En estos tiempos de tanto libro de autoayuda, de crecimiento personal, de pensamiento positivo y de buenrrollismo fundamentalista, el Libro del desasosiego le asesta al lector bien intencionado que se atreva a asomarse a sus interioridades un certero puñetazo a la boca del estómago. Y lo hace desde el primer fragmento... "el corazón, si pudiera pensar, se pararía" y también: "considero la vida como una posada donde tengo que esperar hasta que llegue la diligencia del abismo. Para todos nosotros caerá la noche y llegará la diligencia"... se puede leer precisamente en ese primer fragmento del libro original. ¿Se imaginan espetándole esto al típico vecino con el que nos encontramos en el ascensor y que nos pregunta: "¿Qué tal todo?", o nos dice: "Parece que va a llover"...
Pues de la procesión que va por dentro, de eso trata el Libro del desasosiego. Sin concesiones ni treguas. Y autocomplacencia, la justa. Por eso es tan hermoso el canto que le hace a lo efímero del momento. Por eso es paradojicamente tan vitalista.
Cuando ayer me dijeron que el dependiente del estanco se había suicidado, tuve la sensación de que era mentira. ¡Pobrecillo, él también existía! Nos habíamos olvidado todos de eso, tanto los que lo conocíamos como los que no llegaron a hacerlo. Mañana lo olvidaremos mejor. Pero tenía alma, la tenía, para haber llegado a matarse. ¿Pasiones? ¿Angustias? Sin duda... Para mi, sin embargo, como para el resto de la humanidad, solo queda el recuerdo de una sonrisa estúpida por encima de una chaqueta de mezclilla, sucia y con hombreras desiguales. Es cuanto me queda, a mí, de quien sintió tanto que se mató de sentir, porque, en fin, no hay nadie que se mate por otra cosa... Una vez pensé, al comprarle cigarrillos, que pronto iba a quedarse calvo. Al final, no le dio tiempo a perder el cabello. Es uno de los recuerdos que de él me quedan. ¿Y qué otro habría de quedarme si este, al fin y al cabo, no es de él sino de un pensamiento mío?
Pues de la procesión que va por dentro, de eso trata el Libro del desasosiego. Sin concesiones ni treguas. Y autocomplacencia, la justa. Por eso es tan hermoso el canto que le hace a lo efímero del momento. Por eso es paradojicamente tan vitalista.
Pintura de Hermenegildo Sábat |
Cuando ayer me dijeron que el dependiente del estanco se había suicidado, tuve la sensación de que era mentira. ¡Pobrecillo, él también existía! Nos habíamos olvidado todos de eso, tanto los que lo conocíamos como los que no llegaron a hacerlo. Mañana lo olvidaremos mejor. Pero tenía alma, la tenía, para haber llegado a matarse. ¿Pasiones? ¿Angustias? Sin duda... Para mi, sin embargo, como para el resto de la humanidad, solo queda el recuerdo de una sonrisa estúpida por encima de una chaqueta de mezclilla, sucia y con hombreras desiguales. Es cuanto me queda, a mí, de quien sintió tanto que se mató de sentir, porque, en fin, no hay nadie que se mate por otra cosa... Una vez pensé, al comprarle cigarrillos, que pronto iba a quedarse calvo. Al final, no le dio tiempo a perder el cabello. Es uno de los recuerdos que de él me quedan. ¿Y qué otro habría de quedarme si este, al fin y al cabo, no es de él sino de un pensamiento mío?
Tengo de repente la visión del cadáver, del ataúd en que lo metieron, de la tumba, totalmente ajena, a la que debieron de haberlo trasladado. Y veo, de pronto, que el dependiente del estanco era, en cierto modo, con su chaqueta desigual y todo, la humanidad entera.
Fernando Pessoa
Libro del desasosiego
Un día en la (no) vida de Bernardo Soares
Antología, Introducción y traducción de Luis Morales
Un día en la (no) vida de Bernardo Soares