József Rippl Ronai |
Cada uno acepta lo que va descubriendo de si mismo en las miradas de los demás, se va formando en la convivencia, se confunde con el que suponen los otros y actúa de acuerdo con lo que se espera de ese supuesto inexistente decía Juan Carlos Onetti.
El día que me atreva a ser yo, no me voy a conocer, creo haberlo leído de Benjamín Prado. Yo cuando escribo. Yo en mi trabajo. Yo vecina. Yo hija, esposa, madre, en familia, en las celebraciones, enfadada, feliz... Cual es el auténtico yo a solas cuando no interactuo, nos preguntamos a menudo. El yo auténtico, plural, incoherente, imperfecto, raramente se muestra por temor al rechazo. Se adapta y viste la piel de los personajes que va creando.
Se vuelve vanidoso por miedo, agresivo por miedo, tembloroso, dulce-empalagoso y excesivo por más miedo... hipócrita y falso. Quizás ese comportamiento responda al porqué nunca acabamos de encontrarnos y de saber quiénes somos en realidad.
Construimos el personaje según el modelo de escaparatismo social que tenemos delante. Nos reafirmamos en él y lo echamos a volar en un gran globo hinchado de vacío y fragilidad que cualquiera puede pinchar. Desconocemos la medida de nuestras alas, el alcance de su vuelo y la valiosa sensación de libertad: o no. Helados Icebergs mostrando una diminuta parte de lo que conforma el templo sagrado que es nuestro cuerpo y su verdadera esencia, eso somos.
Sostener al personaje, con toda su volatilidad conlleva un enorme desgaste y un precio que acaba siempre defraudando a todos. Vivir significa aprender y mejorar. Hay mucha gente que solo existe, no vive -Oscar Wilde-.
"Si no eres gracioso no pasa nada", "si tu inteligencia es media y tu miembro pequeño tampoco pasa nada", "si tus hijos no alcanzaron el doctorado o incluso no llegaron a la universidad tampoco pasa nada".
Tengo muchos trofeos virtuales recibidos de méritos propios, de premios que me he otorgado a lo largo y ancho de la vida por logros de mi atrevimiento y de mi esfuerzo. No es fácil salir a trabajar a pecho descubierto en ese escenario tantas veces hostil, donde los otros, actores también, interpretan su propio papel, y se nos juzga y etiqueta según la moda o los cánones del momento. Pocos disfrutan o aprueban la excepcionalidad o singularidad del otro, menos los que se atreven a mostrarla, por temor. A menudo en ciertas personas sucede que es tanta la necesidad de sacar a fuera la verdadera personalidad que emplean maneras esperpénticas que llegan a producir rechazo.
Rara es la autenticidad, pocos los valientes que la ejercen, que pagan el precio de defraudar a los otros, incluso a ellos mismos, porque dejan de hacer lo que se espera que hagan -lo políticamente correcto-. Elegir por conciencia propia, hacer lo que realmente sienten que deben hacer, asumiendo riesgos y consecuencias: sería lo deseado y correcto. La valentía no es fácil ni gratuita, muchas son las barreras a superar. Pero conforme se van alcanzando metas y consiguiendo maillots amarillos en las diferentes etapas, la satisfacción aumenta y da valor y fuerza para seguir pedaleando por la propia vida. Estamos en condiciones de dar y ofrecer lo mejor de nosotros mismos, de mirarnos fijamente al espejo sin bajar la mirada. De darnos un descanso y una merecida ovación... de atrevernos:
¡vamos, vamos!..
¡vamos, vamos!..
Elena