Hay muy pocas cosas de mi mermada
existencia que la engrandezcan tanto y me hagan sentir tan dichosa y acompañada
como el amor de una persona. Una persona conectada a mi corazón, que lo llena
de júbilo, a la que le importa si descansé bien anoche, si llegué temprano a casa,
sin atropellos a los que Renfe nos tiene tan acostumbrados. Si me abrigo el
cuello cuando salgo de casa. Si me alimento con proteínas vegetales de calidad,
y no me excedo con los hidratos. Si ya tomé el calcio y el magnesio y el
colágeno y ya escribí al levantarme, como hago todas las mañana, y si lo hago de manera
regulada, como aconsejan los que saben. Si ya conseguí poner orden en mis
archivos, para que un día este trabajo que llevo haciendo desde hace más de
diez años, de sus frutos y ensamblen todos los textos en contenido y forma, para convertirlo en el libro que deseo tener en mis manos, y en las tuyas. Si me gustó I Just
call to say i love you de Stevie Wonder, que me mandó antes de comer; a él le
hizo llorar pensando en lo nuestro. Si empecé o no con buen pie la semana, si
me está yendo bien el día, y si ya llamé a la compañía de seguros para que me enviasen
un albañil, a pegar los azulejos despegados del baño. Si mi hija está mejor y se recupera bien de su accidente. Si disfruté con la clase
de yoga, y si ya empaticé con la impresora nueva y pude colocar el cartucho
de tóner. Si llegaré después de comer o
más tarde, el próximo viernes: que me espera con impaciencia. Si me fueron bien
los horarios de los autobuses que me mandó anoche antes de acostarse, si el
restaurante que eligió me parece adecuado para ir a comer el próximo sábado. Si me va
bien que me quiera, bueno esto último no me lo pregunta, me lo demuestra todos
los días, y las tardes, y las noches de fiesta.
Durante el último verano
no pisé este mundo.
Una tarde de enero,
en la sobremesa de mi soledad
se presentó la primavera.
Unas notas florales
elegantes y frescas
llegaban desde el jardín
hasta mi casa.
En una extensión olvidada
de lo que fui
la vida crecía de nuevo,
brotaba
con la delicada alegría
que lo hacen las flores
del cerezo en una rama.
Todo mi cuerpo se agitó
y se puso a temblar
con voluntad de hoja.
Un mirlo azulado
de pico dorado
me anunció La Llegada,
y en mi jardín transformado,
apareciste tú,
radiante
dulce y sedoso.
Mi pequeño ser mermado
despertó de su letargo
con el fulgor de tu presencia,
y comenzó a brillar con luz
propia:
Para dejar de ser una.
Singular,
e intransferible a cualquiera.
Mientras todos dormían
yo te buscaba, amor.
De tu voz velada
escuchaba el latido que la
impulsaba.
Me llamabas por mi nombre.
Viniste para quererme,
para cuidarme,
para que yo te quisiera
con este amor maduro
apasionado y tierno
que nos distingue
de enamoramientos pasados.
Y aquí estoy ahora,
Insondable al duelo
y al dolor. De tu mano.
Con toda la sabia, y la alegría
de mis mejores años,
que ahora
son también tuyos.
Elena Larruy