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viernes, 1 de abril de 2022

LAS DOS MIRADAS



                                              Pablo Picasso

Como decía Thomas Edison, no he fracasado, he encontrado diez mil formas que no funcionan. Yo también encuentro a cada paso que doy infinitas formas que no funcionan, y no se que hacer con tanto desperdicio más que desesperarme; así es como vivo mi particular tragedia al enfrentarme a la pérdida de cada día, donde todo a mi alrededor se acelera y desmorona mientras yo me voy volviendo más lenta y pequeña. Nadie nos enseña a morir lentamente. Asistir a ese duelo propio y ajeno, llevarlo con arrojo y dignidad,  es como arrastrar una pesada maleta sin ruedas. 

Cada mañana cuando me despierto encuentro la paz en esas horas tempranas, junto a una taza de café muy calentito. Abro mi ordenador, leo o escribir lo que pienso, y siento, eso me ayuda a estar mejor. En ese momento, antes de que se enturbie el día de ruidos,  puedo ordenar mi caos interior, decir quien soy con mente clara y pensamientos limpios. Es con diferencia mi tiempo néctar, la hora y el espacio que más disfruto, nunca me decepciona. 

Cada día que pasa soy otra distinta -nunca somos los mismo que ayer- las experiencias nos cambian,  aunque el mundo que se pasea por mi ventana le de lo mismo. Yo lo miro con la misma indiferencia -con mi vista cansada-, y no pasa nada, la compasión no está bien vista: es todo cuanto pasa: nada, nunca pasa nada. Hay días que pese a toda apatía y desinterés le sonrió, pues aun llevo brasas encendidas por dentro.  Vivir me gusta muchos días, otros no,  me parece tan fascinante como cansino. Esa soy yo. Desde esas dos miradas, una de ellas empañada, vivo mi existencia adulta. En los otros coetáneos de mi edad veo lo mismo,  aunque muchos lo disimulan o no quizá no se retuerzan el corazón como yo lo hago. Los hay cuyo dolor es más de cabeza, de hígado, de rodilla, de familia, de bolsillo... no tan emocionales, pero todo al fin y al cabo son consecuencias del vivir: como lo es volverse despistado, desmemoriado, desentendido, desmotivado, desfallecido, decepcionado... Demasiados "des" -veinticuatro siete, como se dice ahora-.

Cuando la vida se ha visto del derecho y del revés, no hay viaje placentero de regreso para la persona adulta, sólo hay sentencia y resignación desde los asientos de tercera clase donde nos coloca la sociedad.  Lo vi antes en los que me precedieron, lo veo ahora en los amigos, que por edad van un poco por delante, lo veo en mi misma. Me resisto y me retuerzo en ese incómodo asiento reservista esperando pesares y achaques. Pese a todo, confío en que algo me salve o me anime la existencia, algo que me de brillo y aliento, valor: una alegría, un entusiasmo en forma de llama viva. Mis padres ya no están.

Y mientras voy y vengo, por la vida, con mi antorcha semi apagada, sin más intención que hacer la cama -sin arrugas-, poner una lavadora en la franja horaria menos cara o contestar a los  whatsapp que recibo: aguardo que el capricho del azar me sorprenda por caridad -aunque nada más sea- y me haga vibrar en ilusiones nuevas que me rescaten del ostracismo donde me encuentro.  Abro el frigorífico, cojo la confitura de naranja amarga que hice ayer y mientras la extiendo sobre la tostada con mantequilla pienso que haré de comer hoy para mi marido. Cada día la misma rutina, el mismo panorama desconchado, solo me consuela el hecho de pensar que ya no tengo que salir al trabajo ni recibir órdenes de nadie. Me asomo a la terraza buscando algún indicio de actividad en el cielo, o en mis macetas, algo que me de color, brillo, que inspire lo que escribo. Hablo con mis preciosas orquídeas, blancas y amarillas, atraída de su pureza. Me reúno con mis muertos y les pido disculpas por mis torpezas, les digo que les quiero, les pido que me protejan como cuando era niña.

Me esfuerzo en que la vida sea buena y bella, le quito hierro a los asuntos, le pongo paciencia y buenos pensamientos, me desespero con la trabas y barreras, el tiempo que me ocupan los trámites de las gestiones por internet, imposible hacer nada sin registrarte, inventarte una clave y abrir sesión.  Espero a mi marido para contarle las naderías de la mañana: me escucha a medias y no me extraña. Barro escombros, corrijo letras y vuelvo a mirar al cielo buscando alguna explicación, y solo veo nubes pasar con ligereza sin ningún atisbo de culpa que nada me cuentan. El sol calentará un día más, o no, me hará un guiño o no, y yo me enquistaré o no un día más por la encrucijada de las horas, esperando encontrar mi sitio, mi modo de estar mayor entre la gente adulta, de insistir en mi común tragedia, mientras me debato por dentro si seguir persiguiendo logros y aciertos que den un sentido de valor a mi vida, o pedir hora al Psicólogo para que me ayude a poner nombre a todo este regusto a óxido en la boca que la edad me deja. 

Elena


SOY UNA MUJER

Nadie puede imaginar
lo que digo cuando estoy silente,
a quién veo cuando cierro mis ojos,
cómo me enajeno cuando estoy enajenada,
aquello que busco cuando estiro mis manos.
Nadie, nadie sabe
cuando estoy hambrienta, cuando hago un viaje,
cuando camino, y cuando estoy perdida.
Y nadie sabe
que mi ida es un retorno
y mi retorno es una abstención,
que mi debilidad es una máscara
y mi fuerza es una máscara,
y que lo que viene es una tempestad.

Ellos piensan que saben
así que los dejo pensar,
y yo transcurro.
Ellos me pusieron en una jaula, así que
mi libertad debe ser un regalo de ellos,
y debo agradecerles y obedecerles.

Pero yo soy libre ante ellos, después de ellos,
Con ellos, sin ellos.

Yo soy libre en mi opresión, en mi derrota.
¡Mi prisión es lo que quiero!
La llave de la prisión es su lengua,
pero su lengua está enrollada alrededor de los dedos
de mi deseo,
y mi deseo no lo pueden nunca dirigir.

Soy una mujer.
Ellos creen que poseen mi libertad.
Yo dejo que se lo crean,
y transcurro.

Joumana Haddad


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