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martes, 13 de octubre de 2020

PALABRAS CON TRAMPA


La boca de la verdad - Escultura Iglesia de Santa Maria in Cosmedin


Escribe mí amiga Alena que las tres palabras que llegan más al corazón de las personas son: Gracias, Por Favor y Perdón. De las tres, «el perdón me chirria». Hay gente que se pasa el día ofendiendo y pidiendo perdón: perdones enlatados que suenan a hueco. Yo entiendo que el perdón debería pedirse cuando ha habido intención con mala saña, lo que sería un propósito calculado y malicioso. Soy más partidaria de decir lo siento y dar una explicación. El perdón es una palabra trampa.

A mí lo que me gusta es dar las gracias. Me siento agradecida con el mundo. También es cierto que no siempre, porque a veces me enoja y le pido cuentas en forma de réditos: no sé si eso resta o son dos cuentas diferentes, si una es más de ahorro y  otra más corriente. La cuestión es que me gusta la palabra “gracias”: es de mis favoritas, nunca me canso de darlas. La utilizo a diario y  jamás se me gasta.

Con la edad he aprendido a mejorar mis agradecimientos.  Ahora miro a las personas de frente y les doy las gracias por su ayuda y su buen trato. Esta misma mañana me ocurrió con la higienista que me atendió en el dentista, hizo conmigo un trabajo excelente. Le expresé mi gratitud por su profesionalidad y su delicadeza.

Todo el mundo debería hacerse una limpieza un par de veces  al año: ¡soltamos tanta basura por la boca!… palabras enojadas, mal sonantes, hirientes y heridas… equivocadas,  de mal gusto, palabras que nos llenan la boca de incrustaciones con sarro. Hay otras que no pronunciamos, las que solo se piensan, esas nos ensucian con un regusto ácido y amargo. Incluso aquellas de agradecimiento  que no damos, esas también fermentan y se vuelven en contra.

Las palabras de agradecimiento más sinceras que yo he escuchado, se las dio mi brazo izquierdo a mi otro brazo, cuando me rompí el radio y me quitaron la escayola. El brazo herido  apareció blanco, escuálido y desvalido, el otro lo acogió en el suyo con delicadeza y lo ajustó a mi pecho con la misma ternura que se coge en brazos a un recién nacido. En ese momento, ─sin mediar palabra alguna─ yo escuché las gracias más de verdad que había escuchado nunca.

De la misma manera que la amabilidad con los otros es esencial en la convivencia,  las palabras que nos decimos a nosotros son de vital importancia. Porque ¿cuantas veces ─en ese monólogo interno en el que andamos metidos─ nos damos permiso, o le pedimos perdón por el mal trato que a veces nos damos? y ¿Cuántas otras le agradecemos? Pocas o ninguna… incluso iré más lejos, hasta llegamos al insulto. Yo lo hago, me llamo: fea, insulsa, cateta. Las más de las veces me grito tonta,  cabezona, otras es el espejo el que me increpa: floja, pazguata, perezosa…

Deberían enseñar a callar en todos los idiomas dice la Wislaba. En eso estamos de acuerdo.

Elena Larruy

 

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