Autor Aurelio Huguet |
"NO HE FRACASADO, HE ENCONTRADO DIEZ MIL FORMAS QUE NO FUNCIONAN"
THOMAS EDISON
Cada mañana al despertar veo pasar el día por mi ventana y contemplo a mis sesenta y algo un paisaje distinto: como el resto de mortales, soy sutilmente diferente con cada experiencia, con cada día que pasa. El mundo se pasea indiferente a mi mirada cansada, al sentimiento otro con que lo observo. Me saluda, se para un punto y se va: yo respondo ¡buenos días mundo!, aunque no me lo parezca y, disimulo y sonrío aún sin motivos, porque pese a todo desinterés y apatía por mi persona yo sí lo admiro: me parece extremadamente bello. Es desde esas dos miradas existenciales que recibo al día unas veces sin paisaje alguno -como cristal empañado- y no alcanzo a ver más que un reflejo desolado con sus marcas de agua. Contemplo en mi cara un desierto árido y desesperanzado mientras pienso qué haré de comer o qué noticia buena me alegrará la mañana. Apuro mi primer café, busco entre los poetas y encuentro en ellos el aliento que necesito, también el alimento perfecto para saciar mis vacíos. Tomo notas en mi agenda también vacía, organizo la semana de insustancias letales, barro pensamientos basura: corrijo sus letras torcidas, salgo a la terraza buscando una señal en mis macetas, indicios de actividad en el cielo, resurrecciones de muertos, brillos de materia inerte despertando de su letargo. Pienso en la familia, en mis padres, en la luz de mis pequeñas nietas, necesito sus sonrisas... mi otro alimento. Me esfuerzo en quitarle hierro a la vida cuando se pone fea. Otros día más que veo pasar las nubes de largo sin ningún atisbo de culpa. El sol a lo suyo: calienta, busca acomodo en mi piel y me hace un guiño esta vez: ¡eh Elena!... ¡reinicia!. ¡Elena despierta!
Elena
Pasan las horas de la edad florida
como suele escribir renglón de fuego
cometa por los aires encendida.
Viene la edad mayor, y viene luego,
tal es su brevedad, y finalmente
pone templanza el varonil sosiego.
Mas cuando un hombre de sí mismo siente
que sabe alguna cosa, y que podría
comenzar a escribir mas cuerdamente,
ya se acaba la edad y ya se enfría
la sangre, el gusto, y la salud padece
avisos varios que la muerte envía.
De suerte que la edad, cuando florece,
no sabe aquello que adquirió pasando,
y cuando supo más, desaparece.
LOPE DE VEGA a Don Juan de Urguijo
Epístola XIX (fragmento)