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viernes, 21 de noviembre de 2025

SALIRSE DEL GUIÓN




Entre el ser y el parecer, decía Saramago, hay siempre un punto de entendimiento.  Entre lo real de lo que somos y la apariencia externa de lo que nos gustaría ser. La personalidad se construye día a día. Le vamos dando forma y consistencia al carácter, dependiente siempre de factores biológicos, culturales y socio económicos. Adquirimos cualidades que nos gustan fijando la atención en modelos que actúan como arquetipos, que nos hacen sentir más seguros y mejor valorados. Pero con frecuencia sucede, cuando no hay un ejercicio de autoconciencia, que nos transformamos en copias falsas, de lo que otros quieren, que acaban cayendo como soles por el ocaso. Recogemos las piezas rotas y nos recomponemos en otras máscaras sociales para seguir caminando por los empinados caminos de la vida;  porque «nadie se atreve a parecer lo que es», decía Rosseau.

Entregados a la interpretación y a las luces del gran carnaval, nos vendemos, y sí, nos compran como a criptomonedas de dudoso valor, carentes de fundamento que las sostenga. Nos convertimos en mercaderes de lo efímero, títeres de Guiñol,  incompetentes subvencionados... inánimes.    

Lo que diferencia al ser humanos de las monedas de cambio, es el alma. Un alma humana intangible, de naturaleza inmortal, cuya identidad está conectada a todas las otras almas. Su voz  diáfana, se distingue claramente de los ecos, no necesita ser elevada para hacerse entender. Ni argumentos con razones que la justifiquen. Solo silencios. El silencio del yo

El alma proyecta luz y certezas. Cuando se percibe no solo como un ente conectado a la conciencia de base material, que actúa atendiendo estímulos neuronales y químicos, si no también cuando se acepta que algo superior que va más allá trasciende al entendimiento científico y al pensamiento académico, que se percibe con un sexto sentido, por legitimar. Pondré un ejemplo;  en términos humanos las sentencias jurídicas no siempre son justas y acertadas, se indulta o castiga al encausado en base a pruebas y evidencias que marca la ley. Sin embargo un juez sabe por su larga experiencia y por olfato (indicios) cuando un causante que ha sido condenado debería haber sido indultado, y viceversa. Hay leyes universales que no necesitan ser probadas ni explicadas, para saber que son verdad. El amor es una de ellas. 

Cuando entendemos la vida como un proyecto edificante maravilloso, en un discurrir infinito de luces y sombras, cuando aceptamos que la felicidad nunca es completa, que ha de negociar con las dependencias, en un constante ejercicio de adaptación; porque la vida no es vida sin voluntad, sin sentido de pertenencia y sin vocación de uno mismo, cuando experimentamos que envejecemos y nos dañamos con el transcurrir del tiempo y nos entregamos al trabajo interno de derribar  los vicios ocultos, las memorias oxidadas o los sentimientos de desecho, cuando  hay reflexión y determinación y se crea una conciencia de colaboración, unidad y entendimiento con nosotros y con los otros, se abren y cooperan las dos conciencias entre lo que somos y lo que queremos hacer; solo entonces aparecen cualidades nuevas que nos dan brillo y autenticidad, renovadas estructuras psicológicas y físicas más sólidas se crean, que nos ayudan a retirar las máscaras y sus personajes. A dejar de parecer, para ser algo más legítimo y próximo a la verdad.    
Cuando nos salimos del guión, desaparecen personas que ya no deben estar, otras nuevas entran que nos enriquecen; un nuevo rostro más auténtico aparece en el lienzo de la vida. Ahí está la belleza y la esencia de lo que realmente somos. Una obra de arte. Sin trampa ni moraleja. 
 


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