Mostrando entradas con la etiqueta Ángel González. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Ángel González. Mostrar todas las entradas

jueves, 7 de marzo de 2019

POESÍA AMOROSA DE ÁNGEL GONZALEZ


Mural Jorge Gay

El eje central de la obra de Ángel González gira en torno a la derrota histórica del hombre en su existencia decadente conducida hacia la nada. Concibe la pasión del individuo -la suya propia- al anonadamiento. Condena la falsedad que adultera la vida y busca en el conocimiento la voz de la autenticidad,  en un tono desolado y a menudo irónico.
El poema En ti me quedo hace un recorrido por su infancia de soledad y desesperanza presenciando una guerra que desmembró a su familia poco después de fallecer su padre cuando tan solo contaba dieciocho meses. Pese a toda desolación manifiesta sus poemas de amor nos muestran un Ángel conectado a la vida, como se aprecia en estos poemas: Me basta así y Muerte en el olvido, nos dan buena muestra de ello.



EN TI ME QUEDO

De vuelta de una gloria inexistente,
después de haber avanzado un paso hacia ella,
retrocedo a velocidad indecible,
alegre casi como quien dobla la esquina de la
calle donde hay una reyerta,
llorando avergonzado como el adolescente
hijo de viuda sexagenaria y pobre
expulsado de la escuela vespertina en la que era becario.
Estoy aquí,
donde yo siempre estuve,
donde apenas hay sitio para mantenerse erguido.

La soledad es un farol certeramente apedreado:
sobre ella me apoyo.

La esperanza es el quicio de una puerta
de la casa que fue desarraigada
de sus cimientos por los huracanes:
quicio-resquicio por donde entro y salgo
cuando paso del nunca (me quisiste) al todavía (te odio),
del tampoco (me escuchas) al también (yo me callo),
del todo (me hace daño) al nada (me lastima).

No importa, sin embargo.

Los aviones de propulsión a chorro salvan rápidamente
la distancia que separa Tokio de Copenhague,
pero con más rapidez todavía
me desplazo yo a un punto situado a diez centímetros
de mí mismo,
de prisa,
muy de prisa,
en un abrir y cerrar de ojos,
en sólo una diezmilésima de segundo,
lo cual supone una velocidad media de setenta kilómetros a la hora,
que me permite,
si mis cálculos son correctos,
estar en este instante aquí,
después mucho más lejos,
mañana en un lugar sito a casi mil millas,
dentro de una semana en cualquier parte
de la esfera terrestre,
por alejada que os parezca ahora.
Consciente de esa circunstancia,
en muchas ocasiones emprendo largos viajes;
pero apenas me desplazo unos milímetros
hacia los destinos más remotos,
la nostalgia me muerde las entrañas,
y regreso a mi posición primera
alegre y triste a un tiempo
—como dije al principio:
alegre,
porque sé que tú eres mi patria,
amor mío;
y triste,
porque toda patria, para los que la amamos,
—de acuerdo con mi personal experiencia de la patria—
tiene también bastante de presidio.

Así,
en ti me quedo,
paseo largamente tus piernas y tus brazos,
asciendo hasta tu boca, me asomo
al borde de tus ojos,
doy la vuelta a tu cuello,
desciendo por tu espalda,
cambio de ruta para recorrer tus caderas,
vuelvo a empezar de nuevo,
descansando en tu costado,
miro pasar las nubes sobre tus labios rojos,
digo adiós a los pájaros que cruzan por tu frente,
y si cierras los ojos cierro también los míos,
y me duermo a tu sombra como si siempre fuera
verano,
amor,
pensando vagamente
en el mundo inquietante
que se extiende —imposible— detrás de tu sonrisa.


ME BASTA ASÍ

Si yo fuese Dios
y tuviese el secreto,
haría un ser exacto a ti;
lo probaría
(a la manera de los panaderos
cuando prueban el pan, es decir:
con la boca),
y si ese sabor fuese
igual al tuyo, o sea
tu mismo olor, y tu manera
de sonreír,
y de guardar silencio,
y de estrechar mi mano estrictamente,
y de besarnos sin hacernos daño
—de esto sí estoy seguro: pongo
tanta atención cuando te beso—;
entonces,
si yo fuese Dios,
podría repetirte y repetirte,
siempre la misma y siempre diferente,
sin cansarme jamás del juego idéntico,
sin desdeñar tampoco la que fuiste
por la que ibas a ser dentro de nada;
ya no sé si me explico, pero quiero
aclarar que si yo fuese
Dios, haría
lo posible por ser Ángel González
para quererte tal como te quiero,
para aguardar con calma
a que te crees tú misma cada día
a que sorprendas todas las mañanas
la luz recién nacida con tu propia
luz, y corras
la cortina impalpable que separa
el sueño de la vida,
resucitándome con tu palabra,
Lázaro alegre,
yo,
mojado todavía
de sombras y pereza,
sorprendido y absorto
en la contemplación de todo aquello
que, en unión de mí mismo,
recuperas y salvas, mueves, dejas
abandonado cuando —luego— callas...
(Escucho tu silencio.
                              Oigo
constelaciones: existes.
                               Creo en ti.
                                               Eres.
                                                       Me basta).


MUERTE EN EL OLVIDO

Yo sé que existo
porque tú me imaginas.
Soy alto porque tú me crees
alto, y limpio porque tú me miras
con buenos ojos,
con mirada limpia.
Tu pensamiento me hace
inteligente, y en tu sencilla
ternura, yo soy también sencillo
y bondadoso.
Pero si tú me olvidas
quedaré muerto sin que nadie
lo sepa. Verán viva
mi carne, pero será otro hombre
—oscuro, torpe, malo— el que la habita...

martes, 10 de abril de 2018

LOS PLACERES DE LA POESÍA Y OTRAS CORRERIAS

Un felino de ojos verdes
negro como un tintero
se va en busca de gatas.
Se apaga la tarde.
Una voz febril
que viene de la casa, 
le sorprende 
bajo sus patas:
lujuriosa,
doliente.
La reconoce,
le tienta quedarse,
más seducido por el delirio del hombre
que por la gata en celo que le reclama.

Hay mucha tarde, se convence.

He de averiguar
que hace el poeta con las palabras
que yo no le haga
a las gatas
...




A VECES

Escribir un poema se parece a un orgasmo:
mancha la tinta tanto como el semen,
Empreña también más, en ocasiones.
Tardes hay sin embargo,
en las que manoseo las palabras,
muerdo sus senos y sus piernas ágiles,
la levanto las faldas con mis dedos,
las miro desde abajo,
les hago lo de siempre
y, pese a todo, ved:
                              no pasa nada.

Lo expresaba muy bien César Vallejo:
"lo digo, y no me corro."

Pero él disimulaba.

Un poema de Ángel Gonzalez




¡Corro más suerte con mis gatas en celo!, pensó el astuto gato apoyado en el cable... Más mañana volveré; insistiré: no sea que me perdiera algo, con ese calambrazo repentino y una voz urgente que me decía "De parte de Dios vete..." Y yo corriendo, obediente, me fui a asistir a la gata.


Más no hay tarde sin gata encelada esperando a un gato negro para "volverlo blanco" como tampoco hay mañana sin futuro glorioso para las palabras del poeta. Todo es poesía: donde hay belleza y gozo. Y la poesía de Ángel Gonzalez, como la llamada de la gata, incita y convoca para atender y satisfacer al amante, al lector deseoso de disfrutar de buenos poemas. Acércate y contempla quieto sus gemidos, la suavidad de su tacto,  y disfruta el placer desatado que fluyen de gozo por todos los rincones del cuerpo. Hazlo como lo haría un voyeur: disfrutando. Si no me crees observa con tu mirada:




ME BASTA ASÍ

Si yo fuese Dios
y tuviese el secreto,
haría
un ser exacto a ti;
lo probaría
(a la manera de los panaderos
cuando prueban el pan, es decir:
con la boca),
y si ese sabor fuese
igual al tuyo, o sea
tu mismo olor, y tu manera
de sonreir,
y de guardar silencio,
y de estrechar mi mano estrictamente,
y de besarnos sin hacernos daño
-de esto sí estot seguro: pongo
tanta atención cuando te beso-;
entonces,

si yo fuese Dios,
podría repetirte y repetirte,
siempre la misma y siempre diferente,
sin cansarme jamás del juego idéntico,
sin desdeñar tampoco la que fuiste
por la que ibas a ser dentro de nada;
ya no sé si me explico, pero quiero
aclarar que si yo fuese
Dios, haría
lo posible por ser Ángel González
para quererte tal como te quiero,
para aguardar con calma
a que te crees tú misma cada día,
a que sorprendas todas las mañanas
la luz recién nacida con tu propia
luz, y corras
la cortina impalpable que separa
el sueño de la vida,
resucitándome con tu palabra,
Lázaro alegre,
yo,
mojado todavía
de sombras y pereza,
sorprendido y absorto

en la contemplación de todo aquello
que, en unión de mí mismo,
recuperas y salvas, mueves, dejas
abandonado cuando -luego- callas...
(Escucho tu silencio.
Oigo
constelaciones: existes.
Creo en ti.
Eres.
Me basta.)

"Palabra sobre palabra".


Yo ya me voy, ¡el olvido o la vida! me reclaman.


Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...