miércoles, 24 de mayo de 2023

HAY PASADOS QUE NO TIENEN FUTURO

 



Hace unos días me sorprendió Susana, una persona a la que conocí hace poco más de un año. Mientras paseábamos por el paseo de la playa con mi pareja, los tres, nos contaba los problemas que tenía con su hija adoptada, que ahora tenía veintitrés años. La había recogido de un orfanato en un país extranjero a la edad de ocho años. La crio sola,  le proporcionó cariño, estudios, una familia y todo cuanto estuvo a su alcance, que no fue poco. La adopción había supuesto una fuente importante de problemas para ella, problemas que fueron aumentando con la edad. El relato que escuchamos de su boca era triste y por momentos  desgarrador: la niña huérfana de padre,  a la edad de ocho años perdió también a la madre, y se quedó al amparo de un orfanato.
Cuando Susana se hizo cargo de la  menor, la puso en manos  de buenos especialistas para que le ayudaran a superar el trauma que la niña arrastraba. Con el paso del tiempo y la educación recibida, la pequeña se convirtió en una joven preparada, estudió idiomas y una carrera universitaria,  pero la convivencia entre ambas no era fácil ni buena, llegada la adolescencia se fue haciendo insufrible.  La dolorosa experiencia de la orfandad la convirtió, ya de adulta, en una persona tirana con su madre adoptiva. Ese dolor lo sacaba por la boca  hiriendo a la madre, la persona que más hacía por ella, la que más la quería. Enfados, peleas, broncas, insultos que se repetían a diario y que hacían el vivir de ambas un infierno.  Susana era una mujer independiente, deportista, con estudios, había recibido una muy buena educación, hablaba cuatro idiomas y tenía mundo, pero la mala relación con su hija la hacía sentir culpable, le producía ansiedad, la fricción continua en la convivencia la iba empequeñeciendo.  
Me sorprendió cuando la escuché decir que su hija era una narcisista. Podría  ser que los beneplácitos, comodidades y atenciones que la pequeña recibió, la convirtieran o ayudaran a formar ese carácter déspota y hostil, insensible a los sentimientos de los otros, como  demostraba la niña,  pero el desgarro de la menor, era entendible que tenía una raíz más profunda. Cuenta Susana que cuando la llevó a casa, el llanto de esa criatura nunca antes lo había escuchado,  era desgarrador y cuenta que le duró mucho, mucho  tiempo hasta que se le apagó.    
El inconsciente de la niña buscaba culpables, alguien que pagara por el daño recibido, por arrancar de sus brazos a edad tan temprana a los seres más importantes de su vida.  Sin proponérselo se convirtió en un verdugo para su madre adoptiva, descargando en ella su ira,  su dolor contenido. Llegó un momento que Susana no sabía como tratarla,  cómo hacer frente al mal trato psicológico que recibía de su hija,  cómo podía ella liberar la sensación de fracaso que sentía en todo su cuerpo. La niña, ya adulta, se negaba a recibir ayuda,  seguía buscando la confrontación y la pelea con la madre.       

Conforme íbamos caminando, la conversación se entrelazaba con otros temas, en parte por kyara, la perra de Susana, un animal inteligente y sociable que al parecer conocía media vecindad, por el gran  número de paseantes que la llamaban por su nombre; la perra iba saludando a todos  y esos todos saludaban a Susana y cruzaban palabras con ella. No se como fue, en referencia a una de estas  personas con la que nos cruzamos, que nos dijo, me gustan las personas así, directas, las que van al grano, sin rodeos, las que dan vueltas a las cosas no me gustan, me confunden, nunca sabes donde quieren llegar,  no las entiendo. Por más que me duela prefiero la verdad.

Susana no sabía mentir, cómo más tarde confesó. Yo iba de sorpresa en sorpresa, pues ya he dicho que no hacía tanto tiempo que nos conocíamos. En mi casa no se mentía nunca, nos dijo. Mis padres nos  acostumbraron a mi y a mis hermanos a hablarlo todo en familia, cualquier tema, cualquier problema de cualquier tipo se debatía y se hablaba entre todos. Creció pensando que todas las personas eran así, que todas las familias hacían lo mismo. Eso explicaba que cuando su hija la insultaba o le hacía reproches, siempre a puerta cerrada,  Susana la recibiera con la actitud natural de: vamos a hablar sobre lo qué te pasa hija, con la mejor de las intenciones  y que eso no fuera suficiente pues la niña llevaba nudos internos muy fuertes de desatar que requerían conocimientos y ayudas de profesionales expertos. 

Susana escuchaba lo que la hija soltaba por la boca y lo interpretaba con horror y con error: al pie de la letra.  Me contó que esa manera suya de entender las cosas, sin vueltas, literales, tal cual las escuchaba, le había ocasionado muchos problemas con las personas. En cierta ocasión, nos contó a modo de ejemplo: unas amistades que vivían en Nueva York me dijeron:  ven cuando quieras a visitarnos Susana, siempre serás bien recibida, y así fue como  un día le dio el arranque, cogió un vuelo sin avisar y se presentó en casa de los amigos, en Manhattan, quien al verla aparecer por la puerta se quedaron a cuadros y ella al darse cuenta quiso que le  tragara la tierra. Así era Susana, una persona sin filtros, ni picardías, directa.  

Yo iba de sorpresa en sorpresa. Ahora entendía cierto comportamiento, la falta de tacto, -que no de educación-  que había mostrado en alguna ocasión conmigo, por supuesto sin ninguna maldad. Los humanos somos todos harto complicados, manuales dignos de ser estudiados y subrayados.  

¿Me estás diciendo que no tienes picardía? le pregunté, y me contestó: cero. Bueno, estoy aprendiendo y lo mío me cuesta. A veces hay que mentir por no herir, le dije, para que alguien no se moleste, son mentiras no premeditadas, sin maldad, hay que tener tacto.  No me queda más remedio que aprender, estoy en ello, pero sigo prefiriendo la verdad, lo espontáneo, no me fio de los que dan vueltas y rodeos. Y esa misma verdad sin filtro ofensiva e hiriente, sin medida ni tacto,  era la que escupía  su  hija por la boca cuando discutían. 

Nunca acabamos de conocer a los otros, ¡qué fuente de riqueza inagotable! pensé, no hay dos iguales. Me confunde y me gusta a la vez.

Al escucharla esa tarde entendí que en ese comportamiento suyo había una forma de pureza que la hacía verdad a mis ojos, se mostraba sin postureo alguno, a cara descubierta, su ignorancia era también la  mía, todos somos de muchas maneras ignorantes.   

La joven no quería trabajar, ni independizarse, quería seguir viviendo a la sopa boba, a costa de la madre. Las dos convenían cuando estaban bien, que era mejor el vivir independiente de cada una, tomar distancia emocional para una mejor relación, pero llegado el momento la joven se resistía a buscar trabajo, a irse de casa, de manera que el conflicto no cesaba.        

Todo en la vida exige un equilibrio entre las partes, en formas y maneras. Susana no tenía destrezas sociales especiales, tener una buena educación no la hacía perfecta. Perdía la vida intentando que la razón le explicara, le argumentara comportamientos que ella pudiera entender, sacaba conclusiones con conocimientos pobres, viajaba a la India en busca de paz y la perdía en el camino de vuelta, quería entenderlo todo de forma académica y reglada  con el discurso de una mente discursiva, dejando así que se le escapara la escucha esencial, aquella que pasa por los costados cuando estamos viviendo -no de frente-  como cuando estamos subidos en un tren en marcha,  con la mente y la mirada relajada y una vocecita amiga, a la que no interpelamos, aparece y nos habla, nos da las respuestas que andamos buscando mientras el tren está en marcha y nosotros en silencio, pero que olvidamos en la primera parada o cuando la noche pasa página.  

Con el mismo propósito, empeño e insistencia que la vida nos plantea mil problemas de todo tipo, deberíamos nosotros insistir en aprender, pero no lo hacemos porque nos asalta la culpa,  tenemos miedo al rechazo, a la confrontación, al fracaso. Sufrimos siempre por las mismas cosas, en el mismo sitio, con las mismas personas, a la misma hora.  Leí en un ocasión algo de Paulo Coelho que decía algo así, cuando una cosa te pasa por primera vez, puede que nunca más te vuelva a pasar, cuando te pasa dos veces es muy probable que te pase una tercera. Ahí empieza nuestro periplo emocional de repeticiones y fracasos. 

Una hija que ha superado la adolescencia, que ha recibido una buena educación, que tiene edad de entender, que cuenta con el apoyo familiar que siempre tuvo, ¿Qué más puede exigir?  nada. Si acaso pedir ayuda, si acaso agradecer, si acaso llorar, si acaso perdonar, si acaso entender, si acaso aceptar, si acaso dejarse ayudar, si acaso respetar, si acaso seguir viviendo y dejando que los otros vivan.  

Lo que no se puede arreglar, lo que no podemos atrapar ni está en nuestras manos hay que dejarlo pasar. "Hay pasados que no tienen futuro" si no hay empeño ni voluntad. Se ha de aprender a vivir con ello, con determinación y tirar para adelante. 

Nuestras virtudes y nuestros defectos son inseparables, como la fuerza y la materia. Cuando se separan, el hombre deja de existir -Leonardo da Vinci.

Vivir perturbados en la zozobra permanente, el temblor, el dolor y la angustia no es vivir.

Cada persona adulta ha de cuidar su vida, su casa y su jardín, para dar una mejor vida a los que quiere. Eso sí es vivir con autenticidad. También es heroísmo, no dejar que nadie apague tu luz.  


 

domingo, 14 de mayo de 2023

ENTENDERSE MAS Y MEJOR CON EL MUNDO



Cuando me preguntan sobre qué escribo, contesto que sobre mi. Escribir pone en orden los pensamientos. Siempre escribo sobre mi, hasta cuando no lo parece. Orhan Pamuk "cree que escribir es descubrir, batallando con paciencia durante años, la segunda persona escondida en el interior de uno mismo, ese ser encerrado en una habitación y sentado a una mesa, que se repliega a si mismo, a solas, para soltar las palabras que hagan del mundo otra cosa diferente de lo que es sin ellas".

Mientras que otros eligen la botánica, la fotografía o la jardinería, yo elijo conocerme mejor, ordenarme, poner letra a mi historia personal, a mis descubrimientos, a la música que suena en mi.  Ocuparse de uno implica responsabilidad, prestar atención a los cambios que se van produciendo, despertar la curiosidad de los otros, en ese basto universo que somos todos,  y aprender a aceptar aquello que no podemos impedir, aquello que hay que dejar pasar, como dice el Budismo Zen. Quitarle al mundo retórica y gravedad, desvelar la mentira. 

El conocimiento a veces produce malestar y dolor cuando nos aleja de los otros, cuando nos hace más críticos y sabedores. El saber, al contrario de lo que dice el refrán, sí ocupa lugar, y desplaza  a las personas,  pues el conocimiento siempre está en acción,  y nosotros con él. Hay personas que parecen estar siempre activas y sin embargo no van a ninguna parte,  porque su manera de estar y sus ideas solo dan vueltas en círculo, repitiendo hábitos y conductas, las mismas de siempre. Estas personas "de movimiento mecedora", no avanzan.

El saber conlleva una corriente interior que nos mueve más lejos. Si no hay cambios no hay crecimiento, si no hay duda, no hay reflexión ni progresión.  Me lo repito cada día, ahora que me estoy haciendo mayor, por que la tendencia del adulto es  repetir y circular por las mismas vías de siempre, donde se siente uno a salvo. 

De la misma manera que corrijo y mejoro los textos que escribo, me esfuerzo por entender la vida que se renueva,  y mejorarla. Viajando se amplia la mirada, la visión de las cosas, de las personas, de la propia existencia. Nunca somos los mismos cuando regresamos. Todo el mundo debería poder viajar a lugares distintos.

Hace apenas unos días que regresé de Zurich. Pasé allí dos semanas en casa de mi nieta. Estuvimos las dos solas. Nos adaptamos la una a la otra sin ninguna norma, de manera natural, nadie impuso ni dio ordenes a nadie: ni yo me puse a organizar el caos de su habitación -tentada estuve-, ni ella reprochó que no me quisiera adaptar  a sus horarios suizos. "Allí donde fueres haz lo que vieres". Yo vi en ese espacio mi casa, -así me lo hizo sentir- e hice lo que hago en la mía, convivir y compartir felizmente, de la misma manera que lo hacen dos saetas en el mismo reloj, y marcan tiempos diferentes.

Habían transcurrido apenas dos horas desde que me recogieron del aeropuerto, cuando me vi subida encima de un patinete eléctrico que mi nieta había alquilado. Me paseo por los alrededores de su casa primero, luego me dejó sola y finalmente acabó ella subida detrás de mi, enganchada a mi cintura -a lo que queda de ella. Subir en patinete era algo que yo tenía pendiente, algo que pensaba ya no iba a ocurrir a mis años; ella conocía mis ganas y lo hizo posible, fue una auténtica gozada, y una preciosa locura que nunca olvidaré.  "Elena ya no tienes edad para estas cosas" me decía, y también "Ole tú".  Recorrimos el trayecto de unos mil quinientos metros hasta el pie del funicular que nos subió a una montaña próxima, donde se podía disfrutar de unas bonitas vistas de la ciudad de Zúrich,  y del impresionante lago de 90 kilómetros atravesando la ciudad.  Allí iniciamos una caminata de noventa minutos que se convirtió en otro momento placentero, mientras íbamos conversando y poniéndonos al corriente de todas nuestras cosas. Pasamos por una granja donde nos dieron a probar leche recién ordeñada, previamente tratada claro, se podían comprar huevos que acababan de poner  las gallinas. Nos hicimos fotos con los animales, un selfi con una vaca que se aproximó tanto a mi oreja que se podía percibir su aliento. Curiosamente también había alpacas y llamas que parecían vivir en su medio natural, como auténticas reinas, en sus cabañas, rodeadas de hermosas lomas y prados verdes. Si hubiera aparecido Heidi en esos momentos le habría preguntado por su abuelo, nada extrañada.  

De cada viaje uno trae siempre algo nuevo, por pequeño que sea. Os conté en mi anterior carta como me sorprendió descubrir las escaleras para gatos en las paredes exteriores de las casas, me pareció algo extraordinario y nada común.  Pues bien, una de las cosas que más me impresionó de Zurich, en esta ocasión, algo que ya sabía pero no hasta el punto que sí pude comprobar, fue la pulcra organización que tienen con los horarios en los transportes públicos, siempre en hora, perfectamente coordinados, precisos y exactos. Me encanta la puntualidad suiza y la información extraordinaria de los servicios. No hay caos circulatorio ni ruidos molestos, el sonido en el centro de la ciudad es del deslizamiento que hacen los tranvías cuando discurren por las vías. Eso sí es pacificar una ciudad y no lo que está sucediendo en estos momentos en mi ciudad, Barcelona, donde las calles se colapsan en horas punta, se cargan de estrés circulatorio las principales vías.  Soy crítica con este tema, porque recojo el malestar y el enojo de muchos conductores que sufren las consecuencias de lo que la alcaldesa Ada Colau, responsable del proyecto, llama "pacificar la ciudad". En los últimos meses se han suprimido demasiadas vías y calles al tránsito de vehículos, convirtiéndolas en zonas peatonales, mejorando barrios que sí han salido beneficiados cuyos vecinos están muy satisfechos. Cambiar una estructura viaria en una ciudad como la mía es arto difícil y complejo, son proyectos que llevan mucho esfuerzo de todo tipo, yo de lo que me quejo es de la poca información que tenemos como ciudadanos por un lado y por el otro, que cada vez que cambian un gobierno o una alcaldía cambian los proyectos, a veces de extremo a extremo. El urbanismo de una ciudad ha de ser pensado con mucha antelación y detalle, con mucha responsabilidad para que las ciudades, efectivamente, sean más habitables y pacíficas para el bien común de todos los ciudadanos. Estos cambios de los que hablo han dado lugar a muchos accidentes con los patinetes, entre otros, con la creación de vías en las aceras que siempre han sido tránsito peatonal. Así no se pacifica una ciudad, antes hay que poner normas de circulación exigentes, para que se cumplan, bajo pena de sanción. Si desde el inicio las cosas se hacen bien después no hay tanto que lamentar. 

Estas cosas y otras son las que comparas y te cuestionas cuando viajas por el mundo. Cuales son los cambios, las tomas de decisiones administrativas y políticas que mejoran las ciudades y nos mejoran como sociedad, y cuales nos hacen ir para atrás. 

Elena Larruy


martes, 2 de mayo de 2023

UNA ESCALERA PARA EL GATO

 



Hoy ha amanecido nublado, un día más. Las previsiones del día no son buenas, nunca me acostumbraré a este clima húmedo y gris; resta alegría. El cielo de Zúrich es un encadenado de nubes, cuando no están en marcha lo cubren todo, no dan tregua. Es como vivir tras un cristal o debajo de un paraguas. Hace una semana que llegué y no he visto un solo día el cielo despejado, los próximos cinco son de lluvia. Vivir así ¡es una condena! me digo para adentro, aunque mejor mirado podría decirse que es el precio que pagan los suizos por la seguridad y el bienestar que este país, tan verde y hermoso, les ofrece. Es un "todo incluido". se podría decir. No todos los suizos son ricos y solventes, como pueda parecer desde fuera, pero sí tienen todos buenas comodidades y derechos asegurados, como la educación, la vivienda y las oportunidades de trabajo. Yo diría que administran bien la justicia social. El tema sanitario también lo tienen cubierto. Cuentan con bastantes ayudas estatales, aquí no hay precariedad. Aquí la vida es muy cara, sumamente cara, es una de las economías mundiales más fuertes.

Entre el mal tiempo y los precios tan elevados no se ve mucho turismo. Pero todo no es malo, esta ciudad tiene cosas que suman, y muchas fortalezas, que ya os iré contando. Yo me adapto a sus horarios y quehaceres, ahora mismo hago tiempo mientras espero que mi nieta salga de la cama. Hoy es su día de descanso, es sábado y tenemos programado hacer muchas cosas. Yo me levanto muy temprano, se va pasando el tiempo, luego nos tocará correr, pero no le digo nada, prefiero que descanse, el día da para mucho cuando estamos juntas y seguro que a pesar de la lluvia y de las nubes nosotras veremos salir el sol. El sol, eso somos la una para la otra.

En su casa me muevo como un gato, aunque aquí se podría decir como pez en el agua, eso sí con total libertad y antojo, procuro siempre en las casas donde estoy, hacerlas mías o si no no estoy. Siempre encuentro mi rincón para escribir, donde sentarme a leer o hacer mi clase diaria de inglés; me preparo para la próxima vida, esté donde esté, quiero traerlo aprendido, facilita mucho las oportunidades cuando viajas, cuando quieres saber cosas.  Otras personas a mi edad se entretienen saliendo a pasear, yo también lo hago pero además aprendo. No hay tiempo que perder, me gusta poner intención en todo lo que hago. 

Con el tiempo los libros y yo nos hemos ido haciendo amigos, me gustaría ser más lectora, leo menos de lo que me gustaría. Por las tardes se me aflojan "las pilas", lo mío son las mañanas, en especial de madrugada. Siempre hay algo que aprender de ellos,  y yo ahora, de mayor, me he vuelto mejor estudiante. En mis viajes llevo siempre uno de papel, ayer terminé de leer: Nosotros de Manuel Vilas. Estuve a punto de abandonarlo en la mitad, pero de repente el argumento dio un giro inesperado que hizo que le diera otra oportunidad. Es una novela romántica que cuenta el vivir de una mujer que acaba de quedarse viuda,  de cómo a través de viajes y aventuras sexuales con desconocidos sustituye el amor del hombre que ha perdido. No me gusta este género literario, ni la temática,  y la pareja protagonista de la novela me parecían de mentira, luego todo tuvo su explicación, incluso que le dieran el premio Nadal a Vilas este año, pero lo compré porque él si me gusta y además es poeta y de Barbastro.

Me gustan las personas inteligentes, sensibles y honestas, por el mismo orden. Las personas que no se engañan, que van de frente a cara descubierta. Y Vilas es uno. No puedo concebir una cualidad sin la otra. Hay mucha sensiblería estúpida que no soporto, y mucha inteligencia dada, -por sorteo divino- a personas que no la merecen, por mal uso.  

El mal tiempo, la dificultad del idioma, lo endemoniadamente caro que es todo aquí, y que a mi nieta -absorbida por trabajo y estudios- la veo poco, hace que alguna noche me conecte a Netflix y quiera ver buen cine: misión imposible, ingenua pretensión la mía. Esto si es una inclemencia mayúscula y no la del tiempo en Zúrich, que al final llena lagos y pantanos y hace que se pueda beber agua del grifo, por cierto buenísima. Un horror, un escándalo de violencia gratuita, eso es -en su gran mayoría- el contenido de Netflix. Insana influencia la de esta plataforma, salvando excepciones de algún documental, de alguna comedia de las que no miro por insulsas, el resto es todo violencia, corrupción, sangre, armas y terror. Miro las películas y las series una a una, para elegir la que me entretenga un rato, y es lo mismo que buscar "la aguja del pajar". Este insano y mal cine,  tan pernicioso, debería estar prohibido. Basura, mucha basura, eso es lo que se puede encontrar en Netflix. No renuncio al placer del sofá y la mantita, mientras siga haciendo mal tiempo, así que cuando encuentre algo interesante que ver y recomendar, algo que no ofenda la salud mental,  os lo cuento. El cine, el bueno, es un arte, hay muchas maneras de tocar los temas, de escribir buenos guiones, el "qué" cuando el "cómo" está bien escrito, contado e interpretado, es lo de menos.  Por fortuna tenemos cientos de actores buenos, y muy buenos directores y profesionales de este arte. El entretenimiento de las personas no debería ser un negocio, ni por supuesto un modo de controlarnos.  

Aquí, en las proximidades de Zúrich, donde me encuentro ahora,  los que viven bien son los gatos, atónita me dejó una escalera que vi el primer día que llegué a casa de mi nieta, estaba instalada en la pared exterior lateral de un edificio de viviendas de cuatro plantas. La escalera, de pequeños peldaños, discurría desde un entresuelo hasta el ático. Cuando pregunté por esa cosa extraña que colgaba en la pared, me contestaron que era una escalera de gatos. ¿Una escalera para los gatos? Sí, aquí en Suiza es muy normal, no hay gatos callejeros, todos tienen un dueño y una casa, viven durante el día libres, andan sueltos. Esas escaleras que se ven en edificios de entornos rurales y campestres, están instaladas para que los gatos puedan salir y entrar libremente de sus casas, les facilita el acceso a los pisos altos. Ellos suben y bajan por ahí con suma facilidad, incluso tienen una red protectora por una posible caída, cosa bastante improbable para un gato. Para su instalación los dueños de los gatos piden permiso a la comunidad, que normalmente les conceden. Es muy normal ver a gatos lustrosos tumbados al sol, como reyes, en medio del césped en los bajos de las casas. Soy amante de los gatos, me encanta esa convivencia. Yo así también tendría uno, si no viviera en una ciudad grande como vivo, me produce gran placer la compañía de un gato, me gusta su vivir independiente y el modo en que me busca cuando quiere mis mimos. Mejor os lo cuento en un poema que escribí hace mucho tiempo para Mia, mi nieta.   



PARAMIAHU
(mi música predilecta)

Me gusta su distinción
sus rasgos felinos
su trato justiciero
acariciar su pelo fino,

sus andares elegantes
su manera de esperarme
y ajustarse a mi regazo,
cuando a mi lado se acomoda
y ronronea: me gusta,
o cuando se pone zalamero
y remolón
y me hace la croqueta
para brinca de repente
a toda prisa
y esconderse juguetón
en el primer cajón que encuentra.

Me acomodo
a su vivir independiente,
lo mismo que él hace al mío.
Nunca inoportuna,
al contrario,
me gusta esa caricia suya
que me dice:
¡me gustas mucho, chica!.

A menudo es engreído
ufano y altanero,
así: también lo quiero.

De su higiene y de su pelo
se ocupa a diario con esmero,
de tanto en tanto
sus uñas afila, en un madero.

Exquisito en sus gustos
se alimenta bien y poco,
si se indigesta:
come hierba y ayuna.

Políticamente incorrecto,
inadecuado a las visitas,
no se anda con chiquitas:
si le gustas,
con el lomo se pasea por tus piernas
si no, se da la medía vuelta.

Cuando el radar de su cola
le pone en guardia
porque un peligro acecha
arquea el lomo
huyendo a toda prisa
con los pelos de punta
y dando unos soplidos
muy furos
que la verdad, asustan. 

Más si de amores se trata
se va por los tejados
a otras casas
en busca de gatos.
Maltrecho y despeinado
a su regreso
no hay reproches, ni enfado
bajo este techo,
para este amor correspondido
que cuida y protege
que acompaña y abriga
que asiste y reconforta
en la mejor medida,
que me espera cada día
al volver a casa.

¡Créeme!
¡Hazme caso!:
¡Deja que te adopte un gato!.

Elena Larruy


lunes, 17 de abril de 2023

MIS SIETE DÍAS EN BERLÍN




Dos días antes de mi viaje a Berlín me encontré en el portal con Alena, mi amiga escritora,  le conté que me iba de viaje. Cuando regresé, a la semana siguiente, me había dejado en el buzón un libro que hablaba sobre Berlín, le hacía ilusión que lo tuviera yo. El libro contaba la experiencia de una familia costarricense, compuesta por unos padres y dos hijas, una de nueve y otra de cinco, que se trasladan por un periodo de doce meses a vivir a Berlín, por una beca de estudios de arte concedida al padre. Un libro sencillo, muy bonito, sin más protagonismo, que las sensaciones del choque cultural y ambiental tan fuerte que vivió esta familia en su corta, pero significativa, estancia en Berlín. 
La mañana que me iba de la ciudad y regresaba a mi casa de Barcelona, me pasó algo muy significativo que voy a contar y que ahora que estoy escribiendo el prólogo me hace entender lo que el hecho me estaba diciendo:  "yo también estoy sola -mucho peor que lo estás tu- tu tristeza me importa lo que estás viendo". "Esta ciudad no es para ti". Por segunda vez te lo vuelvo a decir.
         

Carta a Alena 
Acabo de terminar el libro de Luis Chaves que me regalaste, Vamos a Tocar el agua. Me han venido todas las imágenes y recuerdos de mi reciente viaje a Berlín, leerlo ha sido como estampar el sello en el pasaporte como cuando antes regresabas de un país extranjero. El broche final de mi experiencia, que la cierra y que viene de tu mano a modo de cariño (y bien que lo celebro). Me dijiste que te contara como me había sentido, pues ahí va, empezaré por el final tan “chocante” que tuvimos cuando salíamos con las maletas el día que volvíamos a casa. Al abrir la puerta del apartamento donde estábamos, en una planta baja, nos encontramos de frente  con la imagen de un culo, de alguien con los pantalones bajados al que no le veíamos la cara, solo se veía el culo de un cuerpo semi doblado de pie que me recordaba a un melocotón: con su rajita de arriba abajo en el medio. Un culo completamente desnudo y en actitud sospechosa. De repente soltó una gran meada delante de nuestros ojos, allí mismo, en la puerta de entrada del portal de la casa; yo estaba impresionada, no podía creer lo que estaban viendo mis ojos, a menos de cuatro metros de donde nos encontrábamos, separados tan solo por el cristal de la puerta de entrada al portal. Cuando salí y pude ver la cara de la persona, era la de una mujer mayor, muy arrugada y consumida, de unos ochenta años. Yo que creo en las señales me dije: ¡vaya despedida esta!, ¡que fea! es como si Berlín nos mostrara su cara más fea y nos estuviera diciendo algo así: iros, me importáis una mierda (meada). No es que nosotros despreciáramos la ciudad, pero lo que sí era cierto es que teníamos ganas de irnos, el viaje no resultó lo agradable que nos hubiera gustado, no terminamos de encontrarnos bien, yo especialmente. Estuvimos de acuerdo en que en esa ciudad cargada de historia, no viviríamos, y desde luego no teníamos intención de volver. Recuerdo ahora,  que la primera vez que visitamos Berlín, hacía unos seis años, cuando apenas llevábamos 24 horas en la ciudad, recibimos el anuncio del fallecimiento de un familiar muy querido que nos obligó a volver, sin apenas haber recorrido cuatro manzanas. Estaba claro que Berlín de una u otra manera no nos quería por allí.
 
Durante los siete días que estuvimos en la ciudad, el tiempo no nos acompañó, veníamos advertidos -con ropa de invierno-, pese a todo pasamos frío, las temperaturas eran muy bajas, la lluvia no se ensañó, pero sí nos incomodó, sobre todo la humedad invadiendo todos los espacios de la ciudad: siempre sobre fondo gris. El gris, es el color por excelencia de Berlín. Una ciudad reconstruida, casi en su totalidad, después de la segunda Guerra Mundial, de grandes aceras y más grandes edificios. Monstruosamente grande, ocho veces Barcelona. El muro, que yo imaginaba en un trazado recto de norte a sur, ¡oh sorpresa! Tiene forma de tapón y su perímetro es de 155 kilómetros. Difícil de imaginar. La ciudad muestra sin escrúpulos, a cara descubierta, las dos Alemanias en convivencia, y lo hace de manera natural, sin complejos ni culpabilidades, de forma valiente. Hay una calle comercial de esas innombrables para nosotros: Tauentzienstrabe,  donde se encuentra ubicado  el KaDeBe, un gran centro comercial que por lo que cuentan es el más grande de Europa, allí se pueden encontrar todas las grandes firmas internacionales de ropa que existen, moda y complementos: lujo y ostentación a mansalva,  al alcance de una minoría, donde una camiseta de tirantes no cuesta menos de doscientos euros -¡un horror!- en la acera de enfrente otro centro comercial corriente, de los que se pueden encontrar en cualquier ciudad grande europea, allí no importa el nombre que lleve la etiqueta, y el precio de la camiseta cuesta 13 euros, por supuesto de mucha más baja calidad. Nada que decir. Bueno quizás sí, haciendo comparaciones, esto vendría a representar el doble muro de Berlín, el de la parte oriental del este y el de la parte occidental. Ahí queda.

Berlín es una ciudad práctica, los berlineses lo son, en su vestir, su manera de moverse y conducirse, en cómo se alimentan y beben cerveza, mucha cerveza, a todas horas cerveza: por la calle beben cerveza, y en las papeleras siempre hay cascos de cerveza que recogen gente que se gana la vida con el dinero que se recupera al devolver los cascos, también los envases de plástico, hay mucha gente mayor a la que no le llega la pensión haciendo este trabajo y otros que prefieren ganarse la vida así, se pueden ver cientos de personas recogiendo cascos. La cerveza que consumen escasamente está fría y tiene pocos grados de alcohol, es simplemente un dato.

Yo vi lo que ven todos los turistas, cuando pasan unos días en la ciudad, la puerta de Brandemburgo, un trozo del muro de Berlín, el Chekpoint del soldado Charlie, la visita obligada por el arte urbano del  barrio judío, el recorrido por el famoso barrio turco, las idas y venidas por el U-Bahn, el metro y el S-Bahn, el tren suburbano con el que recorríamos toda la ciudad y con el que llegamos hasta la bonita ciudad de Potsdam, por cierto decir que todo los medios de transporte están muy bien organizados y siempre en sus horarios: admirable. Pero a una vieja turista que ha visitado muchos lugares, como yo, lo que más le gusta cuando viaja ahora, es la experiencia callejera, recorrer la ciudad como una más de ellos, vivir sensaciones, sentimientos diferentes, escuchar sus voces, captar otros colores -difícil-, olores, dejar llegar a los sentidos el desvelo de la gente, de la ciudad, todo aquello que un guía turístico no explica.

No quiero hacer este relato más largo, sólo quería contarte que Berlín, una ciudad con una grandísima historia bajo sus pies, reverbera en grises. Uno no puede imaginar sin dañar sus sentidos, el terror, el gran drama que vivieron más de seis millones de personas, seres humanos, como tu y como yo, a manos de los Nazis. En una visita guiada, estuvimos encima del bunker donde se escondió Hitler durante la guerra, a diez metros bajo tierra entre paredes de hormigón armado de más de 4 metros de espesor. Allí se suicidaron él, su segundo y la familia de éste: esposa y cuatro hijos a los que primero mataron (según versión oficial). Cuentan los alemanes que cuando acabó la guerra y se plantearon como cerrar ese siniestro lugar, después de muchas controversias y debates decidieron rellenarlo de cemento armado para que nadie pudiera visitarlo ni acudir a especular con lo que había sido la sede central de donde partían las decisiones y órdenes del feroz genocidio, no solo para los judíos, también para otros olvidados cuya memoria se recuperó más tarde y se hizo justicia: los homosexuales, las prostitutas, los enfermos, donde se incluían a mujeres con depresión post parto y los gitanos. Creo que bloquear ese espacio, cerrarlo a cal y canto para que nunca más nadie pudiera abrirlo ni reproducir lo que a la sombra siniestra del lugar se planificaba fue un gran acierto de los alemanes; lo cerraron, sí, pero antes, contaron su historia, y lo contaron todo sin ocultar nada, sacaron toda la verdad, reconstruyeron sus calles, sus casas y sus vidas, y tiraron para adelante; hicieron de Berlín una ciudad nueva, artificial pero nueva, con decisión y con dinero, mostrando al mundo su poder. Ellos no construyeron catedrales, ellos levantaron enormes edificios de cemento –les ayudó a olvidar-, rascacielos repartidos por sus distritos más importantes, como símbolos de poder. Pero en las caras de los más viejos, de los abandonados del mundo que duermen en las calles, pueden verse en sus rostros residuos de esa tragedia, hijos de violaciones, de multitud de historias de dolor y sufrimiento. Yo lo percibí así.

Creo que lo que mejor representa la crueldad terrorífica de esa gran tragedia humana y el significado de lo que fue el holocausto Judío quedó excelentemente representado en el Monumento a los judíos de Europa, Denkmal für die ermordeten Juden Europas, que  tras 17 años de polémicas sobre el contenido del proyecto, por fin se pudo levantar. Fue el trabajo que el gobierno alemán,  encargó al escultor Peter Eisenman y al ingeniero Buro Happolld. Un memorándum edificado en un plano inclinado de 19.000 metros cuadrados con 2.711 losas o muros de hormigón, de diferentes dimensiones,  que aunque no representaba a todas las víctimas, sirvió para que más tarde se reconociera a todas y se pudiera hacer justicia, edificando en otros espacios memorándums en su recuerdo. 

Estos muros están colocados en hileras, entre pasillos de silencio por los que cualquier visitante puede pasear en silencio. El silencio, el silencio, un gran cementerio de silencios de cemento gris. Un gran pozo negro donde no cabe un rayo de sol, porque se ha llenado de respeto, con silencios necesarios. Eso es Berlín. Una ciudad desnuda. Solo silencio.

Elena Larruy


lunes, 6 de febrero de 2023

LA IMPOSTORA

Y después de hacer todo lo que hacen, se levantan, se bañan, se maquillan, se perfuman, se peinan, se visten y así progresivamente van volviendo a ser lo que no son. Julio Cortázar



A menudo me siento una impostora. ¿Quién soy yo en realidad? Me pasa cuando escribo, cuando hablo; cuando pienso también me engaño, hasta cuando rio. ¿Cómo saber quiénes somos con tanta niebla en el corazón? 

"Entrelazando los párrafos de estas reflexiones que aquí dejo sobre "la impostora", encontraréis frases y citas extraídas de las novelas, ensayos y prosas de Julio Cortázar, que hacen alusión a los personajes que nos poseen a lo largo de la vida; que nos hacen ser otros -o no ser- desde la más tierna infancia"

No puede ser que estemos aquí para no poder ser.

Hace unos meses leí esta frase de una amiga escritora que está terminando de escribir su tercer libro "Creo ser una impostora" escribía.  Respondía a una de sus cartas, que recibo semanalmente y leo con mucha atención, dando respuesta a mi pregunta de si ya estaba acabando su libro: me dan ganas de reescribirlo todo, de nuevo, desde el principio; más que acabar el libro, el libro está acabando conmigo.
A mi ella nunca me pareció una impostora. Si tuviera que decir algo sobre esta persona, además de que escribe muy bien, diría que es una mujer honesta, valiente y transparente.

Siempre quejándote de todo y a la vez fingiendo no darle importancia a nada. Vives de esperanzas, pero no sabes ni qué esperas.
En una de sus últimas publicaciones bajo el título:  En la dirección correcta escribía este texto que extraigo de un párrafo.

Nací en una farsa, forjé mi carácter en una mentira y, mientras nos limpiábamos del polvo de aquel engaño, no parábamos de sorprendernos: los camaradas de repente eran lobos. Por algo «El Show de Truman» es mi película favorita.

Alena, así se llama ella, como yo, solo que en Bielorruso, se educó, como yo,  bajo otro régimen de dictadura, como yo, metida en otro escondite igual de oscuro que el mío. Forjó un carácter y un destino de mentira, como el mío. No es de extrañar que nuestras vidas, aunque de generaciones distintas, se hayan cruzado para enseñarnos algo, la una de la otra, para entendernos sin apenas explicarnos; casi mudas, pues ese fue el lenguaje que primero aprendimos. Nos enseñaron a callar. De ahí su necesidad y la mía de contar y de escribir.

Creo que todos tenemos un poco de esa bella locura que nos mantiene andando cuando todo a nuestro alrededor es tan insanamente cuerdo.

El franquismo y el comunismo, dos formas de dictadura que usurpan identidades y trasforman a las personas en prototipos al servicio de sus dictadores. También el capitalismo esclaviza, es otra forma de dictadura, y lo son las políticas demócratas, subvencionadas y sustentadas por los voraces sistemas capitalistas que nos gobiernan y nos dominan.
El ser humano parece tener poco que decir al respecto, pues es manejado como a un títere, desde la edad más temprana. Nos educan reprimiendo nuestra verdadera identidad. Así es cómo acabamos siendo todos unos impostores, en mayor o menor medida.

Fingir, cambiarse de traje y de chaqueta, enfundarse en otra piel, es lo que se llevaba antes y ahora también: ser admirado, aprobado, votado, seguido, aplaudido... Jugar en otra liga que no es la tuya. Nadie es en realidad es quien dice ser. Hasta los gatos fingen, se hacen pasar por muertos para ganar nuestro favor o para que nadie los moleste, en un "sálvese quien pueda".

"Esa manera de protagonismo, tan habitual en las redes sociales, de retrasmitirse a si mismo, donde todo el mundo quiere ser una noticia destacable, digna de ser conocida por el resto del mundo", a decir de Benjamín Prado.

Detrás de este triste espectáculo de palabras, tiembla indeciblemente la esperanza de que me leas, de que no haya muerto del todo en tu memoria.

Nací a mediados de los años cincuenta. Mi generación aprendió a fingir antes que a hablar. La hipocresía era un modo natural de estar de la clase media.  La iglesia y la dictadura franquista se emplearon a fondo, nos educaron para ser sus siervos con obediencia y  sumisión, y le llamaron valores. Poco se supo de nosotros, aquellos que nos fuimos perdiendo por los confines oscuros de los adentros, hasta que ya adultos nos hicimos cargo de nosotros mismos como pudimos, nos rescatamos del escondite donde nos metieron a vivir en la infancia, como a la cenicienta del cuento. 

Hay enormes zonas a las que no he llegado nunca. Lo que no se ha conocido es lo que no se es.

Por eso hoy se que "No soy lo que aún no he conocido de mí".  Esta acertada frase que leí no sé dónde, me tiene expectante. Me hace estar despierta, atenta a mi propio descubrimiento. Tengo interés por saber como van mis progresos.  Hace tiempo descubrí que no soy la misma que ayer, estamos siempre todos en continua transformación.  Lo cual significa evolucionar. Los inmovilistas, que no defienden esta teoría, los obedientes a credos heredados, conservadores de pensamientos, costumbristas de las formas, con rancios apegos a pasados, los que se reafirman en su yo, los que poco o nada se cuestionan, ni se plantean la duda, los que no progresan... son los que militan siempre en su propia dictadura. 

Cuídate de los tiranos.   

Gran parte de mi generación aprendió a caminar con piedras en los zapatos y una incómoda camisa de fuerza con la que andábamos a la pata coja. Embutidos en otra piel uniformada que no era la nuestra, hasta alcanzar la adolescencia.  

La explicación es un error bien vestido.

De habernos educado para ser otra cosa distinta que fotocopias y calcos, nos hubieran ahorrado mucho sufrimiento, tristeza y apegos que arrastramos de por vida, con los que no nos ha quedado otra que aprender a vivir. Seguramente hoy nuestras vidas serían mejores, nuestras miradas más limpia y no andaríamos con tanto lagrimeo, como ando yo ahora.

Para sobrevivir en esa humedad tuvimos que aprender a defendernos, a ser fuertes, mientras inhibíamos lo innato de quien en realidad éramos. Desnaturalizaron nuestra personalidad, nos obligaban a ocultarla, por ser de dudosa aprobación. Nos hicieron creer que éramos culpables y pecadores,  merecedores del castigo. Nos vaciaron por dentro. 

Había tanto tiempo perdido en vos, eras de tal manera el molde de lo que hubieras podido ser.

En muchos casos el cuerpo cronificó conductas y estados, por cuestión de supervivencia. Dio por buenos y válidos comportamientos y creencias, pues no tenía voluntad ni referencias, y hoy son muchas las personas que nunca despertaron de esa dictadura y siguen metidos en su escafandra, con mugrientas máscaras pegadas a la piel, otros en su papel de falsa apariencia de héroes de nada y triunfadores de mentira. 

Tienes que vivir peleando entre nosotros, es la ley; la única forma en que las cosas valen la pena, pero duele.

No es de extrañar con tanta careta y gotelé chorreando por el  rostro que nos desencantara conocernos, que no nos quisiéramos, que nos tuviésemos que pasar media vida buscándonos entre escondites, sin encontrarnos.   

Nada está perdido si se tiene por fin el valor de proclamar que todo está perdido y que hay que empezar de nuevo.

Pero para todo el mundo no fue igual, -todo lo que nos pasa, nos pasa en grado diferente a cada persona, como ya he dicho-:  aquellos más dotados de gracia, espontaneidad e ingenio, los más graciosos y sagaces, los que por temperamento eran chistosos, más alegres y abiertos, estos salieron adelante menos afectados por el síndrome del fracaso, pero los  otros niños y niñas de carácter introvertido, los más sensibles y vulnerables, los que no eran tan espontáneos ni agraciados "Marisoles ni Joselitos", los que no tuvieron padre ni madre, ni eran ricos, ni esbeltos ni guapitos. Estos se llevaron la peor parte.

Mi diagnóstico es sencillo: sé que no tengo remedio.

No es de extrañar, para los que vivimos en semejante humedad, que les costara sacar los pies del charco de barro y arrancarse la máscara donde andábamos metidos, sin tener miedo a sobrevivir en la intemperie de sus nuevas vidas. Tampoco es fácil ahora renunciar a la mentira en que nos convirtieron, por temor a que nos retiren la palabra, el saludo... los likes, los me gusta...    

Que no había más que fijarse un poco, sentirse un poco, callarse un poco, para descubrir los agujeros.

Hay tantos recuerdos por reconciliar, tantos agujeros que tapar, tantas creencias que desmentir, tantas y tantas emociones retenidas por las paredes de nuestros intestinos, que el camino sigue siendo pedregoso y cuesta arriba. Muchas veces lo vivimos como un imposible, otras como podemos, soñando en hacerlo realidad.   

Soy lo que sueño y sueño lo que soy; despierto solo me conozco a medias.

He pasado parte de mi vida siendo una impostora, sin saberlo. No soy de las que echa la vista atrás. No me gusta que me asalten los recuerdos- No me castigo, prefiero reconciliarme, entenderlos sin sentirme culpable y olvidarlos. Escribir, es mi manera de taponar las heridas, de sanarme. Todo lo vivido está siempre en mí. 

Los recuerdos son siempre un asco. 
Me gusta la gente sana y transparente. Aquellos que vivieron, quizá, otra cosa diferente a la mía. Gente sin antifaz. Me cuestiono si en realidad ellos también fingen y disimulan y lo hacen mejor. Sea como sea aprecio a las personas de mirada, palabra y acción limpia. Los bebés y los niños pequeños nunca engañan, ellos son nuestra mejor inspiración. 
Cuando se vive entre dormidos, despistados, impostores y lerdos, nos convertimos en dormidos, despistados, impostores y lerdos si no hacemos nada por evitarlo.

Hay ausencias que representan un verdadero triunfo.

Hay mucha niebla en nuestro corazón y en nuestra cara restos de tanta catarata.  

 Ellos ya sabían leer en sus silencios.

Cuando escribo reconozco la voz auténtica y la de la impostora. Me tienta el ego de la razón a dejar actuar a la fingidora, pero una vocecita interna, de la que me fio, me dice: no lo hagas, escribe tú verdad: como tu eres, sé honesta contigo, aunque al que tienes en frente no le guste: atrévete. Sé honesta contigo. ¿Qué esconderá esa palabra? otras veces me asalta la duda y el  "compromiso" y también tengo dudas de querer estrechar ese lazo. 

No hay cómo compartir una almohada, eso aclara completamente las ideas; a veces hasta acaba con ellas, lo cual es una tranquilidad.
Las palabras cambian con demasiada frecuencia de opinión y de contexto, ahora lo sé, no siempre dicen la verdad. Me alío con ellas y con la almohada para sacar de mi lo más puro de lo que soy.

Es como un caballo, solo adora las cosas puras y sin mezcla. Los colores primarios, la escala de siete notas. No es humana, créeme.

Y la vida sigue, y yo con ella. Mi propósito ahora es la desnudez y la alegría, a sabiendas de que me seguirán cayendo jarrones de agua fría. Y yo me enjuagaré la cara y la mirada. ¿Qué otra cosa puedo hacer mejor?    

Nada está perdido si se tiene por fin el valor de proclamar que todo está perdido y que hay que empezar de nuevo.

Todo nos enseña.  La edad y la experiencia me dan la belleza por dentro, despejan tinieblas interiores, encienden luces apagadas. La impostora deja de serlo por voluntad y por deseo. Ahora sé que yo también estoy yendo en la dirección correcta.

Andábamos sin buscarnos, pero sabiendo que andábamos para encontrarnos.


Elena Larruy 

   

martes, 10 de enero de 2023

CUANDO SE APAGA LA LUZ OTRA LUZ BRILLA




CUANDO SE APAGA LA LUZ OTRA LUZ BRILLA

Ayer en la mañana salí a la terraza a retirar las luces de Navidad. Ya se acabaron las fiestas y toca guardar los adornos navideños hasta el año próximo.  Cuando las colocaba en la caja donde las guardo, se encendieron todas las bombillas, ante el umbral de la oscuridad, pues funcionan con una pequeña placa solar. Ese parpadeo luminoso repentino llamó mi atención, me hizo pensar en el alma cuando se enciende y apaga, cuando recargada de energía transmite luz y alegría, cuando agotada se inhibe y oscurece, hasta que una mano invisible la conduce a la fuente donde reposta de nuevo, para volver a iluminar. 

Cuando a veces me preguntan sobre el sentido de la vida, respondo que la entiendo desde un sentimiento eterno y universal. Siento que pertenezco a un todo superior, que todos somos parte de la naturaleza y estamos en constante y perpetuo cambio de vida y de muerte. 

No estamos aquí por casualidad, estamos aquí para aprender con un propósito.  Mi lema en esta vida es: aprender y disfrutar. Me gustaría añadir sin dolor, pero no es así, siempre aprendemos con dolor y poco o nada con la alegría. 

Los humanos como raza superior que somos, nos distinguimos de las plantas y los animales por tener un cerebro pensante que toma decisiones, estudia, programa, imagina, medita, crea... Somos seres dotados de talento y capacidades, seres inteligentes aunque a veces actuemos como pollos sin cabeza. Nuestra misión, en su conjunto, debería ser mejorar la vida, despertar,  elevar la conciencia, reconocer esa parte inmaterial con vida que vibra en nuestro interior al que llamamos alma o espíritu. "La voz" que nos habla sin hablar, que nunca nos miente. Ese fragmento del todo inmortal al que algunos llaman Dios.
  
Cuando se acaba nuestro ciclo de vida, el alma asciende a una dimensión que no alcanzamos a comprender, mientras que el cuerpo regresa a la tierra, a su origen. Vuelve al vientre de la madre para que lo engendre de nuevo.

No somos diferentes a otras especies inferiores de la naturaleza. La manzana primero es una semilla que ha necesitado un cuerpo para crecer: el árbol con sus raíces, su tronco y sus ramas, es el cuerpo que ha hecho posible su desarrollo. Así es como interpreto yo la vida humana. No creo que nuestra existencia se acabe aquí, como muchos creen. Sabemos muy poco de lo que nos trasciende, de lo que está más allá de las leyes de la física. No tenemos respuestas a tantos misterios como nos presenta la vida.  Difícil saber más allá de lo que nos enseña la biología y la ciencia con sus descubrimientos. Que crezca una vida humana inteligente y perfecta en el vientre de una mujer, con un programa que le viene dado, es un gran misterio. A mi me lo parece. Algunos lo llaman milagro. Otros no le ponen nombre, prefieren que la ciencia, siempre la ciencia,  les explique sus orígenes y principios, y niegan explicaciones metafísicas que no comprenden ni quieren.   

Lo cierto es que el espíritu, esa chispa interior que nos mueve, necesita un cuerpo con el que experimentar desde lo material. Un cuerpo dotado de órganos y sistemas autónomos que le den estructura y consistencia.
Con el paso del tiempo la materia orgánica del que está hecho se degrada y muere, pero no el espíritu.  "La chispa divina" nunca muere ni se destruye, solo se transforma, busca otro soporte para continuar su aprendizaje. 
En el cuerpo hay dos grandes centros de poder encargados de regir y mantener la vida en el complejo sistemas automático que lo compone: cerebro y corazón. Nada serían el uno sin el otro. Las razones del cerebro no siempre entienden al corazón. El corazón no engaña, ni se deja embaucar por argumentos y dictados. Para ambos lo mejor es no vivir enfrentados. Cuando la razón va por un lado y el corazón por otro, el cuerpo enferma, se trastoca. Cuando van de la mano, el cuerpo se equilibra y se llena de aciertos. Se hace más sabio. Es así como el cuerpo adquiere salud física y emocional.

Cuando me cuestiono si el cerebro además de conocimientos tiene conciencia, tengo dudas. Hay teorías nuevas que defienden que el cerebro tiene corazón y el corazón cerebro. Yo siento que la conciencia es un emisor de la sabiduría humana. Necesita no solo de esos dos grandes motores, también de todos los demás órganos. Creo que otro programa inteligente organiza las experiencias humanas con todos sus conocimientos y le pone voz al cuerpo, con muy pocos decibelios, apenas un susurro. Esa voz se percibe desde el silencio.   

Aquí hemos venido a hacer deberes, aprender es una constante para no fenecer, para pasar de una clase a otra clase. Los hay muy, muy repetidores. Confío que una masa crítica de mente más despierta incline la balanza, en favor de todos.

Cuando nos hacemos mayores, no vale eso de ya pasó mi tren, o eso otro de la tecnología ya no es para mí. No importa la edad biológica que tengamos. Por dentro tenemos todas las edades, muchos todavía no saben lo que eso significa. Al mayor se le atiende poco, se le entiende menos, se le tiene escasa admiración, en muchos casos poco o nada respeto, para algunos es como un escombro. Pero la gente mayor debe seguir siempre aprendiendo, no importa qué: jardinería, botánica, idiomas, astro química, historia del arte, humanidades, astrología; cualquier cosa que despierte su interés, como si fuera a vivir eternamente.

Renacemos a nuevas vidas después de morir, y partimos de donde dejamos nuestra historia personal. Si, esto que acabo de escribir es un misterio difícil de creer, lo sé. Pero por qué el hombre va a ser diferente, por qué no va a tener la misma continuidad que tiene el árbol de la época del Edén: hoy, después de muchos siglos sigue dando manzanas.  

Es lógico no recordar vidas pasadas, de no ser así y tener una completa información sería insoportable el sufrimiento de esos recuerdos.
 
Cierto es que hay días que uno no saldría de la cama, sumido en la oscuridad y el pesimismo, en la compañía de Arnold, así es como llama Manuel Vilas, -el reciente premio Nadal 2023- a su enemigo mayor: la depresión, con el ánimo desbaratado y sin deseo alguno, con ganas de tirar la toalla y apearse de este mundo miserable donde nos perdemos entre la multitud y nos hacemos cada vez más y más pequeños hasta desaparecer. Y cuando nos vamos nadie nos extraña. Escondemos el corazón, lo vendamos y nos vamos a sufrir.
Sufrimos, porque no amamos. Esta sí es una gran verdad. 

LA VIDA NO VIVIDA ES UNA ENFERMEDAD DE LA QUE SE PUEDE MORIR. Este pensamiento de Carl G. Jung, que comparto con vosotros, nos dice que si morimos viviendo es porque no estamos viviendo. Y puesto que hemos de morir, mejor hacerlo sin enfermar, despertando el instinto y hacer aquello que hemos venido a hacer y nos dicta el corazón. Cuando no lo hacemos, enfermamos. Esta es una de las lecciones más difíciles de integrar, me lo dice el gran número de enfermos y enfermedades raras apareciendo constantemente, a las que ya no saben ni como llamar. 
 
Vivir debería significar para todos hacerlo con dignidad; en gran medida depende de cada uno de nosotros. Si queremos morir con dignidad, debemos vivir con dignidad, con propósito y compromiso con nosotros mismos. 

Os sorprenderá saber que a mis años tengo puesto mi interés en saber sobre la neurociencia, me está encantando descubrir la arquitectura del cerebro, como funciona la mente y sus circuitos y de qué manera se comunica con el corazón.  Se que estos conocimientos nuevos para mi no caerán en saco roto cuando me vaya de esta vida,  consciente como soy de que el alma a la que nutro y alimento habrá integrado todo lo aprendido. Y eso se irá conmigo a ese espacio entre vidas donde decidiré ¿y ahora qué toca?.
Saberlo me llena de alegría, me hace sonreír, me ilumina en un parpadeo como una de esas bombillas de navidad que esperan dar luz en su próxima cita. 

Elena Larruy  




lunes, 26 de diciembre de 2022

CUANDO ESTÁS CONTIGO NO ESTÁS TAN SOLO



Estos días de Navidad, donde todo el mundo parece tener la piel más sensible, se oye mucho hablar de la soledad, de los cientos y miles de personas a partir de los sesenta y cinco años que pasarán los días de Navidad en su única compañía. Cada año se repite la misma historia, la misma canción; humo, gases lacrimógenos en off con sus atrezzos, abuelitos tiernos, confites explotando, muchas luces navideñas, alegrías etílicas de lotería, comer turrón en compañía mientras tocamos la zambomba y la pandereta para hacer más humana y solidaria la soledad.


Nada nuevo en el horizonte televisado que no sean los mundiales de fútbol 2022 de Catar, acaparando estos días todas las miradas con la información en portada más rabiosa. "Messi el niño Jesús", el nuevo mesías. Mareas de pantallas blancas y azules que nos entretienen, que llenan nuestros corazones vaciados, cual cáscara sin fruto en océano a la deriva. En el trasfondo de todo esa alegría/locura desmedida, rozando el delirio, se esconde la soledad, como epidemia silenciosa que coloniza, que va tomando cuerpos para instalar tristezas, para apagar todas las luces.




Se escucha decir que la pandemia agravó el problema, que son demasiadas las personas que reconocen sentirse solas.

En sociedades aparentemente abundantes y sociales, como la nuestra, cada vez es mayor el número de personas que la sufren. ¿No será que nuestra sociedad no es tan abundante ni tan sociable?

La soledad es tan silenciosa como lo es un suicida; se inicia con un malestar que se convierte en trastorno íntimo que nadie percibe, hasta llegar a ser una amenaza de alto riesgo.




En países como Francia y Alemania ya se abordó el tema años atrás, ante cifras que arrojaban datos muy alarmantes de personas, de todas las edades,  que decían sentir la soledad, y ante el elevado números de suicidios. El asunto obligó al gobierno a impulsar el Ministerio de la Soledad. La primera vez que lo escuché me pareció un disparate que alguien se le ocurriera crear un ministerio con ese nombre. Hoy no me lo parece. Las cifras son escalofriantes: en Japón en el 2020 se registraron casi 22.000 suicidios. Un estudio publicado por la OMS señalaba a Gran Bretaña como el país con mayor número de personas que sufrían de soledad. Ese mismo estudio afirmaba que más de 9.000.000 de británicos la padecían, y más de 200.000 personas decían pasar largos periodos de tiempo sin hablar con nadie -más de un mes-. Hay muchas más cifras al respecto todas muy preocupantes.




Cierto es que el tema creciente de la depresión y de la soledad que dice sufrir la gente es como para contar con un ministerio propio. La gente se siente sola, tremendamente sola y no tanto por un vivir independiente como por la incomunicación de ese vivir. Sorprende en una sociedad moderna, activa y trepidante como la nuestra, con grandes medios tecnológicos, escuchar el lamento de la falta de comunicación, del abandono, de la incomprensión, de la necesidad de ternura que todos tenemos. Nadie habla de la soledad con la naturalidad que lo hace de su azúcar o colesterol, de su tensión arterial o su falta de hierro. Nadie dice abiertamente "sufro de soledad".




No estar en nadie es estar solo.
Nadie vendrá a salvarnos que no seamos nosotros mismos. Cuando aprendemos a querernos bien, queremos mejor; es cuando nos sentimos más queridos y acompañados. Esa es la forma, no esperar que ningún gobierno venga a salvarnos de lo que para ellos sería otra manera de mercantilizar, de obtener beneficios de un problema. Cierto es que podría ayudar, pero no lo hacen, lo vemos cada día.

Acabo con una frase, a modo de metáfora que hace referencia a la vida en pareja. En este caso lo aplico a ti y a tu soledad, a mi y la mía, a ti que como yo tantas veces te has sentido solo, huérfano de padre y de madre, a todos los que en algún momento sufrís de soledad:

UN MATRIMONIO DEBE TENER UNA TAPIA ALREDEDOR, COMO EL JARDÍN. DENTRO DE LA TAPIA, TODO ESTÁ A SALVO. HA DE SER ASÍ, PARA QUE LA FRUTA CREZCA..."

"El matrimonio eres tú y tu soledad: cada cual con la suya. La fruta es el resultado de los pensamientos, de las acciones que dan el fruto en forma de alimento para la buena vida."



Te deseo una feliz Navidad en tu compañía.

viernes, 16 de diciembre de 2022

ESCRIBIR, LEER, SOBREVIVIR EN EL GRAN LABERINTO PARA COMPRENDER


Decía Luis García Montero en unas declaraciones, que la poesía era para él conocimiento y amparo. Años antes José Saramago ya nos había contado que empezó a escribir para comprender y para ser querido. Y así, con palabras distintas, que vienen a significar lo mismo, ilustres escritores de todos los tiempos nos cuentan que la literatura es un lugar de acogida, un lugar donde aprender a quererse y a conocerse. El maestro Saramago insistía que era necesario tratar con cuidado los libros, porque llevaban una persona dentro: al autor -No solo escribo, escribo lo que soy- Lo que no nos dijo es que también llevaban a los lectores.

Leer para comprender, para no sentirse tan solos y abandonados, para recibir respeto. 

Que razón tenía Antonio Machado cuando escribió:  Que difícil es no caer cuando todo cae. Qué difícil es actuar inteligentemente si la sociedad se vuelve estúpida. ¿Cómo sobrevivir tanta inteligencia a un mundo tan estúpido?, tan determinado por estructuras económicas y políticas, por medios de opinión, ideologías, modas... Controlados y subyugados por fuerzas imbatibles imponiendo sus creencias culturales que nos presentan como evidencias, de las que no tenemos ninguna información porque nada hacemos por saber más: Las Culturas Fracasadas las llama José Antonio Marina en su libro.  

Es fácil entender porque ante semejante fracaso la poesía pueda ser, y es, un refugio para tantos hombres y mujeres de valor,  donde escapar de la inmundicia, donde sentirse a salvo y consolados. 


LABERINTO

En mí te pierdo aparición nocturna,
en este bosque de engaños,  en esta ausencia,
en la neblina gris de la distancia,
en el largo pasillo de puertas falsas.

De todo se hace nada y esa nada
de un cuerpo vivo enseguida se puebla,
cómo islas del sueño que entre la bruma
flotan, en la memoria que regresa.

En mi te pierdo, digo, cuando la noche
sobre la boca viene a colocar el sello
del enigma que,  dicho,  resucita
y se envuelve en los humos del secreto.

En vueltas y revueltas que me ensombrecen,
en el ciego palpar con los ojos abiertos,
¿Cuál es del laberinto la gran puerta,
donde el haz de sol, los pasos justos?

En mí te pierdo, insisto,  en mí te huyo,
en mí el cristal se funde, se hace pedazos,
más cuando el cuerpo cansado se quiebra
en ti me venzo y salvo,  en ti me encuentro.

José Saramago


viernes, 11 de noviembre de 2022

POR EL DOLOR LA FUERZA

Chantal Malliard


El contenido de un poema no es algo que se pueda explicar. Cuando se hace, el poema deja de ser lo que era, pierde su identidad, su esencia. El poema llega a los sentidos como lo hace la música al cuerpo, lo penetra, le da sentido sin tener que interpretarlo. El poema tiene hondura, atraviesa varias capas de conciencia, surge, no se construye. María Zambrano decía: la filosofía plantea preguntas, la poesía las responde. Cuando nos alejamos del ruido incesante en el que vivimos y, nos acomodamos en la quietud del silencio las respuestas se dan, la poesía se pronuncia sin intermediarios, sin razones críticas que desvirtúen la sensación íntima, personal e intransferible que sentimos. Es a través de la poesía donde la palabra alcanza mayor protagonismo, su mayor fuerza expresiva.
Vivir los descubrimientos que la experiencia de la poesía proporciona es apasionante. Es, sin lugar a dudas, el género literario del que más he aprendido, el que más me ha mostrado y enseñado, con el que más disfruto.
Este poema que dejo, Escribir, es de Chantal Mallard, una de las voces poéticas más auténticas que conozco.


escribir

para curar
en la carne abierta
en el dolor de todos
en esa muerte que mana
en mí y es la de todos

escribir

para ahuyentar la angustia que describe
sus círculos de cóndor
sobre la presa

aunque en el alma no

en el alma
la estimación del tiempo que concluye
y es arriba
algo más que un silencio
con ojos semiabiertos

escribir

como condescendencia y como rebeldía
sin elección
sin pausa
porque se va la luz, las fuerzas
se le acaban
y el ser se va de vuelo
en las garras de un ave
carroñera

escribir

para decir el grito
para arrancarlo
para convertirlo
para transformarlo
para desmenuzarlo
para eliminarlo
escribir el dolor
para proyectarlo
para actuar sobre él con la palabra


[ ]

escribir para curar
escribir para guarecerse
escribir como si cerrase los ojos
para no cerrarlos
para mover la mano y seguir su curso
para sentirse viva
AÚN
para aplazar la angustia
como simulación
para guiar la mente y que no se desboque
para controlar lo controlable

escribir

como quien deja la luz encendida
y duerme de pie sobre sí mismo
para saldar las cuentas con el miedo


escribir
para reorganizar

escribir
sin hacer concesiones

escribir
como quien des-espera
para cauterizar
para tomarle las medidas al miedo
para conjurar
para morder de nuevo el anzuelo de la vida
para no claudicar

escribir
para apuntar al blanco

escribir
con palabras pequeñas
palabras cotidianas
palabras muy concretas
palabrasojo
palabras animales
palabrasbocadegato
ásperas por dentro y por fuera
suaves como “tal vez”
palabraslatigazo
como “demasiado” y “tarde”

escribir

para no mentir
para dejar de mentir
con palabras abstractas
para poder decir tan sólo lo que cuenta


decir que a las once
de la noche de hoy
mientras la luz calienta
el lado izquierdo de mi almohada
y la sábana verde se desdobla
en el espejo del armario
estoy en mí
en el lugar en que acostumbro
a encontrarme
en este aquí hecho de extraña
duración en lo mismo
repitiéndome
la carne dolorida
los huesos lastimados
los nervios, la piel
tirante, amoratada
el pelo encanecido
el grito sólo postergado
y hoy a las once
de la noche de hoy
mientras la luz calienta
el lado izquierdo de mi almohada

muere un niño
o dos o no sé cuántos
mueren y una anciana dice
sus últimas palabras
o no las dice y muere
y es otra la que habla
pero no habla, dice
apenas dice y muere
sin decir
apenas
nada
y algo se me atraganta
tal vez un alarido
largo como las once horas de esta noche
o tal vez la conciencia
que duerme encendida
como una lumbre la conciencia
de todos los que mueren
como una fogata
un espantoso incendio
que prende en las ventanas
de la ciudad y en el mar no se apaga
una conciencia absurda
una antorchahorizonte
la conciencia de todos los que saben
que se están acabando
en sus huesos de antorcha
hoy, mañana, siempre

escribir

todas las muertes son mi muerte
mi grito es el de todos
y no hay consentimiento
escribir

¿para consentir?
¡escribir para rebelarse!
no hay lugar para plegarias
no hay lugar para el sosiego
el ajuste de las almas
se hace en rebeldía





Estamos solas
y nos pertenecemos.
En nosotras está el poder
Somos un pueblo de almas
en rebeldía
¡Despertad!
Lo que escribo aquí
se traza en el aire
el dolor es la senda
el dolor es el medio
por el dolor la fuerza
que combate el dolor
y lo transforma
por el dolor deshago
mi dolor en lo ajeno
y el ajeno en el mío

escribir

para des-esperar
por todos los que están
por todos
los que fueron
los desaparecidos
escribir para cuidar
sus des
--------apariciones
para alimentarlas
para que no se enturbien
no tan pronto
no tan siempre
pronto

[ ]

escribir

[ ]

¿y no hacer literatura?


¡y qué mas da!:

hay demasiado dolor
en el pozo de este cuerpo
para que me resulte importante
una cuestión de este tipo.

------------Escribo

para que el agua envenenada
pueda beberse.


jueves, 3 de noviembre de 2022

MICRORRELATOS PARA PASAR EL RATO



MICRORRELATOS PARA PASAR EL RATO

De Luis Manteiga Pousa

De niño quería ser fútbolisto o policío pero ya de adulto me tuve que "contentar" con otros empleos y de esta manera fui electricisto, masajisto, taxisto y quise ser taxidermisto pero me daban pena los animales. Total, un lío, quizás tenga que consultarlo con mi psiquiatro.

*******
Los tertulianos suelen opinar de cualquier tema indistontamente - De aquellos polvos vinieron estos bobos.


De Julio Cortázar

Y después de hacer todo lo que hacen se levantan, se bañan, se entalcan, se perfuman, se visten, y así progresivamente van volviendo a ser lo que no son.


De Gabriel Garcia Marquez , El drama del desencantado

El drama del desencantado que se arrojó a la calle desde el décimo piso, y a medida que caía iba viendo a través de las ventanas la intimidad de sus vecinos, las pequeñas tragedias domésticas, los amores furtivos, los breves instantes de felicidad, cuyas noticias no habían llegado nunca hasta la escalera común, de modo que en el instante de reventarse contra el pavimento de la calle había cambiado por completo su concepción del mundo, y había llegado a la conclusión de que aquella vida que abandonaba para siempre por la puerta falsa valía la pena de ser vivida.


Anónimo, El espejo Chino

Un campesino chino se fue a la ciudad para vender la cosecha de arroz y su mujer le pidió que no se olvidase de traerle un peine.

Después de vender su arroz en la ciudad, el campesino se reunió con unos compañeros, y bebieron y lo celebraron largamente. Después, un poco confuso, en el momento de regresar, se acordó de que su mujer le había pedido algo, pero ¿qué era? No lo podía recordar. Entonces compró en una tienda para mujeres lo primero que le llamó la atención: un espejo. Y regresó al pueblo.

Entregó el regalo a su mujer y se marchó a trabajar sus campos. La mujer se miró en el espejo y comenzó a llorar desconsoladamente. La madre le preguntó la razón de aquellas lágrimas.

La mujer le dio el espejo y le dijo:

-Mi marido ha traído a otra mujer, joven y hermosa.

La madre cogió el espejo, lo miró y le dijo a su hija:

-No tienes de qué preocuparte, es una vieja.


De Juan José Millás, Carta del enamorado,

Hay novelas que aun sin ser largas no logran comenzar de verdad hasta la página 50 o la 60. A algunas vidas les sucede lo mismo. Por eso no me he matado antes, señor juez.



De Ana María Matute, Música

Las dos hijas del Gran Compositor -seis y siete años- estaban acostumbradas al silencio. En la casa no debía oírse ni un ruido, porque papá trabajaba. Andaban de puntillas, en zapatillas, y sólo a ráfagas, el silencio se rompía con las notas del piano de papá.

Y otra vez silencio.

Un día, la puerta del estudio quedó mal cerrada, y la más pequeña de las niñas se acercó sigilosamente a la rendija; pudo ver cómo papá, a ratos, se inclinaba sobre un papel, y anotaba algo.

La niña más pequeña corrió entonces en busca de su hermana mayor. Y gritó, gritó por primera vez en tanto silencio:

-¡La música de papá, no te la creas...! ¡Se la inventa!



De Luis Mateo Diez, El pozo

Mi hermano Alberto cayó al pozo cuando tenía cinco años.

Fue una de esas tragedias familiares que sólo alivian el tiempo y la circunstancia de la familia numerosa.
Veinte años después mi hermano Eloy sacaba agua un día de aquel pozo al que nadie jamás había vuelto a asomarse.
En el caldero descubrió una pequeña botella con un papel en el interior.
"Este es un mundo como otro cualquiera", decía el mensaje.



De Franz Kafka , Una pequeña fábula

¡Ay! -dijo el ratón-. El mundo se hace cada día más pequeño. Al principio era tan grande que le tenía miedo. Corría y corría y por cierto que me alegraba ver esos muros, a diestra y siniestra, en la distancia. Pero esas paredes se estrechan tan rápido que me encuentro en el último cuarto y ahí en el rincón está la trampa sobre la cual debo pasar.

-Todo lo que debes hacer es cambiar de rumbo -dijo el gato... y se lo comió.



De Luisa Valenzuela, Cada cosa en su lugar

Hay dramas más aterradores que otros. El de Juan, por ejemplo, que por culpa de su pésima memoria cada tanto optaba por guardar silencio y después se veía en la obligación de hablar y hablar y hablar hasta agotarse porque el silencio no podía recordar dónde lo había metido.


De Ángel García Galiano, La última cena

El conde me ha invitado a su castillo. Naturalmente yo llevaré la bebida.

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