A mí lo que me gusta es dar las gracias. Me siento agradecida con
el mundo. También es cierto que no siempre, porque a veces me enoja y le pido
cuentas en forma de réditos: no sé si eso resta o son dos cuentas diferentes,
si una es más de ahorro y otra más
corriente. La cuestión es que me gusta la palabra “gracias”: es de mis favoritas, nunca me canso de
darlas. La utilizo a diario y jamás se me gasta.
Con la edad he aprendido a mejorar mis agradecimientos. Ahora miro a las personas de frente y les doy
las gracias por su ayuda y su buen trato. Esta misma mañana me ocurrió con la
higienista que me atendió en el dentista, hizo conmigo un trabajo excelente. Le
expresé mi gratitud por su profesionalidad y su delicadeza.
Todo el mundo debería hacerse una limpieza un par de veces al año: ¡soltamos tanta basura por la boca!…
palabras enojadas, mal sonantes, hirientes y heridas… equivocadas, de mal gusto, palabras que nos llenan la boca de
incrustaciones con sarro. Hay otras que no pronunciamos, las que solo se
piensan, esas nos ensucian con un regusto ácido y amargo. Incluso aquellas de
agradecimiento que no damos, esas también fermentan y se
vuelven en contra.
Las palabras de agradecimiento más sinceras que yo he escuchado, se las
dio mi brazo izquierdo a mi otro brazo, cuando me rompí el radio y me
quitaron la escayola. El brazo herido apareció blanco, escuálido y desvalido, el
otro lo acogió en el suyo con delicadeza y lo ajustó a mi pecho con la misma
ternura que se coge en brazos a un recién nacido. En ese momento, ─sin mediar
palabra alguna─ yo escuché las gracias más de verdad que había escuchado nunca.
De la misma manera que la
amabilidad con los otros es esencial en la convivencia, las palabras que nos decimos a nosotros son de
vital importancia. Porque ¿cuantas veces ─en ese monólogo interno en el que
andamos metidos─ nos damos permiso, o le pedimos perdón por el mal trato que a
veces nos damos? y ¿Cuántas otras le agradecemos? Pocas o ninguna… incluso iré
más lejos, hasta llegamos al insulto. Yo lo hago, me llamo: fea, insulsa, cateta.
Las más de las veces me grito tonta, cabezona,
otras es el espejo el que me increpa: floja, pazguata, perezosa…
Deberían enseñar a callar en todos los idiomas dice la Wislaba. En
eso estamos de acuerdo.
Elena Larruy