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jueves, 18 de julio de 2024

CUANDO ¡ESTOY BIEN! ES NO DECIR NADA

 


CUANDO ¡ESTOY BIEN! ES NO DECIR NADA.

Hay jornadas que deberían descontarse del cómputo general de lo vivido. Esas en las que te levantas para ir al baño por la noche y al pasar por delante del espejo ves la cara de tu madre cuando tenía tu edad. Regresas a la cama, y está vacía. Te enroscas como un feto huérfano en su seno de sábanas blancas, y te entregas al sueño reparador del ayer inmediato. Pasará, te dices. Pero la noche pasa lenta, y se para a las cuatro. Te desfragmentas en trocitos de hielo y bagatelas de un dolor extraño —como nuevo— esperando que se haga la luz. Pero al rato, de nuevo, siguen siendo las cuatro. Estiras el brazo para alcanzar el Smartphone que está en la mesita. ¡Oh, sorpresa! Aparece una yegua pariendo dos potrillos en TikTok. Renqueantes se levantan y empiezan su marcha por dos caminos distintos, cada uno por el suyo. Sonríes. Les pones nombre: el tuyo y el mío.

Cuando una relación de pareja, tan larga como fue la nuestra, se acaba, dos vidas nuevas comienzan; nacen adultas, cansadas, expertas, canosas, resabiadas, ladeadas y solitarias, [...] y también esperanzadas. 

Los recuerdos se vuelven amarillos, húmedas las palabras que lo significan. Entendibles los sucesos porque te has hecho mayor, has elegido y tienes la experiencia de los años vividos, pero el corazón no está para palabrerías ni verbos. El corazón es de otra condición.

Al levantarte por la mañana, te has de volver a inventar para la alegría, para el deseo, para seguir viviendo con los nuevos comienzos de cada día. Sobrellevas el duelo de estar sola y te asomas a la terraza a hablar con los geranios y las plantas crasas. Echas de menos una mascota hembra. Inventas nombres que le pondrías, —mientras tomas tu primer café. Lila/Jamaica/Odisea. Revisas los WhatsApp, te aseas con desgana. Te vistes para estar en casa. Sacas el salmón del congelador, o lo que toque comer ese día, y te sientas en tu escritorio. 

Te salva la escritura cuando al levantarte subes la persiana y descorres las cortinas del cielo donde todo está despejado y limpio. Ese es mi lugar y mi centro. La escritura es la mejor de las amigas.  Cuando escribo, aunque pueda no parecerlo, no hay ráfagas de tristeza colonizando mi cuerpo. Si lloro, es de alegría. Nada entela mi mirada, ni resfría mi corazón al desnudo.     

¿Cómo estás, Elena? Estoy bien. Le respondo a mi sombra. Pescado o verdura: ¿Qué querrás para cenar? Desvarío por momentos, otros sonrío. He de reconfigurar mi programa y modificar sus desajustes.    

Conforme pasan los días de verano, va sedimentando la materia arenisca de la separación.  Se va deshaciendo en nada la fortaleza que fuimos. A los ojos de los otros, perdemos valor como «un todo», nos devaluamos.  También a nuestra propia mirada, desde el sentimiento de abandono. Lástima y dolor por aquellos días de verano, cuando tú eras Júpiter y yo Venus. Cuando todo era para dos: las cañas, las paellas, los paseos, las reservas, la cama, los billetes de avión, las caricias, los sueños compartidos, los proyectos, las conversaciones, las cuentas bancarias, las preocupaciones, el café, nuestro amor [...]. 

   Las raíces de mi cuerpo/ha bendecido el amor. / He florecido en la espuma/regada por la pasión/Por el semen generoso de la vida/y el dolor.

De todo aquello ahora solo quedan virutas de cariño, cumpleaños en familia, besos en las mejillas, llamadas logísticas y álbumes sepia. De ese sabor agridulce que es la vida ahora, [que es tiempo de que las familias se vayan todas de vacaciones, y tú te quedes], aparece un fermento en esta boca que solo a mí me pertenece. 

¿Cómo estás, Elena? Me preguntan los amigos desde la lejanía más próxima. Y tú les respondes. Estoy bien. Y les digo la verdad, hasta cuando miento. Sola. Esta es ahora mi hoja de ruta. Donde muchas noches desando los pasos, camino para atrás, y tropiezo con bellos recuerdos de mi pasado remoto. Sonrío en la oscuridad de la noche.

Otras me acuesto con los desgarros del día y sus costuras abiertas.  ¡Pronto serán las cuatro otra vez!  Cuando estás quieta, te encuentra más fácilmente la tristeza, pero ya no me escondo ni me enfado, siempre hay un cielo que me acaba mandando flores, luces, y relojes nuevos que funcionan.  

¿Cómo sino la alegría? ¿Cómo si no el deseo y la fuerza?, a veces detenida, como el busto de una estatua griega de mármol, desmembrada, en un jardín de primavera; y otras como la rama extendida de una araucaria con los brazos abiertos al cielo, para recibir a su albatros; sólido y poderoso, viajero del futuro, que me llene de sueños oceánicos y de un amor nuevo. Alta/fuerte/bien vivida/y en plena madurez. Soy yo. Sé que me estás buscando.

Te envío mis coordenadas.



Música Xoel Lopez



Elena Larruy
Versos de Gioconda Belli


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