martes, 26 de agosto de 2025

LA POESÍA COMO ACELERADOR DE LA CONCIENCIA

 


Joseph Brodsky


Quien escribe un poema lo escribe antes que nada porque el poema es un colosal acelerador de la conciencia, del pensamiento, de la percepción del mundo.

Cuanta más poesía leemos, más aborrecible nos resulta cualquier tipo de verborrea, tanto en el discurso político o filosófico, como en estudios históricos y sociales, o en el arte de la ficción. El buen estilo en prosa es siempre rehén de la precisión, de la rapidez y de la lacónica intensidad de la dicción poética.

Discurso de aceptación del Premio Novel de Literatura de Joseph Brodsky en 1987 (Sant Petersbusgo 1940 - Nueva York 1996)

Para una persona particular y que toda su vida prefería esta particularidad a cualquier rol social, para una persona que llegó en esta preferencia bastante lejos –y en particular lejos de la patria, ya que es mejor ser el peor fracasado en una democracia, que ser un mártir o un amo de pensamientos en una autocracia– llegar a parar de repente en esta tribuna es una gran incomodidad y una gran prueba.

Esta sensación se agrava no tanto por el pensamiento en los que estuvieron aquí antes de mí, como por la memoria de los que no tuvieron este honor, los que no pudieron dirigirse como se dice “urbi et orbi” desde esta tribuna y cuyo silencio general parece buscar y no encontrar la salida en uno.

Lo único que puede reconciliar con una situación similar es el simple argumento de que por razones más que nada estilísticas, ya que un escritor no puede hablar por el otro escritor y sobre todo un poeta por el otro poeta; si hubieran estado en esta tribuna Osip Mandelshtam, Marina Tsvetaeva, Robert Frost, Anna Ahmatova, Winsten Oden, ellos sin querer hablarían exactamente por sí mismos, y tal vez también sentirían alguna incomodidad.

Estas sombras me desconciertan permanentemente, hoy día también. En todo caso no me inspiran a elocuencia. En mis mejores minutos me parezco a mí como una especie de suma de ellos, pero esta suma siempre es inferior a cada uno de ellos por separado. Porque es imposible ser mejor que ellos en el papel; también es imposible ser mejor que ellos en la vida, y son justamente sus vidas, aun siendo tan trágicas y amargas, las que me hacen tan seguido – parece que mucho más seguido de lo que correspondería – lamentar por el paso del tiempo. Si el mas allá existe – ya que no me siento capaz de negarles la posibilidad de una vida eterna como tampoco soy capaz de olvidar de su existencia en ésta – si el más allá existe, espero que ellos me perdonarán a mí y la calidad de lo que pienso exponer: al fin y al cabo la dignidad de nuestra profesión no se mide por el comportamiento en la tribuna.

Nombré sólo a cinco, cuyas obras y cuyas suertes quiero tanto, ya sólo porque si ellos no hubieran existido, yo como persona y como escritor valdría poco, y en todo caso, no estaría ahora aquí. Ellas, estas sombras, mejor, estas fuentes de luz ¿lámparas? ¿estrellas? las hubo por supuesto más de cinco, y cada una de ellas es capaz de condenar a una mudez absoluta. En la vida de cualquier escritor consciente su numero es grande: en mi caso se duplica, gracias a las dos culturas a las cuales por la voluntad del destino pertenezco. Tampoco facilita mi tarea el pensar en mis contemporáneos y hermanos de pluma en ambas culturas, en los poetas y escritores cuyo don valoro más que el mío, y quienes en caso de estar en esta tribuna, desde hace buen rato ya habrían pasado a lo esencial ya que tienen más cosas que yo que decir al mundo.

Por eso me permitiré aquí una serie de observaciones, tal vez desordenadas, confusas, y capaces de aproblemarles por su incoherencia. Sin embargo, espero que los limites del tiempo proporcionado para ordenar mi pensamiento y mi propia profesión me defenderán, por lo menos en parte, de los reproches por ser caótico. Raras veces las personas de mi profesión pretenden tener un pensamiento sistemático; en el peor de los casos ellos pretenden tener un sistema. Pero esto también suele ser prestado del medio, del sistema social, y de los estudios de filosofía en la edad tierna. A un artista nada lo convence más de la casualidad de los medios que él utiliza para lograr uno u otro objetivo (y sin importar que este objetivo varíe o no), que el mismo proceso artístico, proceso de creación. Los versos, tal como dijo Ahmatova, realmente crecen de la basura; las raíces de la prosa no son más nobles.

Si el arte enseña algo (y al artista en primer lugar), es justamente la particularidad de la existencia humana. Siendo la más antigua – y la más literal – forma de empresa particular, el arte voluntaria o involuntariamente incentiva en la persona justamente su sensación de individualidad, unicidad, privacidad, transformándola de un animal social a una persona. Muchas cosas pueden ser compartidas: pan, lecho, convicciones, amada; pero jamás un poema de Reiner Maria Rilke, por ejemplo. Una obra de arte, la literatura sobre todo, y la poesía en particular, se dirige a una persona tête-a-tête estableciendo con ella relaciones directas, sin intermediarios. Exactamente por eso los defensores del bien común, líderes de las masas, voceros de la necesidad histórica sienten tanta antipatía hacia el arte en general, la literatura sobre todo, y la poesía en particular. Porque por donde pasó el arte, donde fue recitado un poema, ellos encuentran en lugar de una esperada aceptación y unanimidad, la indiferencia y las discrepancias, y en lugar de disposición para actuar, el descuido y la repugnancia. En otras palabras, a los ceros con los cuales los defensores del bien común y los líderes de las masas pretenden operar, el arte agrega su “punto-punto-coma-menos”, convirtiendo así a cada cero en una carita no necesariamente atractiva, pero siempre humana.

El gran Baratynsky, hablando de su Musa, la caracterizó con tener “la expresión no común del rostro”. Y pareciera que el sentido de la existencia individual consiste justamente en la adquisición de esta expresión no común, ya que tengo la impresión de que para esto “no común” estamos preparados casi genéticamente. Independientemente de que si es una persona escritor o lector, su tarea es más que nada vivir su propia vida y no una impuesta o proscrita desde fuera, aunque pueda parecer algo tan noble y decente. Ya que cada uno de nosotros tenemos sólo una y sabemos bien con qué termina. Sería una lástima gastar este único chance en la repetición de una apariencia ajena, experiencia ajena, tautología, y más lástima aún porque los voceros de la necesidad histórica, por cuya sugerencia la persona está dispuesta a aceptar esta tautología, no se acostarán en su ataúd ni tampoco le dirán gracias.

El idioma y parece que también la literatura, son cosas más antiguas, inevitables y longevas, que cualquier forma de organización social. El rechazo, la ironía, o la indiferencia frecuentemente expresados por la literatura hacia el estado, son en su esencia la reacción de lo permanente, mejor dicho, de lo infinito respecto a lo temporal y lo limitado. Por lo menos, mientras el estado se permite intervenir en asuntos de la literatura, la literatura tiene derecho a intervenir en asuntos del estado. El sistema político, la forma de la organización social, como cualquier sistema en general, son por definición formas del pasado que tratan de imponerse al presente (y a menudo al futuro también), y la persona que tiene el idioma como profesión, es el último que puede darse el lujo de olvidar esto. Un verdadero peligro para el escritor no es tanto la posibilidad (que es a menudo una realidad) de una persecución por parte del estado, como la posibilidad de resultar hipnotizado por la imagen de éste, monstruosa o cambiante hacia lo mejor, pero siempre temporal.

La filosofía del estado, su ética, sin hablar de la estética, es siempre un “ayer”. El idioma y la literatura son siempre un “hoy”, y a menudo, sobre todo en casos de ortodoxia de uno u otro sistema político, hasta pueden llegar a ser un “mañana”. Uno de los méritos de la literatura consiste justamente en su función de ayudar a la persona a precisar el tiempo de su existencia, poder diferenciarse dentro de una muchedumbre de antecesores y contemporáneos, evitar la tautología, o sea, evitar la suerte conocida bajo el honorario nombre de “víctima de la historia”. El arte en general y la literatura en particular se destacan y difieren de la vida justamente porque siempre escapan a las repeticiones. En la vida cotidiana usted puede contar el mismo chiste tres veces, y tres veces provocar la risa convirtiéndose en el alma de la compañía. En el arte esta forma de conducta se llama “cliché”. El arte es un arma sin retroceso y su desarrollo se define no por la individualidad del artista, sino por la dinámica y la lógica del mismo material, por el destino anterior de los medios que exigen encontrar (o indican) cada vez una cualitativamente nueva decisión estética. Poseyendo sus propias genealogía, dinámica, lógica y futuro, el arte no es sinonímico pero en el mejor de los casos, es paralelo a la historia y su modo de existencia es la creación de una cada vez nueva realidad estética. Exactamente por eso tan a menudo resulta estar “delante del progreso”, delante de la historia que tiene (por qué no precisar a Marx) justamente el cliché como su instrumento principal.

Hoy día es muy difundida la afirmación de que el escritor, y sobre todo el poeta, deben utilizar en sus obras el lenguaje de la calle, el lenguaje de la muchedumbre. Con toda su aparente democraticidad y perceptibles ventajas prácticas para el escritor, esta afirmación es falsa y es en el fondo un intento de hacer obedecer el arte, en este caso la literatura, a la historia. Sólo en el caso de decidir que llegó el momento de que el “sapiens” debe detenerse en su desarrollo, la literatura debería hablar en el lenguaje del pueblo. En caso contrario, el pueblo debería hablar en el lenguaje de la literatura. Cada nueva realidad estética precisa para el hombre su realidad ética. Ya que la estética es la madre de la ética, las nociones del “bien” y del “mal” son antes que nada estéticas, previas a las categorías del “bien” y del “mal”. En la ética no “todo está permitido” justamente porque en la estética no “todo está permitido” ya que la cantidad de colores en el espectro es limitada. Un bebé que inconsciente con llanto rechaza a un extraño o que, al revés, tiende las manos hacia él, instintivamente hace una opción estética y no moral.

La opción estética siempre es individual, y la emoción estética siempre es una emoción particular. Cada nueva realidad estética hace a la persona que la vive una persona aun más particular, y ésta particularidad que adquiere a veces la forma de un gusto literario (o cualquier otro), ya por si sola puede convertirse si no en una garantía, por lo menos en una forma de protección de ser esclavizado. Porque una persona que tiene gusto, en particular un gusto literario, es menos vulnerable a las repeticiones y a los conjuros rítmicos característicos de cualquier forma de la demagogia política. Y no es que la bondad no sea la garantía de creación de una obra maestra, sino que la maldad, sobre todo la maldad política, siempre es una mala estilista. Mientras más rica es la experiencia estética de un individuo, mientras más firme es su gusto, más precisa es su opción ética, más libre es él, aunque, posiblemente, no sea más feliz.
Justo en este sentido, mucho más práctico que platónico, hay que entender las palabras de Dostoievsky de que “la belleza salvará el mundo” o la expresión de Matiu Arnold de que “nos salvará la poesía”. Tal vez, ya no se podrá salvar el mundo, pero salvar a una persona siempre es posible. El olfato estético siempre se desarrolla muy impetuoso en las personas, ya que incluso sin que se dé cuenta por completo quién es y qué realmente necesita, el ser humano normalmente instintivamente sabe qué es lo que no le gusta y con qué no está de acuerdo. Vuelvo a decir, que en sentido antropológico el ser humano es un ser estético antes que un ser ético. Por lo tanto, el arte y en particular la literatura, no son un producto derivado del desarrollo de la especie sino exactamente al revés. Si el lenguaje es lo que nos distingue del resto de los representantes del reino animal, la literatura y en particular la poesía, siendo la forma superior del lenguaje, representa a groso modo nuestro objetivo de especie.

Estoy lejos de la idea de enseñar obligatoriamente a todos a versificar y componer, sin embargo también me parece inaceptable la subdivisión de la sociedad en intelectuales y los demás. En el sentido moral una subdivisión así se parece a la subdivisión de la sociedad en ricos y pobres; pero si para la existencia de una desigualdad social se pudiese imaginar no sé qué tipo de fundamentaciones de índole física o materialista, para la desigualdad intelectual éstos serían inimaginables. En este sentido, más que en cualquier otro, la igualdad nos está garantizada por la misma naturaleza. Y no se trata de la formación en general, sino de la formación del habla, donde cualquier imprecisión amenaza con la intervención de una falsa opción en la vida humana. La existencia de la literatura supone una existencia al nivel de la literatura y no solo moralmente sino también léxicamente. Si una obra musical todavía deja a la persona una posibilidad de una opción entre un rol pasivo de auditor o un activo de ejecutor, una obra de literatura, de un arte desesperadamente semántico, como dijo Montale, destina a esta misma persona sólo al rol de ejecutor.

Me parece que el ser humano debería desempeñar este rol más seguido que cualquier otro. Más aun, me parece que este rol se hace cada vez más inevitable como resultado de la explosión de populación y relacionada con ésta, una creciente atomización de la sociedad, o sea, con el creciente aislamiento del individuo. No creo saber de la vida más que cualquier otra persona de mi edad, pero pienso que un libro como interlocutor es más seguro que un amigo o una amada. Una novela o un poema no es un monólogo sino una conversación del escritor con el lector, una conversación, vuelvo a repetir, extremadamente particular, excluyente para todos los demás, si se quiere mutuamente misantrópica. Y en el momento de esta conversación el escritor es igual al lector, como también viceversa,


Independientemente de si es un gran escritor o no. Esta igualdad es la igualdad de la conciencia y se queda con la persona para toda su vida como memoria difusa o nítida y tarde o temprano, acertada o desacertadamente define la conducta del individuo. Hablando del rol de ejecutor, me refiero justo a eso, un rol más natural todavía ya que una novela o un poema son producto de la soledad mutua del escritor y del lector.

En la historia de nuestra especie, la historia del “sapiens”, el libro es un fenómeno antropológico, igual en el fondo al fenómeno del invento de la rueda. El libro surgido no tanto para darnos la idea de nuestros orígenes, sino de qué el “sapiens” es capaz, es un medio de desplazamiento de la experiencia en el espacio con la velocidad de una página que se da vuelta. Este desplazamiento a su vez, como cualquier otro desplazamiento, se convierte en una fuga del común denominador y del intento de imponer un límite de este denominador a nuestro corazón, nuestra conciencia y nuestra imaginación, un límite que antes no subía arriba de la cintura. Esta fuga es hacia la expresión no común del rostro, hacia el numerador, hacia la personalidad, hacia la particularidad. Y sin importar por imagen y semejanza de quien hemos sido creados, ya somos cinco mil millones, y el ser humano no tiene un futuro diferente del que esté delimitado por el arte. En caso contrario nos espera el pasado, antes que nada, un pasado político, con todas sus gracias policíacas masivas.

En todo caso, la situación cuando en una sociedad el arte en general y la literatura en particular son patrimonio (o privilegio) de una minoría, me parece nociva y amenazante. No estoy llamando a sustituir el estado por la biblioteca, aunque esta idea se me ocurría varias veces, pero no tengo duda de que si hubiéramos elegido a nuestras autoridades basándonos en su experiencia de lectores y no en sus programas políticos, en la tierra habría menos dolor. Creo que a un posible dirigente de nuestros destinos habría que preguntar antes que nada no cómo él imagina el curso de la política exterior, sino qué opina de Stendal, Dickens, Dostoyevski. Ya que por la simple razón de que el pan de cada día de la literatura es justamente la diversidad y disformidad humana, ella, la literatura, resulta ser un antídoto eficaz contra cualquier intento ya conocido o futuro, de un enfoque uniforme y masivo en la resolución de los problemas de la existencia humana. Por lo menos, como un sistema de seguro moral, ella es mucho más eficaz que uno u otro sistema de creencias o doctrina filosófica.

Ya que no puede haber leyes que nos protejan de nosotros mismos, ningún código penal supone castigos por los crímenes contra la literatura. Y el más grave entre estos crímenes no es ni la persecución de autores, ni las restricciones de censura etc. ni la quema de libros. Existe un crimen más grave, que es el desprecio por los libros, su no-lección. Por este crimen la persona paga con toda su vida; en caso de que este crimen lo comete una nación, ella paga por eso con su historia. Viviendo en el país donde vivo (USA, aclaración del traductor), yo sería capaz de ser el primero en creer que existe una especie de proporción entre el bienestar material de la persona y su ignorancia literaria; sin embargo, la historia del país donde nací y crecí no me deja caer en eso. Porque la tragedia rusa reducida a un mínimo casual-consecutivo, a una formula tosca es exactamente la tragedia de una sociedad, donde la literatura llegó a ser un privilegio de una minoría: de la famosa intelligentsia rusa.

No quiero extenderme respecto a ese tema, no quiero entristecer esta noche con pensamientos sobre decenas de millones de vidas humanas interrumpidas por millones de otros humanos, ya que lo que pasaba en Rusia en la primera mitad del siglo XX, sucedía antes de la implantación de armas de tiro automáticas, en nombre del triunfo de una doctrina política, cuya inconsistencia está ya sólo en el hecho de que exige víctimas humanas para su realización. Diré solamente, que supongo, desgraciadamente no por experiencia sino sólo teóricamente, que para una persona que ha leído mucho de Dickens disparar contra su semejante, en nombre de cualquiera que sea la idea, sería más difícil que para una persona que no ha leído a Dickens. Y hablo justamente de la lectura de Dickens, Stendal, Dostoyevski, Flober, Balsac, Melvill etc. es decir, de la literatura y no de la alfabetización, no de la educación. Una persona alfabetizada, educada, puede sin mayor problema después de haber leído uno u otro tratado político, matar a un semejante e incluso sentir con eso el éxtasis de convicción. Lenin fue una persona educada, Stalin fue una persona educada, Hitler también; Mao Tze Tung hasta escribía poemas; sin embargo, la lista de sus víctimas supera lejos la lista de lo leído por ellos.

Sin embargo, antes de pasar a la poesía, yo quisiera agregar, que sería razonable observar la experiencia rusa como una advertencia, por lo menos porque la estructura social del Occidente en términos generales todavía es semejante a lo que existía en Rusia hasta 1917. (Exactamente eso explica la popularidad en Occidente de la novela sicológica rusa del siglo XIX y el relativo poco éxito de la prosa rusa contemporánea. Las relaciones sociales que se formaron en Rusia en el siglo XX parece que se presentan al lector como algo no menos exótico que los nombres de los personajes, impidiéndole identificarse con ellos.) Por ejemplo, sólo los partidos políticos que existían en Rusia en vísperas del golpe de Octubre de 1917 eran no menos que los que hay ahora en los EEUU o en Gran Bretaña. Con otras palabras, una persona imparcial podría notar que en cierto sentido el siglo XIX todavía dura en el Occidente. En Rusia ese siglo terminó; y si digo que terminó con una tragedia, es más que nada por el número de víctimas humanas que provocó la llegada del cambio social y cronológico. En una tragedia de verdad no muere el héroe: muere el coro.

Aunque para la persona, cuyo idioma natal es el ruso, las conversaciones sobre el mal político son tan naturales como la digestión, ahora me gustaría cambiar de tema. El defecto de las conversaciones sobre lo obvio está en el hecho de que éstas corrompen la conciencia con su facilidad, con su fácilmente adquirible sensación de tener razón. Ahí está su tentación, parecida por su naturaleza a la tentación de un reformador social, quién provoca este mal. La toma de conciencia sobre ésta tentación y su rechazo, en cierta medida son responsables de los destinos de muchos de mis contemporáneos, sin hablar de mis hermanos de pluma que son responsables por la literatura que nace bajo sus plumas. Esa literatura no fue ni fuga de la historia, ni aquietamiento de la memoria, como puede parecer desde fuera. “¿Cómo se puede escuchar música después de Aushwitz?” – pregunta Adorno, y una persona que conoce la historia rusa puede repetir la misma pregunta, cambiando en ella el nombre del campo, repetirla, incluso hasta con más razón, ya que el número de personas que dejaron de existir en los campos de Stalin supera mucho la cantidad de los que dejaron de existir en los campos alemanes. “¿Cómo después de Aushwitz se puede comer lunch?”, – notó una vez al respecto el poeta americano Mark Strand. De todos modos, la generación a la cual pertenezco, ha sido capaz de componer esa música.

Esta generación, la generación nacida justo cuando los crematorios de Aushwitz funcionaban con su máxima capacidad, cuando Stalin se encontraba en el cenit de su poder absoluto, casi divino, parece que otorgado por la misma naturaleza, mi generación llegó al mundo, al parecer, para continuar lo que teóricamente debería haber sido interrumpido en esos crematorios y fosas comunes anónimas del archipiélago stalineano. En el hecho de que no todo se interrumpió, por lo menos en Rusia, hay en una gran medida el mérito de mi generación, y siento el orgullo por mi pertenencia a ella no menos que por estar hoy día aquí. Y el hecho de que estoy aquí hoy es un reconocimiento a los méritos de esa generación ante la cultura; y recordando a Mandelshtam, yo agregaría que ante la cultura mundial. Mirando hacia atrás, puedo decir que empezábamos en un lugar vacío, o más bien en un lugar que espanta por su devastación, y que más por intuición que conscientemente, nosotros buscábamos justamente recrear el efecto de la continuidad de la cultura, recrear sus formas y tropos, llenar a sus pocas formas sobrevivientes y a menudo absolutamente desprestigiadas con nuestro propio contenido contemporáneo nuevo o que nos parecía como tal.

Es probable de que existía otro camino, el de una posterior deformación, el de la poética de los fragmentos y las ruinas, el del minimalismo, el de la respiración cortada. Si lo hemos rechazado fue lejos de ser porque éste nos parecía un camino de auto dramatización, o porque estábamos demasiado animados por la idea de preservación de la nobleza heredada de las formas de cultura que conocíamos, equivalentes en nuestra conciencia a las formas de la dignidad humana. Lo hemos rechazado porque en realidad la opción no era nuestra, sino de la cultura, y vuelvo a repetir que esa opción fue estética y no moral. Claro que para una persona es mucho más natural percibir a sí mismo no como un instrumento de la cultura, sino al revés como su creador y guardián. Pero si hoy día estoy afirmando lo contrario, no es porque haya cierto encanto en parafrasear a fines del siglo XX a Plotin, a lord Sheftsbery, a Shelling o a Novalis, sino porque un poeta más que cualquiera siempre sabe que lo que vulgarmente se conoce como voz de Musa, en realidad es dictat del idioma; que el idioma no es su instrumento, sino que él es el medio del idioma para seguir existiendo. Y el idioma, incluso si lo imaginamos como un ser animado (lo que sería sólo justo), no es capaz para una opción ética.

La persona empieza a escribir un poema por diferentes motivaciones: para conquistar el corazón de la amada, para expresar su opinión respecto a la realidad que lo rodea, ya sea un paisaje o un estado, para grabar un estado del alma en que se encuentra en un momento dado, para dejar, como piensa en ese minuto, su huella en la tierra. Es muy probable, que él acuda a esa forma, al poema, por razones inconscientemente-miméticos: un coágulo negro vertical de palabras en medio de una blanca hoja de papel parece recordarle de su propia ubicación en el mundo y de la proporción del espacio respecto a su cuerpo. Pero independientemente de estas razones por las que toma la pluma, e independientemente del efecto producido a su auditorio por grande o pequeño que sea, por lo que sale de su pluma, la consecuencia inmediata de esa empresa es la percepción de entrar en contacto directo con el idioma, o más bien, la percepción de una caída inmediata en dependencia de éste y de todo lo que ya fue expresado, escrito y realizado en el.

La dependencia esa es absoluta, despótica, pero también liberadora. Ya que siempre siendo mayor que el escritor, el idioma además posee una energía centrípeta colosal, que le entrega su potencial temporal, es decir todo el tiempo que yace adelante. Y ese potencial se define no tanto por la composición cuantitativa de una nación que lo habla, aunque por eso también, como por la cualidad del poema escrito en él. Es suficiente recordar a los autores de la antigüedad griega o romana, es suficiente recordar a Dante. Lo que se crea hoy día por ejemplo en ruso o en inglés, garantiza la existencia de esos idiomas durante el siguiente milenio. Repito que el poeta es el medio de la existencia del idioma. O, como dijo el grande Oden, él es alguien a través de quien el idioma vive. Dejaré de existir yo, quien escribe estas líneas, dejarán de existir ustedes, quienes las leen, pero el idioma en que estas líneas están escritas y en que ustedes las leen quedará no sólo porque el idioma es más longevo que el hombre, sino también porque es más preparado para la mutación.
Sin embargo, quien escribe un poema, lo escribe no porque cuenta con la gloria póstuma, aunque espera a menudo que el poema vivirá más, o por lo menos un poco más que él. Quien escribe un poema, lo escribe porque el idioma le sopla o simplemente le dicta la línea siguiente. Empezando un poema, el poeta habitualmente no sabe en qué termine, y a veces llega a estar muy sorprendido con lo que resultó, porque frecuentemente resulta mejor de lo que suponía, frecuentemente su pensamiento llega más lejos de lo que contaba.

Exactamente ése es el momento cuando el futuro del idioma interviene en su presente. Como sabemos, existen tres formas de conocimiento: analítico, intuitivo y el método que usaban los profetas bíblicos, el de la revelación. La diferencia de la poesía con las demás formas de literatura está en que ésta usa simultáneamente las tres (inclinándose preferencialmente hacia la segunda y la tercera), ya que todas están dadas en el idioma; y a veces con la ayuda de una palabra, una rima, quien escribe un poema logra llegar a parar en lugares donde nadie antes de él estuvo, y más lejos tal vez, que lo que él mismo quisiera. Quien escribe un poema lo escribe antes que nada porque el poema es un colosal acelerador de la conciencia, del pensamiento, de la percepción del mundo. Al sentir esta aceleración una sola vez, la persona ya no es capaz de negarse a repetir esa experiencia, ella cae en dependencia de ese proceso, como se cae en dependencia de las drogas o del alcohol. La persona que se encuentra en ese tipo de dependencia del idioma se llama poeta”.


viernes, 20 de junio de 2025

UN ROPERO NUEVO PARA MI ALMA

                                                                            

UN ROPERO NUEVO PARA MI ALMA

El alma atesora un gran ropero de vestidos, trajes y atrezos, de todas las medidas y colores con diferentes formas y hechuras, para múltiples funciones, con las que viste y reviste a la persona en su paso por la vida. En cada una de ellas el actor puede cambiar su estatus, su circunstancia, su contexto, su país, su ciudad, su familia… En definitiva, su experiencia de vida. Es la asistenta que todo lo sabe, que todo lo tiene, que todo lo ve, que todo lo escucha. Conectada a la fuente superior de un Todo al que pertenece.

Contaba Jesús Callejas, en una reciente entrevista con Risto Mejide, que no le asustaba la muerte, porque creía en la inmortalidad del alma. Yo, siento lo mismo que piensa Callejas, que el alma nunca muere, ni envejece ni enferma. Trae incorporada “de origen” una inteligencia autónoma innata, muy alejada de nuestra limitada comprensión. Su misión es vivir eternamente aprendiendo, mejorando su parte, y la de la especie; enriqueciéndose de conocimientos que exploran en lo más hondo de los fundamentos de la realidad del Ser, y que se expresan de forma sutil y entrevelada.  

De este saber etéreo extrasensorial se desprende una dimensión infinitamente fondeable, de textura resbaladiza y nada palpable, que se nos escapa como línea de horizonte huyendo, pero que a la vez nos permite disfrutar y aprender del viaje de la vida y su paisaje de inestimable valor.

El alma existe. Aunque una parte de la mente no la reconozca. Aunque a la ciencia, que explora en lo intangible de sus pulsiones vivificadoras, le incomode llamarla por su nombre. Aunque muchos, entre los que no me encuentro, defiendan que solo es una creencia, fruto de una necesidad humana, por su temor a la muerte. Somos naturaleza viviente y sintiente, en diferente grado y estado de desarrollo.  

Aristóteles (384-322 a.C.)  el que fue la máxima autoridad del pensamiento creador del primer gran sistema filosófico y de la ciencia occidental, no concebía la materia viviente sin el alma, sin la “esencia” como la llamaba.  No se puede entender la existencia de lo que existe y es haciendo vivir al alma en las mazmorras, soterrada y olvidada en la más absoluta oscuridad. El alma no es una cenicienta.

Cada día de nuestra existencia el cuerpo se desgasta, degrada su biología de materia orgánica, muere lentamente, poco a poco se va apagando; pero no así el alma que la asiste. Hay un momento en que esta ha cumplido su función y necesita transformarse. El alma necesita una mudanza, un cambio de estado, de casa, de pareja, de trabajo, de ciudad, de ropero, de experiencia… Porque su misión en esta y otras vidas no es otra que mejorar su condición, aprender y aumentar su valor, extendiendo su saber al Todo al que pertenece, y del que a la vez se retroalimenta.

El alma necesita un vestidor nuevo, cada vez que cambia su estado. Como el que yo ahora vivo en mi vida nueva con otra pareja. No me ha hecho falta una muerte física, mis órganos y mi cuerpo responden, están sanos y fuertes. Para el alma el tiempo y el espacio no son lineales ni secuenciales. Conforme crece, se supera y evoluciona la conciencia de la persona, se expande y experimenta en planos superiores de mayor vibración.

Reproducirse es el proceso natural de la vida, en un movimiento constante universal de transformación. Vida y muerte son pulsiones que van juntas.   

Un alma despierta exige una vida sana.  Proyectos, ilusiones, compromisos, voluntad, colaboracionismo, a veces soledad. Observación de todo cuanto acontece a su alrededor, de cuáles son las señales que la alertan, de cual su acometida, su responsabilidad. ¿Cuál es nuestro compromiso? ¿Escuchamos sus demandas? ¿Sus necesidades, que son las nuestras? Cuando acompasamos esa fuerza motriz interna que nos incita el alma, moviliza nuestra sonrisa, estamos fértiles; la verdad se manifiesta en nuestro rostro, la nuestra; mejora nuestro estado físico y emocional. Ese es el mejor curriculum vitae; la mejor carta de presentación. Cuando damos la mejor versión de nosotros. Eso es, sin duda a equivocarnos: Tener éxito.    

Hace poco más de un año que me separé, del que fue mi compañero, mi esposo, mi amigo, mi pareja de vida.  Estuvimos juntos cincuenta años. No hubo nada que perdonar, nada que reprochar. Había llegado el momento de la separación, no teníamos nada más que darnos, lo consumimos todo. Nuestra vida de pareja se había desgastado, como se desgastan unos zapatos viejos. La convivencia se convirtió en algo monótono y desilusionante. Había que tomar decisiones, y lo hicimos de una manera madura y reflexiva.  El alma nos pedía a los dos un fin de contrato, para devolvernos la alegría de la convivencia que habíamos perdido. Claro que hubo dolor y duelo, es condición de la vida que lo haya, pero no lo vivimos como un fracaso, ni hubo desgarro, ni nos hicimos daño. La vida nos había preparado, estábamos entrenados, no para este envite, que por ambas partes nos era desconocido, pero sí para retos superiores. Personalmente traté al dolor como un aliado amigo, y de ahí la fuerza, la comprensión y el amor de las personas amigas y de la familia que me ayudaron a superar el duelo. La nuestra es una familia responsable y pacificadora. Honesta. Y ese y no otro fue el trato que le dimos a nuestra separación. Aunque cada uno haya tomado caminos diferentes, nunca dejaremos de ser la familia que fuimos.  

En los primeros pasos de mi recién estrenada vida con Winni, desarmada y desnuda, mi alma se viste de novia y se entrega libre de cargas pesadas, deudas y equipajes, enseres y objetos que no necesito, de hábitos deshilachados y pensamientos amarillos. Habilito los espacios de mi nuevo hogar con especial atención y cuidado.  No sé todavía con suficiente claridad cuál será el papel que representaré, ni el vestuario para mi recién estrenada vida. Me toca un Vivir renovado más despierto y auténtico, con enseñanzas nuevas. Tengo junto a mí al maestro. Lo elegí con cuidada insistencia. También desconozco las prendas que vestirá mi alma en los rodajes de esta novel vida que ahora comienza, ni el papel que interpretará junto al que ya es su nuevo compañero de baile, de escena y de vida. Lo que sí sé es que la vestiré con especial cuidado; de ahí mi ropero nuevo.  


martes, 8 de abril de 2025

MIENTRAS TODOS DORMÍAN, YO TE BUSCABA

 



Hay muy pocas cosas de mi mermada existencia que la engrandezcan tanto y me hagan sentir tan dichosa y acompañada como el amor de una persona. Una persona conectada a mi corazón, que lo llena de júbilo, a la que le importa si descansé bien anoche, si llegué temprano a casa, sin atropellos a los que Renfe nos tiene tan acostumbrados. Si me abrigo el cuello cuando salgo de casa. Si me alimento con proteínas vegetales de calidad, y no me excedo con los hidratos. Si ya tomé el calcio y el magnesio y el colágeno y ya escribí al levantarme, como hago todas las mañana, y si lo hago de manera regulada, como aconsejan los que saben. Si ya conseguí poner orden en mis archivos, para que un día este trabajo que llevo haciendo desde hace más de diez años, de sus frutos y ensamblen todos los textos en contenido y forma, para convertirlo en el libro que deseo tener en mis manos, y en las tuyas. Si me gustó I Just call to say i love you de Stevie Wonder, que me mandó antes de comer; a él le hizo llorar pensando en lo nuestro. Si empecé o no con buen pie la semana, si me está yendo bien el día, y si ya llamé a la compañía de seguros para que me enviasen un albañil, a pegar los azulejos despegados del baño. Si mi hija está mejor y se recupera bien de su accidente. Si disfruté con la clase de yoga, y si ya empaticé con la impresora nueva y pude colocar el cartucho de tóner. Si llegaré después de comer o más tarde, el próximo viernes: que me espera con impaciencia. Si me fueron bien los horarios de los autobuses que me mandó anoche antes de acostarse, si el restaurante que eligió me parece adecuado para ir a comer el próximo sábado. Si me va bien que me quiera, bueno esto último no me lo pregunta, me lo demuestra todos los días, y las tardes, y las noches de fiesta.


 A MI AMADO WINNI

Durante el último verano

no pisé este mundo.

       Una tarde de enero,

en la sobremesa de mi soledad

           se presentó la primavera.

 Unas notas florales

elegantes y frescas

llegaban desde el jardín

a la casa.

 

En una estación olvidada

de mi abandono,

la vida se hacía nueva,

            con la misma alegría

amorosa y delicada

que brotan las flores

vistiendo sus ramas.

 

Todo mi Ser se agitaba

con voluntad de hoja.

 

Un mirlo que pasaba

de pico dorado

y cuerpo azulado

me anunció tu Llegada,

                 y en mi jardín transformado,

apareciste tú,

radiante

dulce y sedoso.

 

El reducido ser

en que me estaba convirtiendo

despertó de su letargo

con el fulgor de tu presencia,

y comenzó a brillar con luz propia  

            para dejar de ser una.

Intransferible a cualquiera.

 

               Mientras todos dormían

yo te buscaba, amor.

 

De tu voz velada

escuchaba el latido que la impulsaba.

Me llamabas por mi nombre.

 

Acudiste a mi llamada,

viniste para cuidarme

para hacer tuya mi mano

          para quedarte.

Para que yo te quisiera

con este amor maduro

apasionado y tierno

que nos distingue

de enamoramientos pasados.

 

Y aquí estoy ahora:

Insondable al duelo

y al dolor,

con toda la sabia, y la alegría

de mis mejores años,

que ahora

     son también tuyos.

Elena Larruy


jueves, 13 de marzo de 2025

TÚ AMAS LA CIENCIA, YO LA METAFÍSICA Y A TI.

 


Supe de Winni antes que él de mí. La primera vez que me hablaron de él, fue la mañana del treinta de diciembre, a finales del pasado año, en plenas fiestas navideñas. Vicente, ese es su nombre de pila, también me estaba buscando. Para su sorpresa aparecí yo, con el nombre que él me deseaba, como flecha que atraviesa corazones.

Winni cree en la ciencia, yo en la metafísica y en él. Porque creo en la inteligencia de los seres humanos, en sus mentes prodigiosas de alto rendimiento, donde se orquestan ilimitadas capacidades, pero también palpo con mis sentidos extrasensoriales esos otros espacios intangibles y difusos donde suceden acontecimientos de difícil control, para los estudiosos de la ciencia, donde el conocimiento es de textura velada, a falta de mayor luz. Las manifestaciones de lo que sabemos con lo que entendemos, aparentemente dispares, en mi caso, son colaborativas, nunca enfrentadas. Y siempre contrastadas con la experiencia personal.

Las personas intuitivas tenemos el don de la respuesta inmediata, a cuestiones o preguntas que incluso antes no han sido formuladas.  Conocemos el «modus operandi» de su actuación «a ciencia cierta». No somos ilusos, ni tenemos que defendernos con argumentos de la razón lo que otros niegan. Tampoco necesitamos la autoridad de la ciencia, ni su permiso.

Cómo perro inquieto alborotado que sabe de su amo antes de que aparezca por la puerta, presentí la llegada de Winni días antes de conocerlo. Eran fiestas navideñas. Yo me sentía muy alegre, sin un motivo especial. Días más tarde escuché decir a la neurocientífica Nazaret Castellanos que el cuerpo sabe antes que la cabeza lo que va a acontecer. Era una evidencia, una prueba más, que me hablaba, y se manifestaba en mi cuerpo, pues estaba especialmente feliz y contenta, sin motivo aparente, más bien todo lo contrario. El día de Navidad celebrábamos en la que había sido mi casa hasta separarme, la comida familiar, de la que nos encargábamos mi ex y yo. Convinimos con él hacerlo de esta manera. Recuerdo que el cuerpo me pedía bailar, y así lo hice sin ninguna compañía. Me sentía radiante. Lo mismo pasó la noche de fin de año, que la pasé sola y sin embargo me sentía acompañada y era extrañamente feliz, como los días que siguieron hasta que apareció él.  

El hombre maduro y atractivo, de porte educado y académico que vieron mis ojos unos días más tarde, me gustó desde el mismo instante  que se cruzaron nuestras miradas. Le sonreí por primera vez, la tarde del nueve de enero y nunca más de dejado de hacerlo. Winni había venido a mi vida para mejorar mi sonrisa, para hacerme feliz y para quererme. Ese era el motivo de mi anticipada alegría. 

La primera vez que escuché su voz por teléfono, me encantó su tono lírico, la manera como se expresaba y se entregaba a la conversación, el interés y el entusiasmo con que me recibía. Pasó una semana hasta que nos conocimos personalmente en una cafetería de la Diagonal. Yo llegué un poco antes y reservé una mesa, me preocupaba que me esperase fuera y no me viera. Salí a su encuentro, y en ese momento él entraba. Cuando se encontraron nuestras miradas, nos reconocimos, sonreímos ampliamente, nos llamamos por nuestro nombre y nos dimos dos besos. A mí me salió cogerle de la mano para llevarlo hasta la mesa que había reservado. Ese hombre alto y delgado, de aspecto agradable que acababa de conocer, estaba en buena forma, se veía una persona cuidada, tenía algo más edad que la mía. Nos mirábamos, sonreíamos, estábamos encantados de conocernos, de estar sentados uno en frente del otro.  Empezamos a charlar con la naturalidad de personas que ya se conocían antes. Con la felicidad de personas que se estaban buscando y se acababan de encontrar.  Su hablar era fluido, tenía una soltura natural cuando hablaba de sentimientos y de emociones, cosa poco común en un hombre. Los dos nos entregamos al plácido juego de la conquista, a dar lo mejor de nosotros, sin dejar de ser quienes éramos. Era nuestra primera cita.

La agencia me advirtió que había muchas más mujeres que hombres, insinuando que no iba a ser fácil encontrar a la persona que buscaba. Escuchar esa afirmación no me desilusionó, tenía confianza. Una confianza no basada en la lógica, ni en la razón, pero sí en la metafísica, porque creo en las batallas que se ganan tejiendo sueños cuando se persevera y se trabaja para conquistarlos. El hombre que había soñado, lo tenía sonriendo delante de mí. Estaba muy contenta de ponerle cara, pues en la agencia no lo hacían. No facilitaban fotos de los candidatos, cosa que me parecía bien, pues las imágenes tienden a ser discriminatorias, no lo muestran todo y hasta pueden ser engañosas.  Todos en algún momento mostramos lo que queremos ser más que lo que realmente somos, y nunca la otra cara, la que nos completa. Al rechazar a una persona por la imagen, se puede cometer la imprudencia de perdernos lo más valioso de la misma. Ahora tocaba conocerse: gustarse, atraerse, admirarse, quererse, desearse, amarse.  Emparejarnos con otra persona afín a nuestros gustos y valores. Ese y no otro era el deseo compartido. La finalidad.

Unos meses antes yo escribí en un cuaderno, los atributos y condiciones que debía tener el hombre que yo quería como mi nueva pareja. Buscaba un compañero de vida. Quería una persona saludable, física y mentalmente, que fuera cariñoso, que se quisiera y supiera querer, y que tuviera algún tipo de formación, si era académica mejor. De los siete atributos y condiciones que escribí, Winni los reunía todos. La sonrisa se me iba fijando en la cara de manera permanente, cada vez que hablábamos y en los encuentros que vinieron después. 

Se llamaba como mi abuelo materno, Vicente, y como su hijo, mi tío Vicente. Al poco de conocernos, me propuso llamarle Winni. Me preguntó si me apetecía llamarlo así, pues  Vicente le parecía un nombre antiguo. En una relación nueva ha de haber cambios: me dijo. Winni es el diminutivo de Vicente en inglés, y suena bien. ¿Te gustaría? Acepté gustosa, pues Vicente, efectivamente, sonaba a pasado. Y si algo éramos Winni y yo, era presente y futuro.

Si bien éramos personas de avanzada edad, nos sentimos como dos jóvenes maduros, apasionados, con una vida común por delante, que queríamos compartir, con amor y cuidados el uno con el otro. Si teníamos más edad, solo era porque algunos «cogimos carrerilla y nos adelantamos al nacer». Eso también tenía sus ventajas. El conocimiento, la experiencia y por supuesto el buen juicio, nos hacía sentir personas de valor; hemos aprendido a querernos más y mejor, a no necesitar el aplauso de nadie —aunque sí el abrazo—, ahora sabemos con mayor claridad lo que no queremos. No queremos vivir en ninguna sombra, que no sea la de la higuera, a la fresca en verano, en el lugar elegido, y mucho menos en los sótanos de la vida, donde a menudo se abandonan los cuerpos gastados de las personas mayores, vencidas por la edad. En un vivir de triste soledad y de derribo.

Cuando buscamos respuestas, como hago yo ahora,  a cambios que suceden en nuestras vidas tan transcendentes, —como es amar y ser amada por un hombre distinto después de separarte del que fue tu marido durante cincuenta años—  como es empezar una vida nueva a los setenta años de edad, si echamos la mirada atrás buscando entendimiento, encontraremos ─como es mi caso─ cómo hemos ido recogiendo «miguitas de pan» en el camino siguiendo la ruta correcta: la nuestra, para no perder la pista de aquello que perseguíamos y que era bueno para nosotros. En otro momento contaré como llegué hasta aquí, de qué manera insistente se repetían las señales que debía atender, concretamente una en particular, que me hablaba de manera insistente y muy significativa, del gran cambio que se iba a producir en mi vida, y que yo no lograba descifrar.

Hacía un año que mi exmarido y yo nos habíamos separado. Lo hicimos de manera amistosa. Todas las casualidades tienen un principio de causalidad que origina lo que nosotros llamamos el azar. Todo en el universo se rige por ese principio de causa-efecto, en un orden natural. Cada uno de nosotros somos universos sometidos a esas reglas. Reglas que a menudo quebrantamos o irrumpimos por desconocimiento, por intrusismo, por falta de actitud y de experiencia. Cuando no seguimos las reglas naturales del vivir, otras nos someten. Nos desorientamos y enfermamos, perdemos fuerza. Una señal de que hacemos las cosas bien, es cuando todo a nuestro alrededor discurre de manera no forzada: natural, sin agresiones, ni contratiempos, sin fricciones, sin demoras. Los acontecimientos fluyen, se suceden de manera oportuna, cuando corresponde, cuando no hay impedimentos ni enfrentamientos. Cuando entendemos las entrelíneas y las reglas no escritas y actuamos participando de ese orden armónico. Las señales, los símbolos, los patrones que se repiten de manera continua en nuestras visas, como señales de tráfico que nos indican la dirección exacta y nos orientan en el buen camino, no son tan difíciles de reconocer, si las atendemos. La vida discurre mucho más amable. Nos sonríe, nos va bien. Somos menos engañados. Nos pasan cosas maravillosas y encontramos el amor.

Winni es una persona sana, en el término más amplio de la palabra. Inteligente y compasiva. Defensor de las personas más vulnerables y necesitadas. Es un excelente compañero y maestro, del que tengo mucho que aprender. Hay una cualidad en él, que me gusta de manera especial: es un apasionado de la vida, con una mente motivada y activa, en pleno rendimiento. Un ser entrañable, de gran corazón, lleno de amor por los seres humanos, y ahora por mí. Desde el segundo día tomó mi mano, y no la ha soltado más. Y yo lo he alojado en mi corazón. 

Juntos estamos colocando los cimientos de lo que será nuestra nueva vida. Construimos un futuro con proyectos ilusionantes y lo hacemos desde el cariño y el respeto, desde la admiración y la diferencia, desde la atención y la escucha, desde la pasión, desde el detalle más insignificante que sabemos hace feliz al otro.  Le hemos puesto un nombre a esto nuestro: se llama AMOR.  




domingo, 5 de enero de 2025

CORAZÓN EN MUDANZA

 



CORAZÓN EN MUDANZA

Empecé el año 2025 bailando, con una extraña alegría que no reconozco en mí. Celebré el fin de año sola, con el alma desdoblada, que no descosida. En serena y presente despedida, sin desconciertos mentales ni añoranzas de ningún tipo. Con un adiós, como cuando despides a una visita pesada, que no deseas volver a recibir en tu casa. Vete en paz, 2024. Gracias por lo que aprendí de ti y contigo, ahora me voy a por otro. Año de bienestar y bendiciones, así lo presiente mi corazón.

Me fui a la cama, con la Pedroche y un cocinero ocasional, que no era su marido. No sabía si aguantaría despierta hasta las doce, pero resistí. Tome gajos de mandarina en lugar de las uvas. No soy nada convencional con las tradiciones. Aunque reconozco que todas tienen un sentido que deberíamos entender, para vivirlas con conciencia de lo que se celebra, o no vivirlas. Tengo amigos que no soportan estas fiestas, las sufren más que otra cosa, y procuran vivirlas al margen de celebraciones y comidas familiares. Siempre podemos elegir lo que nos hace estar bien.

Yo este año crucé muchos deseos, besos y abrazos; el WhatsApp, la alegría, la energía especial que se mueve estas fechas ─no la comercial─ y la copita de cava, facilitan el momento. Mandé besos de los que no di, ni me robaron. En remoto abracé a personas queridas que se alejaron sin nada que decir, como si el dolor fuera exclusivo, o tuviera rango, y el mío estuviera desclasificado. Como si retirarse a la callada fuera elegante. Hay muchas formas de distanciarse, de ir cada uno a lo suyo, sin abandonar. Y hay silencios dolorosos, y personas muy poco entrenadas para heroicidades.  

Celebrar en soledad las fiestas de fin de año ha tenido sus ventajas. No me enfadé con nadie. Al día siguiente amanecí sin resaca ni cuentas pendientes de ningún tipo, pues no hubo cuñado pesado al que reírle los chistes malos, ni parientes cansinos al que aguantar. Yo tampoco aburrí a nadie con mis hazañas.  Me acosté con una sonrisa, que hoy, víspera de reyes, aún perdura en mi cara.  Duermo con ella puesta todas las noches. Es un fenómeno extraño que nada lo justifica, al que me gustaría ponerle cara y nombre, pero de momento solo pienso que los astros se han alineado a mi favor. Y como dice un amigo al que acabo de conocer: “se ha de estar a la altura del azar”. Palabras de Nietzsche.

Mientras espero sin desespero, distraída en mis cosas, tengo un pálpito. Siento la vibración de una fuerza arrolladora, la que se tiene cuando alguien o algo bueno está por llegar a tu vida. En estos momentos de la mía, me siento una mujer sin edad, y a la vez las tengo todas. Soy como el árbol que crece dibujando anillos y echando raíces. Siento la savia serpenteando mi cuerpo, despierto cada mañana fecunda, echando brotes, flores y frutos. En todas las extensiones sensitivas de mi cuerpo hay pájaros cantando y anidando vida.

Mi corazón está de mudanzas. He llorado mucho este año llenando cajas con recuerdos, con ropajes viejos que ya no me servían. Otras de álbumes y nostalgias para quemar en la hoguera. Nada del pasado ha de ser una barrera, me dicen los que saben. Para mudar una vida, para cambiar de ropero, de techo, de casa, de dirección, de compañero has de despejar el camino.

Elena, en cuanto el universo pase a abonarte lo tuyo: PREPÁRATE QUERIDA, me dice una buena amiga. Y yo me preparo en esta noche de Reyes, para estar a la altura de esa circunstancia apenas velada, solo intuida, que está por llegar. Y que espero merecer y, me encuentre, por capricho del azar o por designio divino de algo superior que se me escapa. O simplemente porque yo ya escribí mi carta, y creo en los Reyes.

Feliz año 2025 a todos. Que lo mejor esté siempre por suceder. 

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