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lunes, 8 de junio de 2015

PERDIDAS Y GANANCIAS



YO SIEMPRE ANDO POR EL CAMINO DE LA AMBIGUEDAD, PORQUE SIENTO 
   LA CONTÍNUA TRANSFORMACIÓN:  SOMOS  CAMBIO,  SOMOS  PROCESO

Buscando el tono

Tramas y personajes observan aquí y allá con una nueva mascara. Lo hacen porque no se agotaron en mí, aún los estoy narrando.
No es un libro de ensayos, porque el tono solemne y la fundamentación teórica que el término requiere no me van. Tampoco son enseñanzas, no las puedo ofrecer.
Como en muchos campos de actividad, surgen nuevos modos de trabajar o crear que necesitan nuevos nombres. Que cada uno le dé a esta narración el nombre que quiera. Para mí significan esas palabras que digo al oído del lector, que tanto me gustan y que musito en novelas o poemas: una llamada para que se ponga a pensar conmigo.
Lo que escribo nace de mi propia maduración, un trayecto con altibajos, puntos luminosos y zonas de sombra. En ese transcurso entendí que la vida no teje solamente una tela de pérdidas, sino que nos proporciona una sucesión de ganancias. El equilibrio de la balanza depende en gran medida de lo que sepamos o queramos ver.
Buscar el tono justo: el de nuestro lenguaje, el de nuestro arte -y eso vale para cualquier persona- el tono de nuestra vida. ¿En qué tono la queremos vivir? En semitonos melancólicos, en tonos más claros, con prisa y superficialidad, o alternando alegría y placer con momentos profundos y reflexivos. Corriendo sólo por la superficie o, de vez en cuando, sumergiéndonos en aguas profundas. Distraídos por el ruido de alrededor u oyendo voces en las pausas y en los silencios: nuestra voz, la del otro.
¿Nuestro tono será de sospecha y desconfianza o serán balcones que se abren al paisaje más allá de cualquier límite? En parte depende de nosotros.
En el instrumento de nuestra orquestación somos -junto con fatalidades, genética y azar- los afinadores y los artistas. Somos, ante todo, constructores de nuestro instrumento. Lo que vuelve a la lucha más difícil, pero mucho más instigadora.
Aunque sea un discurso íntimo, éste puede parecer en ciertos momentos un libro cruel: digo que somos importantes, y buenos, y capaces, pero también digo que somos muchas veces frívolos, que somos mediocres demasiadas veces. Digo que podríamos ser mucho más felices de lo que en general nos permitimos ser, pero tenemos miedo del precio que quizás haya que pagar. Somos cobardes.
Pero ha de ser un libro esperanzado: soy de los que creen que la felicidad es posible, que el amor es posible, que no existen sólo desencuentro y traición, sino ternura, amistad, compasión, ética y delicadeza.
Pienso que en el curso de nuestra existencia necesitamos aprender esa materia desacreditada que se llama “ser feliz”. (Veo cejas que se alzan irónicamente ante mi romántica afirmación).
Cada uno en su camino y con sus singularidades. En el arte, como en las relaciones humanas, que abarcan los diversos lazos amorosos, nadamos contra corriente. Intentamos lo imposible: la fusión total no existe, es inalcanzable compartirlo todo. Lo esencial no puede compartirse: es descubrimiento y susto, gloria o condenación de cada uno, solitariamente.
Pero en un diálogo o en un silencio, en una mirada en un gesto de amor como en una obra de arte, puede abrirse una rendija. Observarán juntos el artista y su espectador o su lector, como dos amantes.
Y así, hiriéndonos rodillas  manos, vamos andando.
Por eso escribo y escribiré: para instigar a mi lector imaginario - ¿sustituto de los amigos imaginarios de la infancia?- a buscar en sí mismo y a compartir conmigo muchas inquietudes sobre lo que estamos haciendo con el tiempo que se nos da.  
Pues vivir debería ser – hasta el último pensamiento y la postrera mirada- transformarse.
Lo que estoy escribiendo no son meros devaneos. Soy una mujer de mi tiempo, y quiero dar testimonio de él como mejor puedo: soltando mis fantasías o escribiendo sobre el dolor y la perplejidad, la contradicción y la grandeza; sobre la enfermedad y la muerte. Lamentando la palabra en el momento no oportuno y el silencio en el momento en el que habría sido mejor hablar.
Escribo continuamente sobre la posibilidad de que seamos responsables e inocentes en relación con lo que nos ocurre.
Somos autores de buena parte de nuestras elecciones y omisiones, de la audacia o la conciliación, de nuestra esperanza y fraternidad o de nuestra desconfianza. Sobre todo debemos resolver cómo empleamos y saboreamos nuestro tiempo, que es siempre, al fin y al cabo, nuestro tiempo presente.
Pero somos víctimas inocentes de las fatalidades y de los azares brutales que nos roban amores, personas, salud, empleo, seguridad, ideales.
De modo que mi perspectiva del ser humano, de mí misma, es contradictoria, porque somos contradictorios y en ello reside el estímulo.
Somos transición, somos proceso. Y eso nos perturba.
El flujo de los días, los años, las décadas, sirve para crecer y acumular, no sólo para perder y limitar. Con esa perspectiva nos volveremos señores, no siervos. Personas, no pequeños animales aturdidos que corren sin saber a ciencia cierta por qué.
Si mi lector y yo coincidimos en nuestro tono recíproco, este monólogo inicial será un diálogo, aunque jamás llegue yo a contemplar el rostro del otro que, al fin y al cabo, se convierte en parte de mí.
Entonces mi arte habrá cumplido algún objetivo.

 LYA LUFT
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