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domingo, 19 de agosto de 2018

LOS AJENOS

Cuantas cosas tenemos para compartir y en el gesto los humanos que se desprecian, que no son atendidas o no se aceptan.  Cuanto  pesar en las voces no expresadas o en la mano tendida no tomada. Tan alejados de nuestros actos andan ellos, los ajenos, los que nos quieren lejos, que he tomado prestados estos versos de mi querida poeta Wislava Szymborska que expresan con fina ironía y sin herida el agradecimiento a esas  personas y a su distanciamiento, a ese olvido aparente que como el disimulo nunca es perfecto.

¿Por qué querer próximo al que nos quiere lejos?









AGRADECIMIENTO


Debo mucho
a aquellos que no quiero.

El alivio con el que acepto
que sean más cercanos a otro.

La alegría de que yo no sea
el lobo de sus ovejitas.

La Paz sea con ellos,
y mi libertad con ellos,
y eso el amor ni lo puede dar
ni tomarlo sabe.

No les espero
desde la ventana hasta la puerta.
Paciente
casi como un reloj de sol,
comprendo
lo que el amor no comprende,
perdono
lo que el amor jamás perdonaría.

Desde el encuentro hasta la carta
no pasa una eternidad,
sino, simplemente, algunos días o semanas.

Los viajes con ellos son siempre un acierto,
conciertos oidos,
catedrales visitadas,
paisajes nítidos.

Y cuando nos separan
siete montañas y rios,
son montañas y rios
muy familiares del mapa.

Es mérito suyo,
que yo viva en tres dimensiones,
en un espacio no lírico y no retórico,
con un horizonte, por movil, real.

Ellos mismos no saben
cuánto llevan en sus manos vacías.

"No les debo nada"-
diría el amor
sobre esta cuestión abierta.




Y hablando de cerrazones y otras razones del corazón, en su poema SALMO nos plantea lo absurdo de las fronteras que trazamos los seres humanos frente a la libertad y manera natural con que la naturaleza lo hace. 



¡Qué poco herméticas son las fronteras de los reinos humanos!
¡Cuántas nubes vuelan impunemente sobre ellas,
cuántas arenas del desierto pasan de un pais a otro,
cuántas piedras del monte ruedan por propiedades ajenas
dando provocativos saltos!

¿Tengo que enumerar, uno tras otro, a todos los pájaros al vuelo
o al que en este justo momento se posa en una barrera cerrada?
Aunque se trate sólo de un gorrión, su cola ya es fronteriza,
pero su pico es aún de aquí. Y para colmo no se está un segundo quieto.

De los innumerables insectos me limitaré a la hormiga,
que entre la bota izquierda y la derecha del aduanero,
no se digna contestar a las preguntas “de dónde”, “a dónde”.

¡Ah, ver claramente, a un tiempo, ese completo desorden,
en todos los continentes!
¿No es acaso ese ligustro de la orilla opuesta
el que de contrabando pasa por el río una enésima hoja?

¿O no es acaso la atrevidamente manilarga sepia
la que viola la sagrada zona de las aguas territoriales?
¿Se puede acaso hablar de un cierto orden,
cuando ni las estrellas se dejan colocar
para que quede claro bajo cuál ha nacido cada uno?
¡Y no hablemos del censurable comportamiento de la niebla!
¡Ni del polen que surca las estepas
como si nunca hubieran sido divididas!
Ni del sonido de las voces en las serviciales ondas del aire:
chillidos evocadores y significativos gorgoteos.

Sólo lo humano sabe ser verdaderamente ajeno.
El resto son bosques mixtos, viejos topos y vientos.


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