Un poema de Elena Larruy
T R Á N S I T O S D E O T O Ñ O
De los árboles llueven
doradas mariposas,
tapizan el jardín de añoranzas
con manto mudo de alas secas
tiempo ocre de mudanzas
de vivir hacia adentro,
vaciado el corazón
de resentimiento y de quejas.
Hueco de razones
descansa lo que nos parece muerto,
hiberna en su ciclo,
late entre sus velos,
en el lugar eterno del instante
sin nada percibir
nuestros torpes oídos
nuestra mirada ciega.
Obedecen las partes
a un concierto orquestado
de silencios,
de mudas consignas
de una inteligencia nata
siempre activa.
Lo intuye el corazón,
la araucaria,
las montañas en oración perpetua,
afines al Dios
que las dota
de sentido y de paciencia;
también lo saben los prados,
su hierba,
la ameba y su descendencia,
el tronco del manzano,
la flor abierta del almendro,
la hoja de la parra,
los nervios de la piedra que despierta,
las adelfas,
lo presiente la hormiga,
el colibrí lo acepta...
y se marchan,
saben que nada
en la naturaleza muere,
tan solo transita y cambia,
muda su ropaje viejo
en movimiento peregrino
de huida
persiguiendo la vida.
Emprenderán los sueños
su vuelo de cigüeñas,
gestarán en su nido
pensamientos blancos
al abrigo de un tiempo
de quietud necesario
que espera su momento.
Desovará en primavera
la abeja reina,
desperezaran las obreras su vuelo,
avanzaran a la flor primera
que amorosa las cautiva y espera
para ofrecer su néctar.
Al temblor de su arrullo,
declinando marzo,
presenciarán en su tallo,
sin extrañeza,
el audaz despertar de las crisálidas
cumpliendo el plan
que el universo les encomienda
sin preguntarse ninguna
cuál es su nombre
ni por qué le crecen las alas.
desperezaran las obreras su vuelo,
avanzaran a la flor primera
que amorosa las cautiva y espera
para ofrecer su néctar.
Al temblor de su arrullo,
declinando marzo,
presenciarán en su tallo,
sin extrañeza,
el audaz despertar de las crisálidas
cumpliendo el plan
que el universo les encomienda
sin preguntarse ninguna
cuál es su nombre
ni por qué le crecen las alas.