martes, 25 de septiembre de 2018

LAS GRANDES VOLUNTADES DEL UNIVERSO


Jardines Mossén Cinto Verdaguer-Montjuic Barcelona


Cuando se abre una flor decía Alejandro Jodorosky que es primavera en todo el mundo. Me resultó curioso recordar esta frase el día que vi abrirse estos nenúfares, el 22 de Septiembre, justo el día que empieza el otoño en la parte del hemisferio donde me encuentro, Barcelona, España. Yo siempre me recuerdo, en tiempos necesarios, que en todas las estaciones hay primaveras o flores abriéndose.

La vida no deja de construirse, obra y se emplea, crece, se sostiene y decae, florece en todas y cada una de las estaciones, en todos nuestros pequeños universos y actos cotidianos. Cuando algo especial sucede en nuestras vidas como es ahora mi caso, -también cuando nada pasa-, ocurre que se nos cae el ánimo por tierra; pensamos que todo está dicho, vivido y expresado, y no, no es cierto. Todo es tan certero y pasajero como nosotros queramos que sea. No es bueno regodearse en los pensamientos que nada bueno aportan, todos de alguna manera hemos sido lastimados y heridos; lo sabe la cabeza y el  corazón lo sufre sin remedio, a veces -cierto- Cuando estamos en esos estados de desánimo es fácil que nos invada la  tristeza. ¿Qué hacer con ella? ¿Debemos dejar que se acomode? la respuesta es sí, está en su derecho, entendiendo que forma parte de la naturaleza humana, ella necesita también de atenciones y cuidados, su tiempo de descanso es necesario para coger fuerza. 






Lo explica muy bien  Maurice Maeterlinck en su libro La inteligencia de las Flores: las infinitas huellas del perspicaz e inteligente trabajo de todos los componentes de la flor y de la planta, por crecer y encontrar la luz, en una lucha ingeniosa y valiente. Pues bien, nosotros no somos menos. Crecer y elevarnos en un mundo tan contaminado y tan complejo requiere constancia y fe en la vida. No hay nada que nos sane más que admirar la naturaleza en toda su bondad y belleza.



El genio de la Tierra, que es probablemente el del mundo entero, obra, en la lucha vital, exactamente como obraría un hombre. Emplea los mismos métodos, la misma lógica. Llega al fin por los medios que nosotros pondríamos en práctica; tantea, vacila, suspende y vuelve a empezar varias veces; añade, elimina, reconoce y rectifica sus errores como lo haríamos nosotros en su lugar. Se aplica, inventa penosamente y poco a poco, como los obreros y los ingenieros de nuestros talleres. Lucha, como nosotros, contra la masa pesada, enorme y oscura de su ser. Tiene un ideal muchas veces confuso, pero en el cual se distingue sin embargo una multitud de grandes líneas que se elevan hacía una vida más ardiente, más compleja, más nerviosa, más espiritual. Materialmente, dispone de recursos infinitos, conoce el secreto de prodigiosas fuerzas que ignoramos; pero, intelectualmente parece ocupar de modo estricto nuestra esfera, sin que hasta aquí observemos que rebase sus límites; y si nada busca más allá, ¿no es porque nada hay fuera de esta esfera? ¿No es decir que los métodos del espíritu humano son los únicos posibles, que el hombre no se ha engañado, que no es ninguna excepción ni ningún monstruo, sino el ser por quien pasan, en quien se manifiestan más intensamente las grandes voluntades, los grandes deseos del universo?


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