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jueves, 13 de agosto de 2020

ACOMPAÑAR EN EL DUELO



Hace aproximadamente cuatro meses, en periodo de confinamiento del Covid19, murió Juan Antonio, un amigo de la familia. No murió del coronavirus, se lo llevó un cáncer. Pocas horas después de su fallecimiento vinieron los de pompas fúnebres a retirar su cuerpo, lo metieron en el ascensor dentro de una caja de dos metros y se lo llevaron al crematorio. Mañana, me cuenta mi amiga Carmen, su esposa,  van a recoger sus cenizas para llevarlas a su pueblo, Palacios de la Sierra en Burgos, donde será debidamente despedido y esparcidas sus cenizas. Esta "estación triste de viacrucis", con parada obligatoria, este episodio doloroso de un ser que nos deja para siempre, suena así contado como un pasaje más de la vida cotidiana -la vida y la muerte de los otros-  se nace, se vive, se muere... sin embargo, de qué manera ¡tan diferente! la viven los que la sufren, cuando el que se va es el padre o el esposo y sobre todo cuando se va a destiempo -porque Juan Antonio no tenía edad ni deseos de morir, sólo contaba 65 años-. Aunque su muerte fuera anunciada, su pérdida fue y sigue siendo igual de dolorosa para la familia. 

¿Cómo afrontar la realidad de no volver a ver más al compañero, al padre, a esa persona que fue pilar y fundamento de otras vidas? No te volverán a ver más ni tus hijos, ni tu esposa, ni tú pequeño Leo, ni volverá a estar sentado frente a ellos en la mesa compartiendo el pan y la comida.  Pienso ahora en sus hijos Javi y Alba y en el pequeño Leo que tanto amor compartió con su abuelo: fue un tiempo breve pero intenso. Cuando Leo se haga mayor y vea los vídeos jugando con su abuelo y escuche su voz se preguntará como hubiera sido su vida con él cerca, con ese ejemplo de amor y bondad a su lado. Los hijos seguramente cómo pasa a menudo, pensarán que no lo dieron todo, pero no fue así, estuvieron siempre junto al padre  hasta el momento final, tampoco fue el caso de Carmen, su mujer, que le acompañó y estuvo a su lado  minuto a minuto. Sí, es ley de vida y no hace falta arrojar más humedad sobre el asunto; la vida te arrebata de cuajo algo íntimo muy tuyo sin derecho a reclamar, cada día muere gente a tiempo y  a destiempo, pero ¿qué hacer con el dolor de los otros? de los que se quedan medio inválidos, devaluados, con el corazón partido en dos: ¿se regenerará ese corazón? cómo le pasa al hígado o a la cola de las lagartijas,  se auto destruirá o desaparecerá como agua por las alcantarillas? y nosotros, los otros ¿Qué hacemos nosotros de verdad por el dolor de los demás?

Cuando una pareja llevan unidos toda la vida, como era el caso de Juan Antonio y Carmen, el que sobrevive queda de alguna manera amputado, como si un grave accidente le dejara sin brazo, sin pierna, sin un órgano vital para seguir tirando. Ha de aprender de nuevo a vivir en esa situación de "paraplegia forzada". Desaparece la seguridad en el nosotros, y con él parte de la confianza y el bienestar que se tenía, la persona que se queda si antes viajaba acompañada ahora lo hará sola y le tocará afrontar asuntos que quizás dejaba en manos de la otra persona; desaparecerá el brazo que rodeaba su cintura, la tuya Carmen, la mirada que te decía te quiero se borrará, como se esfuman los recuerdos, ya no paseareis juntos, el uno con el otro,  ni proyectareis  sueños desde la terraza del hotel mientras contemplabais el mar, y en la noche ya no oirás de su boca: Carmen ¿cenamos? o su consejo cuando te acompañaba a comprar ropa: "quédate ese Carmen: es el que te sienta mejor". Sí,  lo echarás de menos, como echarás de menos sus besos porque rompió la promesa, sin quererlo de: juntos para siempre.  

Ese duelo lo vivirás a solas.  Tendrás muchos días ganas de ser arropada, de que te abracen,  de que te hablen de él, de que lo recuerden y no se olvide  su nombre, y ahí estarás tú con tu soledad a cuestas para vivir la amarga experiencia, de la mejor de las maneras, y hacerte fuerte.  Nosotros, los amigos, la familia, la gente que te quiere y rodea, los que estamos afuera, intentaremos consolarte, acompañarte en su despedida, pero serás solo tú, querida amiga, la que la viva desde la más absoluta intimidad. Sé que lo superarás, porque tú eres fuerte Carmen. 

Cuando murió mi madre hace unos años,  durante bastante tiempo, sentí la necesidad de que alguien levantara el teléfono para hablarme de ella, apenas obtuve respuesta, a los muertos se los olvida con demasiada facilidad cuando son mayores, entre otras cosas porque ellos mismos enterraron a gran parte de los amigos de su generación y ya son pocos los que quedan  para recordarlos, también porque  se les va borrando el rastro desde ese "geriátrico del olvido" donde se les confina a vivir en la etapa adulta. Mi madre tenía, como cualquier persona,  muchas cosas buenas dignas de ser recordadas. Tan solo una amiga entrañable me recordó lo importante que era estar a mi lado en esos meses de duelo posterior que vinieron después; pude hablar con mi amiga de mi madre, de la suya, del papel de todas las madres en general: siempre se lo agradeceré. Lo mismo pasó con mi padre. Los padres son para los  hijos el centro del universo, las personas más importantes de nuestras vidas,  nunca  nadie habla de ellos porque no hicieron nada televisado, ni meritorio  que  la historia  o la fama  no juzgue importante. Por eso yo sí lo hago a menudo, por eso yo insisto en acompañar a las personas cercanas en su duelo.

Si tenéis cerca alguna persona que está viviendo un duelo  acompañadla, no solo preguntando cómo se encuentra y diciendo como debe afrontar la situación sino hablando de esa persona, de su vida, de su relevancia, de sus cosas. Cuando el dolor se acompaña es más llevadero. A decir de los psicólogos que tratan los trastornos de la pérdida, dicen de sus pacientes que acostumbra a durar aproximadamente dos años. Y puestos a echar una mano, un brazo o lo que haga falta, hagámoslo con cariño, sin boberías, con respeto y comprensión, incluso con la alegría natural y humana, quitándole dramatismo, tan solo  escuchando y apoyando, para que el tiempo sea más corto. 

Juan, como le llamaban familiarmente fue y era un ser especialmente  bueno. Puede parecer un tópico honrar su memoria con palabras que se oyen en muchos funerales, pero no lo es;  si algo era Juan era eso, un ser extraordinariamente bueno, como la familia y los amigos quieren recordarlo,  porqué así fue el esposo, el  padre, el abuelo  y el amigo que echaremos tanto de menos. Descansa en paz Juan Antonio.

                                                                                     Elena Larruy    



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