Artista Emma Wesley |
La inspiración de un poema llega de muchas maneras: un sonido, una voz, la imagen de una vivencia, una lectura. Toma vida cuando te sientas a escribir, envuelta de una atmósfera propicia, que acostumbra a ser de silencio.
Dependerá de la necesidad o exigencia de cada cual, pero en mi caso: neófita en estos quehaceres de escribir poemas, me lleva su tiempo componer algo y darlo por válido, y mucho menos por bueno. Quito y pongo, tomo y retomo los versos, una y otra vez, como un lienzo al que has de dejar secar para continuar pintando.
El poema va adquiriendo forma y ritmo y a menudo me conduce a destinos insospechados; como agua de río que se escapa por su propio cauce. Atraviesa diferentes estados, decía el poeta Mark Strand.
Cuantas veces se gira la historia de la intención inicial y te encuentras recorriendo paisajes distintos, y cuantas otras te recreas en un reguero de emociones que lo enturbian todo. Es muy frecuente también rellenar de palabras vacías los espacios en blanco, con metáforas gastadas, e incluso ser deshonesta y dejarte arrastrar por el engaño. Las más de las veces contamos lo mismo, con idénticas palabras y de la misma forma que otros lo han escrito millones de veces, sin nada más que aportar.
En mi caso tengo muchos más poemas a medias que acabados, algunos se han vuelto totalmente estériles. Casi nunca los elimino, acudo a ellos buscando "retales", otros son como la expresión poética que tanto me gusta: "puertos abandonados", los elimino cuando después de muchas lecturas ya no me aportan nada.
Hay otra manera de componer, que no es mi caso, más espontánea: cuando aparecen los versos, inspirados en un momento mágico de conexión con la experiencia del momento. Suelen ser poemas cortos que requieren pocas correcciones. Sea cual sea la forma, estar con la poesía y su actitud siempre me compensa.
En esos caminos poéticos, por donde algunos perdemos la noción del tiempo, a menudo se convierten en laberintos sin salida: me viene a la cabeza la imagen de la cabra que harta de dar vueltas sin encontrar la salida abre una puerta comiéndose el seto. Esta forma de poda, que conoce cualquier escritor, es una manera inteligente de resolver y acabar muchos textos. En poesía, especialmente, quitar la hojarasca embellece los poemas. Insinuar siempre será mejor que explicar evidencias. Cortar cualquier exceso lo mejora. Saber abandonar a tiempo, si no queremos que pierda espontaneidad y frescura es recomendable. Siempre habrá otro momento adecuado de retomarla para una escucha atenta, entrar dentro de uno y mejorarla. Si eso no sucede siempre es preferible abandonar el poema antes que él te abandone a ti.
La poesía es un trabajo en soledad, cuando hablo de ella, pocas veces lo hago en otro lugar que no sea este: la gente sale corriendo, como yo de los malos poemas de amor, aunque es cierto que la mayoría de las veces llamamos poesía a lo que no lo es. Pero los que disfrutamos de ella, sea buena o regular y hasta a veces mala, nos da mucha satisfacción y comprensión, también consuelo y reflexión. En mi ejerce un poder amistoso y terapéutico muy encomiable, también para mi relación con el exterior, cada vez más decepcionante y pobre.
No hay nada más en estos momentos de mi vida que me apetezca más que leer y escuchar poesía. Me encantaría asistir a clases y aprender escuchando lo que de ella tienen que contarme los buenos poetas. Pero la poesía, tristemente a diferencia de la música, la danza, la pintura, y otras artes, no es materia didáctica, ni se enseña en ninguna facultad.
Componer un buen poema con alma, que trasmita y fluya ligero acompañado de su música, es tarea de corazón, mente y mano maestra, y aun siendo así nunca lo que expresa mejora el sentimiento que lo ha inspirado. Pese a todo, esta forma universal y creadora tan bella de la literatura: tan cenicienta..., mi relación personal con ella siempre merece y merecerá la pena. Tengo el borrador y mi cabeza lleno de poesía.
Dependerá de la necesidad o exigencia de cada cual, pero en mi caso: neófita en estos quehaceres de escribir poemas, me lleva su tiempo componer algo y darlo por válido, y mucho menos por bueno. Quito y pongo, tomo y retomo los versos, una y otra vez, como un lienzo al que has de dejar secar para continuar pintando.
El poema va adquiriendo forma y ritmo y a menudo me conduce a destinos insospechados; como agua de río que se escapa por su propio cauce. Atraviesa diferentes estados, decía el poeta Mark Strand.
Cuantas veces se gira la historia de la intención inicial y te encuentras recorriendo paisajes distintos, y cuantas otras te recreas en un reguero de emociones que lo enturbian todo. Es muy frecuente también rellenar de palabras vacías los espacios en blanco, con metáforas gastadas, e incluso ser deshonesta y dejarte arrastrar por el engaño. Las más de las veces contamos lo mismo, con idénticas palabras y de la misma forma que otros lo han escrito millones de veces, sin nada más que aportar.
En mi caso tengo muchos más poemas a medias que acabados, algunos se han vuelto totalmente estériles. Casi nunca los elimino, acudo a ellos buscando "retales", otros son como la expresión poética que tanto me gusta: "puertos abandonados", los elimino cuando después de muchas lecturas ya no me aportan nada.
Hay otra manera de componer, que no es mi caso, más espontánea: cuando aparecen los versos, inspirados en un momento mágico de conexión con la experiencia del momento. Suelen ser poemas cortos que requieren pocas correcciones. Sea cual sea la forma, estar con la poesía y su actitud siempre me compensa.
En esos caminos poéticos, por donde algunos perdemos la noción del tiempo, a menudo se convierten en laberintos sin salida: me viene a la cabeza la imagen de la cabra que harta de dar vueltas sin encontrar la salida abre una puerta comiéndose el seto. Esta forma de poda, que conoce cualquier escritor, es una manera inteligente de resolver y acabar muchos textos. En poesía, especialmente, quitar la hojarasca embellece los poemas. Insinuar siempre será mejor que explicar evidencias. Cortar cualquier exceso lo mejora. Saber abandonar a tiempo, si no queremos que pierda espontaneidad y frescura es recomendable. Siempre habrá otro momento adecuado de retomarla para una escucha atenta, entrar dentro de uno y mejorarla. Si eso no sucede siempre es preferible abandonar el poema antes que él te abandone a ti.
La poesía es un trabajo en soledad, cuando hablo de ella, pocas veces lo hago en otro lugar que no sea este: la gente sale corriendo, como yo de los malos poemas de amor, aunque es cierto que la mayoría de las veces llamamos poesía a lo que no lo es. Pero los que disfrutamos de ella, sea buena o regular y hasta a veces mala, nos da mucha satisfacción y comprensión, también consuelo y reflexión. En mi ejerce un poder amistoso y terapéutico muy encomiable, también para mi relación con el exterior, cada vez más decepcionante y pobre.
No hay nada más en estos momentos de mi vida que me apetezca más que leer y escuchar poesía. Me encantaría asistir a clases y aprender escuchando lo que de ella tienen que contarme los buenos poetas. Pero la poesía, tristemente a diferencia de la música, la danza, la pintura, y otras artes, no es materia didáctica, ni se enseña en ninguna facultad.
Componer un buen poema con alma, que trasmita y fluya ligero acompañado de su música, es tarea de corazón, mente y mano maestra, y aun siendo así nunca lo que expresa mejora el sentimiento que lo ha inspirado. Pese a todo, esta forma universal y creadora tan bella de la literatura: tan cenicienta..., mi relación personal con ella siempre merece y merecerá la pena. Tengo el borrador y mi cabeza lleno de poesía.