exactitud, el nuevo orden moral: por eso prolifera la depresión, por eso cualquier rebelión contra este pegajoso hedonismo invoca constantemente la infelicidad y la angustia. Somos culpables de no estar bien, un mal del que tenemos que responder ante todos los demás y ante nuestra jurisdicción íntima. ¡Pensemos en esos sondeos dignos de los antiguos países del bloque comunista en los que las personas interrogadas por una revista dicen ser un 90% felices! Nadie se atrevería a confesar que a veces no es feliz por miedo a rebajarse socialmente. Se trata de una extraña contradicción de la doctrina de los placeres: cuando se vuelve militante, recoge la fuerza de presión de las prohibiciones y se conforma con invertir su curso. Hay que transformar la incierta espera de la felicidad en un juramento y una amonestación que nos dirigimos a nosotros mismos, convertir la dificultad de ser en una facilidad permanente. En lugar de admitir que la felicidad es un arte de lo indirecto que puede lograrse, o no, a través de metas secundarias, nos la proponen como objetivo inmediatamente a nuestro alcance, y lo rodean de recetas para conseguirlo. Sea cual fuere el método elegido, psíquico, somático, químico, espiritual o informático (hay gente que considera Internet, y más aun las redes sociales no una magnífica herramienta, sino el nuevo Grial, la democracia planetaria hecha realidad) la propuesta es la misma en todas partes: la satisfacción está a nuestro alcance, basta con proveerse de los medios gracias a un «condicionamiento positivo», una «disciplina ética» que nos lleve a ella. Se trata de una formidable inversión de la voluntad que intenta instaurar su protectorado sobre estados psíquicos y sentimientos tradicionalmente ajenos a su jurisdicción. Y que se agota queriendo cambiar lo que no depende de ella (a riesgo de no tocar lo que podría cambiarse). La felicidad, no contenta con haber entrado en el programa general del estado del bienestar y del consumismo, se ha convertido además en un sistema de intimidación de todos por cada cual, del que somos víctimas y cómplices a la vez. He aquí un terrorismo consustancial a aquellos que lo sufren, porque sólo tienen un recurso para precaverse de los ataques: avergonzar a su vez a los demás por sus lagunas y su fragilidad.

Pascal Bruckner
La euforia Perpetua
fragmento
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